Las percepciones y los pronósticos sobre América Latina y el Caribe
contenidos en los documentos del NIC, aunque sustentados en evaluaciones
pretendidamente imparciales y objetivas, son funcionales a los intereses y
objetivos de la política norteamericana hacia la región y, por tanto,
constituyen una referencia básica para la elaboración, desde el lado
latinoamericano y caribeño, de estrategias y políticas antihegemónicas y
emancipadoras.
Desde La Habana, Cuba.
Al reflexionar sobre las posibles trayectorias futuras de la política de
los Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe a largo plazo, es
importante tomar como referencia las percepciones e imágenes sostenidas y
promovidas por los especialistas y funcionarios de ese país encargados de la
planificación estratégica en materia de política exterior. En este sentido, dos
aspectos son particularmente relevantes: el papel que atribuyen a los Estados
Unidos en el sistema internacional -y, en particular, a nivel continental-, así
como sus visiones sobre la situación presente y futura de los países de la
región.
El Consejo Nacional de Inteligencia (NIC, por sus siglas en inglés) es
un centro de pensamiento estratégico subordinado al Director Nacional de
Inteligencia de los Estados Unidos, con la responsabilidad de elaborar
valoraciones y pronósticos sobre asuntos internacionales destinados al
presidente y a otros altos funcionarios del gobierno. Los trabajos producidos
por el NIC abarcan desde análisis breves sobre asuntos coyunturales hasta los
informes prospectivos a largo plazo, dentro de los cuales se destaca la serie
sobre tendencias globales conformada por cinco reportes publicados en los años
1997, 2000, 2004, 2008 y 2012, respectivamente.[2]
El objetivo fundamental de estos informes ha sido identificar las tendencias
globales claves, los principales rasgos y los futuros posibles del sistema
internacional durante un rango aproximado de entre quince y veinte años,
destacando amenazas y oportunidades, así como sus respectivas implicaciones
para los intereses estratégicos de los Estados Unidos, según estos han sido
definidos por la élite dirigente y, particularmente, por el establishment de política exterior y de
seguridad de ese país.
Una premisa que ha guiado estos estudios es que el futuro no es
predecible, pero sí se puede incidir sobre él como resultado de la acción
humana contenida en las grandes tendencias, factores y variables que generan
tanto elementos de continuidad como de cambio. Según hace constar Christopher
Kojm, presidente del NIC, en la página de presentación de la última edición,
estos reportes representan un esfuerzo para «estimular a los tomadores de
decisiones –dentro o fuera del gobierno– a pensar y a planificar a largo plazo,
de manera que los futuros negativos no ocurran y los positivos tengan una mejor
oportunidad para desarrollarse.» (National Intelligence Council 2012: página de
presentación).
El contenido de los informes publicados ha sido el resultado de procesos de intercambio, talleres y
conferencias entre expertos gubernamentales, académicos, periodistas y
representantes del sector privado, auspiciados por el NIC y un grupo numeroso
de instituciones gubernamentales, académicas y empresariales que han colaborado
con el proyecto. Cada nueva edición involucró a una cantidad mayor y más
diversa de expertos norteamericanos y, a partir de la elaboración del reporte
del 2004, el proceso fue ampliado con la inclusión de especialistas de las
distintas regiones del mundo. El borrador de la última edición fue revisado por
expertos de veinte países de los cinco continentes y tuvo como redactor
principal a Mathew Burrows, ex analista de la Agencia Central de Inteligencia (CIA)
y ex directivo del NIC, recientemente designado como responsable de la
Iniciativa de Previsión Estratégica del Consejo Atlántico.[3]
Del contenido de estos reportes, a continuación se reseñan -manteniendo la
terminología y los juicios valorativos empleados por el NIC- los aspectos más
relevantes relativos a las tendencias del sistema internacional, en general, y
de América Latina y el Caribe, en particular, los cuales ofrecen indicios sobre
las imágenes acerca del futuro de las relaciones interamericanas manejadas en los
órganos del gobierno norteamericano y en las instituciones académicas que han
estado involucradas en este ejercicio prospectivo. En un primero momento se hace
referencia a los elementos más interesantes de las cuatro ediciones publicadas
entre 1997 y 2008, para después examinar de manera algo más detallada el
contenido de la última edición de 2012.
El camino recorrido por el NIC: Una mirada retrospectiva a
los informes de 1997, 2000, 2004 y 2008
La edición publicada en noviembre de 1997 (National Intelligence Council
1997), que proyectó megatendencias globales hasta el año 2010, anunciaba la
emergencia de un nuevo concepto del orden internacional, a partir de la erosión
de la estructura del sistema internacional basada en las relaciones de poder
entre los estados y el creciente papel de nuevos actores internacionales, lo
que pondría en evidencia la insuficiencia de los enfoques tradicionales sobre la
política mundial. Algunos estados fracasarían en satisfacer las necesidades
básicas de sus ciudadanos, creando las condiciones potenciales para la
intervención exterior. Se establecerían nuevas normas de comportamiento
internacional, provocando un profundo debate sobre cuándo la intervención
(política, económica o militar) sería legítima, apropiada o esencial. Este
proceso hacia el nuevo orden coexistiría con viejas estructuras y agendas, pues
un grupo de países -entre los que se mencionaba a Cuba-, insistiría en la
noción de soberanía y en sus agendas nacionales.
Como principales tendencias pronosticadas para el escenario
latinoamericano y caribeño se destacaban el crecimiento económico, la consolidación
de la democracia, la cooperación regional y un mayor énfasis en las
organizaciones multilaterales. Las reuniones al más alto nivel serían
esenciales para impulsar y expandir las actividades de estas instituciones
multilaterales. México y Brasil serían las voces dominantes en la determinación
del ritmo y la forma de la cooperación regional y la integración económica. La
región continuaría estando amenazada por el narcotráfico y el crimen organizado
internacional, los cuales retendrían la capacidad de socavar las instituciones
gubernamentales y, en algunos casos, como en el norte de México y partes de
Colombia, de suplantar las funciones fundamentales de los gobiernos locales. En
México –país al que se otorgaba un valor geopolítico clave- el poder político
se volvería más difuso con la pérdida del papel dominante por parte del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) y la emergencia de un sistema
multipartidario. El narcotráfico y la corrupción plantearían un desafío al
gobierno y la sociedad en general. En cuanto a Cuba, sería improbable que
ocurriera una significativa reforma política y económica mientras Fidel Castro
se mantuviese en el poder. La reforma económica podría acelerarse con su
hermano Raúl, pero habría resistencia a la reforma política. Cuba presentaría
en el peor de los casos un desafío militar limitado, pero su evolución post Castro
plantearía un gran número de asuntos económicos, políticos y humanitarios que
requerirían esfuerzos de los Estados Unidos y a nivel multilateral para ser
tratados.
Posteriormente, en la edición publicada en noviembre de 2000 (National
Intelligence Council 2000) fueron presentados cuatro escenarios básicos sobre
el sistema internacional hasta el año 2015: «Globalización inclusiva», en el
cual se identificaba a la región andina como una de las pocas en el mundo que
no se beneficiarían de un desarrollo virtuoso del proceso globalizador y quedarían
rezagadas e inmersas en conflictos internos; «Globalización perniciosa», sin
mención a la región; «Competencia regional», según el cual habría una creciente
resistencia política a la preponderancia global de los Estados Unidos y estos
aumentarían su involucramiento en América Latina; y, por último, «El mundo
post-polar», en el cual la economía norteamericana disminuiría su ritmo y se
estancaría, colapsaría la alianza trasatlántica y los Estados Unidos retirarían
sus tropas de Europa, y también disminuirían su presencia en Asia, al tiempo
que las crisis de gobernabilidad y la inestabilidad en América Latina los
forzarían a concentrarse en su región. En todos estos escenarios, de una forma
u otra, la influencia global de los Estados Unidos disminuiría.
En cuanto al escenario latinoamericano y caribeño, se pronosticaba que muchos
países disfrutarían de una mayor prosperidad como resultado de los crecientes
vínculos económicos hemisféricos y globales, entre otros factores. La probable
constitución del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) sería un
significativo catalizador del crecimiento económico. Pero este crecimiento y la
distribución del ingreso seguirían siendo desiguales, determinando que la
brecha entre los estados más prósperos y democráticos de la región y el resto
se ampliaría; México y el Cono Sur liderarían tal crecimiento, mientras que los
países más débiles de la región, especialmente en la región andina, se retrasarían
aún más. Brasil y México serían actores con una creciente confianza y capacidad
que buscarían aumentar su voz en los asuntos hemisféricos. La fatiga con
relación a los problemas económicos y un profundo cinismo hacia las
instituciones políticas –particularmente los partidos tradicionales- podrían ser
causa de inestabilidad en Venezuela, Perú y Ecuador. Se producirían retrocesos
en la democracia de algunos países, creando un terreno fértil para políticos
populistas y autoritarios. Crecería la importancia de la región en la
producción de petróleo, la cual podría crecer, con la participación extranjera,
de 9 millones a 14 millones de barriles diarios. Se incrementarían los
movimientos de protestas indígenas desde México hasta la región amazónica. Las
redes y organizaciones criminales expandirían la escala y el alcance de sus
actividades, pudiendo llegar a sobrepasar la capacidad de los Estados en
algunos países caribeños. Aumentarían las presiones migratorias legales e
ilegales hacia los Estados Unidos y a nivel regional. El crecimiento de las
redes de contrabando de personas de Centroamérica y México exacerbarían los
problemas a lo largo de la frontera norteamericana. La democratización en Cuba
dependería de cuándo y cómo Fidel Castro saliera de la escena. Su economía se
atrasaría aún más. Una inestabilidad política significativa durante un proceso
de transición podría conducir a una emigración masiva.
Cuatro años después (National Intelligence Council 2004a), entre las
tendencias globales previstas hasta el 2020, se apuntaba que el papel que los
Estados Unidos asumieran sería una variable de la mayor importancia en la
conformación del mundo futuro, afectando el rumbo que otros estados y otros
actores no estatales decidirían seguir. La posición relativa de los Estados
Unidos se erosionaría, pero seguiría siendo el país más importante en una
evaluación integral de todas las dimensiones del poder. La probable emergencia de
nuevos actores globales, como China e India, transformaría el escenario
geopolítico con impactos potencialmente tan dramáticos como los provocados por
el ascenso de Alemania en el siglo diecinueve y los Estados Unidos en el siglo veinte.
El éxito o el fracaso de Brasil en cuanto a poder combinar las medidas a favor
del crecimiento económico y una ambiciosa agenda social para disminuir la
pobreza y reducir la desigualdad del ingreso tendría un profundo impacto a
nivel regional. La demanda de petróleo crecería significativamente, pero en
muchas de las áreas productoras –entre las que se menciona a Venezuela- existiría
un significativo riesgo económico o político. Las crecientes necesidades de
China en materia de recursos energéticos probablemente la impulsarían a
aumentar su activismo en varias regiones como América Latina. La geopolítica
del gas reforzaría las alianzas regionales debido a las limitaciones en los
mecanismos de distribución (los Estados Unidos mirarían casi exclusivamente
hacia Canadá y otros suministradores del hemisferio occidental). Aumentaría la
emigración, incluyendo el flujo de América Latina y el Caribe hacia los Estados
Unidos. El crimen organizado probablemente prosperaría en estados que
atravesaran significativas transformaciones políticas y económicas, entre los
que se menciona a Cuba si llegara a su fin su sistema de partido único.
En la parte del informe dedicada específicamente a la región
latinoamericana y caribeña, se estimaba la posible profundización de las
diferencias entre los países a partir de sus relaciones externas. Mientras el
Cono Sur, en particular Brasil y Chile, establecerían nuevas asociaciones en
Asia y Europa, México, Centroamérica y los países andinos se mantendrían
dependientes de los Estados Unidos y Canadá como socios comerciales y
suministradores de ayuda preferidos. Los efectos del continuo crecimiento
económico y la integración global serían desiguales y fragmentarios, existiendo
un creciente riesgo de que surgieran líderes carismáticos y populistas en los
estados más débiles de Centroamérica, los países andinos y partes de México.
Porciones crecientes de la población se identificarían como pueblos indígenas y
no demandarían solamente tener una voz sino, potencialmente, un nuevo contrato
social. América Latina probablemente se convertiría en un conjunto de países
más diverso, donde aquellos capaces de aprovechar las ventajas de la
globalización prosperarían, mientras que los que no lo hicieran o no pudieran
hacerlo quedarían rezagados. Los Estados Unidos estarían en una posición única
para facilitar el crecimiento y la integración de América Latina,
contrarrestando el potencial hacia la fragmentación.
Como parte del proceso para la elaboración de esta edición del 2004, se
realizó previamente en Chile un seminario dedicado a evaluar las tendencias
regionales. Las conclusiones de este evento se reflejaron en un documento (National
Intelligence Council 2004b) que enfatizaba
la visión de una creciente heterogeneidad regional, en la cual el tipo de
relación que se estableciera con los Estados Unidos (como actor hemisférico
dominante) y la calidad de la gobernabilidad democrática a nivel interno,
serían los grandes factores diferenciadores de los países latinoamericanos y
caribeños.
En este documento se proyectaban varias tendencias para los siguientes quince
años que no fueron recogidas en el informe final del NIC, pero que ofrecen
elementos de interés sobre las principales tendencias de las relaciones interamericanas.
