Cuando no hay partido
que las organice, las fuerzas populares se desorientan y desbandan, para pasar
a buscar un nuevo líder que encarne sus ideales.
Jorge Núñez Sánchez /
El Telégrafo
El arrasador triunfo
del chavismo en las recientes elecciones venezolanas tiene, sin duda, un
componente emocional, expresado en forma de una masiva solidaridad con el
gobernante que le devolviera al pueblo su plena soberanía y sus derechos por
largo tiempo conculcados.
Pero es también una
formidable muestra de la capacidad organizativa y movilizadora del Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV), construido por la nueva izquierda
venezolana y convertido hoy en el principal instrumento de la acción
revolucionaria bolivariana.
Es que esa es la
finalidad de un partido revolucionario: asegurar que la revolución perdure más
allá de su liderazgo inicial, garantizar que la ausencia del líder o caudillo
no signifique el ocaso del empuje transformador, organizar al pueblo para que
asuma su verdadero papel de vanguardia histórica de la nación y para que
genere, desde la base, los cuadros de renovación partidaria.
Cuando no hay partido
que las organice, las fuerzas populares se desorientan y desbandan, para pasar
a buscar un nuevo líder que encarne sus ideales. En el otro extremo, cuando el
partido no funciona como tal y se aísla de sus bases, o cuando las cúpulas
dirigentes pretenden saberlo todo y utilizan al pueblo solo como comparsa de sus
decisiones, este se aleja de la base partidaria y la dirigencia se convierte
finalmente en un estado mayor sin tropa.
Por suerte, las nuevas
revoluciones nacionalistas de América Latina han entendido muy bien esas
lecciones de la historia. En el caso de Venezuela, ha quedado demostrado que el
PSUV está en condiciones de sostener la Revolución Bolivariana, aun en el
triste caso de que su líder histórico, Hugo Chávez, cayera vencido por la
enfermedad. En el caso de Brasil, el Partido de los Trabajadores, que llegara
al poder siguiendo el liderazgo histórico de Lula da Silva, ha encontrado en
Dilma Rousseff un liderazgo alternativo, eficiente y respetable.
Está por verse lo que
ocurrirá en los otros países en revolución y particularmente en el Ecuador,
donde la repugnancia popular a la vieja partidocracia ha llevado a Alianza
PAIS a mantenerse como un movimiento
político. Hasta el momento la fórmula ha funcionado bien: AP ha ganado elección
tras elección e incluso ha logrado organizar en gran medida sus bases sociales,
como lo demostró en la masiva recolección de firmas de respaldo.
Pero creemos que ha
llegado el momento de dar el salto hacia su transformación en un partido
revolucionario, cuyas bases cobren creciente protagonismo en la orientación
política del proceso. Los líderes no son eternos, y tampoco deben serlo los
burós políticos.
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