sábado, 1 de diciembre de 2012

América Latina: ¿hacia dónde vamos?

Nuestro tiempo plantea a la humanidad toda y, por ende, también a los latinoamericanos, preguntas fuertes que piden respuestas urgentes y requieren de un cambio de largo aliento. ¿Seremos capaces de figurarnos el fin del capitalismo?

América Latina vive un tiempo de búsquedas y construcción de alternativas a la hegemonía neoliberal.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica

En América Latina,  habiendo recorrido tres décadas de implementación de políticas neoliberales que volvieron más desiguales a nuestras sociedades, los latinoamericanos de la primera década del siglo XXI nos enfrentamos a una serie de disyuntivas y retos a la que hemos empezado a darle respuesta desde perspectivas inéditas hasta hace pocos años.

Se trata, sin embargo, más de búsquedas que de respuestas, de exploraciones más que de hallazgos y, como tales, muchas veces marchamos a tientas y ensayamos y erramos con frecuencia. Son búsquedas en las que han desaparecido los modelos a seguir, como se tuvieron, para bien o para mal, antaño.

Cómo caracterizarlas se ha transformado en uno de los intríngulis actuales de analistas y observadores. ¿Son experimentos de formas de organización social no capitalistas o no hay que ir tan lejos y solo entenderlas como posneoliberales?

Según Nils Castro, algunos críticos insisten en que estos experimentos  no son revolucionarios ya que el capitalismo sigue siendo el horizonte de su gestión política; pero esto –considera- es así porque esos gobiernos fueron electos a consecuencia del daño y el rechazo sociales que las políticas neoliberales acumularon en el pasado período. Son, pues, el resultado del voto antineoliberal –pero no necesariamente anticapitalista– de millones de ciudadanos[1].

Hay en ellos una separación y relativo alejamiento del neoliberalismo pero, en algunos (en unos más y en otros menos) hay también propuestas de organización y ordenamiento que apuntan hacia formas que ya no pueden ser catalogadas de capitalistas. Se trataría de un horizonte en el que, con el tiempo, posiblemente estas formas alternativas pudieran llegar a ser dominantes.

Para arribar a ellas, el impulso viene desde distintas partes. A veces prevalece el que viene “desde arriba”, es decir, desde el aparato estatal y sus diversos estamentos; otras veces el que deriva de la presión de “los de abajo”, es decir del movimientos social. Como dice Arturo Escobar, estos impulsos socioeconómicos, políticos y culturales sugieren la existencia de dos proyectos potencialmente complementarios, pero también contradictorios: uno, el de las modernizaciones alternativas, basadas en un modelo de desarrollo anti-neoliberal y tendientes a economías mixtas, potencialmente solidarias y postcapitalistas, y a una forma alternativa de modernidad (una modernidad satisfactoria, en palabras de García Linera, es decir, más justa e incluyente).  Este proyecto tiene su origen en el fin de la hegemonía del proyecto neoliberal, pero no se compromete significativamente con el segundo aspecto de la coyuntura, es decir, la crisis de la modernidad; otro, el de los proyectos de transición de modelo de sociedad, potencialmente decoloniales, basados en un conjunto diferente de prácticas (por ejemplo, comunales, indígenas, híbridas y, principalmente, pluriversales e interculturales), tendientes a una sociedad postliberal (una alternativa a la euromodernidad).  Este segundo proyecto surge del segundo aspecto de la coyuntura y pretende transformar al liberalismo y al desarrollo[2].

La desaparición del socialismo real a principios de la década de 1990 dejó a muchos en el desamparo, como “un niño perdido en la intemperie” al decir de Eduardo Galeano, sin modelo ni vía que seguir. De ahí que la década de los 90 del siglo pasado fuera una de explosiones populares provocadas por el hastío ante el neoliberalismo pero, también, de interrogantes sobre cuáles eran las vías para salir adelante cuando, según parecía, se había llegado al fin de la historia.

Las respuestas han sido variadas. Todas, sin embargo, independientemente del cariz de los proyectos que impulsan nacionalmente, han avanzado en el viejo sueño latinoamericano de conjuntar posiciones para tener mayor independencia frente los Estados Unidos de América. Se han creado proyectos y organizaciones como la ALBA y la UNASUR en donde, de acuerdo a la naturaleza de cada una de ellas, se propician grandes proyectos conjuntos de desarrollo o alianzas políticas que le dan voz propia a América Latina en el concierto mundial.

Nuestro tiempo plantea a la humanidad toda y, por ende, también a los latinoamericanos, preguntas fuertes que piden respuestas urgentes y requieren de un cambio de largo aliento; el capitalismo ya no es solamente un modo de producción sino un movimiento civilizatorio y, por ende, está en nosotros mismos. De ahí que nuestra capacidad de respuesta ante estas preguntas fuertes sea débil: tenemos dificultades de imaginación política y nos es casi imposible figurarnos el fin del capitalismo.

La diversidad del mundo, sin embargo, es inagotable y se encuentra en todas partes, pero los conocimientos y culturas de los pueblos más débiles (o debilitados, porque coinciden con aquellos que fueron colonizados) son considerados ignorancia, aunque en ellos se esconden verdades que están empezando a visibilizarse.

¿Están en ellos “las” respuestas a los problemas que nos aquejan a principios del siglo XXI en el marco de la crisis civilizatoria?  

El tránsito hacia el futuro sea más parecido a abrir brecha en medio de la jungla que a construir un edificio siguiendo las indicaciones de un plano.

Tiempo de búsquedas este en el que se encuentra América Latina, en el que una vez más, como en tantas otras ocasiones,  resulta necesario volver las palabras que José Martí expresó en su ensayo Nuestra América, para sugerir un programa elemental de acción política que dé cumplimiento a estas tareas, tanto a lo interno de los países como en su proyección internacional: “Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país”.

En las inmensas posibilidades de transformación de este ideario elemental y siempre vigente,  y en lo mucho que ya se ha logrado avanzar en la última década, reside un germen de esperanza para la América nuestra que emerge de las cenizas del neoliberalismo.



NOTAS
[1] . Castro, Nils (2012); ¿Por qué y para qué son progresistas estos gobiernos?, en Rebelión.org; localizable en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=153296 (consultado el 30/08/2012).
[2] .  Escobar, Arturo (2012);” ¿Transformaciones y/o transiciones? Post-extractivismo y pluriverso”, en revista América Latina en Movimientos: Extractivismo: contradicciones y conflictividad, N° 473; Agencia Latinoamericana de Información (ALAI); Quito. P. 16; localizable en: http://alainet.org/publica/473.phtml (consultada el 30/08/2012).

1 comentario:

Leda Mendez dijo...

¡Qué nos dejen solos, que nos quitemos la cadens y levantaremos al mundo entero de las cenizas del neoliberalismo!