Cada vez son más los estallidos violentos en los
territorios de Nuestra América. ¿A qué se debe? ¿Son sucesos aislados? Defiendo
que no, que en realidad estamos librando una guerra y que, como en toda guerra,
hay violencia, trincheras, enemigos y un final. En este artículo, se analizan
cuatro de esas trincheras.
Paco Gómez Nadal / Otramérica
En el año 2003, Rick
Rowley firmó un documental visionario que tuvo cierto éxito en
algunos círculos alternativos. Retomaba Rowley el argumento planteado por los zapatistas sobre la llamada Cuarta Guerra Mundial: el
estado de las cosas en un planeta en el que la globalización neoliberal excluye
a millones de seres humanos improductivos y provoca una guerra múltiple,
diversa y sangrante entre las y los ciudadanos y los poderes
político-económico-mafiosos que dirigen y expanden esa globalización
capitalista.
“Una guerra sin un campo
de batalla. Una guerra sin enemigo. Una guerra que está en todas partes. Miles
de guerras civiles. Una guerra sin fin”. Así comienza el documental y en su
declaración inicial comete varios errores: sí hay campos de batalla, sí se
conoce al enemigo, sí debe tener fin.
Hay trincheras evidentes
de esta Cuarta Guerra Mundial. Algunas están siendo denunciadas en el Congreso Internacional Contra la Represión que se celebra estos
días en Europa; otras, sólo hay que rastrearlas en la información alterna que
nos cuenta de las batallas cotidianas de los movimientos populares e, incluso,
de la ciudadanía no organizada en diversos puntos del planeta.
Pero quizá donde más
evidente se hacen esas trincheras y donde es más fácil identificar al enemigo
es en América Latina, en Nuestra América, en Abya Yala. Hay al menos cuatro
trincheras fundamentales en estos territorios que coinciden con otros tantos
virulentos enemigos:
1- La trinchera de los recursos naturales. Las
luchas de Conga, Belo Monte, el TIPNIS, el Valle de Polochic, de Cherán, de los
Mapuche o de la Comarca Ngäbe-Buglé nos hablan de la guerra mundial en defensa
de la madre tierra. Algunos acusan a los movimientos y a las poblaciones que
ponen muertos y detenidos en esta batalla de pachamamismo, de ingenuidad, de
primitivismo. Pero no se trata de eso. Es evidente que el hiperconsumo de
materias primas naturales y energéticas se produce en el norte global pero la
globalización ha creado el contexto político y legal (entre otros elementos
gracias al Consenso de Washington) para que el expolio se repita -siglos más
tarde del colonialismo extractivista- en los mismos territorios del sur global
ya esquilmados pero aún ricos. El enemigo tiene rostro, juntas de directores y
representantes legales. Y tiene cómplices: los gobiernos clientelares y
corruptos de Nuestra América, los gobernantes que no saben hacer otra cosa que
regalar su patria a cambio de las migajas de la globalización. La revuelta
civil se produce por dos factores: en unos casos por el convencimiento sincero
de la necesidad de defender los recursos naturales y el territorio como eje de
vida y derechos; en otros, por la evidente constatación de que este sistema
extractivista nos deja fuera de la Historia: no hacen falta tantos esclavos y
las mayorías de las comunidades sobreviven encaramadas en lugares molestos para
este gran proyecto.
2- La trinchera de la democracia representativa.
El sistema-mundo planteado por la democracia liberal-capitalista-occidental,
mal denominada como democracia representativa, está en franca decadencia. Lo
está en el Norte Global y en el Sur. Si Grecia o España escenifican ese
desgaste sólo ante la evidencia de la crisis económica y el desmonte del mal
llamado Estado del Bienestar –el placebo aplicado durante medio siglo para
frenar las veleidades revolucionarias-, Nuestra América reacciona con
violencia ante el engaño impuesto una vez superado el miedo a las dictaduras o
a la represión. México ha sido un claro ejemplo en los últimos días, pero los
levantamientos y protestas contra un sistema que impone y dispone sin permitir
la participación de los pueblos se producen en otros puntos: Honduras,
Guatemala, Panamá, República Dominicana, Haití, Paraguay, Bolivia, Perú, Chile
o Ecuador son escenarios de esta Cuarta Guerra Mundial contra un enemigo también
evidente: los poderes tradicionales (se autodenominen como de derechas o de
izquierdas) que secuestran lo público para poder excluir a las mayorías.
¿Excluir de la redistribución de las riquezas? No. El problema del Sur no es el
mismo de la hasta hace poco opulenta Europa. La exclusión es profunda: de la
vida política, de las decisiones que nos afectan, de la gestión de los
territorios, del derecho a tener voz y mando sobre nosotrxs mismxs. En otros
territorios, como Argentina o Brasil, la ficción del reparto, la “transferencia
condicionada de recursos [económicos]” –la nueva forma de diseñar el
clientelismo- aún provoca la sedación de grandes bolsones de población, pero es
sólo cuestión de tiempo que las trincheras vuelvan a sangrar.
