De El siglo de las luces,
quizás lo más bello fue dicho por Eduardo Galeano, cuando refería la historia
de unos presos políticos uruguayos durante la dictadura de los años ochenta.
Galeano, como confesándole un secreto a Carpentier, relató: “Usted les
hacía sentir la lluvia y los olores violentos de la tierra y de la noche. Usted
les llevaba el mar y el estrépito del oleaje rompiendo contra la quilla del
buque y les mostraba el latido del cielo a la hora en que nace el día…”
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El escritor cubano Alejo Carpentier. |
Se cumplió este año medio siglo de la publicación de El siglo
de las luces, del cubano Alejo Carpentier (1904-1980), escritor, periodista
y primer ganador latinoamericano del Premio Cervantes de Literatura. Obra
cumbre de las letras de nuestra América, y majestuosa alegoría de la modernidad
que irrumpía en el nuevo mundo, El siglo
de las luces nos presenta a Carpentier como cronista de la Revolución
Francesa y de la primera influencia de aquel acontecimiento en las colonias galas
del Caribe. Pero, vista desde el presente, en esta novela también es posible
desentrañar claves para comprender el espeso caldero del mundo contemporáneo,
del agitado siglo XXI en el que, en nombre de la libertad y la democracia, el
imperialismo repite en todo el mundo muchos de los errores y extremismos de
aquella Ilustración revolucionaria.
Bajo el drama de tres
hermanos huéerfanos –Carlos, Sofía y Esteban- y su encuentro, en la isla de
Cuba, con el enigmático Victor Hugues, comerciante, masón y hombre de amplísimos conocimientos,
Carpentier recrea en El siglo de las
luces, un viaje épico entre lo histórico y lo ficticio.
A causa de la agitación
política y la persecución de la francmasonería, Hugues abandona
intempestivamente la isla, con rumbo a Francia. Esteban lo acompaña en la
travesía y, en el viejo continente, los deslumbra el fragor social, la
efervescencia colectiva que auguraba una nueva era desde el escenario
escatológico del París de finales del siglo XVIII.
Excitados por la época,
los protagonistas se transforman y alcanzan su talla definitiva: el joven, cuya
endeble salud mejora a partir del encuentro con el mercader, experimenta el
ascenso y la caída del espíritu revolucionario en su tropiezo con las
debilidades humanas. A Hugues, por su parte, las libaciones del vino del poder
lo embriagan, al punto de convertirse en uno de los favoritos –y por tanto
devotos, ciegamente devotos- de Robespierre.
En el marco de esta
construcción literaria con aires operísticos (el ascenso y la caída del héroe,
la exaltación del idealismo), sobresale la sonoridad y la estética del lenguaje
como valor expresivo (las descripciones de Carpentier se cuentan entre las más
bellas y conmovedoras), el debate psicológico y filosófico de los personajes y,
por extensión, sus consecuentes metamorfósis.
Como sello
personalísimo, el escritor cubano incorporó al libro rasgos que descubren el
encanto que la Revolución ejercía en él
desde la juventud, y su preocupación en torno del problema del hombre y su
libertad, su realización en el reino de este mundo y no en el otro. En El siglo de las luces, Carpentier dibujó
una imagen rica en significados, que se anuncia como profecía de los tiempos e imperativos de dominación
actuales: se trata de la llegada a América del primer texto de la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre, en el mismo barco en que Hugues, favorito
del “Incorruptible” (Robespierre), arribaba a la isla de Guadalupe. El texto no
venía solo, sino acompañado de la Máquina… “Con la Libertad, llegaba la primera
guillotina al Nuevo Mundo”.
Entonces, a uno y otro
lado del Atlántico, la libertad, la igualdad y la fraternidad se establecieron
–y acaso se establecen todavía- como principios de convivencia a la sombra de
la guillotina, “brazo secular de la Libertad”, como escribió Carpentier, y del
espectáculo sangriento de las cabeza rodando por el suelo de las plazas.
¿Cuántos salvoconductos
a los paraísos del consumo y bendiciones a la gendarmería universal del imperio
se imponen hoy, en nombre de los Derechos Humanos, pero con la amenaza de
Máquina –cañones, bombas, extorsiones financieras y diplomáticas- como sombra
implacable? ¿Cuánto se ofrecieron ayer y cuántos más vendrán mañana?
De El siglo de las luces, quizás lo más bello, lo más certero, fue
dicho por Eduardo Galeano, cuando refería la historia de unos presos políticos
uruguayos durante la dictadura de los años ochenta: el libro de Carpentier
rompió los barrotes materiales y mentales de la prisión y los carcelarios, pero
los repetidos intentos de los presos por completar su lectura eran
interrumpidos por un profundo dolor del alma. Galeano, como confesándole un
secreto a Carpentier, relató: “[los presos] lo empezaron a leer varias veces y
varias veces tuvieron que dejarlo. Usted les hacía sentir la lluvia y los
olores violentos de la tierra y de la noche. Usted les llevaba el mar y el
estrépito del oleaje rompiendo contra la quilla del buque y les mostraba el
latido del cielo a la hora en que nace el día, y ellos no podían seguir leyendo
eso…”
Esas y otras emociones
viven, suena, se rebelan y revuelan en los libros de Carpentier, testamentos
velados de uno de los principales referentes de nuestra literatura y un
auténtico faro ético y moral en un siglo que los grandes poderes del mundo se
empeñan en navegar en medio de las tinieblas.
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