El domingo 5 de mayo se desarrollarán las elecciones generales en Panamá para escoger diputados, alcaldes, representantes de corregimientos y, sobre todo, al que será el próximo presidente o presidenta del país.
Pedro Rivera Ramos / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para este último cargo ocho candidatos se disputan la silla presidencial, cinco pertenecientes a partidos políticos y tres por lo que se ha dado en llamar la libre postulación. Casi todos en sus programas y propuestas aseguran en lo esencial, tener la disposición, conocimientos y voluntad necesarias para resolver los principales problemas que aquejan al país, sin que ello suponga en lo más mínimo, pasar a cuestionar la viabilidad del modelo neoliberal desgastado y agostado vigente y que solo sirve hoy para vender falsas ilusiones entre la población panameña. Asimismo, con una facilidad extraordinaria y sin sonrojarse siguiera, van repartiendo promesas en cuanto foro, comunidades, entrevistas y reuniones participan o asisten, a sabiendas todo lo descabelladas que muchas son y cuán difíciles son de cumplirlas.
En marzo del 2004 publiqué el artículo “De promesas electorales a la decepción permanente”, donde comentaba sobre las elecciones presidenciales de ese año; releyéndolo ahora, creo que podría publicarlo casi íntegramente. Tanto mis juicios, observaciones y advertencias de ese entonces, se mantienen vigentes, del mismo modo que veinte años después, volvemos a constatar cómo, entre los políticos de ahora resucitan las mismas y viejas mentiras que han usado siempre para embaucar a todo un pueblo. En aquella ocasión señalábamos con relación al debate presidencial del 2 de febrero de 2004, lo siguiente:
“El "debate del pueblo" demostró, una vez más, que es evidente que nuestros partidos políticos están inmersos en una crisis de credibilidad que se profundiza con velocidad asombrosa. Resulta frecuente ver en nuestro medio, sin el menor asomo de análisis, la reproducción por parte de los políticos profesionales de formas y conductas políticas propias de otras latitudes y, muy ligadas estrechamente, a la crisis o desgaste que padece la democracia representativa en gran parte del planeta. Junto al discurso vacío, insustancial, sin mensaje creíble o saturado de promesas fantasiosas, prevalece la estrategia electoral basada en conceptos mercadológicos y diseñada por consultores foráneos, siempre empeñados en el renombrado "manejo de imagen", e identificando a los electores o votantes como "clientes" y a las propuestas de los candidatos como sus "ofertas".
Y sí, esa crisis de la cultura política y del sistema de partidos políticos, que se manifiesta principalmente en su pérdida de representatividad y legitimidad, se mantiene y se ha agudizado aún más, en la misma medida que el Estado se debilita y se torna cada día más ineficiente. De modo que las formas convencionales de la política están en crisis no solo en Panamá, sino en casi todo el mundo y en el seno de las sociedades, hay en marcha un proceso de reorientación política, marcado, sobre todo, por una creciente desconfianza de los ciudadanos con la agenda de las clases dominantes y la aparición de nuevas formas de participación en la política.
En efecto, el deterioro del sistema político prevaleciente, se está manifestando con el surgimiento de nuevos tipos de movimientos y expresiones ciudadanas de participación, con la erosión de las instituciones, con el crecimiento de la corrupción, de la violencia y la criminalidad, de los problemas del hábitat, de la migración y hasta del racismo. También se observa que muchos programas de los partidos políticos marchan muy rezagados, con relación al abordaje efectivo y actualizado de los problemas juveniles, de la comunidad LGBIT+, de los grupos feministas, ecologistas, de desarrollo sostenible y de la crisis climática. Muchos de ellos son evitados, otros juzgados con tibieza, desconocimiento y razonamientos que parecen traídos del medioevo. De esa forma casi todos los candidatos presidenciales en Panamá, resultan ser expresiones de la nueva derecha que recorre el mundo, de esa que representa el verdadero conservadurismo que defiende la familia tradicional y rechaza el aborto de las mujeres.
Las formas tradicionales de expresarse políticamente cada día están, por tanto, más cuestionadas; aumentando el abstencionismo electoral, la desafiliación y el apoliticismo. El electorado está comprendiendo cada vez más rápido, que en los marcos de la democracia representativa no participa directamente en la solución de sus principales problemas sociales y económicos. Hay mucha desilusión, desencanto y desesperación, con el modelo económico donde son los ricos y las grandes empresas, las que determinan el rumbo de los gobiernos, donde lo primero que importa es el lucro empresarial y sus grandes beneficios. De allí que poco importa el combate real de la corrupción, la impunidad y el tráfico de influencia.
