La guerra
contra Venezuela no es “para derrocar a un dictador”, cuestión que evoca las
invasiones de Irak y Libia y las de cualquier país petrolero que pretenda poner
condiciones a la entrega de sus recursos. Es la guerra de trasnacionales como
Exxon, que mantiene prendida la mecha del conflicto del Esequibo; como Chevron,
es la guerra del coltan, el uranio, el thorium, el gas y el oro; es la guerra
estadounidense por reforzar su posición hegemónica.
Álvaro Verzi Rangel (*) / NODAL
En la
ciudad amazónica brasileña de Tabatinga, en la triple frontera de Brasil con
Colombia y Perú, se simularon combates en el ejercicio Amazonlog 17, que contó
con la participación de tropas brasileñas, peruanas, colombianas y
estadounidenses, despertando las alarmas de la posibilidad de una jnvasión
tercerizada a Venezuela, con la excusa de la ayuda humanitaria.
Tabatinga
está unida por una avenida de la colombiana Leticia y próxima a la peruana de
Santa Rosa, todas ciudades sobre el río Solimoes que desemboca en el Amazonas.
Una eventual intervención directa de Estados Unidos en Venezuela estaría
disimulada por su intervención o su amenaza tercerizada desde las fronteras.
Son los países circundantes los encargados del “rescate humanitario” de un
pueblo que no tiene ninguna intención de ser “rescatado” ni ayudado por estos
salvadores.
No se trata
de una guerra convencional, pero para ellas ta mbién hay manuales. Para
desautorizar a un gobierno legítimo considerado enemigo, el manual del
Pentágono sugiere acudir al apoyo de “un socio de coalición (la OEA, por
ejemplo) o un tercer país”, con la finalidad de debilitarlo y restarle
credibilidad, segmentar a la población y generar descontento, influir o crear
líderes y unificarlos ideológicamente, utilizar a los emigrados, provocar actos
catalizadores.
Todo ello
con el fin de crear condiciones favorables para la intervención, con el empleo
de propaganda (“que incremente la insatisfacción de la población y presente a
la resistencia como una alternativa viable”), manifestaciones y sabotajes, aún
en ausencia de hostilidades declaradas. Y Venezuela ha sido desde 2002 un globo
de en sayo permanente de cada una de estas agresiones.
Hoy, la
dominación de espectro completo es la renovada doctrina estadounidense para la
dominación geopolítica global de América Latina y el Caribe en el siglo XXI: no
es sólo militar, sino básicamente política, económica, ideológica y cultural, y
abarca todos los aspectos de la vida.
Desde el
punto de vista militar, en los espacios de la periferia la nueva estrategia de
dominación estadounidense está basada en la guerra asimétrica, una forma de
conflicto irregular contra no-Estados (o enemigos ubicados en países
catalogados como estados fallidos), sin restricciones de fronteras y donde
desaparecen o se hacen difusas las reglas de juego y los códigos
internacionales que regulan los conflictos bélicos y los derechos humanos.
Son
naciones sumidas –según Washington- en el caos y la desestabilización, donde
como en Colombia y en México aparecen la tercerización y las redes de
outsourcing, bajo la forma encubierta de cuerpos de seguridad privados
subcontratados por el Pentágono para realizar tareas propias de la guerra sucia
(mercenarios, paramilitares, escuadrones de la muerte y de limpieza social),
todo ello en el marco de una dramatización propagandística de nuevas amenazas,
con la consiguiente cesión de autodeterminación y soberanía nacional.
En 2017
Estados Unidos sigue siendo la superpotencia militar mundial, pero una
transición geopolítica global pacífica no parece hoy posible, cuando son varios
los actores –naciones, privados- que disponen de arsenales atómicos. Tras la
purga del estratega Steve Bannon del entorno ultranacionalista de Donald Trump
y la toma del poder por la tríada de generales -James Mattis, secretario de
Defensa; H. R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional, y John Kelly, jefe de
gabinete- una nueva fase de escalada bélica parece inminente.
En los
últimos años, EEUU ha combinado métodos militares, políticos, económicos,
culturales y comunicacionales, muchos más allá de las normas internacionales,
en dos frentes, a través del llamado poder inteligente (smart power) y el
blando (soft power).
Washington
produjo una nueva generación de acciones injerencistas y subversivas violentas
y/o destructivas que incluyeron sanciones, bloqueos y sabotajes económicos y
financieros, intentos de magnicidios, promovió invasiones militares, golpes de
Estado, movimientos secesionistas, guerras a través del terrorismo mediático,
espionaje cibernético y operaciones psicológicas encubiertas con apoyo de
grupos paramilitares y compañías privadas de mercenarios, además de centros
académicos, fundaciones, agencias gubernamentales, empresas trasnacionales,
ONGs, y think tanks de intelectuales orgánicos.
