“El socialismo sigue
siendo una esperanza abierta”, así
manifiesta rotundo el psicólogo, profesor, escritor, periodista, activista a
tiempo completo por la libertad, la justicia social y la dignidad global,
aunque mejor persona, Marcelo Colussi.
Liberto Asudem Ibaraden
Desde Canarias, España
Marcelo Colussi |
Pregunta: Según ha manifestado usted en más de una ocasión, y
después de revisar seria, rigurosa y profundamente lo que ha sido la historia
de los seres humanos, concluye no sin cierto pesimismo (precisamente utiliza la
cita del pensador e intelectual Antonio Gramsci en uno de sus últimos artículos que titula “Socialismo y poder” que dice:
“hay que actuar con gran pesimismo en la inteligencia, junto a un férreo
optimismo de la voluntad”), que en realidad las personas nos movemos en buena
medida por un afán de poder, y que, por lo tanto, estamos irremediablemente
condenados a seguir ese molde, incluso para apoyar esta tesis también cita al
Premio Nobel de Literatura, José Saramago cuando manifiesta que “No nos merecemos mucho
respeto como especie”; y llega a concluir que casi estamos tentados a afirmar
que “esto no tiene arreglo” ¿Cómo es que si tiene esta “convicción” lo vemos
siempre comprometido con las causas que apuestan precisamente por darle “otra”
oportunidad al ser humano que lucha, que combate, comprometido, por construir
un mundo más justo, más digno, más solidario, más libre; en definitiva, una
comunidad socialista, es decir, la aspiración a un mundo más justo, pensamiento
este que mantenía desde los años 70 la escritora canaria-cubana Nivaria Tejera, que llegó a manifestar que “…Todo apesta…” , refiriéndose a la condición humana que cuando llega a algún tipo de
poder sobre los demás se transforma repugnantemente en una especie de semidios
aunque por lo general suelen ser un@s complet@s “analfabet@s funcionales…
inept@s … déspotas y terminan convirtiéndose en “presuntos” corrupt@s….
usurpadores de las riquezas colectivas, que , aunque exista la mayor crisis
económica o financiera éstos jamás sufren sus consecuencias, mientras la
inmensa mayoría apenas tiene para cubrir las necesidades básicas…. aunque trabaje
—que se ha vuelto un imposible?
Marcelo Colussi: Que nuestra condición humana nos confronte con esas
“mezquindades” (el afán de poderío que pareciera constituirnos tan
estructuralmente, ese egoísmo tan enraizado que lleva a Saramago a perder las
esperanzas), con esas características tan poco altruistas, tan faltas de
solidaridad en muchos casos, no significa de ningún modo que no debamos seguir
buscando siempre, con la más absoluta convicción, el mejoramiento de lo que
somos. O si se quiere decir de otro modo: la aspiración a un mundo más justo
–por el que uno puede estar dispuesto a dar la vida incluso– no riñe
con este conocimiento que se pueda tener de nuestros límites. Efectivamente
somos finitos, limitados, bastante mediocres, llenos de flaquezas, pero todo
ello no significa que se deba abandonar la lucha por un mundo mejor, más justo,
más equitativo. En todo caso es necesario saber qué somos, cómo somos, dónde
está nuestro talón de Aquiles, saber de nuestros límites, para saber a qué
podemos aspirar, para no hacernos ilusiones desmedidas. Pero una cosa no quita
la otra. Por otro lado, si es cierto que hoy podemos ver ese tipo de sujeto
humano lleno de mezquindades –eso somos, hay que reconocerlo, no
lo neguemos– nada nos dice que estemos irremediablemente condenados a
seguir ese molde. Cómo será el famoso “hombre nuevo” del socialismo, no lo
sabemos; pero sin ninguna duda podemos y debemos seguir aspirando a algo mejor
que esto que somos hoy día. En todo caso, el pesimista que cree que esto “no
tiene arreglo” es Saramago. Yo soy un convencido radical que la historia humana
es una perpetua búsqueda de mejoras, de avances. Es decir: una sucesión
interminable de nuevas oportunidades. La historia nunca está escrita, la
escribimos con nuevas oportunidades segundo a segundo. El socialismo, aún con
todos sus errores, sigue siendo una esperanza abierta. Y si es cierto que la
lucha en torno a los poderes vertebra toda nuestra vida (social,
subjetiva, relaciones de pareja, etc., etc.), ello no significa que nuestro
objetivo no sea tener claro eso y buscar más equidad en esas relaciones. En ese
sentido tomaría las palabras de Martin Luther King cuando dijo, con una
convicción radical, con una esperanza infinita que también hago mía: “aunque
supiera que mañana vaya a ser el fin del mundo, hoy, de todos modos, plantaría
un árbol”.
