El cambio
de época requiere atender a las nuevas preguntas para evitar caer en el error
de dar viejas respuestas. Los próximos meses/años son para buscar nuevas
categorías discursivas, nuevos relatos, nuevos significantes-maestros, nuevos
factores movilizadores y próximas banderas a izar.
Alfredo Serrano Mancilla / ALAI
Para
poner punto y final a cualquier ciclo histórico de transformaciones se precisa
enterrar definitivamente el sentido del cambio preeminente en dicho proceso. No
se puede pasar la página de cualquier época si no es cavando la tumba de los
factores esperanzadores de la misma. Así es. Cualquier deseo de nuevo tiempo ha
de construirse sobre las ruinas del pasado. Esto es lo que actualmente se
atisba en el fondo del tablero geopolítico en América Latina: el intento
desesperado de algunos sectores de acabar con aquello que se iniciara con el
siglo XXI a lo largo y ancho de la región. Algunos le llaman (intento de)
restauración conservadora; otros reflujo de los proceso de cambio; los más
osados optan por el “fin de ciclo”.
A
esta fiesta se suman en primer lugar aquellos que sueñan con acabar
definitivamente con este cambio de época que les arrebató el monopolio del
poder decisor. Con gran voluntad, estos actores se empeñan en ir reduciendo
paulatinamente el universo de las esperanzas e ilusiones fraguadas precisamente
en este cambio de época. La estrategia no está en discutir hacia atrás. Lo
hecho, hecho está, y por mucho que no les guste es incuestionable el resultado
objetivo y subjetivo a favor de las mayorías. Más bien, de lo que se trata es
de acabar con la idea de que todavía resta mucho por lograr, por mejorar.
Alrededor de este propósito, reside hoy en día el verdadero tira y afloja de la
geopolítica latinoamericana. La nueva derecha regional, aquella que ya es mayor
de edad, ha aprendido que no se puede ganar con titulares de prensa alejados de
la realidad que vive actualmente la mayoría latinoamericana, mucho más
incluida, con más derechos sociales, con niveles de consumo más democratizados.
Esto no significa que los medios de comunicación dominantes, así como las
fuerzas partidistas más tradicionales, insistan con su vieja destreza de
asustar, alarmar e inquietar afirmando tal u otro cataclismo. Pero lo realmente
novedoso y seguramente cada vez más troncal en la estrategia opositora a los
procesos de cambio en América latina es finiquitar el mito de “todavía podemos
avanzar mucho más”. El fin de ciclo se sustenta en una etapa embrionaria en
hacernos creer que ya se hizo todo lo que se podía hacer, esto es, ya no hay
más conquistas por alcanzar en el horizonte.
Esta
tesis procura ser propagada ayudándose de la actual restricción externa que
acecha muchas economías latinoamericanas debido a la contracción económica
mundial. La caída de los precios del petróleo y de otros commodities pone en
aprieto a algunos países que lograron poner en práctica una verdadera política
económica soberana a favor de la reapropiación de los recursos naturales. Lo
que antes se vendía a 100, hoy se vende a menos de 50. Esto significa que entra
la mitad de lo que entraba. Lo que antes los críticos llamaron “viento de cola
a favor” ahora deberían llamarlo “freno de cola en contra”. Aunque no lo hacen.
Ahora prefieren directamente usar el término (mal)agorero de “fin de ciclo” a
modo de profecía autocumplida a ver si con tanto ir el cántaro a la fuente, un
día acaba rompiéndose.
A
este convite también se suman otros sectores (sociales, políticos, ciudadanos)
con gran predilección por la crítica precoz y siempre destructiva sin casi nada
propositivo. En este espacio conviven: 1) aquellos que desde casi el inicio se
opusieron a casi todo pensando que el cambio es un camino de rosas sin
obstáculos, y 2) otros que comienzan a flaquear en fuerzas y entusiasmo en
estos tiempos en que las batallas son cada vez más difíciles. Si algo hay que
valorar del enemigo histórico es precisamente su perseverancia y optimismo; hay
opciones políticas que a pesar de haber perdido por ejemplo en 18 de 19
ocasiones, en apenas 15 años, aún creen que su propuesta política es la más
respaldada por la mayoría social. Esta virtud habría que tenerla en cuenta a la
hora de luchar contra este oponente que jamás se cansa, ni tira la toalla, y
que lo sigue intentando por cualquier vía, sea legal o no.
El
pesimismo reinante en algunas filas autodenominadas “progresistas o de
izquierdas” allana el camino para aquellos que realmente sí desean la
restauración conservadora. Los momentos de vacas flacas son siempre propicios
para aquellos que se apean en la siguiente parada. El desencanto creciente en
nuestras filas abona el terreno para el retorno de las carabelas en versión
siglo XXI. Esto sería conceder demasiada ventaja al enemigo en estos tiempos de
disputa. La crítica es bienvenida siempre y cuando venga acompañada de búsqueda
de soluciones, de motores generadores de nuevas esperanzas, sin terminar
cediendo al chantaje del desencanto.
En
este punto radica el verdadero desafío de la disputa geopolítica actual: asumir
que tal vez es necesario un periodo de “espera” pero con un sentido común lleno
de esperanzas. Espera no quiere decir estar de brazos cruzados ni tirando
piedras contra todo lo que acontece. Se trata más bien de entender que estamos
ante una nueva etapa de la lucha política en esta intrigante contienda
geoeconómica. Ni reflujos ni fines de ciclo; a lo sumo intentos de restauración
conservadora que todavía no han logrado quebrantar esta hegemonía insurgente
aún en construcción en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina. En esta nueva
etapa, cada proceso de cambio tiene su tempo político, su forma de afrontar
adversidades, de superar diferentes tensiones y contradicciones sean al
interior del bloque o derivadas de la confrontación con el exterior. Es una
nueva etapa caracterizada por la necesidad de nuevos movimientos para que las
posiciones logradas sean irreversibles.
Lo
que ayer fue una victoria, hoy afortunadamente se naturaliza como un derecho.
El cambio de época requiere atender a las nuevas preguntas para evitar caer en
el error de dar viejas respuestas. Los próximos meses/años son para buscar
nuevas categorías discursivas, nuevos relatos, nuevos significantes-maestros,
nuevos factores movilizadores y próximas banderas a izar. En definitiva, la
disputa es la de casi siempre, entre los que apelan a la restauración del
desencanto con un “no hay alternativa” y aquellos que sí seguirán engendrando
un universo infinito de esperanzas siempre buscando incansablemente nuevas
alternativas.
- Alfredo
Serrano Mancilla, Director CELAG, Doctor en Economía, @alfreserramanci
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