A Santos no le quita el
sueño que de los asesinatos de líderes sociales documentados entre 2009 y 2016
(casi todos durante su gobierno), en el 87% de los casos la justicia no ha
hecho nada, ni siquiera identificar a los homicidas. La impunidad es cómplice
de Santos…o viceversa.
Sergio
Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Los sicólogos y también
los siquiatras que investigan acerca de la perversidad humana tienen en el
presidente de Colombia Juan Manuel Santos, el más soñado de los objetos de
estudio. La perversidad está asociada a una malignidad superior, a la perfidia,
a la perversión y a la depravación todas estas, categorías que coinciden en
cualquier escuela sicológica o incluso en las visiones religiosas del término,
que agregan otros sinónimos los cuales varían según cada punto de vista.
El sicólogo mexicano
Alexandro Aguirre Reyes, especialista en Clínica Psicoanalítica y Magister en
Terapia Cognitiva Conductual, afirma que la perversión es asintomática. No
presenta en el sujeto la necesidad de buscar ningún tipo de tratamiento, ya que
nada de lo que le ocurre, le produce padecimiento. Una persona perversa está
acosada por pensamientos obsesivos destructivos, al creer que los actos humanos
no son sinceros. La mente perversa es una condición anormal de la personalidad
cuyo rasgo dominante es la continua agresividad y destructividad hacia otras
personas, a través de pensamientos y actos malignos.
Una profesora de la
Escuela de Sicología de la Universidad Central de Venezuela, consultada para
esta nota explicó que la perversidad tiene su origen en una práctica social,
una cultura arraigada, un modelo económico, los antecedentes familiares y
tradiciones históricas, es decir, nadie nace perverso, son las condiciones de
su entorno, las que le dan esa condición. Santos es un hombre que jamás ha tenido
algún tipo de dificultad en su vida y que ha impuesto siempre su razón por la
fuerza del dinero de su familia o por el dominio de su clase, que ha tenido una
presencia omnipotente a lo largo de la historia republicana de Colombia.
Todos estos, entre muchos
otros elementos que no cabrían en un breve artículo como éste, permiten
explicar con mayor detalle, la enfermiza determinación de Juan Manuel Santos
por destruir a Venezuela. Es comprensible, Santos proviene de una rancia
familia de la oligarquía colombiana que por cinco generaciones (alrededor de
180 años) han ostentado el poder y las riquezas que forjaron su carácter y
comportamiento. Su obsesiva aspiración de poder lo llevó a cambiar de partido
político en tres ocasiones cuando sus caminos hacia la cima se iban cerrando,
incluso compitió y derrotó a su mentor y amigo Álvaro Uribe, por la paternidad
del ataque militar contra Ecuador, violatorio de la soberanía de ese país y del
derecho internacional, lo cual celebró con gran jolgorio. Cuando Uribe no pudo
aspirar a la presidencia por tercera vez y designó como su sucesor a Andrés
Felipe Arias, Santos no vaciló en traicionarlo e iniciar una campaña en su
contra que lo llevó a la presidencia de la República. Antes, contra su
voluntad, tuvo que comprometerse con los grandes empresarios colombianos a
restablecer las relaciones interrumpidas con Venezuela y Ecuador, que estaban
llevando a Colombia a una penosa situación económica en 2010.
A partir de ahí, devino
en un político, además de ambicioso, pragmático, oportunista e inescrupuloso.
Un nuevo interés individual se atravesó en su camino de perturbadora necesidad
de protagonismo: algún hecho de relevancia superior que lo mostrara fuera de
las fronteras de su país, nuevamente, para su suerte, vino en su ayuda, la
decisión de los que ostentan el poder, quienes impusieron la necesidad de
finalizar la guerra, ante el problema que implicaba no poder aumentar ganancias
a pesar de tener un país inmensamente rico, que además había firmado un TLC con
Estados Unidos, al cual no se le podía sacar provecho por el continuo desangre
para la economía del país, que significaba la guerra. Santos, vio en este
mandato, esa posibilidad de ser famoso, y de manera oportunista, -sin creer en
ello- se auto proclamó el “padre de la paz” de Colombia.
Solo la mente torcida
de un sujeto de esta calaña puede afirmar, que su peor pesadilla era Venezuela,
tal como lo dijo en una entrevista en Londres el pasado 10 de noviembre. Sólo
una mente perturbada puede hacer tal aseveración, sin pensar cuántos graves y
profundos problemas existen en su país, que no ha solucionado desde la primera
magistratura del Estado y que por el contrario, se han profundizado. ¡Cuánto
desprecio por su pueblo y su nación!.
Al presidente
colombiano no le causa pesadillas que en su país exista un ejército paramilitar
que con el resguardo de sus fuerzas armadas se está preparando para invadir a
Venezuela. Claro, con su experiencia en Ecuador, piensa que podría cosechar los
lauros de otra eventual “victoria”.