Pregunta: Usted afirma que “un sistema económico enfermo da
como resultado un planeta enfermo”, en un lúcido artículo el que inicia con una
cita de Adam Smith que mantiene que “no puede haber una sociedad floreciente y
feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados” ¿Cuál
sería la alternativa a este sistema económico? ¿No cree que para cambiar de
sistema económico, y que sea factible y duradero, habría que cambiar las estructuras
educativas, sociales, culturales, políticas?
Marcelo Colussi: La alternativa abierta al sistema capitalista –hay que
decirlo con todas las letras, aunque hoy, en el medio de la marea neoliberal de
estos últimos años esto pueda haber pasado a ser una mala palabra– es
el socialismo. Es decir: un sistema donde la estructura última de la
organización social no sea la búsqueda del lucro económico. Si el motor de la
sociedad, y consecuentemente la ideología de cada uno de los miembros que la
componen, se ciñe solo al beneficio económico, estamos ante un absurdo. El
capitalismo lo evidencia de modo patético: ese sistema no tiene salida. Un
sistema que destruye el medio ambiente en el que vivimos en función de obtener
ganancias económicas, que tiene las guerras como válvula de escape siempre
presente para resolver sus problemas estructurales insolubles, que puede llegar
a la descabellada noción de “poblaciones sobrantes”, que hace de los simples
instrumentos para la vida un fetiche donde un teléfono celular o un automóvil
–por poner algún ejemplo– pueden llegar a ser “lo más importante” de
esa vida, todo eso tiene mucho de absurdo, de tragicómico. El proyecto
socialista, del que conocemos solo los primeros
pasos balbuceantes –los cuales, pese a enormes dificultades y con los
errores del caso, han dado ya resultados infinitamente más justos que los
siglos de acumulación capitalista– es un camino que aún prácticamente
no se ha recorrido. La involución de la Unión Soviética o de la
República Popular China no significa que el capitalismo sea la solución,
el fin de la historia, la personificación de la perfección. Un sistema
económico que destina tantos recursos a la muerte –condenando al hambre a tanta
gente, con su industria bélica siempre en aumento, con el narcotráfico, con la
autoagresión que significa el modelo industrial depredador que se
ha generado– de ningún modo puede ser el punto final de llegada de la
civilización humana. Cambiar ese modelo significa, sin lugar a dudas, un cambio
enorme, monumental. Transformar una sociedad no es solamente tomar el poder
político, asaltar la casa de gobierno. Un cambio profundo implica enormes
transformaciones culturales, eso lo sabemos; y eso lleva generaciones y
generaciones. Recién hoy día, con la globalización neoliberal de estos últimos
años, puede decirse que el capitalismo se impuso realmente como sistema
dominante por todo el mundo. Ese proceso implicó siglos, desde el Renacimiento
europeo en adelante, con la destrucción de las poblaciones y las culturas de
América y África. Cambiar el curso de esa historia, además de un cambio
político, implica hondas modificaciones en la estructura subjetiva, lo cual no
puede ser nunca algo fácil. Por el contrario, un cambio de esas proporciones se
evidencia como algo sumamente complejo, nunca falto de mucho sufrimiento, de
violencia, de terribles luchas. No sabemos si vamos hacia la destrucción de
toda la civilización con una guerra nuclear, hacia una huída de los grupos
dominantes de este mundo hostil y casi invivible que ha generado el
capitalismo para instalarse en otros puntos del sistema solar dejando aquí el
actual desastre para los que no puedan abandonar el planeta, o si vamos hacia
un paraíso planetario de justicia y equidad con el triunfo del socialismo a
nivel global. Esto último, en estos momentos, pareciera casi quimérico. Pero de
lo que no cabe ninguna duda es que el sistema económico actual no puede tener
salida: hay que cambiarlo de raíz y empezar algo nuevo. Es vergonzoso en
términos humanos que, con todo el desarrollo de nuestra tecnología como especie
inteligente, el hambre siga siendo la principal causa de muerte. Eso hay que
cambiarlo de una buena vez.
