Como sucede cuando el
cauce de un río desemboca en el mar y se encuentran corrientes encontradas
provocando remolinos, así las diferentes fuerzas que corren en la sociedad
latinoamericana provocan en los movimientos sociales turbulencias. Las
aguas del cambio en la región son turbulentas. Lo seguirán siendo durante
varios años. Democracia y poder popular seguirán siendo ideas-fuerza
clave para navegar en medio de este torbellino.
Una
democracia con los bolsillos vacíos
En la década de los
80 del siglo pasado, América Latina emergió de los días oscuros de la dictadura
militar con la esperanza de que la democracia traería la justicia social.
No fue así. Obligados a aceptar las doctrinas de libre comercio del
consenso de Washington, los gobiernos débiles y mal preparados que llegaron al
poder subastaron los recursos públicos a precios de ganga, y quedaron atrapados
por la lógica y los intereses del capitalismo global.
La élite se benefició,
mientras que la mayoría de la población no ganó nada. El empleo apenas
creció, los salarios del sector público se "reajustaron", y la
pobreza aumentó de forma espectacular. Los trabajadores sufrieron una
doble desventaja: el costo de mano de obra mayor a la de sus homólogos chinos,
y una menor educación que los europeos del Este.
Entre los saldos
verificables que arrojó la entrada de América Latina en la globalización
neoliberal, de la mano de la democracia procedimental, está el de la polarización
social. El neoliberalismo profundizó la segmentación e hizo evidente que no
eran con las viejas clases políticas que ésta podría resolverse la desigualdad.
Insertos débil y mal en la economía mundializada los países del área se
dividieron internamente entre una elite que se benefició de esa inclusión y las
amplias mayorías que quedaron fuera de ella.
El fin de los regímenes
autoritarios y de la transición hacia la democracia en América Latina coincidió
con la reivindicación del libre mercado como escuela de virtud. Con ella,
llegó la hora de sustituir la política por el mercado, la administración
pública por el manejo gerencial, la ciudadanía por los consumidores, la
atención a la pobreza por la rentabilidad social. El llamado a “reinventar”
el gobierno trasladó mecánicamente la ideología de la empresa privada a las
políticas públicas. Lo empresarial se convirtió así, al margen de
cualquier evidencia, en sinónimo de un gobierno eficiente, moderno, no
burocrático, no corrupto y responsable.
Una nave que se hunde
Muy pronto, los efectos
de esta desastrosa gestión gubernamental se hicieron sentir en la realidad.
La transgresión de lo público por parte de los intereses privados
polarizó las sociedades latinoamericanas. Y lejos de ayudar a mantener la
cohesión social, desmantelar lo público para abrir sus competencias y funciones
a lo privado, la fragmentó aún más.
Disminuida la legitimidad
política nacional por el reino del mercado y la práctica abdicación de las
funciones redistributivas y asistenciales del Estado, y erosionada la figura
del Estado-nación por la apología de la globalización, la identidad nacional de
los sectores populares se disoció del Estado. Los sectores más pobres de
la sociedad construyeron una identidad propia apartada de la identidad nacional
del Estado. Se produjo una profunda crisis de representación política:
los partidos tradicionales dejaron de representar a la ciudadanía, y los
políticos que reemplazaron a los militares agotaron rápidamente su credibilidad.
Para sectores importantes
del movimiento popular, quedó cada vez más claro que el gobierno no era una
empresa y la administración pública no era sinónimo de gestión privada.
Las lógicas de lo privado y lo público son distintas. Lo privado
priva, excluye; lo público considera el interés general. Lo público no
puede gestionarse con la lógica de lo privado; no es un cliente al que hay que
venderle un bien o un servicio. Poner al frente de lo público los
intereses privados es desnaturalizar su función.
Surgieron así
multitudinarias expresiones de descontento social que reivindicaron el espacio
público en oposición a la privatización de los recursos naturales. La
fuerza integradora de la vieja identidad nacional se reformuló ante el empuje
de las reivindicaciones étnicas y regionales que convocaron y sumaron a los
excluidos.
Este fue el contexto en
el que la izquierda llegó al gobierno en algunos países. Las
movilizaciones de masas que derribaron presidentes, desafiaron la hegemonía de
Estados Unidos, frenaron el ALCA, detuvieron la privatización de empresas
estatales y de recursos naturales, construyeron un nuevo sentido de identidad
forjado en las demandas étnicas y regionales, y la unidad de los excluidos y
marginados. En su horizonte estaba la construcción de poder popular.
Antes de las victorias electorales, la nueva izquierda había obtenido una
victoria cultural.
Poder popular
Desde la década de los
setenta del siglo pasado, una enorme variedad de movimientos sociales y
políticos han reivindicado la necesidad de construir el poder popular como un
elemento central en la lucha por la emancipación social. Sin embargo, no
hay una definición única de este concepto, pues con él se describen propuestas
y realidades políticas distintas. Su alcance y significado es diferente,
dependiendo de los países y los movimientos que lo reivindican.
