Un termómetro para medir el éxito de los gobiernos progresistas de las dos primeras décadas del siglo XXI en América Latina, es la reacción que han tenido sus sucesores de derecha con quienes los lideraron.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
El caso boliviano, con sus propias particularidades, se constituyó también, literalmente, en otro campo de batalla. Ahí hubo verdaderas guerras campales que amenazaron con dividir el país, escenas de racismo desbocado e imágenes medievales como las de líderes de la derecha hincados con la Biblia en la mano en la entrada al palacio de gobierno en La Paz.
Sus antecedentes están en el cruento golpe de Estado al presidente Salvador Allende en Chile, en los años setenta, del que, entre otras cosas, nos quedan las imágenes de una Casa de la Moneda bombardeada como si fuera el búnker de Hitler, y la fotografía del triunvirato que tomó el poder, con la cara de jefe de bandidos de Pinochet en primer plano.
La derecha busca con todo esto escarmentar a quienes osen poner en duda el dominio que mantiene desde tiempos coloniales, renovado con caras nuevas, jóvenes, de quienes aparentan ser más ejecutivos de empresas transnacionales que dirigentes políticos de países pobres asolados por las desigualdades.
Esto es lo que pasa en Ecuador, en donde esta historia de revanchas y venganzas se ha condimentado con traiciones desde el mismo progresismo, que no solo hicieron un daño irreparable a uno de los movimientos políticos más populares de América Latina, sino ensuciaron aún más la imagen que se tiene de la política de la cual cada vez más gente quiere alejarse, precisamente por su olor a cloaca.
Es dentro de este contexto que debe entenderse lo que sucede en Ecuador con el asalto a mansalva de la embajada de México. El escarmiento debe ser mayúsculo, para que nadie más se atreva a volver a erigirse en contra de los intereses que, después de cuatro décadas de fracasos, insisten en seguir atornillando con políticas de un capitalismo tardío que cada vez retrocede más en sus formas de explotación de los recursos naturales y humanos que lo sustentan.
Aporrear, por un lado, y mostrarse lo más serviles posible con las necesidades de reafirmación hegemónica norteamericana por otro. Ahí anda por todo el continente, con su uniforme de generala, la jefa del Comando Sur estadounidense, investida con el papel de embajadora plenipotenciaria para toda América Latina, sentando cátedra sobre lo que debe hacerse para cerrarle las puertas a China, y reforzando la presencia militar física de los Estados Unidos ahí en donde los gobiernos progresistas habían tomado medidas nacionalistas y la habían acotado.
Son los “perritos falderos” de los Estados Unidos, como el expresidente peruano Pedro Pablo Kuczynski los identificó certeramente, a quienes se les atraganta la rabia contra quienes, como en Guatemala en 1954, ni siquiera removieron ninguna base fundamental del sistema, sino solo buscaron, por lo menos, humanizarlo, apostando por disminuir la desigualdad, modernizar relaciones de producción y hacer efectivo el sentido común que dicta que la unión hace la fuerza en América Latina, algo de cuyo contrario nos hemos cerciorado durante toda la historia de nuestra vida independiente.
La arremetida bárbara del gobierno de Ecuador contra la embajada de México en Quito es una tarascada más de ese animal herido que es la derecha continental en su expresión ecuatoriana. Que sirva de lección. Como decía el Che Guevara refiriéndose al imperialismo norteamericano: no hay que darle ni un tantito así. Ojalá que Bolivia, con sus pleitos dentro del MAS, tome nota: desunidos, serán derrotados, y la persecución de la derecha cavernaria boliviana será como esta o peor. Aunque sea por temor, accedan a la cordura.
1 comentario:
Hola
Mi querido
EXCELENTE analise sobre las relaciones entre nuestro spueblos
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