Pregunta: De sus artículos y reflexiones publicados en
diversos Medios de Comunicación Alternativos de La Internet, en webs como www.aporrea.org y otros, se desprende que es un profundo
conocedor de la realidad política, económica, social, cultural, no sólo de
Latinoamérica, sino del mundo en general; además, ha sido testigo directo de
algunos procesos “revolucionarios” que se han originado en países como
Venezuela, donde fue miembro de la web www.aporrea.org que ofrecía una información alternativa a la que
nos daban las grandes agencias de noticias americanas y europeas donde
claramente había una manipulación de los sucesos y acontecimientos que
ocurrían, no sólo en Venezuela, sino en toda Latinoamérica, en Bolivia, en
Nicaragua, en Brasil… en los que, a pesar de tener presidentes salidos de las
urnas, y por lo tanto votados por la mayoría del pueblo democráticamente, están
constantemente atacados en la forma de gobernar, no sólo por elementos del
interior de esos países, sino por países como Colombia o EEUU, ante el
silencio vergonzante de la llamada “Comunidad Internacional”, ¿Cómo se vive
desde el interior esta injusta injerencia de Países que no son precisamente
modelos a imitar, a parte de su escasa, por no decir nula, autoridad moral para
dar lecciones a nadie de cómo gobernar?
Marcelo Colussi: La injerencia de los más poderosos sobre los más débiles
es una constante en las relaciones políticas entre países. En Latinoamérica, si
algo significan los procesos de liberación –pensemos en Cuba, en la
Nicaragua sandinista, en la “primavera democrática” que vivió Guatemala
entre las décadas del 40 y del 50 del siglo pasado, en el Chile de Salvador
Allende, en las propuestas nacionalistas de un Omar Torrijos en Panamá o en el
actual proceso bolivariano que se vive en Venezuela con Chávez a
la cabeza– es siempre un tomar distancia de la hegemonía de las
grandes potencias dominantes, que para el caso en esta región del mundo es siempre
la política imperial de Washington. Todos estos procesos que mencionábamos –que
no son siempre, en sentido estricto, planteos socialistas con todas las letras,
visiones marxistas con un apoyo conceptual en el
materialismo histórico– tienen como común denominador el
enfrentamiento con el imperialismo. En Latinoamérica, al igual que ocurre en
los países de todo el Sur, si bien las luchas de clases a nivel nacional son el
núcleo último que define la situación social, la contradicción país
periférico-metrópoli tiene un peso muy considerable. Eso no explica todo, pero
sin dudas es parte importantísima de la dinámica político-económica de estos
países, y por tanto, también de la cultural. El antiimperialismo es algo
siempre presente, pero al mismo tiempo se da un fenómeno complejo: Estados
Unidos es el país invasor, el que marca el ritmo, el enemigo omnipresente, pero
también la fuente de recursos, el lugar donde se mandan las exportaciones, el
lugar donde se puede ir a trabajar y desde donde enviar remesas en dólares para
las familias que aquí quedan, el punto que se mira como referencia obligada en
lo político y cultural. La imagen que se tenga de esa relación depende de quién
la observe: para las clases dominantes en general no se siente como opresión;
es un dato natural, prácticamente parte del paisaje social cotidiano. Para
buena parte de las aristocracias locales, Estados Unidos es el modelo a imitar,
el lugar donde se va a estudiar, donde se hacen compras de lujo, el paraíso
soñado, el referente a seguir. Para los sectores populares, en muchos casos es
una mezcla compleja: causa de los propios males y enemigo por definición, pero
también punto ansiado para ir a trabajar porque allí se “gana en dólares”. De
todos modos, la conciencia antiimperialista está siempre presente, y cada vez
que las situaciones políticas se tensan, eso se deja ver. Se podría decir que
toda expresión progresista en nuestros países latinoamericanos tiene que ser,
casi por definición, antiimperialista.