Hoy muchos partidos políticos han dejado de ser organizaciones basadas en una ideología definida, para convertirse en grupos o entidades sin ideología. Esa forma de organizar a una parte de la sociedad en partidos políticos que surgiera en el siglo XVIII, en la actualidad están respondiendo más a los intereses de sus financiadores y donantes, que a las necesidades de los electores. Por eso está desapareciendo con rapidez la confianza y la esperanza que en ellos otrora se depositaba, con la misma velocidad que va creciendo el número de candidatos independientes, provenientes de sectores tan disímiles de la sociedad y no de las tradicionales fuerzas políticas organizadas: artistas, deportistas, personajes de la farándula, millonarios y hasta periodistas. Por otra parte, también se está experimentando una creciente irrupción en el escenario político, de personajes con planteamientos irracionales y otros que solo los reducen a una lucha ideológica y arengas contra los sectores progresistas, que tildan de inmediato de “izquierdas”. Lo cierto es que cuando la gente está cansada de sufrir por culpa de la sucesión de pésimos gobiernos, está dispuesto a escuchar y hasta creer en cualquier propuesta absurda.
En realidad, los partidos políticos tradicionales no están para transformar la sociedad, no son agentes de cambio, sino que su principal misión cuando alcanzan el poder, es la de administrar la nave del Estado en beneficio de sus benefactores e intereses corporativos, garantizando, principalmente, que el presupuesto nacional pueda ser repartido a su gusto por las clases dominantes. Esta realidad viene a poner de manifiesto una vez más, que el verdadero poder no está ni descansa en el Estado. Por eso las personas se sienten cada vez menos representadas por esas organizaciones y el desinterés político comienza a extenderse como pólvora.
En Panamá esa profunda crisis de los partidos políticos tradicionales, se está mostrando con claridad en estas elecciones presidenciales, a través de la pobreza de sus mensajes, la ausencia de creatividad propagandística, su apoyo solapado a la continuación de la explotación minera y en las promesas carentes por completo de bases reales para cumplirse, porque siguen confiando en el clientelismo político y que cuentan con el elector que no piensa cuando vota o el que solo piensa en lo que le dicen que piense. Aunque esa situación parece estar cambiando, cuando ya los pueblos se están resistiendo a votar por sus verdugos, por los ladrones de ayer, que les roban hoy y lo seguirán haciendo mañana. Por eso crece la conciencia de que hay que votar por los que conocemos, por los que son verdaderamente como nosotros.
Todos los candidatos presidenciales coinciden en que la corrupción es uno de los principales problemas del país y que una de sus tareas primordiales será combatirla a todos los niveles y en todos los sectores. Sin dudas, que la corrupción generalizada en la gestión pública panameña, puede servir para explicarnos perfectamente la persistencia de los problemas principales de nuestra sociedad. Eso lo experimentó la población panameña en fecha muy reciente, durante las protestas contra el contrato minero, cuando las clases y sectores dominantes sacaron todo su arsenal disponible, para tratar de imponerlo a toda costa, a pesar de la violación de más de 25 artículos de la constitución nacional. Ahora ha vuelto a ponerse de manifiesto con el escandaloso asunto de los auxilios económicos, vergonzosa forma de estafa que parece reservada en su totalidad, para los amigos y familiares del gobierno, poderosos empresarios, familiares y recomendados de diputados oficialistas, principalmente. A esta forma de latrocinio de los fondos públicos hay que sumarle las que aparecen muy de moda en estos tiempos electorales y que describimos su significado casi al final de nuestro artículo del 2004:
“Las donaciones a las campañas electorales, muy común aquí como en otros países que pretenden ser ejemplos de honestidad gubernamental en el hemisferio, resultan la prueba más contundente que la corrupción es un rasgo intrínseco del sistema político vigente, y de que las promesas electorales de los candidatos a la presidencia, en el sentido de combatirla o eliminarla una vez accedan a la máxima magistratura del país, es simple y llanamente, una decepción anticipada o un preludio de una decepción más. Ya veremos nuevamente las sospechas o las certezas que levantan; nombres, empresas o sociedades registradas como donantes en el partido político vencedor y, vinculados luego, a licitaciones, obras o exoneraciones inauditas”.
Debemos confesar que cuando faltan escasas semanas para el torneo electoral presidencial, nos vuelve a invadir el pesimismo que reflejamos en un artículo titulado “Solo un gobierno neoliberal más”, publicado a tan solo ocho meses del inicio de gestión del gobierno de Cortizo, en marzo de 2020. En esa ocasión decíamos:
“No obstante, y pese al riesgo de que se nos tilde de pesimistas o aguafiestas, porque solo han transcurrido poco más de ocho meses de este nuevo gobierno, a juicio nuestro este será, indudablemente, solo un gobierno neoliberal más. Basta para saberlo, no en lo que dicen, sino en lo que no dicen. Ninguno de los grandes males que por décadas han venido aquejando a la Nación, serán abordados con la seriedad y la decisión que los mismos exigen. Aquí habrá continuidad y no ruptura, con una visión de país, de seguridad jurídica, de paz social y de hacer negocios, plenamente congruentes con los intereses del capital, las transnacionales y las élites económicas y políticas locales.
