Estamos
presenciando algo nuevo que hay que saludar: el Papa Francisco nos está
recuperando el cristianismo más como movimiento que como institución, más como
encuentro entre las personas y con el Cristo vivo y la misericordia sin límites
que como disciplina y doctrina ortodoxa.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Todo lo que
está sano puede enfermar. También las religiones y las iglesias. Hoy
particularmente asistimos a la enfermedad del fundamentalismo contaminando a
sectores importantes de casi todas las religiones e iglesias, inclusive de la
Iglesia Católica. A veces hay una verdadera guerra religiosa. Basta seguir
algunos programas religiosos de televisión especialmente, de tendencia
neopentecostal, pero también de algunos sectores conservadores de la Iglesia
Católica, para oír que condenan a personas o de grupos de ciertas corrientes
teológicas o satanizan a las religiones afrobrasileñas.
La mayor
expresión del fundamentalismo guerrero y exterminador es el representado por el
Estado Islámico que hace de la violencia y del asesinato de los diferentes,
expresión de su identidad.
Pero hay
también otro vicio religioso, muy presente en los medios de comunicación de
masas especialmente en la televisión y en la radio: el uso de la religión para
reclutar gente, predicar el evangelio de la prosperidad material, sacar dinero
a los feligreses y enriquecer a sus pastores y auto-proclamados obispos.
Tenemos que ver con religiones de mercado que obedecen a la lógica del mercado
que es la competencia y el reclutamiento del mayor número posible de personas
con la máxima acumulación de dinero líquido posible.
Si nos
fijamos bien, en la mayoría de estas iglesias mediáticas el Nuevo Testamento
raramente es mencionado. Lo que predomina es el Antiguo Testamento. Se entiende
el por qué. En el Antiguo Testamento, excepto los profetas y otros textos, se
resalta especialmente el bienestar material como expresión del agrado divino.
La riqueza gana centralidad. El Nuevo Testamento exalta a los pobres, predica
la misericordia, el perdón, el amor al enemigo y la solidaridad ilimitada con
los pobres y caídos en el camino. ¿Dónde se oye, hasta en los programas
católicos, las palabras del Maestro: “Felices vosotros, pobres, porque vuestro
es el Reino de Dios”?
Se habla
demasiado de Jesús y de Dios como si fuesen realidades disponibles en el
mercado. Tales realidades sagradas, por su naturaleza, exigen reverencia y
devoción, silencio respetuoso y unción devota. El pecado que más se da es
contra el segundo mandamiento: “no usar el santo nombre de Dios en vano”. Ese
nombre está pegado en los vidrios de los automóviles y en la propia cartera del
dinero, como si Dios no estuviese en todos los lugares. Y Jesús para acá y
Jesús para allá en una banalización desacralizadora irritante.
Lo que más
duele y escandaliza verdaderamente es que se use el nombre de Dios y de Jesús
para fines estrictamente comerciales. O peor, para encubrir desfalcos, robo de
dineros públicos y blanqueo de dinero. Hay quien tiene una empresa cuyo título
es “Jesús”. En nombre de “Jesús” se amasan millones en sobornos, escondidos en
bancos extranjeros y otras corrupciones que atañen a los bienes públicos. Y
esto se hace con el mayor descaro.
Si Jesús
estuviera todavía entre nosotros, sin duda haría lo que hizo con los mercaderes
del templo: tomó el látigo y los puso a correr además de derribar sus puestos
de dinero.
Por estas
desviaciones de una realidad sagrada, perdemos la herencia humanizadora de las
Escrituras judeocristianas y especialmente el carácter liberador y humano del
mensaje y la práctica de Jesús. La religión puede hacer el bien mejor pero
también puede hacer el peor mal.
Sabemos que
la intención original de Jesús no era crear una nueva religión. Había muchas en
aquel tiempo. Tampoco pensaba reformar el judaísmo vigente. Quería enseñarnos a
vivir guiados por los valores presentes en su mayor sueño, el reino de Dios,
hecho de amor incondicional, misericordia, perdón y entrega confiada a un Dios,
llamado "papá" (Abba en hebreo) con características de madre de
bondad infinita. Él puso en marcha la gestación del hombre nuevo y de la mujer
nueva, eterna búsqueda de la humanidad.
Como lo
muestra el libro de los Hechos de los Apóstoles, el Cristianismo inicialmente
era más movimiento que institución. Se llamaba el "camino de Jesús",
realidad abierta a los valores fundamentales que él predicó y vivió. Pero a
medida que el movimiento fue creciendo, se convirtió inevitablemente en una
institución con reglas, ritos y doctrinas. Y entonces el poder sagrado (sacra
potestas) pasó a ser el eje organizador de toda la institución, ahora llamada
Iglesia. El carácter del movimiento fue absorbido por ella. Por la historia
sabemos que allí donde prevalece el poder, desaparece el amor y se desvanece la
misericordia. Eso es lo que por desgracia pasó. Hobbes nos advirtió de que el
poder sólo se asegura buscando más y más poder.
Y así
surgieron iglesias poderosas en instituciones, monumentos, riquezas materiales
e incluso bancos. Y con el poder la posibilidad de corrupción.
Estamos
presenciando algo nuevo que hay que saludar: El Papa Francisco nos está
recuperando el cristianismo más como movimiento que como institución, más como
encuentro entre las personas y con el Cristo vivo y la misericordia sin límites
que como disciplina y doctrina ortodoxa. Ha puesto a Jesús, a la persona en el
centro, no el poder, ni el dogma, ni el marco moral. Con eso permite que todos,
aun los que no se incorporan a la institución, puedan sentirse en el camino de
Jesús en la medida en que optan por el amor y la justicia.
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