Así, según las percepciones prevalecientes entre los participantes en el
proceso, Latinoamérica competiría más que antes con una agenda global -desde la
seguridad antiterrorista hasta la emergencia de nuevas regiones de peso
mundial- que la relegaría en el mapa de las prioridades de Washington. En el
contexto de las políticas norteamericanas de seguridad interior, aspectos de
gran interés para los latinoamericanos en los Estados Unidos –como la política
de migraciones, ingreso y residencia, o el circuito de las remesas- podrían
sufrir un endurecimiento regulatorio. En el sentido inverso, los cambios
demográficos en los Estados Unidos a partir del ascenso de los hispanos
favorecerían una relación más estrecha con varios países latinoamericanos, particularmente
aquellos situados en la franja desde México hasta Colombia, origen de la mayor
parte de los futuros ciudadanos y votantes hispano-norteamericanos. Dentro de
los Estados Unidos, los proyectos de integración comercial con Latinoamérica –el
ALCA y otros que pudieran surgir- en general tendrían poco apoyo en el sector
privado. Los avances que se producirían se lograrían por la vía política. Habría
países más y menos integrados económica y políticamente a los Estados Unidos.
Se profundizaría la informal frontera del Canal de Panamá: al Norte, en
general, los países estarían más influidos por la evolución norteamericana,
mientras que Sudamérica como región fortalecería su identidad y fronteras
subcontinentales, particularmente mientras Brasil estuviera en condiciones de
aspirar a un liderazgo subregional.[4]
El país sudamericano buscaría consolidar un rol regional de menor interacción
con los Estados Unidos, proyecto que registraría limitados avances. El papel
regional de Brasil dependería no sólo de sus condiciones internas, sino también
del nivel de involucramiento que los Estados Unidos decidieran tener en la
región. La sumatoria del proyecto regional de Brasil y su impacto en
Sudamérica, y la eventual resistencia a la asociación con los Estados Unidos en
determinados sectores de la sociedad y de la dirigencia latinoamericanas, haría
fracasar el proyecto de integración hemisférica como fuera concebido en la
visión original del ALCA. La opción más probable de los Estados Unidos sería
profundizar los lazos con México y Centroamérica, reconociendo un rol creciente
de Brasil o el Mercosur en el hemisferio sur, y desarrollar, con el resto de
los países latinoamericanos, una política de «selected partners». El fracaso o relativo fracaso del ALCA y la
heterogeneidad regional en la aceptación del rol de los Estados Unidos,
implicarían un límite (por acción u omisión) al liderazgo hemisférico
norteamericano, y crearía un vacío de iniciativas multinacionales en los
próximos años en diferentes áreas como defensa y seguridad, medio ambiente,
narcotráfico y migraciones. Sin embargo, en el largo plazo el hemisferio
encontraría una solución a este problema, a través del fortalecimiento de las
instituciones multilaterales y del mayor protagonismo de países claves - México
en el istmo centroamericano y Brasil en el Cono Sur-. El tema de la seguridad
pública en las grandes ciudades se convertiría en una demanda creciente en las
sociedades latinoamericanas, de cada vez mayor importancia política y
electoral. A partir de este fenómeno, políticos y candidatos de «mano dura» accederían
a alcaldías, gobernaciones y presidencias de la región. En países como
Paraguay, Bolivia, Guatemala o Venezuela se registrarían fuertes tendencias
hacia la reversión democrática y la militarización. En otros casos, la crisis
profunda de la institucionalidad podría manifestarse en formas más profundas,
con procesos de descomposición interna que podrían evolucionar -de no mediar
una intervención internacional eficaz- hacia una profunda crisis de la estatalidad.
Este escenario de estado fallido correspondería a casos como el de Haití y
algunas áreas –no necesariamente países- de la región andina.
En el documento del seminario de Chile, por último, se relacionaban
también algunos escenarios de baja probabilidad o imprevistos, pero que
tendrían un gran impacto en caso de ocurrir. Entre ellos se señalaban la
emergencia de una ola de gobiernos radicalizados y antinorteamericanos en
Latinoamérica –en particular en Brasil y en México, lo que tendría un efecto contagio
sobre otros países-; el desencadenamiento de un nacionalismo anti-hispano en
los Estados Unidos, provocando un cierre de fronteras, el endurecimiento de la
política migratoria o restricciones al envío de remesas; y una intervención
militar de los Estados Unidos contra Cuba, considerada como la única
alternativa al status quo mientras
viviera Fidel Castro, pero que tendría efectos impredecibles en materia de
seguridad internacional, pues los Estados Unidos ganarían fácilmente la guerra,
pero no podrían «conquistar la paz» por la segura movilización de guerrillas
castristas a lo largo del país, situación que además generaría una fuerte
reacción antinorteamericana en el continente latinoamericano, con consecuencias
político-electorales.
En el informe publicado en noviembre de 2008 (National Intelligence
Council 2008) se pronosticaron las características fundamentales del mundo
futuro hasta el año 2025. El sistema internacional conformado después de la
Segunda Guerra Mundial sería prácticamente irreconocible. Se constituiría un
sistema global multipolar, manteniéndose la tendencia a la disminución de las
diferencias de poder entre los países desarrollados y en desarrollo, junto con
el incremento del poder relativo de varios actores no estatales. La característica
más sobresaliente del «nuevo orden» sería el paso de un mundo unipolar dominado
por los Estados Unidos a una jerarquía relativamente desestructurada de viejas
potencias y naciones emergentes, y la difusión del poder desde los estados a
actores no estatales. Se configuraría un sistema internacional más complejo,
con un empeoramiento del déficit institucional y la potencial expansión de los
bloques regionales. Aunque los Estados Unidos probablemente seguirían siendo el
actor más poderoso, su fortaleza relativa –incluso en el campo militar-
declinaría y su influencia se haría más limitada. China estaría destinada a
tener más impacto en el mundo en los siguientes veinte años que ningún otro
país. En su conjunto, América Latina continuaría retrasada con respecto a Asia
y otras áreas de rápido crecimiento en términos de competitividad económica. El
tema de los recursos naturales ganaría prominencia en la agenda internacional.
Un crecimiento económico sin precedentes continuaría ejerciendo presión sobre
un grupo de estos recursos de alto valor estratégico, incluyendo la energía, los
alimentos y el agua, proyectándose que en alrededor de una década la demanda
excedería las disponibilidades de fácil acceso. El cambio climático exacerbaría
la escasez de recursos y podrían resurgir los conflictos por esta causa. Las
percepciones sobre la escasez conducirían a los países a tomar acciones para
asegurar su acceso futuro a las fuentes de energía.
Entre las tendencias proyectadas para América Latina y el Caribe se anunciaba
que muchos países alcanzarían un notable progreso en la consolidación
democrática y algunos se habrían convertido en potencias de ingreso medio.
