Sucede que gobiernos como el venezolano,
el ecuatoriano o el argentino deben prever con cuidado sus condiciones de
continuidad. He ahí un problema político-práctico aún no resuelto, pero
decisivo; incluso en Cuba, con un Partido Comunista institucionalizado, no hay
una clara continuidad de liderazgo al de Fidel.
Roberto
Follari / El Telégrafo (Ecuador)
“Que decida el pueblo”, vocifera
Capriles, el opositor derrotado por amplio margen hace apenas un mes en
Venezuela, pretendiendo nuevas elecciones ya. Es inocultable su deseo de
aprovechar la enfermedad de quien lo venciera para encaramarse personalmente en
el poder. Pero en rigor el pueblo ya decidió, y decidió en favor de Chávez y de
su movimiento por enorme ventaja. La idea encubierta, entonces, parece ser “que
decida el cáncer”, que sea una aleatoria enfermedad biológica la que determine
el futuro de los venezolanos.
“Viva el cáncer”, pintaba en las paredes
la derecha argentina cuando la enfermedad de Eva Perón. Esa misma que hoy sale
a las calles pidiendo, sin ruborizarse, la muerte de la presidenta argentina
con un oscuro, “Néstor, volvé y llevátela”.
La bajeza moral de estas apelaciones
muestra quiénes son los que dividen la sociedad cuando hay gobiernos que
defienden los intereses populares. Las derechas acusan de divisor al gobierno
mientras son ellas las que dividen, pretenden que el gobierno es el odioso,
mientras son ellas las que odian e insultan.
Lo cierto es que la agudización de la
dolencia de Hugo Chávez pone en la palestra la cuestión del liderazgo personal
y sus límites. Ese liderazgo no es negativo ni caprichoso; la ciudadanización
de los excluidos opera mucho más fácilmente por identificación inicial con el
carisma del líder que por apelación a organizaciones colectivas que carecen de
ese brillo y encanto personales.
Pero, decía Juan Perón, “solo la
organización vence al tiempo”. Hay que organizar una sucesión que vaya más allá
del liderazgo personal, y eso no es fácil en fuerzas políticas que se han
basado en la conducción centralizada; el proceso de abandono del liderazgo
personal es difícil de realizar desde el liderazgo personal.
Esto no tiene nada de extraño, también
el liderato de una organización revolucionaria colectiva tradicional debiera
dar lugar a su disolución paulatina en la voluntad popular; y ello nunca ha
ocurrido, ni en lo que fue la URSS ni en ningún caso posterior. En los
gobiernos liberales esto no es necesario porque en su caso en verdad ellos no
gobiernan, lo hacen las corporaciones empresariales a su través, y son estas
las que garantizan la continuidad de tendencia en el proceso político.
Sucede que gobiernos como el venezolano,
el ecuatoriano o el argentino deben prever con cuidado sus condiciones de
continuidad. He ahí un problema político-práctico aún no resuelto, pero
decisivo; incluso en Cuba, con un Partido Comunista institucionalizado, no hay
una clara continuidad de liderazgo al de Fidel. Y sin dudas no parece razonable
que procesos colectivos de esta envergadura queden librados a la suerte de la
biología, esa especie de ruleta azarosa de la cual quieren colgarse
desesperadamente los derrotados en la preferencia electoral.
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