El domingo 6 de septiembre, hay
elecciones generales. Con una izquierda prácticamente invisibilizada en lo
electoral, todo indica que se tendrá “más de lo mismo”. La oferta partidaria no
convence a la ciudadanía, que la percibe como la misma corruptela de siempre.
Por ello, es de esperarse un alto abstencionismo, o quizá un gran porcentaje de
voto nulo.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
El Congreso de la República por
unanimidad acaba de quitarle la inmunidad al presidente Otto Fernando Pérez
Molina. Ahora, como cualquier ciudadano, podrá ser juzgado por los presuntos
delitos que se le imputan. ¿Qué representa eso para el campo popular? Por lo
pronto, una ganancia, quizá mínima en principio, pero con una gran
potencialidad.
La estructura del país no cambia
en lo sustancial con la medida. Si al actual presidente se le encuentra
culpable de los delitos que se presume ha cometido, ligados a la corrupción
robando fondos públicos (el tema de su participación en la guerra sucia como
masacrador de población civil no se toca), podrá terminar preso, tal como está
pasando con la ahora ex vicepresidenta Roxana Baldetti. Eso no modifica la
historia de la sociedad guatemalteca, pero sí representa un cambio
político-cultural sumamente importante.
Podrían hacerse dos
interpretaciones de los acontecimientos, no excluyentes una de la otra. Por un
lado, como una jugada de la derecha, capitaneada desde Washington. Como pasa en
toda Latinoamérica, la situación general no puede entenderse si no es en la
lógica de la geoestrategia de los capitales estadounidenses liderados por su
Poder Ejecutivo, que desde más de un siglo tienen a la región como su patio
trasero. En esta ocasión, los planes imperiales intentan poner en marcha una
iniciativa llamada “Alianza para la Prosperidad” en el Triángulo Norte de
Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador), que garantice
“gobernabilidad” política y tranquilidad para las inversiones extranjeras, para
el “clima de negocios”. La región, como se sabe, es de las más desiguales en el
mundo, con altas tasas de violencia y un crimen organizado que se ha
enseñoreado en las estructuras de gobierno; en Guatemala, de hecho, el crimen
organizado ha venido gobernando estos últimos años, siendo Pérez Molina un
operador de esas mafias ligadas a “negocios sucios”, como el contrabando,
narcoactividad, tráfico de personas, etc. Por otro lado, para entender la
lógica en juego, el empresariado ha manejado el país como una gran finca,
presentando la segunda carga fiscal más baja del continente, luego de Haití. La
impunidad reina tranquila.
Esta situación crea demasiada
presión en la olla, lo cual puede llegar a hacerla reventar. Para la estrategia
del imperio, eso es inadmisible en su Frontera Sur, de ahí la necesidad de
sacarse de encima estas mafias impresentables. Según alguna información
reservada salida de la Embajada de Estados Unidos en Guatemala que circuló a
mediados del año pasado, ya estaba preparado el guión en el que, terminando su
mandato, el actual presidente y la ahora encarcelada vicepresidenta serían
extraditados a suelo estadounidense por su participación en casos de narcolavado.
Todo indicaría que eso sí puede suceder en un relativamente corto tiempo. La
derecha empresarial del país (nucleada en el CACIF), socia menor de la Embajada
–tanto en lo económico como en lo político– se suma a esta guerra contra las
mafias, y en este momento se permite levantar la bandera contra la corrupción.
Así las cosas, la gran
movilización popular contra la corrupta clase política que se ha venido dando
estos meses –genuina, espontánea– llevó a esta situación de posible
encarcelamiento del principal operador de las mafias: el presidente de la
República. ¿Qué viene luego de esto?
Por lo pronto, en unos pocos
días, el domingo 6 de septiembre, hay elecciones generales. Con una izquierda
prácticamente invisibilizada en lo electoral, todo indica que se tendrá “más de
lo mismo”. La oferta partidaria no convence a la ciudadanía, que la percibe
como la misma corruptela de siempre. Por ello, es de esperarse un alto
abstencionismo, o quizá un gran porcentaje de voto nulo. La población, tanto
urbana como rural, está totalmente descreída de este sistema político. La
“democracia” que se vive en el país desde hace ya casi 30 años no ha cambiado
un ápice la situación de pobreza crónica y de exclusión de las grandes
mayorías. Ni la va a cambiar, independientemente del candidato que gane las
próximas elecciones.
En ese sentido, el posible
juicio y condena a Pérez Molina no traerá ningún cambio estructural. Incluso el
empresariado hasta puede salir fortalecido con su encarcelamiento, queriéndose
presentar como adalid en la lucha contra la corrupción. Dicho sea de paso, con
la denuncia de la estructura de defraudación tributaria en que caen presidente
y vice (la Línea), ningún empresario sale implicado.
Pero ahí viene la otra lectura
que podemos hacer de todo esto: es probable que haya un guión trazado por la
Casa Blanca que se ha venido cumpliendo a cabalidad, siendo la CICIG (Comisión
Internacional contra la Impunidad en Guatemala) su operador. Pero ello no
invalida la movilización popular que se desató. Probablemente se buscó, al modo
de la Primavera Árabe o las “revoluciones democráticas de colores” de Europa
del Este, una movilización cívica pacífica que sacara de en medio un símbolo
como Roxana Baldetti. Y hasta allí. La realidad, sin embargo, fue más allá. Es
decir: se salió del guión.
Sectores populares que por años
habían estado callados, amordazados, asustados por lo vivido en la pasada
guerra, empezaron a protestar. La gente salió a las calles. Y también en el
área rural empezó a darse la movilización. Nació una conciencia popular
solidaria, antigobierno, rebelde, sanamente irreverente. Sectores de jóvenes
hasta hoy desmovilizados empezaron a alzar la voz.
Quitar a un presidente por
corrupto no cambia la historia del país (pasó en Argentina con Menem, en Brasil
con Collor de Mello, en Perú con Fujimori). El significado histórico de lo que
está sucediendo ahora en Guatemala abre otro tipo de esperanzas: deja ver que
“la historia no ha terminado”, que la gente de a pie puede salir a la calle y
protestar, y eso trae consecuencias. Sin dudas mañana las cosas pueden seguir
igual, más aún con estas amañadas y perversas elecciones que ya están encima,
en muy buena medida financiadas por el crimen organizado. Pero se abrió una
ventana de esperanzas. ¡Eso es lo verdaderamente importante!
Para el campo popular, para
quienes seguimos pensando que hay muchas cosas que transformar, quienes
pensamos que otro mundo sí es posible, la movilización de las grandes masas
populares son siempre un aliento. La retirada de un presidente por corrupto es
sólo un incidente; lo bueno es que eso puede encender otros fuegos.
La historia no está escrita.
Somos nosotros, los de a pie, quienes la forjamos.
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