Aquellos que habían adoptado políticas populistas, como Venezuela y Bolivia,
quedarían rezagados y otros, como Haití, serían más pobres y menos gobernables.
Brasil se convertiría en el poder regional líder, pero sus esfuerzos para
promover la integración sudamericana serían logrados solamente en parte.
Venezuela y Cuba tendrían algún vestigio de influencia en la región, pero sus
problemas económicos limitarían su atractivo. A menos que los Estados Unidos fueran
capaces de proveer un acceso de mercado sobre una base permanente y
significativa, podrían perder su tradicional posición privilegiada en la
región, con la correspondiente declinación en su influencia política. Por otro
lado, una población hispana crecientemente numerosa aseguraría una mayor
atención e involucramiento de los Estados Unidos en la cultura, la religión, la
economía y la política de la región. La creciente importancia relativa de América
Latina como productora de petróleo, gas natural, biocombustibles y otras
fuentes de energía renovable impulsarían el crecimiento en Brasil, Chile,
Colombia y México, pero la propiedad estatal y la turbulencia política impedirían
un eficiente desarrollo de los recursos energéticos. Los problemas de seguridad
pública continuarían siendo difíciles de resolver y, en algunos casos, serían
inmanejables. Partes de la región Latina continuarían estando entre las áreas
más violentas del mundo. Las organizaciones criminales y el tráfico de drogas continuarían
socavando la seguridad pública, lo cual determinaría que algunos pocos pequeños
países, especialmente en Centroamérica y el Caribe, estarían al borde de
convertirse en estados fallidos.
El informe también dedicó un apartado al fortalecimiento del liderazgo
regional de Brasil, aunque acotando que, más allá de su creciente importancia
como productor de energía y en las negociaciones comerciales, tendría
limitaciones para proyectarse más allá del continente como un actor principal
de los asuntos internacionales. Se señalaba también que las percepciones
brasileñas sobre la importancia de desempeñar un papel clave como líder
regional y mundial se habían incorporado a la conciencia nacional y trascendían
la política partidista. Los descubrimientos de yacimientos de petróleo costa
afuera tendrían el potencial de agregar otra dinámica a una economía brasileña
ya diversificada y de colocarla en un sendero de más rápido crecimiento. Los
progresos en los temas sociales, como la reducción de la criminalidad y la
pobreza, tendrían un papel decisivo en la determinación del futuro liderazgo de
Brasil.
Los mundos alternativos del NIC en el año 2030
En el informe publicado en diciembre de 2012 (National Intelligence
Council 2012) -que por tratarse de la última edición puede considerarse como la
visión prospectiva vigente-, se identificaron cuatro megatendencias que podrían
incidir decisivamente en la configuración del mundo futuro hasta el año 2030:
el empoderamiento de los individuos, la difusión del poder, los factores
demográficos y el vínculo creciente entre la producción de alimentos, el agua y
la energía. También se relacionaron seis variables críticas, denominadas
«modificadoras del juego (game-changers)»,
cuyas inciertas evoluciones futuras podrían alterar el curso de los
acontecimientos e incidir en la conformación de uno u otro escenario. Estas variables
serían: una economía global con propensión a las crisis, el déficit de gobernanza,
el potencial para el incremento de los conflictos, el mayor alcance de las
inestabilidades regionales, el impacto de las nuevas tecnologías y la evolución
del papel de los Estados Unidos en el sistema internacional.
Teniendo en cuenta las posibles interacciones entre las megatendencias y
las variables críticas, se plantearon cuatro escenarios o «mundos potenciales»
arquetípicos, dado que lo más probable en la realidad es que el futuro contenga
elementos de todos ellos. Metafóricamente, estos escenarios se denominaron y valoraron
de la manera siguiente:
«Motores detenidos»: El peor escenario plausible. Los riesgos de
conflictos interestatales se acrecentarían. Los Estados Unidos se volcarían
hacia dentro y la globalización se detendría.
«Fusión»: El mejor escenario plausible: China y los Estados Unidos
colaborarían en una variedad de temas, conduciendo a una cooperación global más
amplia.[5]
«Gini fuera de la botella»[6]:
Las desigualdades estallarían en la medida en que algunos países serían grandes
ganadores y otros fracasarían. Las desigualdades al interior de los países
incrementarían las tensiones sociales. Aunque sin desentenderse del todo
respecto a los temas de seguridad internacional, los Estados Unidos dejarían de
ser el «policía mundial».
«Mundo no estatal»: Impulsados por las nuevas tecnologías, los actores
no estatales asumirían el liderazgo en el enfrentamiento a los desafíos
globales.[7]
Un aspecto novedoso de esta edición fue la inclusión de una sección para
delinear las posibles trayectorias del papel de los Estados Unidos y los
impactos de su política exterior en el futuro del sistema internacional, así
como para valorar cómo otras potencias podrían responder, respectivamente, a
una declinación o a una reafirmación decisiva del poder norteamericano. En una
evaluación autocrítica, el NIC reconoció que la ausencia de este tema había
sido una carencia significativa de sus reportes precedentes y consideró como
particularmente pertinente su inclusión en esta edición, a partir de la
apreciación de que los Estados Unidos se encuentran en una coyuntura crítica en
cuanto a la autodefinición de las posibles direcciones de su rol en el mundo. Se
trata de un factor especialmente relevante para los países de América Latina y
el Caribe, cuyas probables evoluciones futuras -ya fuera las de cada nación de
manera individual o las de la región en su conjunto- eran analizadas en los
informes anteriores como el resultado exclusivo de las decisiones propias de
sus respectivos líderes, gobiernos y pueblos, sin otorgar el debido peso a los
condicionamientos, presiones y restricciones impuestos por el contexto
internacional y, en particular, por las políticas desarrolladas por los
principales centros de poder a nivel mundial y, particularmente, por los
Estados Unidos.
Al exponer la megatendencia relativa a la difusión del poder, en el
informe se estimó que hacia el año 2030 no existiría ninguna potencia
hegemónica, y que el poder se diseminaría hacia redes y coaliciones en un mundo
multipolar.[8]
Sin embargo, en otro pasaje del texto, al evaluar las variables críticas, dicha
afirmación se matizó de manera un tanto contradictoria, mediante la apreciación
de que hacia esa fecha la transición hacia un mundo multipolar aún no estaría
completada. En cualquier caso, se consideró que la evolución futura del papel
de los Estados Unidos en el sistema internacional es una variable rodeada de
gran incertidumbre y una de las más importantes para la futura conformación del
orden mundial, y en buena medida dependerá de la respuesta a la interrogante
clave de si los Estados Unidos serán capaces de trabajar con nuevos socios para
reinventar el sistema internacional.