Pregunta: A parte de su labor como docente y periodista, usted
también destaca como excelente escritor de libros de ficción. Uno de los más
geniales que he tenido la oportunidad de leer ha sido el libro “Cuentos para
olvidar”. (Algunos de estos textos se pueden leer en
la web www.elguanche.net de los que destacaría “Decisión”
“Telebasura: el show más inaudito de la televisión”….). ¿Tiene algún libro de
ficción inédito o algún proyecto en marcha?
Marcelo Colussi: Proyecto editorial propiamente dicho no tengo ninguno
ahora. Igual que tantos escritores desconocidos y siempre esperanzados en ganar
algún concurso por ahí, en conseguir algún editor por allá, tengo dispersos
cantidad de materiales por todas partes. Donde más publico es en internet,
que si bien no es lo mismo que un libro en sentido estricto, también tiene una
amplia difusión. Creo que en España están por aparecer algunos relatos míos en
una publicación colectiva dentro de poco, en una antología de autores
latinoamericanos, pero eso no constituye un proyecto editorial en el que yo
esté directamente involucrado.
Pregunta: ¿Cómo y cuándo fue su primer contacto con la
escritura, con la palabra?
Marcelo Colussi: Para ser sincero…., ni me acuerdo. Siempre he escrito,
pero es más, muchísimo más lo que destruí que lo que conservé. Anteriormente lo
hacía con la máquina de escribir, así que lo que eliminaba eran papeles. Años
después vino la computadora, y eliminar pasó a ser sinónimo de borrar del disco
duro. Pero si bien escribí desde siempre, publico regularmente artículos y
ensayos desde hará unos 20 años, en revistas y medios de ciencias sociales y/o
derechos humanos. Literatura –ni sabría decir por qué– recién me
atreví a publicar hace unos pocos años, en el 2004, luego de haber obtenido una
mención en un certamen internacional de relatos.
Pregunta: ¿Podría decirnos cuáles son los escritores que más
le han marcado o cuáles han sido fundamentales en su vida?
Marcelo Colussi: Son tres: Dostoievski, Kafka y Borges.
Pregunta: Aparte de “intentar” escribir bien ¿se le debe pedir
al escritor que salga afuera para sacudir y atacar a la conciencia pública como
sugería el francés Antonin Artaud?
Marcelo Colussi: Creo que a un escritor no se le puede pedir mucho, como
en general no se le puede pedir a un artista. La creación tiene algo de mágico,
y cuando alguien crea, transmite algo que tiene necesidad de decir. Si eso
tiene “compromiso” social, político, si ataca a la conciencia pública o no…, es
bastante difícil de precisar. Sería deseable que todos los artistas tuvieran
una posición política crítica frente a la realidad, pero también sería deseable
que todo el mundo la tuviera. Y sabemos que en general eso no es lo más común.
