El grado de civilización
y de espíritu humanitario de una sociedad se mide por la forma como ella acoge
y convive con los diferentes. Bajo este aspecto Europa nos ofrece un ejemplo
lastimoso que bordea la barbarie. Ella se muestra tan centrada en sí misma y en
sus laureles que le cuesta enormemente acoger y convivir con los diferentes.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Generalmente la
estrategia era y sigue siendo esta: o marginaliza al otro, o lo destruye. Así
ocurrió en el proceso de expansión colonial en África, en Asia y principalmente
en América Latina. Llegó a destruir etnias enteras como en Haití y en México.
El mayor límite de la
cultura europea occidental es su arrogancia, que se revela en la pretensión de
ser la más elevada del mundo, tener la mejor forma de gobierno (la democracia),
la mejor conciencia de los derechos, la creadora de la filosofía y de la
tecnociencia y, como si eso no bastase, la portadora de la única religión
verdadera: el cristianismo. Resquicios de esta soberbia pueden verse todavía en
el Preámbulo de la Constitución de la Unión Europea. En él se afirma
sencillamente: «El continente europeo es portador de civilización, sus
habitantes lo habitaron desde el inicio de la humanidad en etapas sucesivas y a
lo largo de los siglos desarrollaron valores, base para el humanismo: igualdad
de los seres humanos, libertad y el valor de la razón…»
Esta visión es verdadera
solo en parte. Olvida las frecuentes violaciones de esos derechos, las
catástrofes que creó con ideologías totalitarias, guerras devastadoras,
colonialismo sin piedad e imperialismo feroz que subyugaron e inviabilizaron
culturas enteras en África y en América Latina en contraste frontal con los
valores que proclama. La situación dramática del mundo actual y las levas de
refugiados venidos de los países mediterráneos se debe, en gran parte, al tipo
de globalización que ella apoya, pues, en términos concretos configura una
especie de occidentalización tardía del mundo, mucho más que una verdadera
planetización.
Este es el telón de fondo
que nos permite entender las ambigüedades y las resistencias de la mayoría de
los países europeos para acoger a los refugiados y emigrantes que vienen de los
países del norte de África y del Medio Oriente, huyendo del terror de la
guerra, provocada en gran parte por las intervenciones de los occidentales (NATO)
y especialmente por la política imperial norteamericana.
Según datos el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) solamente este
año 60 millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares.
Solamente el conflicto sirio ha provocado 4 millones de desplazados. Los países
que más acogen a estas víctimas son el Líbano con más de un millón de personas
(1,1 millón) y Turquía (1,8 millones).
Ahora esos miles de
personas buscan un poco de paz en Europa. Solo en este año cruzaron el
Mediterráneo cerca de 300.000 personas entre emigrantes y refugiados. Y el
número crece día a día. La recepción está cargada de mala voluntad, despertando
en la población de ideologías fascistoides y xenófobas manifestaciones que
revelan gran insensibilidad y hasta inhumanidad. Solamente después de la
tragedia de la isla de Lampedusa, al sur de Italia, en la que se ahogaron 700
personas en abril de 2014, se puso en marcha una operación Mare Nostrum
con la misión de rastrear posibles naufragios.
La acogida está llena de
incidentes, especialmente por parte de España y de Inglaterra. La más abierta y
hospitalaria, a pesar de los ataques que se hacen a los campamentos de
refugiados, ha sido Alemania. El gobierno filo-fascista de Viktor Orbán de Hungría
ha declarado la guerra a los refugiados. Tomó una medida de gran barbarie:
mandó construir una cerca de alambre de púas de cuatro metros de altura a lo
largo de toda la frontera con Serbia, para impedir la llegada de los que vienen
del Medio Oriente. Los gobiernos de Eslovaquia y de Polonia declararon que
solamente aceptarían a refugiados cristianos.
Estas son medidas
criminales. ¿Todos estos sufrientes no son humanos, no son hermanos y hermanas
nuestros? Kant fue uno de los primeros en proponer una República Mundial (Welterepublik)
en su último libro La paz perpetua. Decía que la primera virtud de esta
república debería ser la hospitalidad como derecho de todos y deber para
todos, pues todos somos hijos de la Tierra.
Ahora bien, esto está siendo negado vergonzosamente por los miembros de
la Comunidad Europea. La tradición judeocristiana siempre afirmó: quien acoge
al extranjero está hospedando anónimamente a Dios. Valgan las palabras de la
física cuántica que mejor escribió sobre la inteligencia espiritual, Danah
Zohar: «La verdad es que nosotros y los otros somos uno solo, que no hay
separatividad, que nosotros y el ‘extraño’ somos aspectos de la única y misma
vida» (QS: conciencia espiritual, Record 2002, p. 219). Como sería
diferente el trágico destino de los refugiados si estas palabras fuesen vividas
con pasión y compasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario