La
primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile se realizarán el
próximo domingo 19 de noviembre en el ambiente político más frío que se
recuerde. Cunde el desencanto y el escepticismo, y de ahí la falta de
entusiasmo.
Rafael Cuevas Molina / Presidente
AUNA-Costa Rica
Michelle
Bachelet, quien llegó por segunda vez a la Moneda con una alta popularidad y
grandes expectativas, sobre todo por el momento de efervescencia que se vivía
entonces en el país, se retira casi por la puerta de atrás y con baja
popularidad.
Los
grandes problemas que prometió atacar siguen ahí, con soluciones a medias; el
de la educación, que tiene acogotado a medio país con deudas familiares
prácticamente impagables; el de las pensiones, que sigue entrampado en el
Congreso mientras el sistema pinochetista de pensiones individuales sigue
dejando prácticamente en la miseria a quienes deciden pensionarse.
Efectivamente,
la no solución o solución a medias de estos problemas, más los escándalos de
corrupción en los que se vio involucrada la familia de la mandataria, han
mermado el entusiasmo de los chilenos. Pero no se trata solamente de estos
aspectos puramente locales y coyunturales sino, más en general, de un cierto
ambiente de época, que se repite en otros países de la región, y que se expresa
no solamente en el desencanto sino, también, en el viraje a la derecha.
Después
de los años de euforia en los que las opciones posneoliberales,
nacional-progresistas o nacional-populares, como quiera llamárseles, despertaron
las expectativas de las tan golpeadas sociedades latinoamericanas, luego de
años de implementación del neoliberalismo, hoy los ánimos se han atemperado, se
ha reducido el apoyo y el ambiente está teñido de un poco de cinismo.
Seguramente,
una de las razones principales de esta situación es la frustración de las
expectativas en tanto la incapacidad de estos gobiernos de responder a los
requerimientos que les planteaban sus respectivas sociedades.
Es
cierto que, en un primer momento, unos más, otros menos, tomaron medidas que
cayeron como bálsamo después de años de ajustes que pauperizaron a amplios
sectores. Pero luego, conforme transcurrió el tiempo, esas medidas tomadas
inicialmente se mostraron insuficientes para resolver o, cuando menos paliar,
los grandísimos problemas que afrontamos los latinoamericanos.
Los
gobiernos nacional-populares mostraron así sus límites, no solo los que se les
impusieron desde el exterior con la guerra económica, mediática y de toda
índole, sino los que se impusieron a sí mismos, los que nacieron de sus propia
timoratez.
Esos
límites nos hacen cuestionarnos ahora sobre su verdadera naturaleza. Sobre su
miedo a cruzar la raya que delimita claramente en que ámbito se encuentran. No
pudieron dejar de ser, en el mejor de los casos, gobiernos que impulsaron
políticas redistributivas, pero siempre sin romper los moldes del capitalismo
dependiente que los caracteriza.
Sin
cruzar esa frontera, las cosas pueden mejorar, como evidentemente sucedió en
Brasil, en Venezuela, en Ecuador y el Bolivia, pero no es suficiente ni
sustentable en el tiempo. Véase el ejemplo de Brasil, y el revertimiento actual
de los logros en relación con el crecimiento de las clases medias.
Eso
desde la perspectiva económica, pero lo mismo sucede en lo político. La no
profundización de la democracia participativa y protagónica, como le llamaron
en Venezuela, ahí donde llegaron a plantear el tema, también ha sido un freno.
Claro
que no solo en estos países que se aventuraron a adelantar opciones de cambio,
atrevidas para el patio trasero de los Estados Unidos, se da este desencanto y
frialdad con la política. Es un fenómeno mucho más universal, no solo con lo
procesos eleccionarios. Pareciera que la población no encuentra en ese ámbito
las respuestas a sus problemas. Pero ahí en donde fuerzas progresistas
accedieron al poder del Estado, quisiéramos que las cosas fueran diferentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario