Hay, sin duda, singulares afinidades entre Martí y Gramsci, que sólo
pueden ser explicadas en el marco del moderno sistema mundial, donde ambos se
vinculan a sociedades periféricas o semiperiféricas, como la cubana y la
italiana de sus respectivos tiempos.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para
Ricardo Alarcón, martiano
En sus notas sobre Maquiavelo como
primer teórico de la política moderna, Antonio Gramsci hace una reflexión del mayor
interés sobre los vínculos entre la socialidad y la eficacia histórica de los
partidos políticos.[1] Así, tras preguntarse en
qué consiste la elaboración de la historia de un partido político, señala lo
siguiente:
¿Será la mera narración
de la vida interna de una organización política? ¿Cómo nace, los primeros
grupos que lo constituyen, las polémicas ideológicas a través de las cuales se
forma su programa y su concepción del mundo y de la vida? En ese caso se
trataría de la historia de grupos restringidos de intelectuales y a veces de la
biografía política de un individuo aislado. El marco del cuadro, por lo tanto,
tendrá que ser más amplio y global. Deberá hacerse la historia de una
determinada masa de hombres que habrá seguido a los promotores, los habrá
apoyado con su confianza, con su lealtad, con su disciplina, o los habrá
criticado “realistamente” dispersándose o permaneciendo pasivos frente a algunas
iniciativas.
Y enseguida procede a ampliar sus
propias interrogantes de una manera característica de su proceder en la
reflexión teórica. Esa masa, se pregunta, ¿será únicamente la de los afiliados
al partido, cuya conformación y desarrollo puede ser rastreada a partir de “los
congresos, las votaciones, etcétera, o sea todo el conjunto de actividades y de
modos de existencia con que una masa partidaria manifiesta su voluntad?” Al
respecto, plantea enseguida:
Evidentemente habrá que
tener en cuenta el grupos social del que el partido es expresión y parte más
avanzada: la historia de un partido, pues, no podrá dejar de ser la historia de
un determinado grupo social. Pero este grupo no está aislado: tiene amigos,
afines, adversarios, enemigos. Sólo del complejo cuadro de todo el conjunto
social y estatal (y a menudo incluso con interferencias internacionales) se
desprenderá la historia de un determinado partido, por lo que puede decirse que
escribir la historia de un partido significa lo mismo que escribir la historia
general de un país desde el punto de vista monográfico, para poner de relieve
un aspecto característico.
A esto añade un criterio tan sencillo
como el siguiente para que lo anterior conduzca a un juicio de valor: “Un
partido”, dice, “habrá tenido mayor o menor significado y peso en la medida en
que su particular actividad haya pesado más o menos en la determinación de la
historia de su país.” Y, al respecto, señala que el modo de escribir la
historia de un partido se corresponde con el concepto que se tiene “de lo que
es un partido o lo que debe ser.”:
El sectario se exaltará en los
detalles internos, que tendrán para él un significado esotérico y lo llenarán
de místico entusiasmo; el historiador, aun dando a cada cosa la importancia que
posee en el cuadro general, pondrá el acento sobre todo en la eficiencia real
del partido, en su fuerza determinante, positiva y negativa, en el haber
contribuido a crear un acontecimiento y también en el haber impedido que otros
acontecimientos se realizasen.
Valdrá la pena cotejar estas observaciones de Gramsci con los
documentos producidos por José Martí para el Partido Revolucionario Cubano y
con los artículo que dedicara a divulgar – justamente – “su programa y su
concepción del mundo y de la vida”. En ese cotejo, tendrá especial importancia
la idea fundamental de que el
Partido Revolucionario Cubano “es el pueblo cubano.”[2]
Los textos fundamentales para ese
cotejo figuran entre las páginas 279 y 486 del I Tomo de la Obras Completas de Martí, en la edición
aquí citada. De entre esos textos, tienen especial relevancia, por supuesto,
los correspondientes a las Bases y a
los Estatutos Secretos del Partido
Revolucionario Cubano, y aquellos otros dedicados a la divulgación de la
concepción del mundo y de la vida que alentaba en la nueva organización. Pero
el conjunto es mayor y más complejo, pues incluye desde discursos hasta
correspondencia menuda, todo ello vinculado con el propósito mayor de construir
la autoridad moral, cultural y política – que es el modo martiano de definir lo
que Gramsci llamó la hegemonía – del Partido en la comunidad de los cubanos.
