Situar únicamente el problema económico en el frente
enemigo, es cerrar el análisis que puede conducir a conexiones, nuestras
contradicciones, es clausurar una dimensión sin la cual no parece posible
comprender por qué no logramos estabilizar la situación. ¿El enemigo es
demasiado poderoso? ¿Dónde está el enemigo?
Marco
Teruggi / Cubadebate
Pocos habrían acertado hace unos meses en
pronosticar que instalaríamos una Asamblea Nacional Constituyente y ganaríamos
dieciocho gobernaciones. Estas sucesivas victorias quedarán para la historia
como una lección de batalla política, de manejo de tiempos y escenarios. La
honestidad deberá decir que quien comandó fue Nicolás Maduro. Es necesario
reconocerlo: estamos en guerra y el presidente dirige el bloque chavista. Lo
hace mejor que el enemigo, que, en estos días, ha dado una muestra de
desbandada pública, de lo que sucede con un ejército de generales de poca monta
que se disparan entre sí y, a veces, a sus propios pies.
Hemos ganado algo vital: poder político, es decir
tiempo. Además de haber reencauzado el conflicto al camino electoral. De haber
fallado la táctica podríamos estar en el escenario que buscó imponer la
derecha, una confrontación nacionalizada, una generalización de asedios y
asaltos. En cambio, vamos hacia las elecciones municipales, luego
presidenciales, sin garantías -no las hay en política- pero con pronósticos
favorables. Los análisis de derechas, algunas izquierdas -¿izquierdas?- están
en crisis.
Este cuadro ganado con política no significa un
triunfo definitivo: no lo hay, peleamos contra los Estados Unidos. A estas
horas, con un ejercicio militar a poco de concretarse en la frontera entre
Perú, Brasil y Colombia, deben hacer cálculos de cómo rearmar una estrategia de
toma del poder. ¿Intentarán una intervención directa y camuflada para acelerar
el tiempo? ¿Apostarán al mediano plazo con la permanencia de la ofensiva
económica?
Tenemos la iniciativa política. El empate se volcó a
nuestro favor, y, desde esa posibilidad -ya no estamos contra las cuerdas-
aparece el pedido de resoluciones económicas. Emerge, como muchos pedidos, de
manera desorganizada, en redes sociales, análisis en programas de televisión,
comunicados de organizaciones populares, conversaciones callejeras espontáneas.
Es real, tan real como una situación material que desmejora para las clases
populares -¿para alguien más?-, la base histórica del chavismo, su territorio
de gestación y fuerza ante las batallas más difíciles. Los números no cierran,
es una evidencia que golpea cada día.
Es evidente también -demostrarlo es una batalla
comunicacional central- que la crisis económica es parte de la estrategia de
guerra prolongada. Su diseño viene desde los Estados Unidos, en conjunto con
una trama de poder económico nacional y transnacional, que tiene a su vez
elementos / responsabilidades internas. Interno significa en el bloque nuestro.
Situar únicamente el problema económico en el frente enemigo, es cerrar el
análisis que puede conducir a conexiones, nuestras contradicciones, es
clausurar una dimensión sin la cual no parece posible comprender por qué no
logramos estabilizar la situación. ¿El enemigo es demasiado poderoso? ¿Dónde
está el enemigo?
Una respuesta la dio el presidente al afirmar que el
enemigo principal es, junto con los Estados Unidos, la corrupción. A medida que
el Fiscal General informa de la investigación y los arrestos emerge la
dimensión económica a la que nos enfrentamos: desfalco, déficit, disminución de
la producción en el área petrolera, sobrefacturación en las importaciones, robo
en miles de millones de dólares. Mafias en áreas estratégicas de la economía.
Pelear con armas dañadas dificulta cualquier combate.
Resulta llamativo que este nudo crítico no se
amplifique comunicacionalmente, quede reducido a contados voceros y momentos
breves en los medios propios. Puede explicarse por la dificultad para abordarlo
en términos conceptuales -cómo se analizan las causas, el desarrollo, la
profundización- la dificultad para abrir un tema que necesariamente conduce a
la revisión interna, la lógica política/comunicacional que solo sabe construir
un relato feliz del país, la cultura burocrática-autoritaria que cierra debates
con frases maximalistas cargadas de un orden aplastante.
El enfrentamiento contra la corrupción no se ganará
en lo inmediato -¿se puede derrotar definitivamente un fenómeno tan complejo?-
pero permite atacar uno de los frentes principales que explican el cuadro
actual. No existe una respuesta única que mágicamente pueda solucionar un
problema multicausal que además de económico, es político. Y desde una mirada
puesto en lo político se pueden justamente abrir algunas preguntas para
intentar comprender la estrategia propia ante la guerra, una estrategia que, en
este final de octubre de 2017 cuesta clarificar. No resulta claro, por ejemplo,
si se busca poner un techo al aumento de precios o si se permiten aumentos que
aparecen de hecho en supermercados; no queda claro tampoco si existe una
voluntad de avanzar sobre quiénes nos atacan, hablo de terratenientes -que
financiaron grupos paramilitares entre abril y julio-, grandes empresarios
especuladores, por ejemplo, o se busca en permanencia un acuerdo al que no se
llega; no se comprende por qué se entregan dólares a quienes no cumplen con su
parte del acuerdo. Son algunos puntos. ¿Vamos a quitarle poder a quienes no
declararon la guerra?
Las preguntas se deben a la complejidad del
escenario, el silencio sobre determinados puntos, la dificultad comunicacional,
la respuesta que a veces busca cerrar el debate con la afirmación que todo está
resuelto en misiones/grandes misiones/clap/carnet de la patria/0800 salud.
Casi cualquier acción puede justificarse bajo el
argumento de se trata de una jugada táctica en el marco de una guerra, o que no
existen condiciones para hacer otra cosa -negando que las condiciones puedan
desencadenarse desde una voluntad política-. La pregunta es si detrás de la
táctica existe una estrategia. Es una inquietud que se enmarca dentro del
chavismo, un movimiento policlasista con miradas diferentes e intereses
económicos que a veces también lo son, y centran, en este caso, la priorización
del privado por sobre lo estatal y lo comunal/social. Eso conlleva implicancias
políticas, ideológicas y económicas.
Se podrá argumentar que no son debates para dar
hasta que no se consolide el poder político -municipales y presidenciales- o
que solo la batalla contra la corrupción es en sí un frente demasiado grande.
El problema es que mientras se busca el acuerdo que no resulta con los mismos
que se pone como responsables de la situación, un kilo de queso cuesta 50 mil
bolívares, los pronósticos no indican que el aumento se detendrá, y el discurso
construido parece muchas veces impermeable a esa realidad. Resulta difícil
medir el daño subterráneo, sobre la subjetividad, que causa este cuadro
económico sostenido. Pero opera, trabaja en el silencio cotidiano sobre un
movimiento histórico que es, para retomar a John William Cooke, la identidad
política del pueblo trabajador venezolano -algo que la derecha no logra
incorporar a sus análisis, aunque está presente en la idea de resetear la
sociedad para poder gobernarla.
Estamos en una condición que pocos pensaban meses
atrás. Tenemos iniciativa política, una unidad que se ha mantenido, una
oposición enfrentada entre sí. En lo económico están condensados los ataques y
las contradicciones. Creo que existe un consenso para tomar medidas de guerra
ante este cuadro de guerra dirigido desde los Estados Unidos. Las necesitamos.
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