sábado, 15 de diciembre de 2012

Que decida el cáncer

Sucede que gobiernos como el venezolano, el ecuatoriano o el argentino deben prever con cuidado sus condiciones de continuidad. He ahí un problema político-práctico aún no resuelto, pero decisivo; incluso en Cuba, con un Partido Comunista institucionalizado, no hay una clara continuidad de liderazgo al de Fidel.

Roberto Follari / El Telégrafo (Ecuador)

“Que decida el pueblo”, vocifera Capriles, el opositor derrotado por amplio margen hace apenas un mes en Venezuela, pretendiendo nuevas elecciones ya. Es inocultable su deseo de aprovechar la enfermedad de quien lo venciera para encaramarse personalmente en el poder. Pero en rigor el pueblo ya decidió, y decidió en favor de Chávez y de su movimiento por enorme ventaja. La idea encubierta, entonces, parece ser “que decida el cáncer”, que sea una aleatoria enfermedad biológica la que determine el futuro de los venezolanos.

“Viva el cáncer”, pintaba en las paredes la derecha argentina cuando la enfermedad de Eva Perón. Esa misma que hoy sale a las calles pidiendo, sin ruborizarse, la muerte de la presidenta argentina con un oscuro, “Néstor, volvé y llevátela”.

La bajeza moral de estas apelaciones muestra quiénes son los que dividen la sociedad cuando hay gobiernos que defienden los intereses populares. Las derechas acusan de divisor al gobierno mientras son ellas las que dividen, pretenden que el gobierno es el odioso, mientras son ellas las que odian e insultan.

Lo cierto es que la agudización de la dolencia de Hugo Chávez pone en la palestra la cuestión del liderazgo personal y sus límites. Ese liderazgo no es negativo ni caprichoso; la ciudadanización de los excluidos opera mucho más fácilmente por identificación inicial con el carisma del líder que por apelación a organizaciones colectivas que carecen de ese brillo y encanto personales.

Pero, decía Juan Perón, “solo la organización vence al tiempo”. Hay que organizar una sucesión que vaya más allá del liderazgo personal, y eso no es fácil en fuerzas políticas que se han basado en la conducción centralizada; el proceso de abandono del liderazgo personal es difícil de realizar desde el liderazgo personal.

Esto no tiene nada de extraño, también el liderato de una organización revolucionaria colectiva tradicional debiera dar lugar a su disolución paulatina en la voluntad popular; y ello nunca ha ocurrido, ni en lo que fue la URSS ni en ningún caso posterior. En los gobiernos liberales esto no es necesario porque en su caso en verdad ellos no gobiernan, lo hacen las corporaciones empresariales a su través, y son estas las que garantizan la continuidad de tendencia en el proceso político.

Sucede que gobiernos como el venezolano, el ecuatoriano o el argentino deben prever con cuidado sus condiciones de continuidad. He ahí un problema político-práctico aún no resuelto, pero decisivo; incluso en Cuba, con un Partido Comunista institucionalizado, no hay una clara continuidad de liderazgo al de Fidel. Y sin dudas no parece razonable que procesos colectivos de esta envergadura queden librados a la suerte de la biología, esa especie de ruleta azarosa de la cual quieren colgarse desesperadamente los derrotados en la preferencia electoral.

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