Tampoco esperemos cambios o transformaciones profundas en el sector agropecuario y minero, en la atención de la salud y la educación, en las negociaciones o renegociaciones de tratativas librecambistas, en las relaciones exteriores, en la protección del ambiente y los recursos naturales, en el combate efectivo a una corrupción que cada día se lleva una parte creciente, de los ingresos de todos los panameños”.
Esa crisis de la cultura política y del sistema de partidos políticos tradicionales, no es ajena en lo absoluto de las que atormentan en la actualidad al capitalismo y a la democracia liberal, que han dejado de ser vistos como estructuras eternas y que, desde hace mucho tiempo, han extraviado para siempre ese relato eufórico, que prometía un futuro donde todos íbamos a vivir felices.
El sistema capitalista es un tipo histórico de sociedad, que padece un agotamiento estructural evidente en su etapa senil y que ya puede ser considerado un fracaso civilizatorio irreversible, porque allí, o la economía crece irremediablemente de forma exponencial o se muere. Así de inevitable es. Eso explica porqué, si consideramos los recursos finitos de la naturaleza, no hay duda que la sociedad actual es insostenible, injusta e inviable en el tiempo; situación que debe obligarnos a renunciar a la idea de que el desarrollo solo está ligado al progreso material, cuando es indudable que nos acercamos peligrosamente a un desenlace en el desarrollo de las fuerzas productivas, que puede ser apocalíptico.
Por tanto, a la humanidad le urge conseguir un equilibrio ecológico en el planeta que garantice la vida sobre la Tierra; objetivo que solo será posible construyendo una sociedad diferente al capitalismo salvaje y neoliberal actuales, porque la acumulación inherente al capitalismo es incompatible con el paradigma de la sostenibilidad y la ecología.
Por ello, en nuestro país se comienza a comprender cada día mejor la necesidad de construir con paciencia un movimiento popular, plural y muy arraigado en la sociedad, que tenga en la centralidad de su programa emancipador el principio de la igualdad. Así también contemple la necesidad de democratizar el Estado y la economía nacional. Propugnar por transformaciones que alteren la actual correlación de fuerzas en el seno de la sociedad panameña. Se trata, en definitiva, de construir un proceso estratégico a largo plazo, que elabore un programa común de gobierno donde prevalezca la fusión y síntesis de las reivindicaciones, mediante una política de alianzas real entre las fuerzas populares y progresistas, que coincidan en el propósito final: sustituir el modelo económico, social y cultural prevaleciente por uno que no esté orientado por el interés privado únicamente.
Una de las principales tareas que deberán acometer con prontitud las fuerzas progresistas panameñas, es la definición del carácter de la estrategia defensiva y reorganizar el campo popular y social, porque es evidente que aunque carecemos de las estructuras organizativas apropiadas para enfrentar las políticas venideras, los próximos gobernantes están considerando la supuesta necesidad de reiniciar la explotación minera, como parte de las salvajes políticas de ajuste económico que creen necesarias y las limitaciones financieras reales del presupuesto nacional del 2024. Entre los candidatos más osados, figuran los que ya se han planteado cómo neutralizar o controlar políticamente las resistencias y movilizaciones sociales, populares y ciudadanas contra la minería, junto al intento permanente de criminalizarlas y hacerlas responsables de todo el desastre económico que deja como legado el desgobierno de Cortizo.
Ciertamente muchas de las fuerzas populares y sociales de nuestro país están fragmentadas, debilitadas, y hasta cierto punto, han tenido que soportar un ataque virulento de deslegitimación. Sin embargo, tenemos la urgencia de construir un discurso que no solo demuestre que nuestro proyecto es viable, sino que sirva para derrotar a los que tratan de legitimar el proyecto neoliberal actual, basándose en que representamos una propuesta impositiva de una nueva forma de vida y en los efectos negativos de lo que en su momento se llamó socialismo. Asimismo, estos tiempos están demostrando que no podemos seguir aferrados al proletariado como el sujeto revolucionario; ningún daño nos hará pensar de otro modo, pero sin que ello suponga renunciar a la utopía de un mundo mejor.
La rebeldía y el activismo juvenil del París de 1968, ha cambiado muchísimo en estos días. Es muy fácil encontrarla hoy identificada con las propuestas de derecha y de la extrema derecha. Eso ha sucedido en casi todo el mundo, en parte, porque hemos permitido que esa derecha y sus organizaciones se apropien de la narrativa y hasta del futuro. Ese terreno se lo hemos cedido sin pelear y defenderlo. Allí estamos fallando por atraer a los jóvenes hacia nuestros proyectos, mientras ellos sucumben en las redes sociales, a la ideología consumista y a otros mecanismos seductores banales muy exitosos en el trabajo de cooptación.