Resulta interesante la valoración que se hizo sobre este punto:
Aunque
el declive relativo de los Estados Unidos (y de Occidente) vis-a-vis los
Estados emergentes es inevitable, su rol futuro en el sistema internacional es
mucho más difícil de proyectar: el grado en el que los Estados Unidos
continuarán dominando el sistema internacional podría variar grandemente.
Lo más
probable es que los Estados Unidos seguirán siendo los «primeros entre iguales»
entre las otras grandes potencias en el 2030, debido a su preeminencia en
varias dimensiones de poder y a los legados de su papel de liderazgo. Más que
de su peso económico, el papel dominante de los Estados Unidos en la política
internacional se ha derivado de su preponderancia abarcadora tanto de poder
duro como de poder blando. Sin embargo, con el rápido ascenso de otros países,
el «momento unipolar» ha terminado y la Pax
Americana – la era de la preeminencia norteamericana en la política
internacional iniciada en 1945 – está finalizando rápidamente. (National
Intelligence Council 2012: x) [9]
En el aspecto estrictamente militar, el NIC apreció que, aunque los
Estados Unidos seguirán siendo la potencia militar líder en el 2030, la brecha
con relación a otras naciones se reduciría y su capacidad para apoyarse en sus
asociaciones con aliados históricos disminuiría aún más.
A lo largo del texto se percibe una conciencia sobre el declive relativo
de los Estados Unidos, debido no solo a los serios problemas económicos,
sociales y políticos que ese país debe enfrentar, sino por el rápido ascenso de
otras potencias, en particular de China. Estas referencias sombrías sobre el
futuro de los Estados Unidos tienen el claro objetivo de encender las alarmas
de los políticos de Washington y se intercalan con notas más optimistas
relativas a la capacidad del país para revertir sus actuales debilidades y a la
ausencia de un competidor con capacidad (e incluso el deseo) de ser aceptado
como el nuevo líder del orden internacional, cargando con los costos y demandas
que ello implicaría. Así, se consideró que «no hay una alternativa competidora
del orden liberal occidental, aunque muchos Estados en ascenso quieren un comportamiento
menos “hegemónico” de los Estados Unidos». (National Intelligence Council 2012:
103)
En esencia, se abogó por preservar la actual supremacía norteamericana
en todo lo que sea posible, mediante una proyección activa y de reafirmación de
su poderío, ya que unos «Estados Unidos débiles y defensivos […] harían mucho
más difícil para el sistema internacional el enfrentamiento a los principales
desafíos globales.» (National Intelligence Council 2012: 101)
Como es tradicional en este tipo de informes, las referencias a las
probables dinámicas de regiones geográficas específicas ocupan un espacio
reducido y están dispersas en las diferentes secciones temáticas del texto. En
el caso de América Latina y el Caribe, en particular, le fue dedicado un
espacio menor al otorgado a otras regiones como Asia oriental, Asia meridional
y el Medio Oriente, o a potencias individuales como China y Rusia. Y al igual
que en la edición anterior, el único país de la región que recibió un
tratamiento de cierta profundidad fue Brasil.
Dentro del escenario de «motores detenidos», referido anteriormente, fue
evaluada la posibilidad de que Brasil y el resto de América del Sur no se vean
muy afectados por las crecientes tensiones geopolíticas a nivel mundial, así
como de que dicho país busque llenar el vacío de poder dejado en la región por
unos Estados Unidos y una Europa en retroceso. En el escenario de «fusión» se
visualizó a Brasil como el posible centro científico de una nueva revolución
verde, aunque de manera general tendría una relevancia menor que en la
alternativa anterior, en la que los Estados Unidos y China competerían por
ganarse el apoyo de las potencias medias. En el escenario del «Gini fuera de la
botella», se planteó que los esfuerzos de Brasil para combatir la desigualdad
tendrían como dividendo una inestabilidad interna menor a la sufrida por otros
Estados.
En otras significativas alusiones al país sudamericano, se anticipó que
el compromiso de Occidente con la India, Brasil y otras democracias emergentes
conduciría a un mayor consenso sobre la «responsabilidad de proteger»[10],
particularmente en cuanto a los criterios para decidir una intervención
militar. Más adelante se sostuvo que las potencias emergentes verían sus
intereses amenazados por los «Estados fallidos» y que un creciente consenso en
el Grupo de los 20 (entre cuyos miembros se encuentran Brasil, México y
Argentina) facilitaría compartir los costos entre las principales potencias,
las Naciones Unidas y las organizaciones regionales. Estas últimas asumirían
mayores responsabilidades por los «Estados frágiles» situados en sus
respectivos entornos geográficos. En
otro pasaje del texto, al parecer basándose en criterios aportados por los
expertos que participaron en seminarios previamente organizados por el NIC, se
afirmó que «Brasil reconoce a Washington como un sostenedor de su ascenso y un
garante de la estabilidad económica regional», sin aportar mayores detalles. (National
Intelligence Council 2012: 105)
En general, en el informe se estimó que Brasil desempeñaría un papel
mucho más importante en el futuro de la región. Sin embargo, se acotó que el
país podría enfrentar desafíos si el crecimiento de la economía y del comercio
mundial disminuye, si aumenta la inestabilidad en su periferia, si las
megaciudades son abrumadas por el crimen y las carencias de infraestructura, y
si no se realizan mayores inversiones en la educación. El medio ambiente
también podría tener un papel crítico en el destino de Brasil en los próximos
quince o veinte años. La deforestación o un daño irreversible de la Amazonia
pudieran alterar el ciclo del agua de manera devastadora para la agricultura
brasileña y buena parte de la argentina.
En cuanto a las subregiones de América Central y del Caribe, el informe
contiene una visión particularmente pesimista sobre sus perspectivas, ya que,
según el NIC, serían vulnerables y propensas a generar «Estados fallidos» que
servirían de refugio a redes terroristas y criminales, así como a insurgentes
locales. Incluso en el escenario de una economía global vigorosa, a estos
países les sería más difícil lidiar con los desafíos en materia de seguridad y
de gobernabilidad, y los costos crecientes de los alimentos y los combustibles
provocarían presiones adicionales sobre sus gobiernos, que además ya sufren un
preocupante nivel de «fuga de cerebros», en algunos casos excediendo el treinta
por ciento de los trabajadores calificados.
A nivel regional, en el reporte se evaluó que habría dos factores, uno
externo y otro interno, que incidirían de manera fundamental en el crecimiento
económico y la calidad de vida en América Latina hasta el año 2030. El primero
sería el ritmo del crecimiento económico mundial, que determinaría la demanda
de exportaciones latinoamericanas, encabezadas por las materias primas
compradas por China, lo que, por otra parte, habría levantado temores sobre una
excesiva dependencia de las exportaciones de estos productos primarios. Los
recelos con relación a China también tendrían que ver con el desplazamiento de
los productos industriales latinoamericanos, debido a la competencia de las
importaciones más baratas procedentes del país asiático. Desde el punto de
vista interno, la emergencia de una clase media cada vez más numerosa generaría
expectativas políticas y económicas para las que los respectivos gobiernos
deberían estar preparados. Por otra
parte, se pronosticó que, gracias a su creciente producción interna, los
Estados Unidos importarían menos o ningún petróleo crudo de Canadá, Arabia
Saudita, América Latina y África Occidental, forzando a estos suministradores a
buscar mercados alternativos.