En la indagación acerca del contenido histórico y la eficacia práctica
de labor de organización y educación política, será de gran utilidad lo
afirmado por Gramsci en el sentido de que “la historia de un partido, pues, no
podrá dejar de ser la historia de un determinado grupo social. Pero este grupo
no está aislado: tiene amigos, afines, adversarios, enemigos.” Al respecto, por
ejemplo, cabrá preguntarse si una organización de frente nacional como la
gestada por el Partido Revolucionario Cubano no se correspondía acaso con la
visión y los intereses de un determinado grupo social que buscaba estructurar en en torno a sí a
sus amigos y afines con el fin de aislar a sus adversarios – integristas,
autonomistas y anexionistas - desenmascarando su compromiso abierto o
vergonzante con la defensa del statu quo colonial cubano de fines del XIX?
Y, por otra parte, el compromiso del Partido Revolucionario Cubano con
la idea de alcanzar con la independencia los medios necesarios para lograr el
fin mayor de liberar a su sociedad del legado terrible del colonialismo y
proceder a la construcción de una sociedad democrática en Cuba, ¿no expresa
acaso con singular claridad la voluntad de contribuir a crear un acontecimiento
histórico de nuevo tipo, e impedir que se prolongaran en la República los males
de la colonia? De allí, sin duda, aquella reflexión sobre los modos de ser de
la política, de tan singular contemporaneidad, en la que Martí nos explica que
Cuando la política tiene por objeto
cambiar de mera forma un país, sin cambiar las condiciones de injusticia en que
padecen sus habitantes; cuando la política tiene por objeto, bajo nombres de
libertad, el reemplazo en el poder de los autoritarios arrellanados por los
autoritarios hambrientos, el deber del hombre honrado o será nunca, ni aun con
esa excusa, el de echarse a un lado de la política, para dejar que sus
parásitos la gangrenen. Es la casa en que vive lo que le gangrenan y ha de
entrar en ella para purificarla. Cuando la política tiene por objeto poner en
condiciones de vida a un número de hombres a quienes un estado inicuo de
gobierno priva de los medios de aspirar por el trabajo y el decoro a la
felicidad, falta al deber de hombre quien se niega a pelear por la política que
tiene por objeto poner a un número de hombres en condición de ser felices por
el trabajo y el decoro.[3]
Hay, sin duda, singulares afinidades entre Martí y Gramsci, que sólo
pueden ser explicadas en el marco del moderno sistema mundial, donde ambos se
vinculan a sociedades periféricas o semiperiféricas, como la cubana y la
italiana de sus respectivos tiempos. Esto nos presenta un vasto terreno
pendiente de indagación histórica y política, que no podrá llevarse a cabo a
partir de la lectura de América Latina desde Marx o del propio Gramsci, sino de
la lectura inversa, de ambos desde nuestra región.
No sólo se trata de que el gracejo relativo al MT26 –esto es, a un
marxismo de la tendencia 26 de julio, que busca resaltar la originalidad de la
práctica revolucionaria cubana a partir del asalto al Cuarte Moncada en 1953 y
hasta por lo menos los primeros años de la década de 1970, con importantes
persistencias que animan la reforma política en curso en ese país– deje así de
referirse a una característica meramente cultural, para pasar a ser un
referente histórico concreto, en su potencial como en sus limitaciones. Además,
y sobre todo, se trata de recuperar los medios que demanda la construcción de
un futuro que deje de ser, finalmente, imaginado como la mera culminación de
pasados ya cancelados, para convertirse de una vez por todas en la
transformación del Nuevo Mundo de ayer apenas en el Mundo Nuevo que nuestro
presente reclama ya.
Panamá, junio 29, 2013
NOTAS:
[1] Gramsci,
Antonio, 1999: Cuadernos de la Cárcel. Edición crítica del
Instituto Gramsci. Ediciones ERA, México. Notas breves sobre la
política de Maquiavelo. V, 74 - 75.
[2] Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. I, 366: “El
Partido Revolucionario Cubano” [Patria,
Nueva York, 3 de abril de 1892].
[3] “La política”. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. I, 336.
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