El control
mediático en manos de pocas megaempresas, hace que las sucesivas y sostenidas
campañas de intoxicación mediática pasen inadvertidas, invibilizadas. No es que
haya abjurado de intervenciones militares, invasiones ni de golpes de Estado,
sino que en esta nueva estrategia, dirigida especialmente a la percepción y
desarrollada a través de los cartelizados medios de comunicación a partir de la
consolidación de relatos que impactan en el imaginario colectivo, intenta crear
las condiciones para la dominación territorial, la expoliación de los recursos
naturales, y la destrucción de la memoria y tradiciones de nuestros pueblos.
No es raro
que altos directivos de trasnacionales como Chevron, Exxon Mobil, Carlyle,
Halliburton, Blackwater estuvieron en puestos de mando en EEUU -en el
Pentágono, la CIA, el Departamento de Estado y el Consejo de Relaciones
Exteriores (CFR)- o en instituciones “independientes” como la Rand Corporation,
Ford Foundation, Human Rights Watch, Red Atlas, Transparencia Internacional,
Freedom House, la Fundación Nacional para la Democracia y el Instituto de una
Sociedad Abierta. Allí se hacen las estrategias que protegen sus negocios.
Hoy, se
suman los gobiernos neoliberales de Latinoamérica, que han copiado este modelo
y las organizaciones (fundaciones, centros de estudio, think tanks, ongs) que
los ahora altos funcionarios del Estado siguen comandando, drenan recursos de
los erarios públicos de nuestros países para acompañar las políticas oficiales
y de sus mandantes en Washington.
Las Fuerzas
de Operaciones Especiales, integradas por militares y civiles (especialistas en
ciencias sociales, antropología, sociología, ciencias políticas, estudios
regionales y lingüística), expertos en operaciones de guerra no convencional y
psicológica, actividades clandestinas o encubiertas, acciones de
desestabilización, sabotaje, espionaje, ataques cibernéticos y asesinatos
selectivos, cumplen misiones en estrecha cooperación con la CIA, la Agencia de
Seguridad Nacional (NSA), el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia
Antidrogas de Estados Unidos (DEA).
La invasión tan mentada
La guerra
contra Venezuela no es “para derrocar a un dictador”, cuestión que evoca las
invasiones de Irak y Libia y las de cualquier país petrolero que pretenda poner
condiciones a la entrega de sus recursos. Es la guerra de trasnacionales como
Exxon, que mantiene prendida la mecha del conflicto del Esequibo; como Chevron,
es la guerra del coltan, el uranio, el thorium, el gas y el oro; es la guerra
estadounidense por reforzar su posición hegemónica.
Las bases
brasileñas de Tabatinga –en la triple frontera con Colombia y Perú- y Alcántara
(en la costa atlántica) cierran el círculo militar estadounidense en esta
riquísima región de relevancia estratégica, pero también marcan el
involucramiento de Brasil en una guerra prestada, emulando el triste papel que
durante años jugó Colombia.
Este
ejercicio prepara el desplazamiento de fuerzas militares estadounidenses, que
pueden, en un paso, hacer efectivo el Decreto Ejecutivo que califica a
Venezuela de “amenaza inusual y extraordinaria contra su seguridad nacional” y
porque el mismo presidente Donald Trump es quien ha señalado la opción militar
como un posible actuación contra Venezuela .
La
principal hipótesis con la que trabajó el comando “multinacional” establecido
en Tabatinga es el envío de tropas hacia el este amazónico, específicamente a
la ciudad de Pacaraíma, estado de Roraima, en la frontera con Venezuela,
visitada con frecuencia en los últimos meses por altos mandos militares
brasileños y funcionarios del Ministerio de Defensa.
De ese
mismo argumento, el dar a poyo a eventuales acciones de “ayuda humanitaria”
entre otros objetivos, echó mano el general estadounidense Jim Jones cuando el
asesor del presidente Lula da Silva, Marco Aurelio García, le pidió
explicaciones en 2009 sobre el asentamiento de bases dotadas de armamentos de
guerra y sistemas de comunicaciones en varias regiones colombianas.
Linbergh
Farias, líder de la bancada del Partido de los Trabajadores (PT) en el Senado
Federal de Brasil, dejó en claro que aun cuando el propósito anunciado de
Amazonlog 17 sea el de entrenar tropas para operar en medio de crisis
humanitarias, el objetivo real parece ser otro: encajar a las Fuerzas Armadas
brasileñas en la órbita estratégica de Estados Unidos y preparar una arremetida
contra Venezuela.
