Haciendo
uso ideológico del derrumbe soviético y del fracaso de la socialdemocracia
clásica, la reacción neoliberal pregona de manera triunfalista que no hay más vía que el capitalismo
salvaje. A tres décadas de su instauración,
el capitalismo neoliberal muestra su
fracaso profundo.
Carlos Figueroa Ibarra /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
A principios
del mes de octubre de 2017, tuve la oportunidad de estar nuevamente en San
Petersburgo para asistir al III Foro Rusia Iberoamérica organizado por la
Universidad que lleva el nombre de la ciudad. Con una mezcla de extrañas sensaciones
me alojé en el Hotel Smolninskaya situado en la avenida Dictadura del
Proletariado no. 6. La madrugada del 2 de octubre contemplé desde la ventana de
mi habitación a dicha avenida, solitaria, melancólica, mojada por una fina
lluvia otoñal. Cien años antes, el 7 de noviembre de 1917, esa avenida y sus
alrededores estaba abarrotada por una
multitud insurrecta que hizo del Instituto Smolny el centro de gravitación del
nuevo poder soviético, mientras incruentamente
tomaba el Palacio de Invierno. En los días siguientes estuve en el
interior del Smolny y vi desde afuera lo que fue la sede del Soviet de
Petrogrado. En la entrada se encuentra una estatua de un Lenin enérgico que
alza la mano apuntando hacia el horizonte y en la vía de acceso, dos bustos de Marx
y Engels adornan el parque que la circunda.
Casi tres
décadas han transcurrido desde que el resultado de la gesta bolchevique, la
Unión Soviética, se derrumbara para asombro de la humanidad. Al decir del
historiador británico Eric Hobsbawn, con el derrumbe del socialismo real,
terminaba el corto siglo XX que había comenzado en 1917. La “Gran Patria del Socialismo”, el
“principal baluarte del antiimperialismo” como fue llamada, perdió la guerra
fría por muchas razones. La principal de ellas fue que no pudo soportar la
carrera armamentista: ésta se comía un porcentaje mayor del PIB que el que se
comía en los Estados Unidos de América.
Hoy la Unión Soviética ha quedado sepultada por la marea neoliberal y la narrativa
reaccionaria la pinta como un modelo fallido. Y lo fue, como lo revela que hoy
el imaginario de la izquierda mundial
busca modelos que se alejan del soviético. Pero se olvida que la revolución
rusa derrotó a la contrarrevolución en
una feroz guerra civil (1917-1923),
industrializó a un país semifeudal, derrotó al fascismo hitleriano al
costo de 20 millones de vidas y finalmente
convirtió a la URSS en una potencia mundial que para bien o para mal
alumbró las esperanzas en un futuro poscapitalista.
Haciendo uso
ideológico del derrumbe soviético y del fracaso de la socialdemocracia clásica,
la reacción neoliberal pregona de manera triunfalista que no hay más vía que el capitalismo
salvaje. A tres décadas de su instauración,
el capitalismo neoliberal muestra su
fracaso profundo. En América Latina ha generado una marea de gobiernos
progresistas de vocación posneoliberal,
mientras en Estados Unidos y Europa ha provocado un pasmoso auge de la
derecha neofascista, falsamente llamada “derecha populista”. El desastre
ambiental, la marginación de miles de millones de seres humanos y otros hechos,
anuncian que el capitalismo acabará con la humanidad si la humanidad no acaba
antes con el capitalismo.
La revolución
rusa se convierte así en el prolegómeno de lo que debe hacerse para que la
humanidad sobreviva.
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