No nos engañemos,
Donald Trump es un hombre de extrema derecha como se ha señalado con abundante
efusión en los últimos meses y sobre todo en la semana más reciente. Aún así,
pienso que su victoria le da un respiro a la humanidad en términos globales, si
de la paz mundial y la distensión se habla, pero sobre todo si se compara su
propuesta con la de la señora Clinton.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Es muy pronto para
hacer vaticinios, sobre todo porque estamos ante un presidente que no viene del
establishment. Hubiera sido mucho más fácil prever la política exterior de
Clinton que era predecible al ser conocidas sus actuaciones como Secretaria de
Estado. Por el contrario, durante la campaña, salvo algunos “bombazos” propios
de cualquier contienda electoral, el discurso de política exterior del
candidato Trump estuvo impregnado de contradicciones y vacíos.
En particular pareciera
prematuro aventurar consecuencias para América Latina. Eso debería obligar a la
cautela en el análisis hasta determinar la magnitud de los cambios que se
anuncian, sobre todo en el mediano y largo plazo.
Vale decir que el nuevo
presidente ya confronta rechazo desde su propio partido: el influyente senador
John Mc Cain, representante de su ala más conservadora está en completo
desacuerdo con el anunciado acercamiento entre Estados Unidos y Rusia. Como
probablemente ese tema será el que modere el conjunto de medidas que se tomen
en materia de política exterior, no tendremos definiciones claras hasta que se
comiencen a ejecutar las primeras acciones. Por lo pronto, Trump ha reaccionado
nombrando a Mike Pompeo, otro recalcitrante ultra derechista como nuevo
Director de la CIA y en una movida que ha pasado relativamente de bajo perfil,
el presidente electo recibió en su oficina de la Trump Tower de Nueva York al
siempre presente (a sus 93 años) Henry Kissinger. Vale decir que en su último
libro titulado “Orden Mundial. Reflexión sobre el carácter de las naciones y el
curso de la historia”, publicado en 2014, el ex asesor de Seguridad Nacional y
ex secretario de Estado aseveró que “Un orden mundial de estados que afirman la
dignidad individual y el gobierno participativo, y cooperan internacionalmente
de acuerdo con reglas consensuadas, puede ser nuestra esperanza y debería ser
nuestra inspiración” y agrega más adelante “Estados Unidos necesita una
estrategia y una diplomacia que tengan en cuenta la complejidad del viaje: lo
remoto de la meta, así como la incompletud (sic.) intrínseca a las empresas
humanas con que se intentará alcanzarla”. Tal vez ese fue el mensaje que le dio
al Sr. Trump.
Con respecto a América
Latina, salvo sendas llamadas telefónicas a sus pares de México y Argentina, el
silencio ha sido la única señal, solo interrumpida por las amenazas con muros y
deportaciones. Por lo pronto redujo de los once millones señalados en campaña a
tres, sus expectativas respecto a aquellos inmigrantes susceptibles de ser
sacados del territorio estadounidense. Si eso se mantuviera así, tal vez
estaríamos ante la posibilidad de que la política exterior de los países
latinoamericanos y caribeños tenga que poner un mayor énfasis en la protección
de sus conciudadanos, tal como de alguna manera, ya lo han hecho México y
Ecuador.
Por lo pronto, el
resultado de los comicios en Estados Unidos ha generado gran ansiedad en
algunos países de América Latina y el Caribe, sobre todo en aquellos de
gobiernos que apostaron a la victoria de la candidata demócrata. Aunque como se
dijo al comienzo, es osado emitir predicciones respecto al futuro en este
ámbito, nos vamos a atrever a exponer algunas impresiones sobre los probables
temas de interés del gobierno Trump para la región, tomando en cuenta que
estamos hablando de un empresario, que además es el primer presidente de
Estados Unidos que no viene de la política desde que Dwight D. Eisenhower, un
militar, accedió a la más alta magistratura de ese país en 1953.
En esa calidad, Trump
ha demostrado ser pragmático en cuanto a la búsqueda de objetivos: para él lo
más importante es obtener beneficios, sin embargo coincidirá con sus
antecesores en que lo primordial, - por encima de todo- es el interés nacional
de Estados Unidos. La diferencia con quienes le antecedieron en el cargo radica
en que hasta ahora todos los presidentes estadounidenses han puesto el énfasis
en el poder militar para lograr ese objetivo. Pareciera que Trump va a hacer su
mayor apuesta en el área económica. En esto, coincidirá con China que basa su
poder y hace planes de futuro, a partir de su fortaleza económica, no la
militar.
En esa medida, es
previsible que Trump no agite banderas que no le signifiquen un provecho
concreto e inmediato. Esto es lo que
hace prever que parte importante de la política exterior de Estados Unidos se
base en sus países vecinos: México por su frontera terrestre y Cuba por la
marítima.
