sábado, 20 de abril de 2024

Construir la certidumbre

 La crisis socioambiental ha venido a constituir en nuestra América espacios de encuentro cada vez más amplios entre movimientos sociales y culturales de resistencia al despojo y la devastación, que nos dan voz y actitud propias en la batalla global por la sustentabilidad del desarrollo humano. 

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“la vida no es sólo el comercio ni el gobierno, sino es más, el comercio con las fuerzas de la naturaleza y el gobierno de sí: de aquéllas viene éste: el orden universal inspira el orden individual: la alegría es cierta, y es la impresión suma; luego, sea cualquiera la verdad sobre todas las cosas misteriosas, es racional que ha de hacerse lo que produce alegría real, superior a toda otra clase de alegría, que es la virtud: la vida no es más que ‘una estación en la naturaleza’.”

José Martí, 1882[1]


La crisis general que está en curso en el sistema mundial tiene una dimensión socioambiental que ha de ser decisiva en su desarrollo. Allí viene tomando cuerpo una contradicción entre la geocultura y la geopolítica del sistema que se hace sentir en la creciente tensión que tiene lugar entre el pensar económico y el ecológico como ejes dominantes en el análisis de los problemas que genera esa crisis en su desarrollo. 

 

Esa tensión se expresa, por ejemplo, en la organización de los campos del saber generada por el desarrollo del capitalismo hacia mediados del siglo XIX, a partir de la segregación de las ciencias de lo natural, de lo social y de lo humano. En ese plano, la crisis socioambiental plantea problemas que demandan establecer vínculos cada vez más fecundos entre esos campos, como los que toman forma en torno a la discusión sobre el Antropoceno, esta “época actual, en la que los humanos y nuestras sociedades nos hemos convertido en una fuerza geofísica global.”[2]

 

Desde allí, por ejemplo, hemos podido enriquecer nuestra comprensión de los vínculos entre la biosfera, como ámbito del planeta en el que la vida crea las condiciones para su propia existencia, y en ese proceso actúa como una fuerza geológica, y la noosfera, que resulta de la transformación de la biosfera por la actividad de la especie humana. [3] Con ello, podemos ver que el Antropoceno se expresa hoy como una noosfera enloquecida desde la Gran celeración en la que vinieron a culminar, a mediados del siglo XX, las contradicciones entre la especie humana y su entorno natural forjadas por el desarrollo del capital desde fines del siglo XVIII.[4]

 

Esa noosfera enloquecida ha generado ahora la transición a un nuevo sistema Tierra, que continuará con o sin la presencia de los humanos. Vemos desplegarse por el planeta una expansión incesante del extractivismo, sobre todo en el Sur global, acompañada por un colapso incremental de ecosistemas y de la pérdida de la biodiversidad que albergan,y de una  creciente variabilidad climática. La expansión de los conflictos socioambientales contribuye a masificar migraciones internacionales desde el caos incremental que azota al Sur hacia el Norte en el que los eventos climáticos extremos encienden las alarmas de las compañías aseguradoras.

 

El gran conflicto cultural y político que anima a esta transición es aquel que enfrenta la necesidad sistémica de un crecimiento económico sostenido para la acumulación infinita de ganancias, con la necesidad de luchar por la sustentabilidad del desarrollo humano. La compleja magnitud de estos problemas ha generado ya un creciente clima de incertidumbre en nuestras sociedades, que resulta paralizante y aun regresivo cuando sirve de caldo de cultivo a toda la fauna de pastores y profetas del apocalipsis que medra en las redes sociales, y en algunos sectores del ambientalismo.

 

Esta circunstancia demanda construir una certidumbre sustentada en la capacidad de nuestra gente para el mejoramiento humano, para el ejercicio de la utilidad de la virtud, y para luchar por el equilibrio del mundo. Esa certidumbre es indispensable para recurrir al debate como catalizador del cambio político – esto es, como un ejercicio de cultura en acto – que permita trascender el catastrofismo para avanzar en la lucha por la sustentabilidad.

 

Esto demandará abordar el ambiente como el producto de relaciones históricas entre las sociedades humanas y su entorno natural, para identificar las opciones de cambio que resultan de esa historia ambiental. En nuestra circunstacia, construir la certidumbre sobre nuestra capacidad para encarar la crisis socioambiental es imprescindible para encarar problemas globales desde las realidades glocales en que la crisis se hace sentir en primer término. Esto ayudará a entender que si deseamos un ambiente distinto, será necesario construir – desde lo glocal hacia lo global - una sociedad que sea diferente en su capacidad para generar un desarrollo humano sustentado en una prosperidad equitativa y democrática.

 

Identificar los rasgos fundamentales de esa diferencia, y los medios para construirla, es el mayor desafío del saber en el Antropoceno. Se trata, en breve, de construir una ruta de tránsito hacia el trabajo con la naturaleza y ya no contra ella, pasando de una visión ecológica de la crisis a una socioambiental, que vincule la innovación tecnológica al cambio social que demanda la sustentabilidad del desarrollo humano. 

 

A fin de cuentas, la fuente mejor de la certidumbre que demanda esta tarea nos viene de nosotros mismos. La crisis socioambiental, en efecto, ha venido a constituir en nuestra América espacios de encuentro cada vez más amplios entre movimientos sociales y culturales de resistencia al despojo y la devastación, que nos dan voz y actitud propias en la batalla global por la sustentabilidad del desarrollo humano. 

 

Así, desde nosotros mismos podemos decir, como lo hiciera José Martí cuando el antropoceno iniciaba el camino que lo llevaría a la Gran Aceleración cuyas consecuencias padecemos hoy, que 

 

Estos países se salvarán porque, con el genio de la moderación parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.[5]

 

Alto Boquete, Panamá, 19 de abril de 2024



[1] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIII, 24.

[2] Steffen, Will; Crutzen, Paul J. Crutzen and McNeill, John R.: “The Anthropocene: Are Humans Now Overwhelming the Great Forces of Nature?”. Ambio Vol. 36, No. 8, December 2007 Royal Swedish Academy of Sciences 2007, 615. http://www.ambio.kva.se https://openresearch-repository.anu.edu.au/bitstream/1885/29029/2/01_Steffen_The_Anthropocene%3A_Are_Humans_2007.pdf

[3] Al respecto: Vernadsky, Vladimir (2007): La Biosfera y la NoosferaEdiciones lVIC / Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. https://pdfcoffee.com/v-i-vernadsky-la-biosfera-y-la-noosfera-pdf-free.html

[4] Al respecto, la plenitud de la conciencia con que fue llevada a cabo la devastación de ecosistemas y culturas completas por las potencias coloniales en la periferia del mercado mundial es puesta en evidencia en Fressoz, Jean-Baptiste (2014): “Losing the Earth knowingly. Six environmental grammars around 1800”, ilustra.

https://www.academia.edu/19596740/_Loosing_the_earth_knowingly_Six_environmental_grammars_around_1800_in_Hamilton_Gemenne_and_Bonneuil_The_Anthropocene_and_the_global_environmental_crisis_Routledge_2014

[5] Martí, José: “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Ibid. VI, 19-20.

 

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