sábado, 15 de diciembre de 2012

La Cuarta Guerra Mundial en las trincheras de Nuestra América

Cada vez son más los estallidos violentos en los territorios de Nuestra América. ¿A qué se debe? ¿Son sucesos aislados? Defiendo que no, que en realidad estamos librando una guerra y que, como en toda guerra, hay violencia, trincheras, enemigos y un final. En este artículo, se analizan cuatro de esas trincheras.

Paco Gómez Nadal / Otramérica

En el año 2003, Rick Rowley firmó un documental visionario que tuvo cierto éxito en algunos círculos alternativos. Retomaba Rowley el argumento planteado por los zapatistas sobre la llamada Cuarta Guerra Mundial: el estado de las cosas en un planeta en el que la globalización neoliberal excluye a millones de seres humanos improductivos y provoca una guerra múltiple, diversa y sangrante entre las y los ciudadanos y los poderes político-económico-mafiosos que dirigen y expanden esa globalización capitalista.

“Una guerra sin un campo de batalla. Una guerra sin enemigo. Una guerra que está en todas partes. Miles de guerras civiles. Una guerra sin fin”. Así comienza el documental y en su declaración inicial comete varios errores: sí hay campos de batalla, sí se conoce al enemigo, sí debe tener fin.

Hay trincheras evidentes de esta Cuarta Guerra Mundial. Algunas están siendo denunciadas en el Congreso Internacional Contra la Represión que se celebra estos días en Europa; otras, sólo hay que rastrearlas en la información alterna que nos cuenta de las batallas cotidianas de los movimientos populares e, incluso, de la ciudadanía no organizada en diversos puntos del planeta.
Pero quizá donde más evidente se hacen esas trincheras y donde es más fácil identificar al enemigo es en América Latina, en Nuestra América, en Abya Yala. Hay al menos cuatro trincheras fundamentales en estos territorios que coinciden con otros tantos virulentos enemigos:

1- La trinchera de los recursos naturales. Las luchas de Conga, Belo Monte, el TIPNIS, el Valle de Polochic, de Cherán, de los Mapuche o de la Comarca Ngäbe-Buglé nos hablan de la guerra mundial en defensa de la madre tierra. Algunos acusan a los movimientos y a las poblaciones que ponen muertos y detenidos en esta batalla de pachamamismo, de ingenuidad, de primitivismo. Pero no se trata de eso. Es evidente que el hiperconsumo de materias primas naturales y energéticas se produce en el norte global pero la globalización ha creado el contexto político y legal (entre otros elementos gracias al Consenso de Washington) para que el expolio se repita -siglos más tarde del colonialismo extractivista- en los mismos territorios del sur global ya esquilmados pero aún ricos. El enemigo tiene rostro, juntas de directores y representantes legales. Y tiene cómplices: los gobiernos clientelares y corruptos de Nuestra América, los gobernantes que no saben hacer otra cosa que regalar su patria a cambio de las migajas de la globalización. La revuelta civil se produce por dos factores: en unos casos por el convencimiento sincero de la necesidad de defender los recursos naturales y el territorio como eje de vida y derechos; en otros, por la evidente constatación de que este sistema extractivista nos deja fuera de la Historia: no hacen falta tantos esclavos y las mayorías de las comunidades sobreviven encaramadas en lugares molestos para este gran proyecto.

2- La trinchera de la democracia representativa. El sistema-mundo planteado por la democracia liberal-capitalista-occidental, mal denominada como democracia representativa, está en franca decadencia. Lo está en el Norte Global y en el Sur. Si Grecia o España escenifican ese desgaste sólo ante la evidencia de la crisis económica y el desmonte del mal llamado Estado del Bienestar –el placebo aplicado durante medio siglo para frenar las veleidades revolucionarias-, Nuestra América reacciona con violencia ante el engaño impuesto una vez superado el miedo a las dictaduras o a la represión. México ha sido un claro ejemplo en los últimos días, pero los levantamientos y protestas contra un sistema que impone y dispone sin permitir la participación de los pueblos se producen en otros puntos: Honduras, Guatemala, Panamá, República Dominicana, Haití, Paraguay, Bolivia, Perú, Chile o Ecuador son escenarios de esta Cuarta Guerra Mundial contra un enemigo también evidente: los poderes tradicionales (se autodenominen como de derechas o de izquierdas) que secuestran lo público para poder excluir a las mayorías. ¿Excluir de la redistribución de las riquezas? No. El problema del Sur no es el mismo de la hasta hace poco opulenta Europa. La exclusión es profunda: de la vida política, de las decisiones que nos afectan, de la gestión de los territorios, del derecho a tener voz y mando sobre nosotrxs mismxs. En otros territorios, como Argentina o Brasil, la ficción del reparto, la “transferencia condicionada de recursos [económicos]” –la nueva forma de diseñar el clientelismo- aún provoca la sedación de grandes bolsones de población, pero es sólo cuestión de tiempo que las trincheras vuelvan a sangrar.

