La humanidad debería volver los ojos
hacia los mayas no por sensacionalismos como el del fin del mundo asociado a la
fecha cabalística del 2012, sino por la lección de vida que nos brindan a
través de su trayectoria como civilización.
Rafael
Cuevas Molina / Presiente AUNA-Costa Rica
La historia de la civilización maya tiene mucho que decir a la humanidad contemporánea. |
Una interpretación errónea y sensacionalista
del calendario maya, dio pie a un negocio que proporcionó miles de dólares a
quienes auguraron el fin del mundo en diciembre del 2012. La cultura maya, sin embargo, desde el
seno del espacio civilizatorio mesoamericano, tiene enormes lecciones que
legarnos a los hombres y mujeres del presente. Una de ellas tiene que ver con
el destino que corrió producto de prácticas socio-culturales que la llevaron a
sufrir cambios catastróficos, probablemente allá por el siglo IX de nuestra
era.
En su seno se desarrolló una
contradicción, que a la postre resultó irresoluble, entre, por un lado, una cosmovisión que
situaba a la especie humana como parte de la naturaleza y, por lo tanto,
orientaba en dirección de una relación de respeto y convivencia con ella, y,
por otra, una dinámica totalmente contraria, que necesitaba de la depredación
del entorno para construir y mantener símbolos de poder. Es el caso de las
necesidades derivadas de la elaboración del estuco que recubría las grandes
construcciones de sus ciudades-estado, que implicó la deforestación del bosque
circundante. Esto, aunado al crecimiento de las necesidades alimentarias de una
población cada vez mayor, que se satisfacía con el sistema de roza (tala, quema
y barbecho del bosque) en un contexto de larga sequía por cambios del clima de
la zona.
Aunque hubo elementos imponderables,
fuera de su posible dominio, como los cambios climáticos mencionados, la acción
humana tuvo una importantísima incidencia en la catástrofe que llevó a lo que
algunos han caracterizado como colapso maya, es decir, al destramamiento de la
cultura maya clásica. La incidencia sobre el medio ambiente llevó a
sublevaciones y guerras que, primero, se ensañaron contra los símbolos que
enaltecían a los sectores dominantes. Hubo levantamientos campesinos, que
dejaron huella en los monumentos que hoy vemos mutilados por su acción en
grandes centros ceremoniales de México, Guatemala, Honduras y Belice; al mismo
tiempo, se agudizaron los enfrentamientos entre clanes dominantes asentados en
distintas ciudades y territorios, que se vieron compelidos a pelear por tierras
para labranza, acceso al agua y las vías de comercio. Es decir, varios cientos
de años de violencia y caos que dieron, a la postre, al traste con toda la
civilización, dejándola reducida, a la postre, en un legado de ciudades
perdidas en la selva y poblaciones que, debilitadas, fueron fácil pasto de
conquistas por parte de grupos llegados desde el Norte.
¿No le parece al lector de estas líneas
que, con bastante facilidad, se puede hacer un parangón entre lo sucedido a una
de las más brillantes expresiones civilizatorias americanas y lo que nos está
sucediendo hoy en el mundo entero?
Cada día son más evidentes los signos de
que el cambio climático no solo ya está aquí, sino que está teniendo incidencia
cada vez más fuerte en la vida de millones de personas. Los informes que dan
cuenta de la celeridad de este proceso son alarmantes, pero los seres humanos
no hemos sido capaces de dar una respuesta coherente. El sistema capitalista
imperante, con la enorme flexibilidad y creatividad que lo caracteriza, aunque
siempre orientadas hacia la reproducción del capital, hace un negocio de todo
esto, y aparecen por doquier iniciativas engañosas que hacen aparecer a las más
depredadoras de las industrias, como las de la extracción y comercialización de
hidrocarburos, por ejemplo, como “amigables con el ambiente” o “verdes”.
La humanidad debería volver los ojos
hacia los mayas no por sensacionalismos como el del fin del mundo asociado a la
fecha cabalística del 2012, sino por la lección de vida que nos brindan a
través de su trayectoria como civilización.
Hechos y procesos sociales que surgen
casi espontáneamente y se transforman en fenómenos de masas, como las
manifestaciones, sobre todo de jóvenes, que surgen en todas partes del mundo, pueden
ser una expresión de un horizonte de desesperanza, de fin de mundo
(literalmente) que la sociedad está transmitiendo.
No son, ahora, en el segundo decenio del
siglo XXI, los proletarios, que decía Marx, los que no tienen nada que perder
al sublevarse y luchar por un cambio de rumbo. Son los hombres y mujeres de
todos los estratos sociales, pero sobre todo los más educados, los que tienen
más herramientas y medios para enterarse de todo esto, los que o cambian el
estado de cosas, o no tendrán en dónde vivir.
Por eso, y no como consigna sino como
apremiante necesidad, la lucha es ahora.
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