El Congreso de Nicaragua acaba de aprobar el
proyecto de construcción de un canal interoceánico en asociación con China.
Esto ha venido a replantear las estrategias comerciales del mundo y también las
estrategias políticas y militares del continente, donde el control directo o
indirecto del tránsito entre ambos océanos ha sido por más de un siglo un
elemento clave del poder imperial.
Jorge Núñez Sánchez / El
Telégrafo (Ecuador)
La idea de construir una vía o canal interoceánico
en América Central es de antigua data. Ya Hernán Cortés le dijo a Carlos V que
la unión de los dos mares “valía más que la conquista de México”. Y el
explorador Antonio Galvao mostró al Rey de España la factibilidad de abrir un
canal por los istmos de Tehuantepec, Nicaragua o Panamá. En respuesta, el rey
dispuso que se levantaran planos de un canal por Panamá y otro por Nicaragua.
La idea del canal motivó también al rey Felipe II,
quien envió al Darién un grupo de ingenieros flamencos, que opinó
favorablemente a la construcción de la vía acuática, aunque España abandonó
luego el proyecto.
En 1694, Inglaterra, la archienemiga de España, fue
interesada en la obra por un colonizador escocés del Darién, Guillermo
Paterson, quien afirmaba que un canal “aseguraría las llaves del universo,
capacitando a sus poseedores para dar leyes a ambos mares y para ser árbitros
del comercio mundial”.
También el Libertador Simón Bolívar, como presidente
de Colombia, contrató a los ingenieros Lloyd (inglés) y Falmark (sueco) para
que estudiaran la zona y recomendasen la vía más adecuada. Lloyd presentó sus
trabajos en la Royal Society de Londres, pero no pudo obtener financiamiento
para llevar a cabo ese gran proyecto de ingeniería.
Desintegrada Colombia, la república de Nueva Granada
dio en 1835 al Barón de Thiery, empresario francés, una concesión exclusiva
para abrir un canal por el istmo de Panamá. Mas ese proyecto fracasó, al igual
que otros subsiguientes.
Así se llegó al año 1846, en que Nueva Granada firmó
un tratado con los EE. UU., por el que este último garantizaba la soberanía
neogranadina en Panamá y la perfecta neutralidad del istmo “con la mira de que
en ningún tiempo sea interrumpido ni embarazado el libre tránsito, de uno a
otro mar”.
Poco después, en 1850, los EE.UU. suscribieron con
Inglaterra el Tratado Clayton-Bulwer, por el que ambos países se comprometían a
compartir la construcción y uso de cualquier canal interoceánico en el área.
Para entonces, el naviero Cornelius Vanderbilt había
obtenido ya del Gobierno de Nicaragua una concesión para construir un canal
interoceánico y, entre tanto, usar la ruta de tránsito por el Lago de Nicaragua
y el río San Juan. Su objetivo era llevar en barcos de vapor, de uno a otro
océano, a los miles de mineros gringos que querían ir a California, atraídos
por la “fiebre del oro”.
Como esa ruta evitaba el largo viaje por tierra
entre Nueva York y San Francisco, 100 mil personas la usaron entre 1851 y 1856
y su explotación resultó para Vanderbilt más productiva que las vetas de oro
californianas.
A cambio de la concesión canalera y el monopolio de
tránsito, la compañía de Vanderbilt se comprometió con el Gobierno de Nicaragua al pago de diez mil dólares
anuales. Sin embargo, a pesar de su gran éxito, la compañía pagó su cuota del
primer año y se negó a pagar lo demás, aduciendo grandes pérdidas. Ante esto,
el presidente Fruto Chamorro (1853) exigió a la compañía el pago de sus deudas
y denunció innumerables abusos que la empresa había cometido en Nicaragua.
En vez de pagar, Vanderbilt organizó y financió en
1854 una “revolución” para derrocar al nacionalista Chamorro, liderada por el
opositor Francisco Castellón. Este, con ayuda de los jefes militares del sur,
formó un supuesto “gobierno beligerante”, que pasó a controlar toda el área de tránsito de la compañía. Mas
Chamorro movilizó sus tropas y recuperó el sur, con lo cual Castellón huyó a
Costa Rica.
Empero, Vanderbilt estaba empeñado en imponer un
gobierno títere al servicio de su compañía. Así que organizó un ejército
mercenario en EE.UU., dirigido por el aventurero William Walker, para invadir
Nicaragua y apoderarse del país. Walker desembarcó en El Realejo en junio de
1855 al mando de su “Falange Americana” y recibió el apoyo de un centenar de
nicaragüenses. Luego se le unieron nuevas fuerzas mercenarias traídas de EE.UU.
por Vanderbilt.
Castellón volvió a escena. Nombró a Walker coronel y
luego general de brigada, mientras varios jefes militares traicionaban al
gobierno y se pasaban al enemigo. Con esto, el filibustero gringo se sintió
poderoso, traicionó a Vanderbilt y se apoderó de los barcos de la compañía de
tránsito. Luego traicionó a los caudillos políticos que lo habían promovido y
se proclamó presidente de Nicaragua, tras lo cual se lanzó a invadir otros
países centroamericanos.
El pirata tenía el respaldo de los plantadores del
sur estadounidense, deseosos de convertir a Nicaragua, Cuba y Santo Domingo en
otros tantos Estados esclavistas de los Estados Unidos. Por eso restableció la
esclavitud en Nicaragua y se lanzó a “americanizar” el país: emparejó la moneda
nacional con el dólar, emitió bonos-dólares destinados a la venta en los Estados
Unidos y liberó de impuestos a las importaciones, para facilitar la
introducción de mercancías norteamericanas.
Alarmada con la situación, Costa Rica promovió una
alianza militar centroamericana para combatir a Walker y sus piratas, y pidió
ayuda a Inglaterra, que le proveyó de moderno y abundante equipo militar y
dispuso que trece buques de guerra patrullasen ambas costas centroamericanas.
Eso planteó una disputa interimperialista por el
control de América Central, pues el Gobierno de EE.UU. reconocía y apoyaba al
esclavista Walker, mientras la librecambista Inglaterra lo combatía, porque
atentaba contra sus intereses comerciales y estratégicos en el área.
Al fin, los centroamericanos derrotaron a Walker en
abril de 1857, tras una durísima campaña militar, pero fuerzas navales de
EE.UU. lo protegieron y evacuaron una y otra vez. En 1860, Walker hizo un nuevo
desembarco pirático en Honduras, pero fue capturado por un barco de guerra
inglés y entregado a las autoridades hondureñas, que lo fusilaron en medio de
los aplausos de la multitud.
Continuará…
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