El
sueño unionista de Simón Bolívar encuentra hoy mejores oportunidades de
realización, pero tiene límites no solo porque en América Latina hay gobiernos
con distintas orientaciones, sino porque es imposible dejar de considerar las
condicionalidades que impone el mundo globalizado y transnacional.
Juan J. Paz y Miño Cepeda /
El Telégrafo (Ecuador)
Del
6 al 8 de setiembre pasados se realizó en La Habana (Cuba) el Coloquio
Internacional de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe
(ADHILAC), con el tema: ‘La integración en América Latina y el Caribe:
alternativas históricas y proyección actual, a 200 años de la Carta de Jamaica
de Simón Bolívar’.
En
mi ponencia expuse que con la fundación de las repúblicas brotaron los primeros
intentos por constituir grandes conglomerados (República de Colombia,
Confederación Peruano-Boliviana, Provincias Unidas de Centroamérica),
frustrados por acción de las oligarquías regionales. Al comenzar el siglo XX la
iniciativa integracionista la tomó EE.UU., con la Unión Panamericana, que
derivó en la creación de la OEA. El modelo desarrollista en las décadas de los
60 y 70 avanzó en integraciones pensadas desde la óptica empresarial y de
mercados (ALALC, Pacto Andino); pero que retrocedieron en los 80 y 90 ante el
avance de los criterios neoliberales, que cuestionaron toda programación e
intervención estatales.
La
integración bajo iniciativa latinoamericana se produce con el inicio del nuevo
milenio, cuando se constituyen entidades como Unasur, Mercosur, Alba y Celac,
que han cambiado el panorama integracionista, pues se apartó de este a los
EE.UU. y Canadá. Cambiaron también valores, principios y conceptos, pues bajo
las orientaciones de los gobiernos de nueva izquierda, América Latina se
potencia como una región geoestratégica que debe afirmar su presencia e
iniciativas, pues igualmente se proyectan nuevos bloques mundiales como el Acuerdo
Transpacífico, la Asociación Transatlántica, la RCEP o los BRICS.
El
sueño unionista de Simón Bolívar encuentra hoy mejores oportunidades de
realización, pero tiene límites no solo porque en América Latina hay gobiernos
con distintas orientaciones, sino porque es imposible dejar de considerar las
condicionalidades que impone el mundo globalizado y transnacional.
Pero
la visita a Cuba también ha sido una nueva oportunidad para constatar los
avances económicos y sociales en la isla, que en Ecuador (y en América Latina)
generalmente no se conocen, porque predomina la ignorancia a veces casi total
sobre su sistema, así como la propaganda anticubana, que es capaz de inventar
cualquier cosa fantasiosa.
Desde
1959, cuando triunfó su revolución, Cuba ha atravesado distintos momentos, y
durante el período especial (1992-1996) pasó por limitaciones de todo orden.
Progresivamente fue superando esa situación con una serie de reformas que
también fomentaron el emprendimiento privado. Hoy he visto una Cuba con
progreso, sin la escasez de antaño, con mejoras sustanciales en la calidad de
vida y donde se disfruta un ambiente más dinámico. En La Habana, una ciudad
segura, como no lo son otras capitales latinoamericanas, se ejecutan obras de
reconstrucción admirables. Los sistemas de salud, seguridad social y educación,
que son públicos, gratuitos y universales, se destacan como los grandes logros
de la Revolución y resultan ejemplares e inspiradores para la propia América
Latina.
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