El tiempo urge y corre en
contra de nosotros. Por lo tanto, todos los saberes deben ser ecologizados, es
decir, puestos en relación unos con otros y orientados hacia el bien de la
comunidad de vida.
Una de las afirmaciones
básicas del nuevo paradigma científico y civilizatorio es el reconocimiento de
la inter-retro-relación de todos con todos, para constituir la gran red
terrenal y cósmica de la realidad. Coherentemente la Carta de la Tierra,
uno de los documentos clave en esta visión de las cosas, afirma: «Nuestros
retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales, están
interrelacionados y juntos podemos forjar soluciones incluyentes» (Preámbulo,
3).
El Papa Francisco en su
encíclica sobre el cuidado de la Casa Común se asocia a esta
interpretación y sostiene que "por el hecho de que todo está estrechamente
relacionado y que los problemas actuales requieren de una mirada que tenga en
cuenta todos los aspectos de la crisis mundial" (nº 137), se impone una
reflexión sobre la ecología integral, porque sólo ella da cuenta de la
situación actual de los problemas del mundo. Esta interpretación integral y
holística ha recibido un refuerzo inestimable dada la autoridad con la que se
reviste la figura del Papa y la naturaleza de su encíclica, dirigida a toda la
humanidad y a cada uno de sus habitantes. Ya no es sólo el desarrollo de la
relación con la naturaleza, sino de los seres humanos con la Tierra como un
todo y con los bienes y servicios naturales, los únicos que pueden mantener las
condiciones físicas, químicas y biológicas de la vida y asegurar un futuro para
nuestra civilización.
El tiempo urge y corre en
contra de nosotros. Por lo tanto, todos los saberes deben ser ecologizados, es
decir, puestos en relación unos con otros y orientados hacia el bien de la
comunidad de vida. Igualmente todas las tradiciones espirituales y religiosas
están llamadas a despertar la conciencia de la humanidad a su misión de ser la
cuidadora de esta herencia sagrada recibida del universo y del Creador que es
la Tierra viva, el único hogar que tenemos para vivir. Junto con la
inteligencia intelectual debe venir la inteligencia sensible y cordial y sobre
todo la inteligencia espiritual, porque es la que nos relaciona directamente
con el Creador y con el Cristo resucitado que están fermentando dentro de la
creación, llevándola con nosotros hacia su plenitud en Dios (nºs 100, 243).
El Papa cita el conmovedor
final de la Carta de la Tierra que resume bien la esperanza que deposita en
Dios y en el empeño de los seres humanos: «Que nuestro tiempo se recuerde por
el despertar de una nueva reverencia ante la vida, por la firme resolución de
alcanzar la sostenibilidad; por la intensificación de la lucha por la justicia
y la paz, y por la alegre celebración de la vida» (nº 207).
Otra notable contribución
proviene del conocido psicoanalista Karl Gustav Jung (1875-1961) que en su
psicología analítica concede gran importancia a la sensibilidad y sometió a
duras críticas el cientificismo moderno. Para él, la psicología no tiene
fronteras entre cosmos y vida, entre la biología y el espíritu, entre el cuerpo
y la mente, entre lo consciente y lo inconsciente, entre individual y
colectivo. La psicología tiene que ver con la vida en su totalidad, en su
dimensión racional e irracional, simbólica y virtual, individual y social,
terrenal y cósmica y con sus aspectos sombríos y luminosos.
Supo articular todos los
saberes disponibles, descubriendo conexiones ocultas que revelaban dimensiones
sorprendentes de la realidad. Es conocido el diálogo que Jung mantuvo 1924-1925
con un indígena de la tribu Pueblo en Nuevo México (EEUU). Este indígena
creía que los blancos estaban locos. Jung le preguntó por qué los blancos
estarían locos. Y el indígena respondió: "Dicen que piensan con la
cabeza". "Pero, por supuesto que piensan con la cabeza",
respondió Jung. "¿Cómo piensan ustedes"? Y el indígena, sorprendido,
respondió: "Nosotros pensamos aquí", y señaló el corazón (Recuerdos,
sueños, pensamientos, página 233).
Este hecho transformó el
pensamiento de Jung. Entendió que el hombre moderno había conquistado el mundo
con la cabeza, pero había perdido la capacidad de pensar y de sentir con el
corazón y de vivir a través del alma. Esta misma crítica la hizo el Papa cuando
estuvo en la isla italiana de Lampedusa, donde cientos de refugiados se habían
ahogado. "Desaprendimos a sentir y a llorar".
Por supuesto que no se
trata de abdicar de la razón –lo cual sería una pérdida para todos– sino de
rechazar la limitación de su capacidad de comprender. Hay que tener en cuenta
lo sensible y lo cordial como elementos centrales del acto de conocimiento.
Permiten captar valores y sentidos presentes en la profundidad del sentido
común. La mente siempre está incorporada, por lo tanto está siempre impregnada
de sensibilidad y no sólo cerebralizada.
En sus Memorias, dice,
"hay tantas cosas que me llenan: las plantas, los animales, las nubes, el
día, la noche y el eterno presente en los hombres. Cuanto más inseguro de mí
mismo me siento, más crece en mí el sentimiento de mi parentesco con el
todo" (p. 361).
El drama del ser humano
actual es haber perdido la capacidad de vivir un sentimiento de pertenencia,
algo que las religiones siempre garantizaron. Lo que se opone a la religión no
es el ateísmo o la negación de la divinidad. Lo que se opone es la incapacidad
de ligarse y religarse con todas las cosas. Hoy las personas están
desarraigadas, desconectadas de la Tierra y del ánima que es la
expresión de la sensibilidad y de la espiritualidad.
Si no rescatamos hoy la razón sensible que es una dimensión esencial del
alma, difícilmente nos encaminaremos a respetar el valor intrínseco de cada
ser, a amar la Madre Tierra con todos sus ecosistemas y a vivir la compasión
con los sufridores de la naturaleza y de la humanidad.
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