Ni Hillary Clinton ni Donald Trump ofrecían a América Latina una
política imperial distinta. Clinton expresaba la continuidad de la globalización
financiera neoliberal inaugurada por Ronald Reagan (1981-1989) e impulsada, de
distintas formas, por los sucesivos presidentes norteamericanos.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El
Telégrafo (Ecuador)
El modelo económico implantado en EE.UU. también llegó a América
Latina de la mano del capital transnacional, la deuda externa y los
condicionamientos del FMI. Ocasionó un verdadero desastre regional:
concentración de la riqueza (América Latina pasó a ser la más inequitativa del
mundo), buenos negocios empresariales pero sin responsabilidades sociales ni estatales,
desborde del consumismo, corrupción, debacle del Estado y los servicios
públicos, desnacionalización y reprimarización de las economías, deterioro
sistemático de las condiciones de vida y trabajo de la población, auge de la
protesta social, hegemonía política de las derechas e ingobernabilidad.
Pero lo que se ocultó en los grandes medios de comunicación privados y
en la propaganda global es que algo parecido ocurría en EE.UU. De modo que el
triunfo de Trump ha sido una reacción contra el “establishment” que deterioró
la economía industrial y productiva interna, endeudó al país, afectó obras y
servicios públicos, incrementó la pobreza y el desempleo, marginalizó a otros
segmentos de la población media y baja, pero enriqueció, como nunca antes, al 1%
de la sociedad.
El gran capital, los medios de comunicación y los financistas que
apoyaron abiertamente a Clinton han quedado descolocados. Trump movilizó el
nacionalismo blanco, anglosajón, puritano, “golpeado” por décadas de
neoliberalismo financiero. Por ello reivindica la recuperación del país
perdido; cuestiona los tratados de libre comercio y apunta al proteccionismo;
observa la pérdida de la hegemonía norteamericana ante el avance de China y
Rusia; intuye el despilfarro económico en las guerras de intervención en los
países musulmanes y petroleros; ilusiona con la necesidad de devolver a EE.UU.
su tradicional primacía.
Nada asegura que Trump siga un camino distinto al de la globalización
neoliberal. Pero en los propios EE.UU. su voz crítica es una señal hacia el
futuro, en coincidencia con el Brexit británico y hasta en la línea igualmente
crítica que impulsó Bernie Sanders al tratar de alcanzar la nominación
demócrata a la presidencia, en competencia con Hillary Clinton.
Sin embargo, si realmente Trump lograra dar pasos “antineoliberales”,
crecerían las oportunidades para el cuestionamiento de América Latina al modelo
empresarial-neoliberal que reviven los gobiernos de Argentina y Brasil, y que
inspiran a las candidaturas de la oposición de derecha en Ecuador para la
presidencia de 2017, en claro intento por restaurar esa política económica
fracasada.
El lado más peligroso está en el Trump “populista”, amenazador contra
Cuba y Venezuela, pero también contra México o los migrantes, que, junto al nacionalismo
interno, puede reanimar el intervencionismo en América Latina, al estilo del
“cowboy” Theodore Roosevelt (1901-1909).
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