La discusión sobre la
pertinencia o no de las alternativas al neoliberalismo que se han erigido en
América Latina deben discutirse en este contexto límite al que estamos
llegando. No hacerlo es una irresponsabilidad.
Utilizo para titular este
artículo el subtítulo de un libro que publicamos en el 2015 Andrés Mora y quien
esto escribe. El título es Buscando el
futuro, y es producto de una investigación que realizamos en el Instituto
de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica entre los
años 2011 y 2012.
Vincular los dos conceptos, el
de crisis civilizatoria y el de posneoliberalismo, nos parece crucial; en
primer lugar, porque América Latina ha sido el escenario más relevante en los
últimos veinte años de las búsquedas de alternativas a la expresión actual del
capitalismo, que hemos denominado neoliberalismo.
En este sentido, cabe la pregunta
sobre si los experimentos sociales que han tenido lugar en nuestra región
apuntan o no hacia temas centrales, cruciales podíamos decir, de nuestra época.
Cuando decimos temas cruciales
nos estamos refiriendo, sobre todo, al tema que está asociado a la
superviviencia misma de la especie humana, es decir, el ambiental o ecológico.
En este sentido, se ha
discutido bastante, entre otras cosas, si la perviviencia e, incluso,
resucitamiento del extractivismo como opción de desarrollo es compatible con
procesos que expresamente se auto caracterizan como vinculados a los intereses
populares y, en algunos casos, como de izquierda.
Como se sabe, uno de los más
fuertes defensores de la continuidad y, en algunos casos, mayor generalización
y profundización del modelo extractivista ha sido el vicepresidente de Bolivia,
Álvaro García Linera. No pretendo aquí suplantarlo en la exposición de sus
argumentos ni me es posible resumirlos en su totalidad, pero sí se puede evidenciar
una idea central de su razonamiento que nos parece relevante: la explotación de
recursos naturales, que proporciona muchas veces la mayoría de los ingresos de
algunos países, debe continuar, pero los recursos económicos que produzcan
deben reorientarse hacia el beneficio de las mayorías marginadas y
tradicionalmente explotadas.
Las aseveraciones de García
Linera y, más en general, las preocupaciones por el tema ambiental, no habrían
tenido la relevancia que hoy tienen en la discusión del futuro, si no nos
encontráramos en un momento de encrucijada en la historia de la humanidad.
Como se sabe, el primer
campanazo en relación con las implicaciones nefastas del desarrollo industrial
y del progreso entendido como crecimiento continuo fue dado en 1972 con la
publicación del llamado Informe del Club de Roma, que anticipó las
consecuencias nefastas que traería.
En aquellos años, el Informe
fue visto con escepticismo por la mayoría de científicos sociales y no digamos
de los políticos. La izquierda, incluso, llego a catalogarlo de reaccionario y
desviacionista de la problemática central, que tenía que asociarse a la lucha
anticapitalista.
Hoy, 45 años más tarde, nos
damos cuenta de las verdades ahí contenidas. Lo que entonces parecía casi
ciencia ficción, elucubraciones de científicos a los que, incluso, se les
podían achacar intenciones aviesas, aparecen en nuestros días como atisbos
tibios de los que se puede avecinar en un futuro a mediano plazo.
Hoy nos damos cuenta que lo
que se avecina en no más del lapso de una vida, tal vez la de nuestros hijos o
nietos, es una hecatombe que pude poner fin a la vida humana tal como la
conocemos.
Decirlo de esta manera es
fácil, pero los escenarios que pueden deducirse de tales circunstancias escapan
incluso a nuestra imaginación, porque no se trataría solamente de trastornos de
tipo climático, sino de escasez de recursos básicos para la superviviencia como
el agua y los alimentos, e incluso la contaminación del aire que respiramos, lo
que traería perturbaciones sociales de magnitud y alcances inimaginables en nuestros
días, cuando apenas se han empezado a manifestar algunos disturbios climáticos
que sirven como anuncio de lo que podría venir.
Es nuestra opinión que la
discusión sobre la pertinencia o no de las alternativas al neoliberalismo que
se han erigido en América Latina deben discutirse en este contexto límite al
que estamos llegando. No hacerlo es una irresponsabilidad.
Y pensamos también que la
única alternativa a esa carrera desbocada que nos lleva al precipicio es un
cambio cultural sin precedentes, radical, que seguramente sería traumático y
encontraría muchísima resistencia.
Ese cambio, que tendría como
núcleo un modo de vida y una visión de mundo totalmente distinto al actualmente
existente, solo puede tener un carácter de izquierda, pero de una izquierda que
sea expresión, en primer lugar, de este tema que aquí tratamos, y de otros sin
los cuales no podremos avanzar en un mundo distinto; al decir esto, tenemos en
mente el tema de género y dentro de él, el de las mujeres y el de la sociedad
patriarcal.
Punteamos aquí dos de las
dimensiones que una nueva izquierda debería tener en el centro de su atención y
de sus luchas. Otro mundo será posible solo si sabemos renovarnos.
1 comentario:
Me atrevo plantear que en tratandise de la sobrevivencia mundial los conceptos de izquierda y derecha quedan obsoletos.Humanismo es lo que necesitamos.Una organización social que promueva el bienestar de los seres humanos y, desde aquí, el del equilibrio ecológico correspondiente.
Lo que debemos definir entonces son los medios necesarios para lograrlo sin considerar que clase de calificaativo corresponde.
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