Por otro lado, los autores del reporte apreciaron que, en caso de
presentarse las circunstancias más adversas a nivel global, las
vulnerabilidades de varios países latinoamericanos podrían generar crisis
estratégicamente significativas que potenciarían la inseguridad, la actividad
criminal internacional y el socavamiento de las instituciones por «políticas
populistas». En tal escenario, actores externos como los Estados Unidos se
verían ante dilemas costosos tanto desde el punto de vista económico como
político, relativos a cómo lidiar con situaciones de emergencia en América
Latina y en cualquier otra región del mundo.
Por último, en una sección del documento dedicada a los países con un
«déficit democrático», se incluyó a América Latina y el Caribe dentro de un
grupo de regiones donde podrían ocurrir retrocesos en esta materia. De la misma
manera, Cuba y Venezuela fueron clasificadas como parte de un grupo de países
vulnerables y potencialmente inestables que podrían transitar de la autocracia
a la democracia.
La función de la prospectiva en la política norteamericana
hacia América Latina y el Caribe
La serie de informes sobre tendencias globales elaborados por el NIC a
partir de 1997, involucrando en el proceso de elaboración de las sucesivas
ediciones a un número cada vez mayor y más diverso de expertos e instituciones,
tanto norteamericanos como del resto del mundo, evidencia la utilidad que el
gobierno norteamericano le reconoce a los estudios prospectivos sobre la
política internacional, así como la comprensión de las causas multifactoriales
de los procesos sociales mundiales y de la necesidad de abordarlos con un
enfoque pluridisciplinario.
Por otra parte, la relectura retrospectiva de los pronósticos contenidos
en estos reportes permite constatar un razonable nivel de aciertos, en algunos
casos bastante impresionante, con independencia de que estos estudios tienen
como premisa la imposibilidad de predecir el futuro y que, en su lugar, de lo
que se trata es de identificar las tendencias, los factores y las variables
claves para minimizar la incertidumbre y discernir las posibles alternativas, a
partir de las cuales se puedan definir estrategias y políticas que permitan
incidir activamente en la conformación de los escenarios favorables, o
minimizar los daños asociados a una inevitable presentación de los
desfavorables.
La prospectiva a largo plazo es un componente esencial y el punto de
partida ineludible de la planificación estratégica en cualquier actividad
humana. En un campo tan veleidoso como el de la política internacional, en el
que concurren contradictoriamente elementos de continuidad y de cambio, pero
donde estos últimos parecieran adquirir una creciente aceleración y una
extensión cada vez más abarcadora, la capacidad de anticipación que logren
desarrollar los Estados podría llegar a ser un recurso diferenciador decisivo
en cuanto a las probabilidades de éxito de sus respectivos proyectos
nacionales, ya sean individuales o que estén inscritos en el contexto del
complejo y largo proceso de construcción de una entidad política mayor.
Por otro lado, es preciso reconocer que la elaboración de escenarios
futuros no son procesos políticamente neutrales. Por mucho que los actores y
estudiosos involucrados pretendan genuinamente trabajar con el mayor nivel de
objetividad y rigor científico, siempre existen múltiples motivaciones,
condicionamientos y subjetividades determinadas por el proyecto político e
ideológico del que se forma parte y al que se sirve. Es decir, una evaluación
crítica de cualquier informe sobre tendencias globales tiene que partir de la
respuesta a las interrogantes de quiénes lo elaboraron y a qué intereses
responden. La propia definición de lo que es
un futuro positivo o negativo implica un juicio de valor y una toma de posición
en correspondencia con conceptualizaciones previas acerca del «interés
nacional», que es el interés de las clases y sectores dominantes del Estado en
un momento determinado.
Por tanto, es necesario tener siempre presente que los informes de
tendencias globales del NIC forman parte del proceso de planificación
estratégica de la política exterior de los Estados Unidos y, consecuentemente,
buscan servir a sus intereses y objetivos. En definitiva, el NIC es un órgano
de la denominada Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos y su primer
«cliente» es el presidente de ese país.
Con la creciente «internacionalización» del proceso de elaboración de
sus estudios, el propio NIC ha querido proyectar una imagen de neutralidad
sobre el contenido de los mismos, como si pudieran servir de la misma forma
tanto a un norteamericano como a un brasileño, a un
chino, a un ruso o a un sudafricano, a partir del hecho de que los
criterios de expertos de esos países supuestamente han sido tomados en cuenta.
Se debe tener presente que la referida «internacionalización» tiene dos
propósitos fundamentales. En primer lugar, la interacción con expertos de otros
países aporta informaciones y valoraciones valiosas, y permite desarrollar
procesos de empatía que contribuyen a refinar y perfeccionar la elaboración de
las estrategias y políticas propias, sobre todo en cuanto a las prácticas
discursivas asociadas a las mismas. En segundo lugar, en vinculación con el
elemento anterior, la participación de estos expertos (cuya escrupulosa
selección es en sí misma un proceso intencionado e interesado) le confiere
mayor credibilidad y legitimidad al contenido de los informes y,
particularmente, a su mensaje principal: los Estados Unidos no seguirán siendo
una potencia hegemónica, pero seguirán siendo el líder insustituible del orden
internacional, no solo por su magnanimidad intrínseca, sino porque representan
una opción preferible a la de cualquier otra potencia competidora.
En esencia, a partir de datos objetivos de la realidad internacional convenientemente
seleccionados y enfocados, lo que se busca en última instancia con los informes
del NIC es entronizar un discurso y un modo de pensar favorable a la estrategia
global de los Estados Unidos. En otras palabras, lo que se pretende es alcanzar
el fin supremo de la hegemonía: hacerla aceptable y hasta deseable para los
hegemonizados.
En el caso de las formulaciones dedicadas específicamente a América
Latina y el Caribe, estas cumplen una función legitimadora y justificante de
las estructuras y políticas que buscan perpetuar las relaciones de dominación
establecidas a nivel continental.
En tal sentido, resulta notable el énfasis otorgado desde las primeras
ediciones a la tendencia hacia la diferenciación entre los países y la
fragmentación de la región, una visión interesada que, si bien se basa en hechos
objetivos, desconoce totalmente y descarta de antemano la posibilidad de que a
largo plazo pudieran prevalecer las tendencias y los procesos unitarios de
signo contrario, como los que se han desarrollado durante el presente siglo, de
manera auspiciosa de un mejor futuro para la región. Por otro lado, la
persistente satanización de los líderes revolucionarios y progresistas (a
quienes se suele calificar peyorativamente como «autoritarios» y «populistas»),
así como de cualquier proceso verdaderamente democrático, liberador y
antimperialista, no merece mayores comentarios.