Aunque, el concepto se
refiere en lo esencial a los espacios de poder autónomo creados por los
sectores subalternos, que cuestionan el orden imperante, practican la democracia
participativa y son una especie de laboratorio en la creación de otra sociedad,
en los hechos, su uso varía enormemente. No son lo mismo los órganos de
poder popular en Cuba, que las Juntas de Buen Gobierno zapatistas, las fábricas
ocupadas en Argentina, los Consejos Comunales en Venezuela, las policías
comunitarias de Guerrero, o la experiencia del Cauca colombiano.
En unos casos, el poder
popular se reivindica como una vía para generar una fuerza contrahegemónica por
afuera de los espacios de la política institucional. En otros, es parte
de procesos de transformación de Estados en disputa. En algunos más, se
concibe como instrumento para democratizar la democracia procedimental.
Distintas formas de poder
popular han surgido a lo largo de los últimos veinte años en el continente,
asentados en los territorios de pueblos indígenas en proceso de reconstitución
como pueblos o naciones, de grupos campesinos en defensa de sus tierras y
recursos naturales, y de movimientos urbano-populares en las periferias de
grandes ciudades.
El concepto de poder
popular da cuenta de cómo nuevos sujetos históricos se han ido construyendo
alrededor de la resistencia al despojo del territorio, la autogestión y la
autonomía y la autodefensa.
Con mucha frecuencia, la
estrategia de construir poder popular es reivindicado por quienes dentro de la
izquierda consideran que es absolutamente insuficiente para transformar un país
ganando los gobiernos por la vía electoral.
A su manera, el debate
sobre el papel del poder popular en la construcción del socialismo en América
Latina reedita la discusión que dividió al movimiento obrero después de la
revolución rusa entre comunistas y socialdemócratas. El poder popular
ocupa hoy el papel que en aquel entonces se le asignó a los consejos obreros
como vía para la extinción del Estado.
Gobiernos progresistas,
movimientos sociales y democracia
Los gobiernos
progresistas del hemisferio intentaron una reconstrucción de la arquitectura
del poder y la geopolítica regional, basada en el rechazo de las políticas de
la Casa Blanca y el surgimiento de nuevos procesos de integración hemisféricos.
Elemento central de esta
redefinición fue la demanda del control nacional de los recursos naturales —que
produjo grandes conflictos con las multinacionales—. Hoy los estados
tienen un mayor control sobre los recursos. Sin embargo, algunas
organizaciones sociales e indígenas han criticado a los gobiernos por basar sus
estrategias en un modelo "extractivista", modelo en el que América
Latina sigue siendo uno de los principales productores y exportadores de
materias primas.
Estos desafíos desde la
base sobre el modelo de explotación de los recursos naturales chocan con la
necesidad de los Estados populares de contar con recursos para combatir la
pobreza, construir infraestructura e impulsar el desarrollo.
La extracción de los
recursos naturales trajo nuevos ingresos al continente. Los nuevos
gobiernos los utilizaron para financiar programas sociales y para combatir la
pobreza. Pero en algunos de esos países, no hubo un cambio de fondo en la
transformación del Estado.
América Latina es la
región del mundo en el que se están produciendo el mayor número de cambios y
los de mayor profundidad a favor de un orden posneoliberal. Raúl García
Linera describía el proceso de transformación que se vive en Bolivia como el
intento de cambiarle el motor a un automóvil en marcha. Sin embargo, la
transformación social en curso aún no ha producido resultados definitivos.
Las disputas sobre el papel del Estado y la dirección de la integración
regional y la política de desarrollo no han sido resueltas.
Peor aún, a América
Latina le llegó la era de los golpes de Estado “blandos. El ciclo comenzó
en 2009 en Honduras, se siguió en 2012 con Paraguay y tuvo su última estación
de llegada en Brasil en 2016. En Venezuela, las intentonas de dar un
golpe de mano no han parado desde 2002. La pretensión de los gobiernos
progresistas de forjar un área autónoma de los Estados Unidos y privilegiar
relaciones con China ha sido sancionada.
En medio de estos golpes
“blandos”, del avance de una nueva derecha y de sus propias limitaciones, los
movimientos populares en Latinoamérica se mueven y responden. Sin
exagerar, puede decirse que se encuentran en una situación límite. En
ellos están presentes tanto la voluntad de convertirse en un nuevo poder
constituyente como la réplica de antiguas prácticas clientelares y
corporativas, pero ahora justificadas por una envoltura de izquierda.
Como sucede cuando el
cauce de un río desemboca en el mar y se encuentran corrientes encontradas
provocando remolinos, así las diferentes fuerzas que corren en la sociedad
latinoamericana provocan en los movimientos sociales turbulencias. Las
aguas del cambio en la región son turbulentas. Lo seguirán siendo durante
varios años. Democracia y poder popular seguirán siendo ideas-fuerza
clave para navegar en medio de este torbellino.
Luis
Hernández Navarro es un periodista y escritor mexicano.
Coordinador de Opinión del diario La Jornada. Sus últimos
libros son Hermanos en armas - Policías comunitarias y autodefensas- y La
novena ola magisterial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario