sábado, 22 de diciembre de 2012

El partido revolucionario

Cuando no hay partido que las organice, las fuerzas populares se desorientan y desbandan, para pasar a buscar un nuevo líder que encarne sus ideales.

Jorge Núñez Sánchez /  El Telégrafo

El arrasador triunfo del chavismo en las recientes elecciones venezolanas tiene, sin duda, un componente emocional, expresado en forma de una masiva solidaridad con el gobernante que le devolviera al pueblo su plena soberanía y sus derechos por largo tiempo conculcados.

Pero es también una formidable muestra de la capacidad organizativa y movilizadora del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), construido por la nueva izquierda venezolana y convertido hoy en el principal instrumento de la acción revolucionaria bolivariana.

Es que esa es la finalidad de un partido revolucionario: asegurar que la revolución perdure más allá de su liderazgo inicial, garantizar que la ausencia del líder o caudillo no signifique el ocaso del empuje transformador, organizar al pueblo para que asuma su verdadero papel de vanguardia histórica de la nación y para que genere, desde la base, los cuadros de renovación partidaria.

Cuando no hay partido que las organice, las fuerzas populares se desorientan y desbandan, para pasar a buscar un nuevo líder que encarne sus ideales. En el otro extremo, cuando el partido no funciona como tal y se aísla de sus bases, o cuando las cúpulas dirigentes pretenden saberlo todo y utilizan al pueblo solo como comparsa de sus decisiones, este se aleja de la base partidaria y la dirigencia se convierte finalmente en un estado mayor sin tropa.

Por suerte, las nuevas revoluciones nacionalistas de América Latina han entendido muy bien esas lecciones de la historia. En el caso de Venezuela, ha quedado demostrado que el PSUV está en condiciones de sostener la Revolución Bolivariana, aun en el triste caso de que su líder histórico, Hugo Chávez, cayera vencido por la enfermedad. En el caso de Brasil, el Partido de los Trabajadores, que llegara al poder siguiendo el liderazgo histórico de Lula da Silva, ha encontrado en Dilma Rousseff un liderazgo alternativo, eficiente y respetable.

Está por verse lo que ocurrirá en los otros países en revolución y particularmente en el Ecuador, donde la repugnancia popular a la vieja partidocracia ha llevado a Alianza PAIS  a mantenerse como un movimiento político. Hasta el momento la fórmula ha funcionado bien: AP ha ganado elección tras elección e incluso ha logrado organizar en gran medida sus bases sociales, como lo demostró en la masiva recolección de firmas de respaldo.

Pero creemos que ha llegado el momento de dar el salto hacia su transformación en un partido revolucionario, cuyas bases cobren creciente protagonismo en la orientación política del proceso. Los líderes no son eternos, y tampoco deben serlo los burós políticos.

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