Es indudable así que las referencias a América Latina y el Caribe
contenidas en la última edición del informe de tendencias globales del NIC
sirven muy bien a los propósitos de la política de los Estados Unidos hacia la región.
El caso de Brasil es particularmente ilustrativo. Las referencias positivas
hacia el país sudamericano se corresponden armónicamente con la política de
cooptación desarrollada de manera sostenida por los Estados Unidos hacia los
gobiernos de coalición encabezados por el Partido de los Trabajadores desde el
año 2003, con el objetivo de estimular una vocación cooperativa y subordinada a
Washington, que fue el rasgo distintivo de la diplomacia brasileña en épocas
pasadas. Este tono positivo hacia el país
sudamericano representó un cambio con respecto a planteamientos más agudos
contenidos en ediciones anteriores del informe (referidos anteriormente),
privilegiándose así la intencionalidad política en perjuicio de la objetividad.
El tratamiento otorgado a Centroamérica y el Caribe también merece
atención. Las referencias contenidas en el informe de 2012 se basan en
elementos objetivos indudables. La actividad de las bandas criminales y el
tráfico de drogas y de personas, con toda la violencia asociada a estos
fenómenos, son flagelos muy reales que asolan a estas subregiones. Sin embargo,
el informe no contiene absolutamente ninguna reflexión sobre cómo los Estados
Unidos, en tanto actor omnipresente en estas latitudes, ha complicado y
empeorado estos problemas, ya sea a partir de la incontenible demanda de drogas
de su población, la exportación de armas y su participación directa en las políticas
y acciones represivas militares y policiales desarrolladas con particular
fuerza en México, América Central y el Caribe. A esto habría que agregar las
devoluciones unilaterales e intempestivas de emigrantes e incluso de delincuentes
que ejecutan las autoridades norteamericanas hacia los pequeños países insulares
caribeños, que no tienen la capacidad institucional para asimilar estos flujos
imprevistos que causan serios impactos negativos en sus respectivas sociedades.
Por otro lado, la insistencia en los problemas y peligros que afectan a
estos países busca justificar la presencia de personal militar, policial o de
los servicios de seguridad e inteligencia de las diversas agencias norteamericanas,
acreditado oficialmente o no en sus respectivas misiones diplomáticas, así como
el establecimiento de nuevos acuerdos y mecanismos de cooperación en las áreas
militar y de seguridad cada vez más lesivos a la soberanía de las naciones
latinoamericanas y caribeñas implicadas.
Anteriormente se apuntaba que las referencias a América Latina y el
Caribe ocupan un espacio reducido del contenido del informe. Es lógico que así
suceda, pues a pesar de todos los cambios ocurridos en un significativo número
de países latinoamericanos y caribeños durante los últimos quince años, la
región todavía es considerada como una zona relativamente segura para los
intereses fundamentales de los Estados Unidos, a diferencia de otras en las que
se localizan las amenazas definidas como más graves por sus estrategas. Además,
a pesar de que el texto revela una poco disimulada obsesión con el vertiginoso
ascenso de China en el sistema internacional, la influencia de los Estados
Unidos sobre América Latina y el Caribe, si bien significativamente disminuida
durante los últimos años, todavía no ha sido desafiada en un sentido
estratégico en las dimensiones política y militar por alguna potencia
extracontinental, o al menos no lo ha sido de una manera o a un nivel que
pudiera resultar intolerable para el gobierno norteamericano.
Por otra parte, a veces las omisiones son tan significativas como las
menciones. A pesar del dinamismo que han tenido los procesos de concertación
política, cooperación e integración en América Latina y el Caribe durante los
últimos años, en el informe solo hay una muy
tenue referencia al tema, en el sentido de que ha habido progresos hacia una
«mayor cohesión e integración regional». En la política exterior de los Estados
Unidos ha existido la curiosa tradición de ignorar o evitar las referencias a
los organismos, mecanismos y procesos de concertación, cooperación e
integración latinoamericanos y caribeños en sus informes y documentos
oficiales. Esta tendencia ha sido particularmente notable en el caso de aquellos
mecanismos en los que Cuba participa, lo que forma parte de una política
multifacética y sistemática para desestimular, desgastar y torpedear desde
fuera y desde dentro a todos los procesos multilaterales que responden
verdaderamente a los intereses de América Latina y el Caribe, y buscan dotarla
de mayor autonomía.
Todo lo dicho anteriormente no disminuye la necesidad de que los
estudiosos latinoamericanistas y caribeñistas analicen con profundidad los
documentos estratégicos del gobierno de los Estados Unidos. Al margen de las
motivaciones e intereses políticos
subyacentes, estos documentos suelen contener informaciones y evaluaciones
relevantes que pueden ser muy útiles como referentes para la planificación
estratégica desde el lado latinoamericano y caribeño, con sus propias
perspectivas y en función de sus propios intereses, con vistas a la
construcción consciente de los escenarios de la unidad y la emancipación, en
lugar de los del sometimiento o la subordinación a un hegemonismo
pretendidamente inevitable y perpetuo.
Las tendencias reconocidas por el NIC relativas al declive relativo del
poder hegemónico norteamericano son una evidencia más de que los cambios en la
correlación internacional de fuerzas que se producirán en las próximas décadas abren
un espacio de oportunidad para que los países latinoamericanos y caribeños, o
al menos una significativa parte de ellos, intensifiquen los esfuerzos
concertacionistas, cooperativos y unitarios, a fin de mejorar sus márgenes de
maniobra en el sistema internacional y para fortalecer su posición ante los
Estados Unidos y el resto del mundo, lo que a su vez incidiría muy
favorablemente y aumentaría las probabilidades de éxito de los respectivos
procesos de desarrollo a nivel nacional y regional, tan necesarios para sus
respectivos pueblos. Por otra parte, es necesario tener igual conciencia de que
la potencia hegemónica en descenso es la primera conocedora de su proceso de
debilitamiento relativo, y hará todo lo que esté a su alcance, con los inmensos
y variados recursos de poder de los que todavía dispone, para enlentecer e
intentar revertir dicho proceso, en el contexto de una creciente competencia y
rivalidad a nivel global entre las potencias establecidas y emergentes. En este
sentido, es previsible que intente aprovechar todas las oportunidades que se le
presenten para reafirmar su posición hegemónica sobre la región que
históricamente ha definido como su «patio trasero», lo que podría conducir a
situaciones muy peligrosas.