En cierta forma, mucha culpa nos cabe porque no hemos sabido ni escuchar ni comprender a los jóvenes actuales. A los que militamos en la resistencia hegemónica nos ha invadido un estilo de institucionalidad hacia el Estado, hacia el fortalecimiento del patriarcado y caudillismo vigentes. Así también nos ha faltado la rotación en las responsabilidades, priorizar y ejercer continuamente la autocrítica, reconocer el valor de los modos y estilos nuevos entre una juventud distinta, abandonar la firme creencia de que los viejos no nos equivocamos y el desprecio real que sentimos por el relevo generacional, por mucho que nos esforcemos por negarlo.
En Panamá, como en tantas otras latitudes, existe una juventud muy asociada con las redes sociales que fue golpeada duramente por las medidas draconianas de la pandemia y el confinamiento que la condujo a una mayor exclusión económica y social. Esa juventud está hoy a merced del manejo manipulador de los asesores foráneos de algunas campañas presidenciales y tal vez de empresas como la inglesa Cambridge Analytica, acusada de influir en los resultados electores para la presidencia estadounidense en el 2016 o la empresa israelí Team Jorge, que dirigida por un ex oficial del ejército de Israel, asegura haber manipulado más de una treintena de procesos electorales en todo el mundo.
Otra de las particularidades que están definiendo el proceso electoral panameño, es la confesión de algunos candidatos presidenciales, de su peligrosa admiración por los métodos y propuestas, por un lado, del presidente salvadoreño Nayib Bukele y por el otro, del presidente argentino Javier Milei. Poco les preocupa que ambos presidentes son acusados dentro como fuera de sus países, por su talante autoritario y dictatorial. Y es que parece increíble que hoy la democracia liberal esté amenazada por una derecha y extrema derecha, que no titubea principalmente en sus discursos y posturas políticas y electorales, en desconocer su importancia y valor. Así, nada mejor, parece ser el mensaje, que contar con un presidente autoritario o con ínfulas de dictadorzuelo, donde uno de ellos ya ha convencido a grandes sectores de la sociedad, que no tiene ninguna importancia que se politice la lucha contra las pandillas, siempre que eso ayude a criminalizar las protestas y las pocas disidencias.
La seguridad ciudadana se ha convertido en uno de los principales problemas de los países. En El Salvador, todo el modelo Bukele se reduce a una narrativa de seguridad y miedo a las pandillas, desde una perspectiva puramente punitiva, consiguiendo que los otros problemas sociales estructurales, sean subestimados y se cedan derechos que costaron tanta sangre en esa nación. Por ello que, en El Salvador, el encarcelamiento de los miembros de las bandas delincuenciales juveniles ha sido prioritario. Este alivio para el ciudadano salvadoreño, hace que los otros problemas pierdan parte de su importancia y significado. Habrá muchos aquí como allá, que creen que mientras las calles y los barrios estén libres de maleantes, mejor para la sociedad y la democracia.
En el otro extremo de los presidentes latinoamericanos que han despertado alguna admiración entre los candidatos a la silla presidencial en Panamá, está el argentino Javier Milei. El mismo que se comporta como un fanático peligroso, que a decir del prestigioso sociólogo Atilio Borón, fue una construcción mediática prolijamente planificada, donde su elección parece ser una respuesta a los que ya cansados votan contra los otros y no a favor de nadie. Este presidente está muy lejos de ser un ejemplo de mandatario para otro país, cuando asegura que todos los días habla con sus cinco perros (son 4 porque hace años murió uno), cuando confunde el soccer con el futbol en una nación donde ese deporte es pasión y religión y termina deslumbrándose al conocer al multimillonario Elon Musk, con la misma fascinación que lo haría un fan cualquiera ante un famoso artista, solo que, en este caso, el rostro del argentino tiene para el magnate, la forma de invaluables depósitos de litio. Por eso mucha decepción les aguarda a sus admiradores del patio panameño, cuando su proyecto “libertario” comience a explotar por toda la Argentina.
Finalmente, todo parece indicar que las elecciones presidenciales en Panamá se van a dirimir, entre candidatos proclives a restablecer las operaciones de la mina de cobre a cielo abierto en el distrito de Donoso, provincia de Colón. Por eso le tocará al pueblo fortalecer sus organizaciones y prepararse para las protestas pacíficas y cívicas, contra el colonialismo minero que se nos quiere imponer. Afortunadamente, esta vez, las fuerzas sociales y populares desconocen el tipo de leche con la que criaron al nuevo gobernante.
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