Tampoco le generan
pesadillas que en el año 2016 en su país fueran asesinados 190 líderes sociales
ni que entre enero y junio de este año, 335 defensores de Derechos Humanos
fueran víctimas de algún tipo de agresión que puso en riesgo su vida y que se
produjeran 225 amenazas más contra ellos. Asimismo, el pasado año, fueron
asesinados 37 líderes ecologistas colombianos. A Santos no le quita el sueño
que de los asesinatos de líderes sociales documentados entre 2009 y 2016 (casi
todos durante su gobierno), en el 87% de los casos la justicia no ha hecho
nada, ni siquiera identificar a los homicidas. La impunidad es cómplice de
Santos…o viceversa.
Santos duerme bien
todos los días, a pesar que en su país desde 1938 hasta este año han
desaparecido 124.679 personas según un informe del Instituto de Medicina Legal.
De ellos, 25.140 fueron presuntamente víctimas de desapariciones forzadas.
Desde 2010, cuando Santos llegó a la presidencia, los casos anuales superaron
los 7.000. Ese número se mantuvo relativamente constante hasta 2015. En 2016
bajó a 6.934 y, en el primer semestre de 2017, la cifra es de 3.932.
Santos es tan inmoral,
que la pesadilla que significan los 280 mil venezolanos que se han ido a
Colombia no lo dejan dormir, sin embargo, su sueño no se ve afectado por el
hecho de que el conflicto colombiano produjo un millón de homicidios y 7
millones de desplazados, (primer lugar en el mundo), el 80% de los cuales llegó
a Venezuela, donde viven con los mismos derechos que los ciudadanos que
nacieron aquí, porque la Constitución Nacional así lo ordena.
Tampoco le genera
pesadillas que su país sea el segundo más desigual de América Latina, y que un
1% de la población sea dueña del 81% de la tierra según la ONG británica Oxfam.
Tampoco le causa pesadillas que en 2016 según el Centro de Investigación y
Educación Popular (Cinep) de Bogotá, los cultivos de coca aumentaran de 145.000
a 150.000 hectáreas durante 2016. Es la contribución de Santos a que se
mantenga y amplíe la cantidad de 60 mil estadounidenses muertos cada año por
sobredosis de drogas, lo cual agradece el gobierno de Estados Unidos,
incrementando su apoyo al gobierno colombiano. Otra razón por la que Santos
puede dormir tranquilo.
Este mismo centro de
investigación afirma que el 62 % de los jóvenes colombianos que viven en el
ámbito rural no se inscriben en la educación secundaria y que solo un 2 %
accede a la universidad. Pareciera ser que éste no es su problema, no le quita
el sueño.
Asimismo, el 42% de
hogares colombianos viven en inseguridad alimentaria, con relación a la desnutrición infantil se
pudo establecer que, desde enero hasta noviembre de 2016, en la Guajira
colombiana fallecieron 66 niños por hambre, pertenecientes al pueblo indígena
wayúu. Además, en la última década, en Colombia han muerto aproximadamente
14.000 niños indígenas por este mismo motivo. Esto ha ocurrido durante el
gobierno de Santos, pero eso no le genera pesadillas. ¿Por qué habría de
tenerlas?, si son pobres e indígenas, es decir invisibles y excluidos de la
gestión gubernamental. Como no existen, no pueden producir pesadillas.
A Santos no le producen
pesadillas, los ocho congresistas, entre ellos tres de su partido que van a ser
investigados por corruptos, al haber favorecido a la constructora brasileña
Odebrecht. No puede darle pesadilla al presidente, algo que es absolutamente
normal en su país y que ocurre todos los días.
En otro ámbito, una vez
obtenido el Premio Nobel de la Paz, Santos ha permanecido indiferente a las
modificaciones esenciales que sus partidarios en el Congreso están haciendo a
los acuerdos de paz para transformar el espíritu del mismo, criminalizando a
los defensores de derechos humanos y persiguiendo a los combatientes
desmovilizados, 32 de los cuales han sido asesinados, así como 12 de sus familiares.
Vaya paz la de Colombia y la de este Premio Nobel.
En su cobardía
infinita, firmó los acuerdos de paz, para desmovilizar y desarmar a las FARC y
hacer, en estas condiciones, lo que no pudo en el campo de batalla: intentar
exterminarlos física y moralmente. Se trataba de que las FARC no pudieran jugar
un papel en la contención de la agresión militar a Venezuela, mientras el
ejército paramilitar de Santos se prepara para ello, lo cual, tampoco lo deja
dormir, pero no por las pesadillas, sino por la euforia que le produce la
sangre, el dolor y la muerte, por la satisfacción patológica que le produce su
irracional perfidia y su natural perversidad. En realidad, la verdadera
pesadilla para el presidente de Colombia es él mismo.
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