Toda vez que una administración surgida de una elección popular en los
marcos del capitalismo quiso ir más allá de lo que el sistema permite (Salvador
Allende en Chile, Jacobo Árbenz en Guatemala, la Revolución Bolivariana en
Venezuela), fue duramente golpeada. En todo caso, el sistema se permite cambios
cosméticos, no más. ¿Podría Rodrigo Londoño (Timochenko) cambiar eso?
Marcelo
Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Rodrigo Londoño |
Rodrigo Londoño Echeverry, el comandante Timochenko, de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC- aspira a la presidencia de su país.
Es difícil predecir qué sucederá en las próximas elecciones presidenciales en
mayo del 2018, pero de ganarlas Timochenko: ¿qué podría pasar?
Ante todo, dos consideraciones: 1) el más profundo respeto por la lucha
de un movimiento revolucionario armado como las FARC, y 2) esto no es un
caprichoso ejercicio de futurología.
Decimos esto para que quede claro que, en modo alguno, se está cuestionando
la participación de una fuerza de izquierda, hasta hace poco alzada en armas,
en una justa electoral dentro de los marcos de las democracias vigiladas y a
cuentagotas que puede permitir el sistema capitalista. En todo caso, esa
participación es una maniobra política, quizá útil en este momento (quizá,
incluso: lo único posible en las actuales circunstancias), y de ningún modo
podríamos enjuiciarla. La lucha política, por supuesto, admite muchas
variantes.
Al mismo tiempo, como otra consideración indispensable para completar lo
anterior: de ningún modo se está llamando a continuar la lucha revolucionaria por
vía armada. Eso, lo vemos en forma descarnada, en este momento no tiene espacio
político para crecer, distintamente a lo que ocurrió en el contexto
latinoamericano cinco décadas atrás. Más aún: no tiene el más mínimo espacio
siquiera para nacer. Insistamos: eso es válido en este momento puntual, ahora
que estamos en el auge del neoliberalismo y la desmovilización del campo
popular. ¿Cómo seguirá la lucha revolucionaria por un cambio social en el
futuro?, no lo sabemos. Es probable que se rearmen guerrillas, ¿por qué no?
Pero hoy por hoy, definitivamente no hay posibilidades. ¿Los hackers serán una
opción? ¿La victoria electoral en poderes locales, como alcaldías? No está
claro. Habrá que inventarlo.
¿Qué pasaría si Timochenko ganara las elecciones? El presente no pretende
ser un análisis de la figura personal de este luchador colombiano; es, en todo
caso, un ensayo de interpretación de una realidad compleja, donde el comandante
de las FARC devenido político en los marcos de la actual institucionalidad
tiene un espacio limitado, quizá muy limitado. Por lo pronto, el grueso de la
prensa comercial lo criminaliza. El latiguillo del castro-comunismo y el
“fracaso” del chavismo es el coro que le acompaña ya desde ahora.
Sobre lo que se quiere llamar la atención en este momento, justamente, es
sobre ese espacio que tiene, quizá limitado. ¿Qué es posible modificar dentro
de la institucionalidad capitalista? ¿Es posible modificar algo? ¿Vale la pena
intentarlo? ¿Para qué entrar en la contienda electoral como un partido político
más de la clase dominante?
Todas estas preguntas merecen largos y complejos desarrollos. Un pequeño
texto como el actual no pretende agotarlas, por supuesto. Pero sí dejarlas
indicadas, con la intención de retomarlas en un futuro, abriendo el debate.
¿Hasta dónde se puede cambiar algo sustancial dentro del sistema de
partidos políticos burgueses? La experiencia muestra que hay límites
infranqueables. La socialdemocracia (capitalismo con rostro humano, políticas
keynesianas, regulaciones “humanistas” dentro de la lógica despiadada del
mercado) ha logrado sociedades medianamente equilibradas, pero solo en muy
contados países. De hecho, eso presupone una división internacional del trabajo
donde la renta capitalista llega a unos pocos lugares que se pueden permitir
esos “lujos”. ¿Por qué no resultan los planteos socialdemócratas en la mayoría
de naciones del llamado Tercer Mundo? Porque la explotación y extracción de
plusvalía no permite repartir con equidad el producto del trabajo social (la
riqueza generada por el trabajo), pues esa diferencia es la condición de
posibilidad de la insultante riqueza de la clase dominante. Si el pastel de
riqueza da para todos, el sistema no permite su repartición equitativa, porque
contiene en sí mismo esa negación insalvable: los ricos son ricos porque hay
pobres, y punto.
Si se trata de repartir equitativamente esa riqueza logrando una auténtica justicia
social, el sistema capitalista no lo puede permitir, aunque quisiera (¡y no
quiere!). Lo más a que puede aspirar es a un esquema donde el Estado juega un
papel regulador, facilitando políticas sociales que beneficien medianamente a
las mayorías. Pero de allí no puede pasar. Entonces, el juego de los partidos
políticos de la derecha no puede ir más allá de una relativa regulación de la
renta generada por la clase trabajadora. Igualar realmente las condiciones de
vida confiriendo poder a los trabajadores, está absolutamente imposibilitado. ¡Eso
es el socialismo!
Dicho de otro modo: los partidos políticos burgueses están para administrar
el sistema, no para cambiarlo. Las FARC, como cualquier grupo revolucionario
que se alzó en armas, intentaron cambiar el sistema, ¡no administrarlo con
prolijidad y mesurada corrección!, no con saco y corbata y “bien portados”
según la lógica dominante. Si Timochenko llegara a ser presidente: ¿podría
cambiar estructuras de base? O… ¿tendrá que ponerse el saco y la corbata?
La historia demuestra -lamentablemente con mucha sangre y dolor de por
medio- que esos cambios reales vía urnas no son posibles. Toda vez que una
administración surgida de una elección popular en los marcos del capitalismo
quiso ir más allá de lo que el sistema permite (Salvador Allende en Chile,
Jacobo Árbenz en Guatemala, la Revolución Bolivariana en Venezuela), fue
duramente golpeada. En todo caso, el sistema se permite cambios cosméticos, no
más. ¿Podría Rodrigo
Londoño (Timochenko) cambiar eso?
Las izquierdas armadas reconvertidas en partidos políticos no pudieron
pasar de las tibias socialdemocracias, cuando detentaron algún poder, sea la
presidencia o la oposición parlamentaria; el mandato inexorable del mercado (y
el continuo hostigamiento de la derecha) no lo permiten. Ejemplos al respecto
hay muchos: el Farabundo Martí en El Salvador, el Frente Sandinista en
Nicaragua, los Tupamaros de saco y corbata en Uruguay, la URNG en Guatemala.
Estas reflexiones no son, de ningún modo, un ataque contra las FARC ni
contra la candidatura presidencial de su comandante. En todo caso, pretenden abrir
una pregunta sobre los caminos que hoy puede recorrer un verdadero proceso de
transformación social. Si la vía armada hoy por hoy se agotó y la
institucionalidad burguesa no ofrece salidas: ¿por dónde ir?
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