Alienados con las redes sociales, con la cabeza gacha ante la pantalla del teléfono celular, con cada vez menos certezas de dónde empieza y dónde termina la verdad, nuestros países seguirán estando en manos de la manipulación de los que estos personajes son expertos y a quienes, después, no se les piden cuentas.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Cada vez que se produce un triunfo electoral en América Latina, sale a relucir algún “estratega” clarividente artífice de la victoria. Serían profesionales con una capacidad extraordinaria para sentir el pulso de las masas, para reconocer sus deseos ocultos, pero también para crear universos ideáticos que, para decirlo con palabras que ellos no acostumbran a utilizar, embaucan al electorado a través de la manipulación de sus frustraciones, enojos y carencias, encauzándolas a favor de unos y en contra de otros.
Parten de la idea básica según la cual las masas son manipulables, que se pueden orientar como un rebaño de ovejas azuzado por un perro pastor que con sus ladridos lo hacen moverse al unísono hacia donde se deseé.
Se trata de personajes duchos en el manejo de la publicidad y en el uso y lectura de las redes sociales, pero también en su manipulación; también de los algoritmos que interpretan e inducen nuestras preferencias, y se asocian con quienes comandan ejércitos de bots y netcenters que llevan al rebaño hacia la meta que se han trazado, que en este caso es la victoria de quien les paga.
El último de estos especímenes que ha salido a la luz, y a quien como es usual se le atribuyen cualidades de mago o genio, es el asesor de Javier Milei, Santiago Caputo, quien (¡oh casualidad!) es pariente del actual ministro de economía Luis Caputo -el mismo que inmediatamente después de las elecciones salió por televisión en vídeo pregrabado a anunciarle a los argentinos que si las cosas iban mal hasta entonces, ahora irían peor- y de Nicolás Caputo, conocido como el “hermano del alma” del expresidente Mauricio Macri.
Este otro Caputo, Santiago (a quien por ser más joven que los otros dos mencionados llaman Santiaguito) que ha sido mencionado por el eufórico Milei como “el arquitecto” de la victoria de la Libertad Avanza, es un personaje que se ha convertido también en objeto de atención por los tatuajes de la mafia rusa y anticomunistas que cubren su cuerpo, y como todos sus congéneres, se mueve en diversos países de la región ofreciendo sus servicios de asesor tanto a empresas privadas como a candidatos inmersos en procesos electorales; en este caso, asesoró candidatos y empresas en Chile, Uruguay, Paraguay y El Salvador. Es decir, al mejor postor.
Si algo tienen que tener estos asesores es falta de escrúpulos. Entienden que lo que tienen en sus manos es un “producto” que tienen que vender, como una Coca Cola por ejemplo, y como todo producto deben inducir a su consumo independientemente de sus cualidades reales.
El ejemplo que he usado -el de la Coca Cola- no es casual. En Costa Rica, el asesor equivalente al Caputo que nos ha ocupado hasta ahora, Iván Barrantes, dijo que él había vendido al candidato ganador de la contienda electoral de 2014, Luis Guillermo Solís, como si hubiera sido una Coca Cola. Al igual que Caputo ahora, Barrantes fue llevado a la casa presidencial como asesor de comunicación, y quedó en el mundillo político costarricense como un gurú que recurrentemente es llamado para que refuerce equipos de personajes con pocas posibilidades de éxito.
Un caso parecido es el del Víctor López, español que asesoró la campaña de Nayib Bukele en El Salvador en 2019, y que después no tuvo empacho en pasarse al otro lado de la frontera para hablar al oído Rodolfo Hernández, quien también salió electo presidente en Honduras y ahora cumple condena por lavado de dinero del narcotráfico en Estados Unidos, lo cual no es problema para el asesor quien se caracteriza como “una persona noble, humilde, muy trabajadora, que cumple con su palabra y que simplemente pretende hacer de este mundo un lugar mejor a través de la comunicación y la política”.
Alienados con las redes sociales, con la cabeza gacha ante la pantalla del teléfono celular, con cada vez menos certezas de dónde empieza y dónde termina la verdad, nuestros países seguirán estando en manos de la manipulación de los que estos personajes son expertos y a quienes, después, no se les piden cuentas. De seguro eso pasará con Santiaguito cuando las cosas se pongan peliagudas en Argentina.
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