A diferencia
de los países del Medio Oriente, la puerta de entrada a los cuerpos de fuerzas
especiales estadounidenses en América Latina y el Caribe no fue el terrorismo
sino la guerra contra las drogas. Uno de los casos más emblemáticos es el
asesinato del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, en el que participaban
elementos del Comando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC) y personal de
la CIA.
Ya con la
puesta en marcha del Plan Colombia, la CIA implementó un programa encubierto
para eliminar –más de 70 entre 2007 y 2013- a líderes de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional.
La ayuda humanitaria
La
aceptación de operaciones a través de las cuáles el Pentágono se ofrece para
conceder ayuda transitoria, se ejecutan a partir de la instalación de Centros
de Emergencia Regionales, que se transforman en la mampara preferida para
incoar el establecimiento de bases militares de tiempo completo. La “ayuda
humanitaria” es uno de los tantos subterfugios usados para consolidar su
posicionamiento militar en regiones donde necesita establecer una presencia de
carácter estratégico.
Estados
Unidos intentó este tipo de intervencionismo el 15 de diciembre de 1999 en
Venezuela, cuando toneladas de piedras y árboles cayeron desde la montaña hacia
la costa oriental caribeña, causando alrededor de 25.000 muertos. Ese domingo
también se realizó un referéndum para aprobar la nueva Constitución. El
gobierno de Bill Clinton resolvió -sin consultar a los venezolanos-, enviar
barcos cargados de marines, quienes no se caracterizan precisamente por su
carácter humanitario. El presidente Hugo Chávez rechazó la intromisión
estadounidense y no permitió que esos navíos atracaran en los puertos del país.
En enero de
2010 las fuerzas armadas estadounidenses lograron el propósito de instalarse en
Haití, cuando los marines dispararon a mansalva “para eliminar el problema”.
Clinton, expresidente, en nombre de la recuperación haitiana, recaudó cientos
de millones de dólares que no llegaron jamás a las víctimas.
Y en 2017,
tras los violentos huracanes, EEUU militariza el Caribe, recomponiendo su
aparato militar y aprovechando para entrenar a sus tropas para futuras acciones
intervencionistas. Tres centenares de marines dislocados en Honduras, fueron
movilizados para “brindar apoyo” al Caribe. La estancia de la armada no se
justifica, cuando lo que realmente se necesitan son médicos, rescatistas y
personal de apoyo logístico especializado.
Una de las
unidades movilizadas hacia Puerto Rico es la 101 División Aerotransportada
(DAT) la que junto a la 82 División Aerotransportada configuran las fuerzas de
intervención militar de élite. Además, el gobierno estadounidense ha decidido
desplegar aviones, helicópteros y barcos de la Armada ante las mermadas
capacidades presupuestarias de la USAID y los mecanismos civiles de ayuda
humanitaria.
El Teniente
General Jeffrey Buchanan quedó a cargo de las operaciones para el manejo de la
emergencia. Además del control financiero directo sobre el país, EEUU ha sumado
también un gobernante militar de facto ejerciendo la supremacía sobre la
sociedad boricua.
Peligrosos juegos de guerra
En la
ciudad brasileña de Tabatinga –unida por una avenida de la colombiana Leticia y
próxima a la peruana de Santa Rosa, todas sobre el Rio Solimoes que desemboca
en el Amazonas-, en la Triple Frontera de Brasil con Colombia y Perú, se
simularon combates con la participación de tropas estadounidenses. Esa base
militar provisoria podría ser un mal antecedente regional.
Vale
recordar que el 4 de agosto de 2009, en la sede de la Presidencia el asesor
Marco Aurelio García recibió al general estadounidense Jim Jones para
manifestarle su descontento por la instalación de bases militares en Colombia.
A García le sobraban motivos para emplear un tono enérgico con el enviado de la
Casa Blanca: lo que estaba en juego era mucho más que la discrepancia entre dos
gobiernos sobre un asunto de coyuntura.
Implantar
siete unidades militares en Colombia, que comparte 1.644 kilómetros de fronteras
con Brasil y 2.200 con Venezuela, era un movimiento de piezas geopolítico de
Washington (un plan seguido por los presidentes Clinton, Bush y Obama)
engarzado en la estrategia del cerco sobre la Amazonia, la cual se profundizó
en la primera semana de noviembre de 2017 a través del desembarco de efectivos
del Comando Sur en la ciudad brasileña de Tabatinga, en la Triple Frontera con
Colombia y Perú.
