Todo parece indicar que
esa creciente movilización popular que se extiende por el país, donde los
jóvenes tienen un papel protagónico, no es solo una expresión de descontento
ante el triunfo de Trump y una proclama de resistencia a sus planes racistas,
sexistas y xenófobos. Es también el descubrimiento de que otro país es posible…
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo
(Ecuador)
El triunfo de Donald
Trump ha destapado una variedad de contradicciones sociales que estaban ocultas
bajo la alfombra. La principal de ellas es la existencia de una corriente
antisistema que viene desde la izquierda, cuya única manifestación masiva se
había dado poco antes, en los actos de respaldo al candidato socialdemócrata
Bernie Sanders.
Pero no es la única
contradicción. También está la agudizada diferencia de opinión política entre
el campo y la ciudad, donde, en general, el uno es conservador y la otra es más
abierta y progresista, aunque hay excepciones. Y está también la radical
oposición entre la costa noreste, Minnesota y la costa occidental, todas
liberales y abiertas a nuevas ideas, y la costa sureste y el medio oeste, bastiones
de las ideas conservadoras y racistas.
El panorama se redondea
con la curiosa y muy poblada Florida, de gran identidad latina, donde el
conservatismo de los cubanos y venezolanos emigrados empieza a ser equilibrado
por la creciente presencia puertorriqueña, más bien liberal.
Un caso muy particular es
el de California, tradicionalmente avanzada y vanguardista en asuntos políticos
y sociales, donde ha empezado a surgir una tendencia separatista respecto a
Estados Unidos, que por ahora no propone una ruptura total, pero sí formas de
autodeterminación y autogobierno. Y están finalmente los afroamericanos,
desgarrados entre su oposición al racismo, que los agrede y humilla, y su
recelo frente a la llegada de inmigrantes que les disputan sus fuentes de trabajo.
Hasta ahora todo eso se
expresaba en tono menor y con baja intensidad, pero el triunfo de Trump ha
destapado esa olla de grillos. Los racistas y supremacistas blancos han
acrecentado su agresividad y la izquierda ha puesto en marcha una serie sistemática
de manifestaciones de resistencia al presidente electo y a sus seguidores.
También hay signos de
creciente crisis en los dos partidos tradicionales. Muchos republicanos, de
ideas neoliberales, se erizan ante el conservatismo proteccionista de Trump y
los legisladores que los representan seguramente buscarán frenar o sabotear los
planes proteccionistas del magnate. A su vez, los demócratas de izquierda,
seguidores de Sanders, proclaman que el Partido Demócrata pertenece a los
trabajadores y han iniciado una campaña para reconquistar la organización de
manos de los políticos profesionales que lo habían tomado bajo su control.
Todo parece indicar que
esa creciente movilización popular que se extiende por el país, donde los
jóvenes tienen un papel protagónico, no es solo una expresión de descontento
ante el triunfo de Trump y una proclama de resistencia a sus planes racistas,
sexistas y xenófobos. Es también el descubrimiento de que otro país es posible,
un país como el que Sanders perfiló con su ‘idea radical’: un nuevo tipo de
economía, que beneficie más a los trabajadores que a los millonarios. Un
salario mínimo de $ 50 por hora. Igualdad de remuneración para las mujeres.
Educación universitaria gratuita y pagada por el Estado. Seguro médico gratuito
y universal, por ser un derecho humano. Duros impuestos a los especuladores de
Wall Street. Más trabajo y educación y menos cárceles. Combate eficiente al
calentamiento global.
Sanders perdió ante
Clinton en su puja por la candidatura demócrata, pero parece proyectarse como
el ideólogo de una revolución política que empieza a tomar cuerpo entre el
pueblo estadounidense.
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