Tal vez lo que se necesite en Centroamérica
sea mano dura contra los que, no viendo más allá de sus narices, persisten en
mantener las estructuras arcaicas que tienen a la región en el estado de
postración en que se encuentra.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
El drama de la pobreza en Centroamérica (fotografía tomada del diario La Nación). |
En Centroamérica existe un programa
llamado Estado de la Región, que aporta información sobre el estado del Istmo.
Los datos que arroja son terribles: es esta una región violenta y pobre, de la
que la gente se va porque no tiene oportunidades.
La violencia ha sido algo recurrente
desde hace décadas. Primero fue la violencia política, el enfrentamiento armado
que duró más de treinta años y que dejó
países y regiones devastadas, como Nicaragua y el altiplano guatemalteco.
Luego, cuando se logró salir de la guerra, vino otro tipo de violencia, que
hereda los males que dejaron las guerras y le agrega nuevos elementos. Es la
violencia provocada por el crimen organizado, por la desestructuración de las relaciones
sociales, por la inequidad, por la falta de oportunidades y por la
desesperación, que ha provocado una verdadera cultura de la violencia.
El Estado de la región consigna que
Centroamérica es la región más violenta del mundo en la que no hay guerra.
Muestra que los gobiernos han duplicado el número de fuerzas encargadas de
prevenir y reprimir la violencia pero que ésta, en vez de disminuir, aumenta,
hasta llegar casi a duplicarse en los últimos diez años.
Honduras, el país en donde un golpe de
Estado sacó del poder a un gobierno que hacía tímidos intentos por impulsar
políticas sociales que, de alguna forma, permitieran mitigar algunas de las
causas de la violencia, encabeza la tasa de homicidios: 86,5 por cada 100,000
habitantes.
El 87% de los homicidios se cometieron
en el Triángulo Norte, es decir, en Guatemala, El Salvador y Honduras. ¿Por qué
Nicaragua y Costa Rica escapan, en alguna medida, a esta lógica? En el caso
nicaragüense, probablemente tenga que ver con la mayor organización comunal y el
fortalecimiento de redes solidarias propiciadas, desde los años ochenta, por la
Revolución Sandinista. Y en el caso costarricense no hay duda, es el país de
Centroamérica que, desde siempre, ha invertido más en políticas sociales.
Como bien se sabe, la pobreza por sí
sola no genera la violencia, pero lo que sí se ha demostrado es que cuanto más
desigual es una sociedad, hay más violencia, y las sociedades centroamericanas
son terriblemente desiguales. En eso, Guatemala está a la cabeza. Ahí, mientras
existen suficientes capitales como para ser exportados a otros países de la
región e, incluso hasta a los Estados Unidos, ocupa el primer lugar de América
Latina en cuanto a desnutrición crónica infantil y el sexto a nivel mundial, de
acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF); la
prevalencia de la desnutrición en menores de cinco años es del 48 por ciento.
Como se sabe, a la infancia que ha sido víctima de desnutrición se le está
condenando a seguir un círculo de pobreza, una situación alarmante, pues los
índices de desnutrición infantil en el país superan los de Haití y Honduras a
nivel latinoamericano.
Ante esta situación, los
centroamericanos migran, especialmente hacia los Estados Unidos, y las remesas
que envían es uno de los pocos colchones que no permiten que la situación sea
más grave. Su pesó aumentó en la economía regional en la última década. En
promedio, las remesas pasaron de representar el 4,7% del PIB regional en el
2000, al 7,7% en el 2011. Ese es el promedio, pero en El Salvador, que tiene un
18% de su población en los estados Unidos, es un 17% de su PIB.
“Mano dura” contra la violencia ofrecía
el general Otto Pérez Molina en su campaña presidencial hace dos años en
Guatemala. La gente, en su desesperación, entre la violencia y la pobreza, lo
eligió, y él, efectivamente, ha aplicado mano dura como presidente. Pero esa
mano dura ha estado dirigida contra los que se organizan y protestan contra el
estado de cosas que mantiene a Guatemala, junto a los otros países centroamericanos,
en la cola del desarrollo.
Tal vez lo que se necesite sea mano dura
contra los que, no viendo más allá de sus narices, persisten en mantener las
estructuras arcaicas que tienen a la región en el estado de postración en que
se encuentra.
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