El talento, la fidelidad a los principios éticos, la tenacidad política
y el ejemplo de Fidel Castro hicieron de él la personalidad histórica y el
líder que continuará siendo.
Nils Castro / Para
Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
El pensamiento y acción de Fidel Castro tienen orígenes en la historia
liberacionista y revolucionaria cubanas, y proyecciones en las expectativas del
Tercer Mundo en general y de Latinoamérica en particular. En lo que toca al
primer aspecto, las iniciativas plasmadas en el asalto al cuartel Moncada, el
desembarco del Granma y el comando de la guerra de liberación nacional desde la
Sierra Maestra hasta La Habana lo demuestran tempranamente, una y otra vez.
El Moncada y el Granma no fueron concepciones
diferentes, la segunda en remplazo de la anterior, sino dos soluciones tácticas
a la misma idea estratégica. Y ambas con cercanos precedentes en la historia
política del país.
Antes del golpe de Estado y la tiranía de Fulgencio Batista, ya el
desgreño de la democracia corrupta impuesta por la intervención estadunidense
de 1898 había enterrado el proyecto liberacionista y revolucionario de José
Martí, aumentado la miseria y convertido al país en una neocolonia
norteamericana. Con ello había ganado la decepción y repudio de la mayor parte
del país.
Ya entonces la joven generación que celebró el centenario del natalicio
de Martí se agitaba en el “movimiento”, la pluralidad de grupos espontáneos que
discutían cómo rehacer y adecentar al país. Tras el golpe, asqueados por la
cobardía y el oportunismo de los políticos y sus partidos ante Batista, esos
grupos pasaron a debatir cómo y para qué deshacerse del tirano y sus cómplices.
No tenía sentido correrse el riesgo de combatir a los golpistas para volver a
más de lo mismo.
Fidel, al inicio como estudiante y luego como joven abogado, lideraba
uno de los mayores de esos grupos, el más organizado y militante. De allí surge
la idea de que superar aquella situación exigía una revolución orientada a dos
fines: recuperar el proyecto martiano de liberación nacional y democracia
radical, y realizar reformas sociales de fondo. Hacer esa revolución por los
medio institucionales existentes antes del golpe era impensable, y después del
mismo era imposible. Había que hacerlo a través de un alzamiento que culminase
en una rebelión nacional para remplazar al régimen político existente.
No era la primera vez que una joven generación cubana se planteaba el
mismo problema. También lo había enfrentado Martí, quien convocó a “la guerra
necesaria”, desembarcó con una expedición revolucionaria y cayó en combate
alentando ese proyecto. Como a su vez lo hicieron los revolucionarios
enfrentados a la dictadura de Gerardo Machado ‑‑“el asno con garras”‑‑ que
encabezaron la efímera revolución de 1933, igualmente frustrada por el gobierno
de Washington con la complicidad de Batista.
La iniciativa de Fidel y su grupo requería entrenarse, obtener armas,
iniciar un levantamiento y crear una fuerza guerrillera. Nada demasiado
sorprendente, pues los abuelos de la generación del centenario martiano fueron
mambises o colaboradores de la guerra mambisa, y su padres habían sido
participantes o simpatizantes de la revolución del 33.
¿Cómo dotarse de armas? El plan
de atacar un cuartel importante para tomarle las armas, en una ciudad
susceptible de apoyar al movimiento y además situada en una zona apropiada para
replegarse a las montañas e iniciar una guerrilla con apoyo urbano y campesino
por si solo llevo a decidir el objetivo: Santiago de Cuba, capital de la
entonces provincia de Oriente, de antiguas tradiciones revolucionarias y
sede del cuartel Moncada.
La operación debía organizarse en secreto desde La Habana, provincia
originaria de la mayoría de los integrantes del grupo. La parte más difícil del
plan se cumplió escrupulosamente: seleccionar a los participantes, entrenarlos,
buscar armas, trasladarlos de La Habana al otro extremo del país, reunirlos en
un punto desde donde moverse al punto el combate. Las armas, conseguidas sin
posible cooperación de políticos con recursos, eran modestas, mayormente rifles
y escopetas de cacería, de poco calibre y alcance. Por lo tanto, el factor
sorpresa era esencial. Para contribuir a lograrlo el asalto al cuartel se
realizó en la madrugada de una noche del carnaval, y los atacantes se
disfrazaron de sargentos del ejército.