Podemos esperar que un escritor sea crítico, pero no tenemos ningún derecho a
exigírselo. Y por supuesto, muchos de los más grandes escritores (ahí está
Jorge Luis Borges por ejemplo) son reaccionarios políticamente, conservadores,
grises y aburridos representantes del statu quo. Así como en un sentido también
lo fue Sigmund Freud, un médico de clase media conservador, contrario a las ideas
revolucionarias en términos políticos, pero quien, en cuanto a lo que legó como
obra intelectual, es uno de los más osados revolucionarios en el orden
conceptual, en el campo del pensamiento. Por último: ¿quién se tiene la
suficiente autoridad moral para pedirle a un escritor que sea “comprometido”?
¿Desde dónde pedírselo?
Pregunta: Una cuestión que se le suele plantear a løs
escritorøs es preguntarle por qué escribe. Algunos escritores irreverentes
llegaron a responder que “porque me da la gana” ¿Qué nos diría usted?
Marcelo Colussi: Sin el más mínimo ánimo de ser irreverente en la forma de
responder, creo que esa respuesta es la más exacta. Es más: creo que es la
única respuesta posible. ¿Por qué alguien se dedica a la tarea de crear, de
inventar ficciones, de hacer arte y transmitirlo a otros? Solamente porque así
lo desea. Si alguien tiene esa pasión, lo hace pura y exclusivamente porque su
deseo lo lleva allí, pues en principio nadie vive de la literatura (la gran
mayoría de escritores vivimos soñando con el premio o la gran publicación que
solo en contadísimas ocasiones llega para muy pocos). Por tanto, sí: uno
escribe porque tiene ganas de hacerlo, y no hay mucho más que agregar. En
términos psicológicos –y esto es algo muy de orden personal, privado se diría– cada
escritor tendrá una particular historia que lo constituye como tal, historia
marcada por un entrecruzamiento de causas: subjetivas, familiares, ideológicas,
culturales, etc. Pero en definitiva podríamos decir que se escribe porque uno
tiene ganas, así de simple. Al menos en lo tocante a literatura.
En lo referido a ciencias sociales, a
lo politológico, la situación es distinta: se escribe porque hay un
compromiso social, ideológico, porque quien escribe intenta generar debate en
torno a ciertos temas, a despertar conciencia, a aportar soluciones en la
construcción de alternativas. Que se consiga, es otra cosa, pero el motivo de
base anida en el compromiso político.
Pregunta: Otra queja muy común entre una gran mayoría de
escritores, al menos, en Canarias y en el Estado español, es que la industria
editorial sólo apuesta a caballo ganador ¿Ocurre lo mismo, por ejemplo, en
Guatemala, en particular, y en Latinoamérica en general?
Marcelo Colussi: La industria editorial, como cualquier negocio dentro del
marco capitalista, se mueve por una pura lógica empresarial de lucro. Por
tanto, la mercadería literaria se maneja como cualquier otro bien mercantil: si
vende, es bienvenida; si no vende, se la deshecha. De ahí que para tantos
escritores sea tan difícil abrirse paso en ese mundo editorial, ámbito marcado
por todos los juegos económicos, codazos y zancadillas que pueden encontrarse
igualmente en cualquier otra esfera del quehacer mercantil. Quizá uno no se
sorprende tanto cuando se habla de las mafias de la industria de los
armamentos, o del espionaje industrial entre, por ejemplo, los fabricantes de
vehículos, o de computadoras, pero sí produce cierto escozor cuando vemos todo
esto entre literatos y toda la industria editorial. Pero, más allá que la mercadería
en juego en este ámbito es distinta a una ametralladora, un tractor o una
motocicleta –yo prefiero un libro, aclaro– en sustancia, en términos
empresariales, no hay muchas diferencias en los manejos
propiamente mercadológicos. El monopolio, las mafias y las zancadillas
también están aquí.