Los informes sobre tendencias globales del Consejo Nacional de
Inteligencia de los Estados Unidos evidencian la importancia atribuida a la
planificación estratégica y a los estudios prospectivos a largo plazo por parte
de los órganos de seguridad y política exterior del gobierno de ese país. Las percepciones
y los pronósticos sobre América Latina y el Caribe contenidos en estos
documentos, aunque sustentados en evaluaciones pretendidamente imparciales y
objetivas, son funcionales a los intereses y objetivos de la política norteamericana
hacia la región y, por tanto, constituyen una referencia básica para la
elaboración, desde el lado latinoamericano y caribeño, de estrategias y
políticas antihegemónicas y emancipadoras.
En definitiva, el futuro de la política internacional es un escenario
abierto cuya real conformación se construye todos los días, con el apoyo de las
lecciones del pasado. Y entre los actores enfrentados, como ha ocurrido desde
tiempos inmemoriales, prevalecerán aquellos que de manera más eficaz sepan
acumular recursos de poder y ejecutar las estrategias adecuadas.
Referencias
Kennedy, Paul
1989. The rise and fall of the great powers: economic
change and military conflict from 1500 to 2000. New York: Vintage Books.
National Intelligence Council
1997. Global trends
2010. Washington, DC.
2000. Global trends 2015: a dialogue about the
future with nongovernment experts. Washington, DC.
2004. Global
trends 2020: mapping the global future. Washington, DC.
2004. Latinoamérica 2020: pensando los escenarios de largo plazo.
Santiago de Chile.
2008. Global trends
2025: a transformed world. Washington, DC.
2012. Global
trends 2030: alternative worlds. Washington, DC.
Nye, Joseph
1990. Bound to Lead: The Changing Nature of
American Power. New York: Basic Books.
Yepe Papastamatin, Roberto Miguel
2011 «Los escenarios sobre América Latina y el Caribe en la política
exterior norteamericana: los informes del Consejo Nacional de Inteligencia.» Política internacional 11 (enero-diciembre): 92-106.
NOTAS:
[1] Este texto es una actualización y
ampliación de un artículo publicado originalmente en la revista Política Internacional del Instituto
Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” de La Habana (Yepe
2011).
[2]
Nótese que las fechas de presentación de las sucesivas ediciones han coincido
con los años de realización de las elecciones presidenciales norteamericanas,
con excepción de la primera, que se produjo en el primer año del segundo
mandato del presidente William Clinton.
[3]
En el proceso de elaboración del último informe tuvo un marcado protagonismo el
Consejo Atlántico (Atlantic Council),
uno de los centros de pensamiento más influyentes en la política exterior de
los Estados Unidos. Entre otras muchas instituciones participantes, también brindaron
su contribución el Centro Stimson, la Universidad de Denver, el Fondo German
Marshall y la empresa McKinsey & Company. Desde fuera de los Estados Unidos
colaboraron, por solo mencionar algunos ejemplos, el Instituto para Estudios
sobre Seguridad de la Unión Europea, el Chatam House de Londres, así como
diversos centros de China, la India, Rusia y Brasil.
[4] Ampliando este interesante
aspecto, el documento sostenía que no todos los países latinoamericanos
compartirían la misma voluntad de asociación con Estados Unidos. En varios
casos, la situación geográfica o una visión compartida de las élites continuarían
produciendo una voluntad de integración a largo plazo. En otros, diferentes
niveles de resistencia a los Estados Unidos de parte de las poblaciones
latinoamericanas terminaría arrastrando a sus dirigencias a una política de distanciamiento
y desconfianza, aunque la resistencia a una mayor integración también podría
surgir de la propia visión de las élites políticas e intelectuales. En el caso de
Brasil, se precisaba que el diagnóstico sobre la necesidad de construir un
perfil regional reduciendo la interacción con los Estados Unidos surgía de un
consenso dentro de su propia dirigencia.
[5] Como tal
vez no podía ser de otra manera, este escenario solo es concebido sobre la base
de que China evolucione en la dirección deseada por los Estados Unidos en temas
como la propiedad intelectual y la reforma política, y no a partir de una
evolución positiva de la política norteamericana hacia China, según los
términos tradicionalmente demandados por las autoridades del país asiático.
[6]
Se trata de un juego de palabras que hace referencia a la frase idiomática en
inglés the genie is out of the bottle.
En lugar de genie, se hace referencia
al índice de Gini, indicador estadístico utilizado internacionalmente para medir
la distribución del ingreso en cada país.
[7] Para una
tabla resumen de las megatendencias, variables críticas y escenarios, cfr.
National Intelligence Council (2012: ii).
[8] Como se
refirió anteriormente, la idea del tránsito hacia un mundo multipolar ya había
sido introducida de manera clara por el NIC en el informe de 2008. Sin embargo,
en correspondencia con los parámetros establecidos por la cultura política
prevaleciente en los Estados Unidos, la idea todavía está anatematizada en el
discurso oficial y en el de cualquier político de ese país con aspiraciones
electorales serias. El propio presidente Obama se ha visto precisado a
reafirmar explícitamente las tesis en torno a la supuesta inexorabilidad del
«liderazgo» mundial y el «excepcionalismo» de los Estados Unidos, para
responder a viscerales y persistentes ataques de la derecha neoconservadora
que, de todas maneras, ha seguido poniendo en duda el patriotismo del
mandatario.
[9]
La distinción entre los conceptos de «poder duro» y «poder blando» fue introducida
por Joseph Nye, profesor de Harvard con varias incursiones en puestos
gubernamentales de alta responsabilidad, como parte de un esfuerzo intelectual
que tuvo como principal motivación estimular una reafirmación renovadora del
liderazgo mundial de los Estados Unidos y oponerse a la tesis declinista sobre
el poder de los Estados Unidos popularizada por el historiador británico Paul
Kennedy, con su libro The rise and fall
of the great powers. (Nye 1990; Kennedy 1989).
[10]
Se trata de un concepto que las principales potencias occidentales han buscado
imponer durante los últimos años. Se basa en el principio de que cada Estado es
el responsable de garantizar la protección y los derechos de su población. En
caso de no cumplir este deber, la «comunidad internacional» tendría el derecho
de intervenir, incluso militarmente. La «responsabilidad de proteger» se
imbrica con todas las conceptualizaciones previas en torno a las doctrinas de
la intervención y la injerencia humanitarias, que cobraron fuerza a partir de
las agresiones a la ex Yugoslavia y, más recientemente, a Libia (en este último
caso con el funesto precedente de contar con una resolución del Consejo de
Seguridad de la ONU que la convalidó). Huelga señalar que la aplicación
práctica de la «responsabilidad de proteger», que en teoría puede parecer un
principio humanista y progresista, se ha realizado a partir de un impúdico
doble rasero exclusivamente en función de intereses nada altruistas de los
Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
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