Trump denunció en su
campaña que los TLC y el TPP atentaban contra la economía de Estados Unidos por
lo que los rechazó y dijo que los revisaría. El tema de la deslocalización
industrial de empresas norteamericanas que se instalan en otros países para
obtener mayores beneficios y que establecen una “competencia desleal” con las
que permanecen en el país, pareciera ser el eje sobre el cual se articulará su
política económica. En esa medida, México, cuyas exportaciones a Estados Unidos
tendrían que pagar un gravamen de 35%, se pone en una situación de extremo
riesgo en sus perspectivas económicas. Más que el muro, lo verdaderamente
peligroso para México tiene relación con la probable revisión del Nafta.
La apuesta de Trump en
torno a eliminar este tratado, (o por lo menos revisarlo) tendrá consecuencias
gigantescas en el país azteca. Considerando que construir el muro es inviable,
toda vez que resulta complejo conseguir los US$ 8 mil millones que cuesta, una
alternativa sería esbozar “un muro virtual” controlado de manera exhaustiva a
través de drones. Por otra parte, Estados Unidos insistirá en la política que
viene desarrollando desde el año 2000, -con el advenimiento de Vicente Fox a la
presidencia de México- de “correr” su frontera sur hasta el linde divisorio
entre México y Guatemala, es decir a la frontera sur de México, para cargar a
este país de la responsabilidad principal en el control de la migración ilegal
proveniente de las regiones meridionales.
Otros países de América
Latina afectados, en caso de que Trump
cumpla su palabra de revisar los TLC, no
suscribir ningún otro, y no firmar el Acuerdo Transpacífico de Asociación
Económica (TPP), son aquellos que tienen TLC con Estados Unidos: Colombia,
Perú, Chile y Centroamérica. Al escribir estas líneas (18 de noviembre) el
desconcierto de la clase política de esos países, (sobre todo, Colombia, Chile,
México, Panamá y Perú) es evidente, sin que hasta el momento hayan podido
articular una opinión coherente respecto de su futuro económico, a consecuencia
de lo cual transmiten una total incertidumbre.
En el caso de Colombia,
Trump renovará el apoyo a las conversaciones de paz entre el gobierno y la
guerrilla, considerando el consenso global que ha logrado tal tema.
Con respecto a Cuba, es
muy probable que Trump elimine definitivamente el bloqueo, salvo que se vea
obligado a establecer acuerdos con los parlamentarios que representan al
reaccionario lobby cubano, por razones de correlación de fuerzas en el
Congreso. El apoyo recibido por Trump en los estados del sureste productores de
alimentos que han comenzado a tener un beficioso intercambio con Cuba jugará a
favor del fin del bloqueo y la continuidad en la normalización de las
relaciones. Finalmente se impondrá el pragmatismo de Trump frente al factor
ideológico que ha imperado en las relaciones con Cuba, el cual ha sido
tímidamente roto por Obama, en medio de muchos temores, por cierto, no alejados
de las contiendas electorales.
Con respecto a
Venezuela, Trump dará continuidad a la política seguida por Obama en sus últimos
meses de mandato de apoyar las negociaciones entre el gobierno y la oposición,
y simultáneamente seguir ejerciendo presión económica, política y diplomática a
fin de llevar al gobierno a una situación de debilidad de cara a las elecciones
de 2018. Pero, Venezuela no será una prioridad de la política de Trump, a
diferencia de lo ocurrido en el gobierno de Obama. Tal vez el único tema en
relación a Venezuela que ocupe parte de la agenda de Trump sea la influencia
que ésta ejerce en Centroamérica y el Caribe a partir de su agenda energética.
Estados Unidos quisiera para Venezuela, una salida tipo Macri, no le conviene
una tipo Temer, que genere una situación que a futuro no pueda controlar.
Estados Unidos necesita
una América Latina y el Caribe “sosegada”, para poder enfrentar sus problemas
globales de política exterior: Medio Oriente, Ucrania y el Mar de la China
Meridional y dentro de ello, revisar sus relaciones con China y Rusia y en
menor medida con Irán. Las decisiones que tome en este sentido, marcarán el
derrotero de su política exterior, en particular con América Latina.
Paradójicamente, la
victoria de Trump podría generar repercusiones positivas en la integración
latinoamericana, toda vez que podría acercar a los países con gobiernos de
derecha aliados de Estados Unidos que se verían directamente afectados por las
decisiones de política económica del nuevo presidente y otros que han adversado
la política exterior de ese país. Esta es una oportunidad, que deberían
aprovechar las élites para acercarse, pero sobre todo los pueblos para hacer
que los vínculos sean sólidos e irreversibles.
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