Como gesto humano, Ayotzinapa sigue siendo nuestra
mayor esperanza. Esa esperanza que es todo y nada. Nada en cuanto inmaterial y
es todo en cuanto aliento. No hay movimiento alguno sin aliento y por tanto sin
esperanza. Hoy después de un año, Ayotzinapa de pie y
con la vista de frente, levanta el puño como señal de que a pesar de todo,
sigue siendo la esperanza lo que nos guía.
Cristóbal León
Campos / Especial para Con Nuestra América
Desde Yucatán, México
No hay límites para el país del crimen.
No hay nombre para el país del crimen.
No hay país con nombres del crimen.
No hay crímenes para el país del crimen.
Oscar Oliva, Tuxtla, noviembre, 2014.
I
Transcurrido el primer año de la desaparición de los 43
estudiantes de la Escuela Normal “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa en el
estado de Guerrero, y el asesinato de otras 6 personas, muchos siguen siendo
los hechos por esclarecer, lo acontecido la noche del 26 y la madrugada del 27
de septiembre de 2014, permanece rodeado de un sinfín de versiones falsas que
el Estado mexicano ha procurado generar sirviéndose de la servidumbre que
muchos medios de comunicación le ofrecen, generando una cortina mediática que
impide el conocimiento cabal de la participación abierta y directa que tuvieron
la policía, el ejército y los organismos gubernamentales tanto de Guerrero como
federales. La sociedad es consiente a un año de que lo acontecido esos trágicos
días es un Crimen de Estado. Sin embargo, aún hay que determinar aspectos tan
fundamentales como el verdadero destino que los 43 estudiantes han tenido,
desde luego, el deseo y la esperanza de México es que permanezcan con vida y
puedan en algún momento próximo retornar a sus hogares, y aún que esta
afirmación pueda parecer para algunos exagerada, baste recordar la perversidad
del Estado, muchos son los casos que ayudan a mantener el sueño del rencuentro,
además, el ejemplo de las dictaduras sudamericanas donde miles de seres fueron
desprendidos de sus comunidades y familias, para tiempo después retornar. Por
eso la consigna general del movimiento sigue siendo como desde el primer día
¡vivos se los llevaron, vivos los queremos!
II
La Convención Internacional para la protección de
todas las personas contra las desapariciones forzadas establece como
desaparición forzada: “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra
forma de privación de la libertad que sean obra de agentes del Estado o por
personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la
aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de
libertad o del ocultamiento de la suerte o paradero de la persona desaparecida,
sustrayéndola a la protección de la ley”. Este Tratado Internacional fue
ratificado por México el 18 de marzo de 2008 y entró en vigor el 23 de
diciembre de 2010.
Una mirada rápida a los últimos años de la vida en
México, demuestran lo común que resulta hablar de la desaparición forzada, forma
parte del habla común. Se ha convertido en un elemento más de la cotidianeidad,
siento no solamente peligroso, sino que además lo convierte en un hecho
aceptado de manera pasiva, al concebirse como algo incluso “normal”. Pero una
mirada más profunda a la historia de nuestro país, permite comprobar el
repudiable hecho, de que la desaparición forzada es una práctica
institucionalizada por los diferentes gobiernos, sean estatales o federales,
utilizada contra quienes se vinculan o forman parte de los diferentes
movimientos sociales que se suscitan. La violencia de Estado es una realidad, y
las desapariciones forzadas una de sus expresiones, la guerra sucia no ha
terminado, sigue vigente y se extiende con formas mucho más perversas, aunque
mantiene sus elementos centrales que le permiten implantar la impunidad y el
miedo entre la sociedad. Es tal el grado de institucionalización de la
violencia que la gente común incluso llega a expresar frases que avalan de
forma consciente o inconsciente su realización, es decir, se ha interiorizado
de tal forma con la ayuda de los medios de comunicación que criminalizan a todo
aquel que piense o actúe diferente, que se llega al grado de que en ocasiones la
sociedad es cómplice de uno de los más crueles crímenes contra la humanidad.
Desde luego nada de ello, exculpa al Estado de su perversidad, muy al contrario
demuestra el grado deshumanizado que llegan a tener quienes ocupan y ejercen el
poder desde las esferas del gobierno.