No obstante, un par de incidentes fortuitos frustró ese factor. No es
aquí el lugar donde analizar el resto de esa operación ni las causas de su derrota.
Al cabo de los años, el examen objetivo de lo actuado hace concluir que, en sus
circunstancias, era de un buen plan.
Como sabemos, ese revés costó numerosas víctimas, en su mayoría
prisioneros asesinados después del combate. Algunos de los muchachos lograron
escapar con ayuda de la población. Otros fueron apresados después de que la
ciudad y los medios de comunicación se alertaron, así que sobrevivieron presos
y fueron a juicio, donde denunciaron los crímenes del régimen. Sobre todo Fidel, cuyo
inteligente alegato ante el tribunal se convirtió en La historia me absolverá, que enseguida se constituiría en el
llamado a la Revolución y su propuesta de gobierno.
En los siguientes años las movilizaciones por la libertad de los presos
políticos y la amnistía a los moncadistas lograran su liberación, Fidel y sus
compañeros constituyeron el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, al que se
unieron numerosos jóvenes de los demás grupos revolucionarios, incluido el que Frank
País lideraba en Oriente, que en la siguiente etapa desempeñarían un relevante
papel en la guerrilla urbana y el apoyo de las ciudades a los combatientes del
futuro Ejército Rebelde. Luego del Moncada, quedó descartada esa opción.
Acosado por el régimen, Fidel se exilió en México, donde ya se
encontraba en grupo de moncadistas y otros revolucionarios, Con quienes
organizó la expedición del Granma, cuyo desembarco en el Oriente iniciaría la
guerrilla que, con su crecimiento urbano y campesino formó el Ejército Rebelde,
que protagonizó la guerra de liberación nacional. Tampoco hay espacio aquí para
examinar la evolución sociopolítica y militar de esa guerra, en la cual un
ejército profesional de 100 mil hombres, bien entrenado y equipado por Estados
Unidos, ocho años después del Moncada fue derrotado por una fuerza popular que ‑‑con
amplio apoyo social‑‑ en su mayor momento llegó a sumar unos mil quinientos
milicianos.
¿Cómo explicar que en esos años la sociedad cubana, luego de medio siglo
de penetración cultural norteamericana, de corrupción interna y destrucción de los valores nacionales,
asimilara acontecimientos como los del Moncada, el Granma y la guerra? Uno de
los primeros grandes méritos de Fidel, gracias al tesón y coraje de sus
convicciones y liderazgo, fue culminar con éxito unas experiencias que ya
tenían buen arraigo en la memoria colectiva de su pueblo.
En vísperas de la revolución del 33, Tony Guiteras había apoyado
el salto al cuartel de San Luis para armar una guerrilla que operó contra la
tiranía machadista en la zona de Las Tunas. Y luego de que la oligarquía, la
embajada norteamericana y Batista derribaron al gobierno revolucionario ‑‑del cual
él había sido el ministro más progresista‑‑ Guiteras planeó el asalto al cuartel
de Bayamo para equipar a una fuerza guerrillera que él traería desde México.
Cayó en combate cuando esperaba la embarcación que lo sacaría de la isla para
ese fin.
Ya antes, Julio Antonio Mella, exiliado por la persecución machadista, igualmente
había organizado en México a los revolucionarios cubanos emigrados, para
emprender una expedición destinada a desembarcar en Cuba con igual propósito.
Fue asesinado en la ciudad de México, a plena luz del día, por pistoleros a sueldo
de Machado poco antes de concluir los preparativos.
En ambos casos, como después en el de Fidel, se trató de proyectos
incluyentes, que unían a las corrientes nacionalistas y social‑reformadoras en
una alianza pluriclasista, con un programa progresista que ya la mayoría de la
población podía comprender, hacer suyo y secundar con su participación, como
fue el caso de La historia me absolverá.
Si la realidad ‑‑de la cual el desarrollo de la cultura política popular es
factor decisivo‑‑, en los siguiente momentos demanda y permite sustentar más que
esa propuesta, la lucha y el tiempo lo concretarán.
En esa perspectiva, el talento, la fidelidad a los principios éticos, la
tenacidad política y el ejemplo de Fidel Castro hicieron de él la personalidad
histórica y el líder que continuará siendo.
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