Herbert
Nelson se destacó en el Instituto Nacional como estudiante y como dirigente.
Participó en las jornadas heroicas de enero de 1964. Hace pocos años Nelson
falleció pero no sin antes dejar un libro – “Fundamentos ideológicos de las intervenciones de EE.UU en Panamá”-
sobre la invasión militar norteamericana perpetrada hace 23 años.
Marco A. Gandásegui, h. / ALAI
La invasión de EE.UU a Panamá en 1989. |
Según Nelson, “lo que
aconteció aquel 20 de diciembre de 1989 fue un genocidio, una afrenta a las
inteligencias civilizadas. Los sofisticados aviones de combate norteamericanos
F-117 bombardearon los barrios asentados alrededor del Cuartel Central,
provocando el incendio de las casas de madera y un número considerable de muertos y heridos. Desde la bahía que colinda con el barrio de
El Chorrillo los barcos de guerra cañoneaban el Cuartel Central que se ubica dentro en El
Chorrillo. Por este mismo lado entraron
tanquetas”.
Nelson
señala que “las escenas que se produjeron en el barrio de El Chorrillo fueron
escalofriantes. Se veía venir a la gente
corriendo, mujeres con niños en brazos, niños agarrados de las faldas de su
madre, niños sobre los hombros de otros niños, espantados, llorando, algunos
ancianos arrodillados en los quicios de sus puertas, otros escondidos bajo sus
camas, gemidos de dolor emergiendo de los escombros de las casas destrozadas,
pedazos de carne humana y huesos mezclados con escombros y numerosos incendios
por toda el área”.
En
el libro Nelson dice que “el ataque se dirigió a varios puntos de la capital,
pero especialmente en los alrededores del Cuartel Central, donde las tropas
norteamericanas chocaron con miembros de las Fuerzas de Defensa y milicianos de
los Batallones de la Dignidad. El poder
de fuego de las tropas norteamericanas por tierra, aire y mar, fue inmensamente
superior al de los militares y civiles que resistían la invasión. En el cuartel de Fuerte Amador, las tropas de
las Fuerzas de Defensa resistieron las embestidas de los invasores. El
aeropuerto de la capital, así como otras terminales aéreas del país quedaron
inutilizadas por los ataques desde el aire”.
Incluso,
agrega Nelson, “durante el desarrollo del conflicto EEUU cerró a la navegación
el tránsito a través del Canal de Panamá.
Por primera vez desde 1914 el Canal estuvo cerrado, negándosele el
acceso a barcos de naciones que mantenían una posición neutral en el conflicto”.
Nelson
reconoce que “a pesar de la envergadura de los ataques norteamericanos, la resistencia desorganizada de las Fuerzas
de Defensa y de civiles fue heroica si tomamos en consideración el potencial de
fuego y la sofisticada maquinaria bélica que usaron los soldados
norteamericanos”.
También
apunta cómo “ese mismo día el triunvirato (el presidente Endara y los
vicepresidentes Arias Calderón y Ford)
que había sido juramentado en una base militar norteamericana (esa madrugada),
se dirigió al país y le pidió a los militares y a los civiles que oponían
resistencia al avance de las tropas invasoras, a no poner obstáculos a la
misión de las tropas invasoras”. A
Endara, según Nelson, le fue conferido el triste papel histórico de formular el
mensaje: “No resistan el avance de las fuerzas
norteamericanas. No queremos más sufrimientos ni más dolor. Cuando todo haya concluido podremos celebrar
la llegada de la democracia, la justicia y la libertad... Hay que aceptar la honorable paz que nos
ofrece el presidente norteamericano George Bush”.
Nelson
describe el momento en que “el sol se hizo presente la mañana de ese fatídico
20 de diciembre de 1989, (exponiendo) las escenas dantescas que se mostraban en
el destruido barrio de El Chorrillo. Cientos de civiles aparecían muertos y
heridos en las calles, debajo de los escombros. Las humildes casas ardiendo en
llamas. Los hospitales de la capital no se dieron abasto para atender a tantos
heridos y muertos, de los que pudieron ser rescatados por familiares y amigos
de las víctimas”.
En
la descripción que recoge Nelson, “el Cuartel Central de la avenida A aparecía
virtualmente destruido. En su interior yacían muertos más de un ciento de
militares integrantes de la unidad “Machos
de Monte”. Según testimonio del maestro Rafael Olivardía, los “Machos de Monte” y todos los que cayeron
defendiendo el terruño patrio fueron “héroes”.
Según Olivardía,
“después de un traqueteo de ametralladoras ya no se oyó el tiro solitario.
Murió el último ‘macho de monte’. Nos llevaron de El Chorrillo a Balboa. En el camino vimos asesinar a gente amarrada.
Nos dolía. Caminábamos entre cadáveres.
Nos dolía mucho”.
Nelson
concluye que “al darse cuenta del infame genocidio que habían perpetrado, los
norteamericanos intentaron ocultar ante la faz del mundo el resultado de sus
delitos y pusieron obstáculos a la Cruz Roja Internacional para que no entrara
en las zonas de conflictos a prestar auxilio a los heridos que yacían
desangrándose. Algunos de los cadáveres eran incinerados en la playa con
lanzallamas y las cenizas tiradas a la bahía para que el mar las desapareciera.
Otros cadáveres fueron introducidos en furgones frigoríficos, junto con algunos
heridos, y sepultados en fosas comunes.
Se calcula que cada furgón tenía capacidad para almacenar un promedio
aproximado de 400 cadáveres”.
20 de diciembre de 2012.
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