La
implantación en 2009 de esos enclaves militares cuyo radio de acción potencial
abarca también a los territorios de Brasil y Venezuela dio lugar a una reunión
extraordinaria de Unasur, dominado por gobiernos progresistas, y reavivó el
debate sobre la necesidad de que fortalecer el Consejo de Seguridad de ese
organismo, iniciativa siempre boicoteada por Colombia y Perú, subordinados a
Washington- Hoy, el cuadro político es distinto al de ocho años atrás.
Unasur ha
sido vaciada y el Mercosur suspendió de su seno a Venezuela, evidenciando el
alineamiento con Estados Unidos mientras se restaura el papel de la OEA como
centro de la diplomacia continental. Ya no se invoca la necesidad de armonizar
las políticas externas de la región o ampliar la “autonomía” frente a Estados
Unidos.
Así, el
AmazonLog 17 es un antecedente importante del que puede surgir un nuevo diseño
estratégico. En este operativo se simularon combates, hubo despliegue rápido de
tropas y acciones para reprimir –supuestamente- el narcotráfico, informó el
Ejército brasileño.
“Estamos
preocupados” dijo el senador Lindbergh Farias, jefe del bloque del Partido de
los Trabajadores.“Esto es peligrosísimo, es un atentado a la soberanía
nacional, la construcción de una base temporaria más adelante puede evolucionar
en una permanente”. Ante la preocupación de muchos sobre una supuesta
injerencia extranjera, el general Guilherme Cals Gaspar de Oliveira,
responsable de la logística del Ejército, dijo que la base “multinacional” se
desmontó el 13 de noviembre, con el fin de las actividades.
Más de
2.000 uniformados participaron del ejercicio militar, a unos 700 kilómetros de
los límites fronterizos de Venezuela: de ellos 1.600 eran militares brasileños
(con 11 aviones, 13 helicópteros y navíos), 150 de Colombia, 120 de Perú y 30
estadounidenses, además de observadores de más de 20 países. En Tabatinga
funciona desde hace dos años la moderna Base Aérea Herbert Boy, con una pista
apta para recibir cargueros y hangares equipados para reparar cazabombarderos.
Nunca hubo
maniobras de tal envergadura en territorio brasileño: además de la presencia de
militares, Estados Unidos envió un avión de transporte Hércules C-130, lo que
fue interpretado como un gesto de “confianza” de Brasil hacia Washington que no
debe ser confundido con una forma de “subordinación”, por el general de brigada
Antonio Manoel de Barros, jefe del Estado Mayor del operativo AmazonLog 17.
La
Operación América Unida tuvo una larga etapa de preparación, con transporte de
armamentos, alimentos y equipos médicos en camiones desde Rio de Janeiro a
Porto Velho y de allí en barcazas hasta Manaos. En Brasilia, en mayo, se
definieron las formas de participación de los países invitados.
El
ejercicio se inspira en uno realizado por la OTAN – Capable Logistician- en
Hungría en 2015 –en el que Brasil participó como observador- cuyo objetivo era
hacer más efectiva la coordinación y la interoperabilidad entre los puestos de
comando logísticos para proveer equipo y servicios a las unidades combatientes,
desde Hungría hacia una base en la checa Strakonice., República Checa, con la
vista puesta en la problemática de los migrantes africanos que llegaban a
Europa
La
participación de Estados Unidos se enmarca en la firma de un acuerdo de
cooperación en marzo de este año, que incluye temas de cooperación en áreas de
desarrollo de información y tecnología bélica y lleva por nombre Master
Information Exchange Agreement (MIEA) (Ministerio de Defensa de Brasil, 2017),
tras la visita del Comandante del Ejército del Sur de Estados Unidos,
Mayor-General Clarence K. K. Chinn.
Chinn
conoció el Sistema de Monitoreo de Fronteras (Sisfron) del Ejército brasileño,
así como las tareas y formas de operación de la 3ª Companhia de Forças
Especiais que actúa en esa región. Asistió al Centro de Instrucción de Guerra
en la Selva y a la Base Pedro Teixeira, una de las sedes del Curso para entrenamiento
en acciones bélicas en zona selvática. En marzo último, el Ejército de EEUU
también abrió una oficina especializada en tecnología en su Consulado en São
Paulo.
Para esta
guerra, la derecha usa varios frentes: el del terrorismo mediático, el frente
diplomático (OEA, Grupo de Lima, etc.), el del bloqueo financiero y económico,
y el de las amenazas militares como la reciente operación amazónica. Lo que le
ha faltado, y le falta, es una fuerza interna que justifique estos movimeintos.
Y si hay alguien derrotado –política, ideológicamente- en este momento, es la
oposición venezolana.
(*) Sociólogo venezolano. Codirector del
Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE)
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