3- La trinchera del colonialismo epistemológico: Puede parecer el campo de batalla más difuso, pero es fundamental. Igual que Martí, Firmin, Fanon, Mariátegui o Williams fueron la vanguardia del pensamiento crítico en el pasado, hoy hay un levantamiento de parte de la academia y de la intelectualidad nuestramericana que lucha en el terreno de la pluma y las ideas contra la imposición eurooccidental de corrientes de pensamiento y tendencias. Aníbal Quijano, Silvia Rivera, Sayak Valencia, Heriberto Yépez, Juan José Bautista, Ramón Gorsfoguel, Maldonado-Torres, María Galindo… son muchas las voces que luchan en esta guerra de alta intensidad, cuyo ruido quizá no llegue a las mayorías a través de los alicatados medios de comunicación de masas, pero que provoca auténticos y poderosos seísmos en el pensamiento impuesto llamando a una emancipación epistemológica tan necesaria como reprimida. El enemigo también se muestra con claridad, patrocinado por los centros de poder y por las universidades del Norte Global, hay un ejército de plumillas adocenadas que escriben sobre la postmodernidad o en defensa de las falsas libertades burguesas que, desde las independencias criollas y excluyentes, siguen siendo vendidas como una utopía liberal tan imposible como falsa en sus postulados de base.

4- La trinchera de la comunicación: Buena parte de las victorias que logran los poderes reconocidos –gobiernos, instituciones financieras internacionales o empresas- han sido –y son- logrados en el campo de la comunicación. No me refiero sólo a los medios de comunicación o a la gestión de la sobreinformación en esta trinchera desigual de la manipulación, sino de todos los espacios comunicativos de nuestros territorios: las escuelas, los espacios públicos, las iglesias, las familias, las organizaciones… La población civil y excluida ha dado pasos de gigante en esta trinchera en estos años. Una vasta red de medios de comunicación alternos, una silenciosa pero cada vez más grande red de alternativas educativas desarrolladas en toda Nuestra América, una (re) dignificación de cosmovisiones originarias, una crítica cada día más evidente contra el colonialismo de la cooperación internacional que ha pervertido a organizaciones y movimientos, y una juventud que construye formas de convivencia familiar recuperando el concepto de comunidad –más allá del modelo de familia liberal y aislado promocionado por la industria cultural- se está abriendo paso en esta trinchera de palabras, símbolos y cultura. Falta mucho, pero el camino está trazado y ya hay forma de romper los bloqueos comunicacionales de los poderes. Otra vez, el ejemplo reciente de México es esclarecedor. Frente a la arremetida de los poderes para criminalizar y distorsionar la realidad de lo ocurrido durante la violenta represión de las serviciales policías el pasado 1 de diciembre, el aparato comunicacional alterno ha logrado voltear la percepción de la opinión pública y obligar a los medios convencionales a hacerse eco de las arbitrariedades y abusos de las autoridades ese día y en la gestión posterior de la crisis.

Planteaba al principio que el documental de Rowley también erra al plantear que esta guerra no tiene fin. Lo tendrá. No sabemos quién ganará, no sabemos si este ejército mayoritario de ciudadanas y ciudadanos logrará derrotar a estos gigantescos poderes o si entraremos en un largo invierno neomedieval ante el triunfo de multinacionales, fondos buitres y políticos arrodillados. Es muy probable que la escalada de violencia crezca y no habrá ni que tenerle miedo a este fenómeno ni que juzgarlo desde ese cierto buenismo naif que homogeneiza las violencias y confunde la resistencia o la defensa como la agresión, el caos o la irracionalidad. Quizá se pase de esa actitud defensiva a una de ataque, y tampoco habría que juzgar esto como un paso atrás deslegitimizador. No. Esta Cuarta Guerra Mundial deja muertos y víctimas en vida todos los días. Miles. En Nuestra América hay millones de personas desplazadas por la violencia oficial; hay casi 200 millones de personas a las que se les niega el derecho básico de la comida y el cobijo; hay muchos millones más que malviven en la informalidad y el rebusque; hay millones de mujeres maltratadas por un esquema patriarcal que sólo es útil a los que se enriquecen con la exclusión ajena; hay miles de comunidades a las que se les expulsa de sus territorios y se les condena a la diáspora; hay un neoracismo disfrazado de desarrollismo que empuja cada vez con más violencia a la afrodiáspora y a las naciones originarias… Pero hay respuesta y es cada día más fuerte.

¿El fin? De cómo se desencadene ese fin, de quién gane estas batallas va a depender el futuro de la humanidad y del planeta que nos acoge a pesar del maltrato de los poderosos. En Nuestra América está uno de los más grandes, complejo y definitivo campo de batalla. Está aquí porque hay capacidad de respuesta, está aquí porque hay un ejército civil suficientemente grande como para plantar cara. Y como en toda guerra, será clave cómo se cuente cada batalla. Los poderes ya tienen a sus cronistas oficiales y a sus megamedios de comunicación bien aceitados. Los pueblos están afinando los suyos.

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