Pregunta: Después del llamado “boom” latinoamericano donde esa
industria editorial apostó fuertemente y dieron a conocer a todo el mundo a
escritores como Gabriel García Marqués, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Carlos
Fuentes, Julio Cortázar, Álvaro Mutis, José Lezama Lima… con el llamado
“realismo mágico” en el género novelístico (en el poético ya habían conquistado
el “mercado” autores como Rubén Darío, César Vallejo, Alfonsina Storni,
Pablo Neruda…), pareciera que ya no existiesen más y mejores autores ¿cuál es
su opinión al respecto?
Marcelo Colussi: Comparto eso a medias. Siempre hay buenos autores. Sucede
que hay momentos especiales, estelares. Las décadas pasadas, años mucho más
movidos en términos políticos y culturales, dieron como resultado una gran
creatividad rebelde, irreverente, novedosa, desafiante. Y la industria
editorial supo transmitir (y hacer negocio) de todo ello. Para los años 70 y 80
del siglo pasado, en toda Latinoamérica hubo una clara involución política
(fríamente calculada por los grandes poderes, por supuesto) que marcó un
repliegue en todos los avances, en lo político, en lo ideológico, con
dictaduras manchadas de sangre que produjeron un silencio generalizado. Por eso
hoy día lo que más se produce y se vende son libros de autoayuda –principal
rubro de la producción librera a nivel mundial, por otra parte–. Pero
entiendo que es un poco exagerado, o quizá injusto, decir que hoy día ya no hay
grandes autores en los países latinoamericanos. Preferiría decir que hay una
situación distinta. En todo caso, la época de dictaduras y post dictaduras con
democracias de baja intensidad como las actuales no favorece ese “boom” de años
anteriores, pero no creo que se haya terminado la inspiración. Ya reaparecerá;
o, en todo caso, no tendrá la misma forma. Lo que sí es evidente que años atrás
hubo un momento de especial creatividad en la literatura latinoamericana, así
como hay momentos de especial fertilidad en distintos órdenes, y luego pasan:
la filosofía en el siglo V a.C. en Grecia, los pintores en el Renacimiento
italiano, los pensadores en el idealismo alemán, los grandes jazzistas negros
en las primeras décadas del siglo XX en Estados Unidos, etc., etc.
Son momentos especiales, memorables. Es cierto que en Latinoamérica hubo en los
60 y 70 un despertar literario que ahora no se ve. Pero buenos escritores sigue
habiendo.
Pregunta: La última cuestión la dejo siempre abierta para que
el entrevistado tenga la oportunidad de expresar cualquier asunto, observación
o tema que desee sugerir y que considere de interés.
Marcelo Colussi: Yo no sabría si definirme como proyecto de escritor –en
sentido de narrador de cuentos– o de pensador –como alguien que
intenta reflexionar sobre la realidad–. Quizá como pensador soy un divertido
cuentista, y como narrador soy un aburrido filósofo. Pero eso no importa. Lo
que creo realmente importante es estimular la reflexión, la creatividad, la
imaginación, el espíritu crítico, la sana irreverencia. Y escribir me parece una
importante, quizá vital, posibilidad para dar salida a todo eso. Escribir no es
nada fácil, porque eso fuerza a poner en orden las ideas, a saber qué se quiere
decir para que lo entienda el lector, a decir las cosas con precisión y
calidad. Escribir constituye un hermosísimo ejercicio de creatividad, y eso es
siempre algo portentoso, casi milagroso: ¿cómo hacer para que, a partir de una
hoja en blanco –una pantalla en blanco podríamos decir hoy–, al cabo de un
rato, y luego de dejar allí plasmados unos cuantos garabatos, alguien pueda
encontrar en esos nuevos símbolos algo que lo conmueva, le transmita
conocimiento, le abra una perspectiva nueva, le aclare cosas, lo agrade, lo
haga reír o llorar, lo haga querer seguir leyendo más adelante?
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