Más que en otros países, Guatemala
necesita del represtigio de la política. La inédita e histórica participación
ciudadana puede lograrlo. Ojalá sea este el resultado de esta gran crisis
política.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Escribo estas líneas cuando el Congreso de Guatemala le ha
quitado la inmunidad al presidente más repudiado en su historia
republicana. Acaso ni Manuel Estrada Cabrera en 1920, ni Jorge Ubico en 1944,
hayan tenido el desprecio tan extenso que hoy tiene Otto Pérez Molina. Pero en Guatemala
pareciera haber dos sintonías: la de la sociedad, la del ciudadano común y
corriente y la de la clase política que tiene sus propios intereses. La primera
está asentada en la rabia e indignación
que ha provocado el colmo del Estado fallido: un presidente y su
vicepresidenta evidenciados como un par de capos mafiosos que encabezaron a una
banda criminal. La segunda está sustentada en el cinismo de los cálculos
políticos de quienes no viven para la política sino viven de la política. En
esto se sustentó el pacto entre el
moribundo Partido Patriota y el ascendente Líder. Fue ese pacto hecho en función de que no se
suspendieran las elecciones, de que no hubiera una reforma política
sustancial, lo que permitió que Pérez
Molina no fuera desaforado, enjuiciado y encarcelado desde meses atrás.
El divorcio entre políticos y ciudadanos
es un fenómeno mundial. En Guatemala probablemente se presente de manera más acusada, porque ni
siquiera existe un sistema estable de partidos
políticos. La mayoría de los partidos
son grupos de bribones que le apuestan a llegar al gobierno o negociar con
quien llegue a éste para saquear durante cuatro años las arcas nacionales. Esto
explica la volatilidad de los partidos, el transfuguismo parlamentario (hoy el
Líder cuenta con 62 diputados, 48 de los cuales abandonaron sus partidos
originales al ser comprados). Y también
la ausencia de un proyecto consistente de nación. En Guatemala la
mercantilización neoliberal se ha expresado en una extrema mercantilización política.
No nos extrañemos pues que Pérez Molina y Baldetti estén involucrados en un
proyecto de delincuencia organizada, algo totalmente divorciado del espíritu
público que en teoría los políticos deben tener. No son los únicos ni los
primeros. Y como bien lo dijo el próximamente defenestrado presidente, la
corrupción también impera en el empresariado.
Y en este contexto, en el cual la elite
política ha ignorado la demanda de la suspensión de las elecciones y la reforma
a la ley electoral, las elecciones del domingo 6 de septiembre, si se realizan, acaso tengan un fuerte componente
abstencionista y anulista. El partido con mayor capacidad de compra de voto y
acarreo de votantes, el Líder, se verá beneficiado con ello. Ya Baldizón ha
dicho a los alcaldes que controla, que quien no le presente un 50% o más de los
votos a favor de su candidatura que ni se le acerque… Sólo falta que el partido
de la derecha contrainsurgente se cuele en el segundo lugar para que la opción
en la segunda vuelta sea nuevamente entre
cáncer y sida.
Más que en otros países, Guatemala
necesita del represtigio de la política. La inédita e histórica participación
ciudadana puede lograrlo. Ojalá sea este el resultado de esta gran crisis
política.
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