El martirio de los
jesuitas nos interpela para repensar y revitalizar sus contribuciones a la
filosofía y las ciencias sociales, como herramientas necesarias en el análisis
de los problemas que nos agobian actualmente, en los contextos de desigualdad,
exclusión, violencia, pobreza y desesperanza que caracterizan a toda
Centroamérica.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Ignacio Ellacuría (1930-1989). |
Recientemente se
conmemoraron 27 años del asesinato de los sacerdotes jesuitas Ignacio
Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Joaquín López y
López y Juan Ramón Moreno, acribillados a tiros en el centro pastoral del
campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) en San
Salvador, donde ejercían la docencia. El crimen fue organizado por altos mandos
del ejército salvadoreño y perpetrado por soldados del batallón Atlacatl, en la
madrugada del 16 de noviembre de 1989. La Comisión de la Verdad que investigó
los crímenes cometidos durante la guerra de 12 años en El Salvador (1980-1991),
estableció que el de los jesuitas constituyó un caso ilustrativo de la violencia
del Estado y sus agentes contra los opositores al régimen cívico-militar.
En su informe final, la
Comisión señaló que, pese a que era público y notorio el papel que desempeñaba
el rector Ignacio Ellacuría en la búsqueda de un acuerdo de paz que pusiera fin
al conflicto, las fuerzas armadas
salvadoreñas “solían calificar a la UCA como un refugio de subversivos” e identificaban a los jesuitas con el
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, debido a “la especial
preocupación que dichos sacerdotes tenían por los sectores de la sociedad
salvadoreña más pobres y afectados por la guerra”.
Tristemente, el legado
ético, político, espiritual e intelectual de los jesuitas, mártires en su opción preferencial por los pobres,
parece difuminarse y sumirse en el
olvido de las sociedades centroamericanas. No obstante, el pensamiento de las
víctimas de aquella infamia nos emplaza hoy con la misma fuerza –fuerza profética- que lo hiciera en los
terribles años del conflicto armado; más aún, puede iluminar nuestras búsquedas
en medio de la crisis civilizatoria por la que atravesamos, que es precisamente
la crisis de la civilización del capital,
tal y como la denunciara el padre Ellacuría.
En este sentido, cabe
recordar, como incitación para profundizar en sus ideas, las palabras del
rector Ellacuría en un discurso pronunciado en la ciudad de Barcelona, tan solo
diez días antes de su muerte, y al que tituló El desafío de las mayorías pobres. En aquel momento dijo: “Esta
civilización está gravemente enferma y […] para evitar un desenlace fatídico y
fatal, es necesario intentar cambiarla desde dentro de sí misma. Ayudar
profética y utópicamente a alimentar y provocar una conciencia colectiva de
cambios sustanciales es ya de por sí un primer gran paso. Queda otro paso
también fundamental y es el de crear modelos económicos, políticos y culturales
que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una
civilización del capital. Y es aquí donde los intelectuales de todo tipo, esto
es, los teórico críticos de la realidad, tienen un reto y una tarea
impostergables. No basta con la crítica y la destrucción, sino que se precisa
una construcción crítica que sirva de alternativa real”.
Esta civilización del trabajo no la concebía
regida por las lógicas y dinámicas “del capital y de la acumulación”, sino por
“el dinamismo real del perfeccionamiento de la persona humana y de la
potenciación humanizante de su medio vital del cual forma parte y al cual debe
respetar”. Y agregaba: “somos
partidarios de poner en tensión a la fe con la justicia. La fe cristiana tiene
como condición indispensable, aunque tal vez no suficiente, su enfrentamiento
con la justicia; pero a su vez, la justicia queda profundamente iluminada desde
lo que es la fe vivida en la opción preferencial por los pobres”.
Han pasado los años y
el reto lanzado por Ellacuría a los intelectuales, especialmente a los
centroamericanos, todavía sigue latente: las mayorías pobres nos desafían día
tras día, abandonados a su suerte como están, y evidenciando la vergonzosa
deshumanización a la que hemos llegado.
A casi tres décadas de
la masacre de la UCA, y con el reclamo
todavía pendiente de verdad y justicia para que se juzgue a los autores
intelectuales y materiales de esa barbarie, el martirio de los jesuitas nos
interpela para repensar y revitalizar sus contribuciones a la filosofía y las
ciencias sociales, como herramientas necesarias en el análisis de los problemas
que nos agobian actualmente, en los contextos de desigualdad, exclusión,
violencia, pobreza y desesperanza que caracterizan a toda Centroamérica. Así
ayudaremos a que, entre nosotros y con nosotros, ellos sigan viviendo y
construyendo la civilización de la
pobreza llamada a subvertir a la decadente civilización de la riqueza.
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