III
La criminalización de los movimientos sociales o de las
protestas, es una estrategia del Estado, que consiste en identificar a los
activistas y luchadores sociales, ya sea en lo individual o colectivo, como
delincuentes, con el fin de mancillar sus reclamos sociales, sean estos
pacíficos o violentos. Con esta criminalización cada vez más extendida, el
poder ha justificado el uso y el abuso de la fuerza pública y las leyes para
condenar, perseguir, encarcelar y asesinar a todo opositor del régimen
capitalista.
El Estado ejerce el poder mediante su aparato judicial,
limitando las acciones de todos aquellos a quienes considera atentan contra su
norma establecida, como es el caso específicos de las demandas sociales. La
criminalización utiliza distintas estrategias como son; la judicialización de la
protesta social, la represión política abierta y la militarización. Los actores
de un movimiento o protesta social son coinvertidos en criminales, pues se
enfrentan al orden reinante, y al ser convertidos en criminales, el poder
justifica el uso del aparato judicial y la violencia contra quienes se atreven
a manifestar su inconformidad o rechazo a la injustica, desigualdad y pobreza.
La protesta y el movimiento social son derechos de los pueblos, sin embargo,
para el Estado son peligros latentes, por ello niega la lucha social y sus
exigencias, pretendiendo evitar hacer frente a las problemáticas sociales como
son: la situación económica desigual y la falta de acceso a derechos básicos
como salud, educación, vivienda y derechos laborales. En todo el país y pese a
las acciones en su contra, las movilizaciones no se detienen y las voces no
callan ante la injusticia, pero el Estado mantiene su posición de no escuchar,
de pretender negar y volver invisibles los reclamos de la población.
En México, los líderes sociales son los perseguidos,
criminalizados, encarcelados con procesos judiciales absurdos e injustos,
mientras los verdaderos criminales permanecen en la impunidad con los bolsillos
llenos de la riqueza robada al pueblo. Ahora utilizan en nombre del “combate al
narcotráfico” y la “lucha antiterrorista” los instrumentos policiales y
militares para acallar las voces de protesta y reprimir las movilizaciones
sociales. No debemos olvidar que la continua criminalización de los movimientos
populares pretende presentar las luchas por los derechos sociales como delitos
y a los sujetos sociales que las promueven como delincuentes. Esto es
fácilmente observable en la manera en que los medios de comunicación informan
(o desinforman) sobre las protestas sociales, ocultando las motivaciones de las
misma, la legitimidad de las demandas, y enfatizando en las formas más o menos
violentas de expresión del descontento social. De tal suerte que las acciones
represivas contra ellos se oficializan como necesarias ante la sociedad, los
medios de comunicación y el Estado introducen la política del miedo entre la
población para que lejos de sumarse a las protestas y movimientos
Más sin embargo, los mismos pueblos criminalizados tienen
en la memoria una eficaz herramienta de lucha, por ello, es necesario difundir
lo acontecido y clamar justicia. Ayotzinapa es el reclamo más humano que en
nuestro país se realiza en estas fechas, la voz en alto no clama justicia
únicamente por los desaparecidos y asesinados, clama el fin de la injusticia
histórica y presente. Ayotzinapa es la esperanza de todo un país que ofrendando
a sus hijos construye su provenir.
IV
Cumplido el primer año del Crimen de Estado sobre los
normalistas de Ayotzinapa, la impunidad se revela como única certeza, pues
nada, absolutamente nada, podrá devolver a las familias, amigos y compañeros
los momentos perdidos, la distancia y desde luego nada podrá reparar el dolor.
Más allá de que se conozca el destino de los 43 desaparecidos, la impunidad ha
quedado sellada como una ofensa más a nuestras libertades y a nuestra
humanidad. Lo acontecido el 26 y 27 de septiembre de 2014, es sin duda, un delito de lesa humanidad. Es la muestra
de la descomposición social y política del país y de sus estructuras de
gobierno llenas de corrupción.
Sin embargo, y como gesto humano, Ayotzinapa sigue
siendo nuestra mayor esperanza. Esa esperanza que es todo y nada. Nada en
cuanto inmaterial y es todo en cuanto aliento. No hay movimiento alguno sin
aliento y por tanto sin esperanza. La esperanza ha contribuido con la historia,
tiene un carácter revolucionario alejado de la visión religiosa con la que se
le suele relacionar. Muy al contrario, esperanza es el nombre del puño álgido
que se levanta contra la opresión. Hoy después de un año, Ayotzinapa de pie y
con la vista de frente, levanta el puño como señal de que a pesar de todo,
sigue siendo la esperanza lo que nos guía.
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