3- La trinchera del
colonialismo epistemológico: Puede parecer el campo de batalla más difuso,
pero es fundamental. Igual que Martí, Firmin, Fanon, Mariátegui o Williams
fueron la vanguardia del pensamiento crítico en el pasado, hoy hay un
levantamiento de parte de la academia y de la intelectualidad nuestramericana
que lucha en el terreno de la pluma y las ideas contra la imposición
eurooccidental de corrientes de pensamiento y tendencias. Aníbal Quijano,
Silvia Rivera, Sayak Valencia, Heriberto Yépez, Juan José Bautista, Ramón
Gorsfoguel, Maldonado-Torres, María Galindo… son muchas las voces que luchan en
esta guerra de alta intensidad, cuyo ruido quizá no llegue a las mayorías a
través de los alicatados medios de comunicación de masas, pero que provoca
auténticos y poderosos seísmos en el pensamiento impuesto llamando a una
emancipación epistemológica tan necesaria como reprimida. El enemigo también se
muestra con claridad, patrocinado por los centros de poder y por las
universidades del Norte Global, hay un ejército de plumillas adocenadas que
escriben sobre la postmodernidad o en defensa de las falsas libertades
burguesas que, desde las independencias criollas y excluyentes, siguen siendo
vendidas como una utopía liberal tan imposible como falsa en sus postulados de
base.
4- La trinchera de la comunicación: Buena
parte de las victorias que logran los poderes reconocidos –gobiernos,
instituciones financieras internacionales o empresas- han sido –y son- logrados
en el campo de la comunicación. No me refiero sólo a los medios de comunicación
o a la gestión de la sobreinformación en esta trinchera desigual de la
manipulación, sino de todos los espacios comunicativos de nuestros territorios:
las escuelas, los espacios públicos, las iglesias, las familias, las
organizaciones… La población civil y excluida ha dado pasos de gigante en esta
trinchera en estos años. Una vasta red de medios de comunicación alternos, una
silenciosa pero cada vez más grande red de alternativas
educativas desarrolladas en toda Nuestra América, una (re)
dignificación de cosmovisiones originarias, una crítica cada día más evidente
contra el colonialismo de la cooperación internacional que ha pervertido a
organizaciones y movimientos, y una juventud que construye formas de
convivencia familiar recuperando el concepto de comunidad –más allá del modelo
de familia liberal y aislado promocionado por la industria cultural- se está
abriendo paso en esta trinchera de palabras, símbolos y cultura. Falta mucho,
pero el camino está trazado y ya hay forma de romper los bloqueos
comunicacionales de los poderes. Otra vez, el ejemplo reciente de México es
esclarecedor. Frente a la arremetida de los poderes para criminalizar y
distorsionar la realidad de lo ocurrido durante la violenta represión de las serviciales
policías el pasado 1 de diciembre, el aparato comunicacional alterno ha logrado
voltear la percepción de la opinión pública y obligar a los medios
convencionales a hacerse eco de las arbitrariedades y abusos de las autoridades
ese día y en la gestión posterior de la crisis.
Planteaba al principio
que el documental de Rowley también erra al plantear que esta guerra no tiene
fin. Lo tendrá. No sabemos quién ganará, no sabemos si este ejército
mayoritario de ciudadanas y ciudadanos logrará derrotar a estos gigantescos
poderes o si entraremos en un largo invierno neomedieval ante el triunfo de
multinacionales, fondos buitres y políticos arrodillados. Es muy probable que
la escalada de violencia crezca y no habrá ni que tenerle miedo a este fenómeno
ni que juzgarlo desde ese cierto buenismo naif que homogeneiza las
violencias y confunde la resistencia o la defensa como la agresión, el caos o
la irracionalidad. Quizá se pase de esa actitud defensiva a una de ataque, y
tampoco habría que juzgar esto como un paso atrás deslegitimizador. No. Esta
Cuarta Guerra Mundial deja muertos y víctimas en vida todos los días. Miles. En Nuestra América
hay millones de personas desplazadas por la violencia oficial; hay casi 200
millones de personas a las que se les niega el derecho básico de la comida y el
cobijo; hay muchos millones más que malviven en la informalidad y el rebusque;
hay millones de mujeres maltratadas por un esquema patriarcal que sólo es útil
a los que se enriquecen con la exclusión ajena; hay miles de comunidades a las
que se les expulsa de sus territorios y se les condena a la diáspora; hay un
neoracismo disfrazado de desarrollismo que empuja cada vez con más violencia a
la afrodiáspora y a las naciones originarias… Pero hay respuesta y es cada día
más fuerte.
¿El fin? De cómo se
desencadene ese fin, de quién gane estas batallas va a depender el futuro de la
humanidad y del planeta que nos acoge a pesar del maltrato de los poderosos. En
Nuestra América está uno de los más grandes, complejo y definitivo campo de
batalla. Está aquí porque hay capacidad de respuesta, está aquí porque hay un
ejército civil suficientemente grande como para plantar cara. Y como en toda
guerra, será clave cómo se cuente cada batalla. Los poderes ya tienen a sus
cronistas oficiales y a sus megamedios de comunicación bien aceitados. Los
pueblos están afinando los suyos.
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