Aunque los acontecimientos en los
que se vieron involucrados los estudiantes de Ayotzinapa son terribles y
lamentables, hemos de decir que no son ni los únicos, ni los más terribles de
todos los ocurridos en México en los últimos años.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Ilustración de Hernández, para LA JORNADA. |
La desaparición de personas es una
realidad insoslayable en el México de hoy. Es un fenómeno inscrito en el
contexto de la violencia generalizada que prevalece en el país desde el 2007.
Con mucha frecuencia se echa las culpas de ella a la guerra entre el Ejecutivo
y el narcotráfico pero, aunque este es un componente central, no es el único, y
quienes la sufren no son solo narcotraficantes, policías o militares, sino miles
de personas que, sin querer, se ven envueltos en ella.
Conforme avanzan las
investigaciones de lo sucedido con los 43 normalistas de Ayotzinapa, va
quedando claro que atrás del hecho se esconde una red mafiosa que involucra
tanto a grupos de narcotraficantes en conflicto entre sí, como a autoridades locales,
federales, al ejército y a la policía que, coludidos, ejercen la violencia con
el fin de hacer prevalecer intereses económicos, políticos y personales.
Todos estos intereses son los que
han venido tendiendo velos que desorientan las investigaciones independientes,
las únicas en las cuales se puede tener un mínimo de confianza en un país
penetrado en todos sus estratos por la corrupción.
Los más recientes hallazgos
muestran que, muy posiblemente, haya sido la guerra entre dos organizaciones de
narcotraficantes rivales las que constituyan el telón de fondo que llevó al
secuestro, desaparición y asesinato de los estudiantes.
Al parecer, un error de percepción
de quiénes eran los muchachos, llevó a que el cabecilla de una de estas
organizaciones diera la orden de eliminarlos, acción en la que participaron
activamente autoridades municipales y la policía local: todo un cartel de poder
que no para mientes en pasar encima de la población inerme.
Pero, aunque los acontecimientos
en los que se vieron involucrados los estudiantes de Ayotzinapa son terribles y
lamentables, hemos de decir que no son ni los únicos, ni los más terribles de
todos los ocurridos en México en los últimos años. Decenas de migrantes provenientes
de Centroamérica, por ejemplo, son atropellados por las mismas fuerzas
aglutinadas en el caso de los estudiantes. Maltratados, mutilados,
extorsionados o asesinados, los migrantes centroamericanos constituyen el vivo
el ejemplo del desamparo en el que se encuentran los de abajo en un país en el
que no parece prevalecer sino la ley de la selva.
Puestos por nosotros a manera de
ejemplo, los migrantes no son, tampoco, el único grupo social que se ve
atropellado por la violencia provocada por la colusión entre el Estado, el
narcotráfico y otros grupos de “empresarios” violentos agrupados para la trata
de personas, el contrabando de armas, automóviles, la extorsión y el secuestro.
Muy llamativos para la opinión pública fueron, durante muchos años, los asesinatos
de mujeres en Ciudad Juárez, que, dadas las dimensiones que ha adquirido la
violencia en el país, han dejado de llamar la atención con la fuerza con que lo
hacían antes. En Ciudad Juárez, sin embargo, el asesinato de mujeres no ha
cesado, y siguen apareciendo, abandonadas en el desierto, en los basureros que
rodean a la ciudad, en parajes polvorientos de las ciudades satélite, cuerpos
mutilados de mujeres que no han hecho nada más que ser eso, mujeres; mujeres
trabajadoras en las fábricas maquiladoras de la frontera norte mexicana, en
donde son explotadas con salarios miserables a costas de las “ventajas
comparativas” de México en la división internacional del trabajo en la era de
la globalización.
Y la lista puede seguir señalando
grupos sociales acorralados: los indígenas, los periodistas o los activistas
sociales. Todos ellos sufren la cruel represión, a tal punto que, desde 2007,
ya van más de 27,000 desaparecidos. Los de Ayotzinapa son 43 y un símbolo que
representa esta guerra interna que tiene al pueblo mexicano contra la pared.
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