El papel de los
intelectuales, hoy y siempre, es intentar iluminar, con humildad y con
modestia, en un mundo en el que hay más poderes interesados en mantenernos en
las tinieblas. Pero cada época tiene sus propias formatos de dominación y, por
tanto, también debemos aprender las técnicas de liberación. Nuestros tiempos
son indisociables de internet, la era de la internet le llaman incluso.
Pascual Serrano / Cubadebate
Intervención en 80 Aniversario del II
Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura. La Habana, 10 y 11 de julio de
2017.
Antes que nada quiero
agradecer a la Fundación Nicolás Guillén, a la Unión de Nacional de Escritores
y Artistas de Cuba y al ministerio de Cultura de Cuba su invitación a este
Congreso y felicitar por su celebración. Igualmente agradezco la colaboración
de la embajada de España en La Habana y la presencia del embajador y su
agregado cultural. Ojalá esto suponga un mayor compromiso del gobierno de
España con la memoria histórica de nuestro país y la justicia con nuestro
pasado.
Dijo el lingüista Noam
Chomsky en su obra La responsabilidad de
los intelectuales, allá por 1969 con motivo de la guerra de Vietnam, que la
responsabilidad del intelectual es, sencillamente, “decir la verdad y denunciar
la mentira”. Es impresionante que ese reto sea tan simple y al mismo tiempo tan
complicado en los tiempos actuales. Existen momentos históricos en los que el
papel del intelectual es fundamental y debe mostrar si trabaja para perpetuar
el sistema de los poderosos o, al contrario, se sitúa al lado de los pueblos.
La guerra civil española fue una de esas situaciones. Pero también la de
Vietnam, la revolución cubana, la invasión de Iraq, la revolución bolivariana
de Venezuela.
La otra función del
intelectual es acortar al máximo la brecha que existe entre él y el ciudadano.
Es decir, elevar el nivel cultural de cada hombre y cada mujer para que la
literatura, el arte, la música, el cine y el resto de ciencias y artes dejen de
ser privilegio de pocos para convertirse en riqueza de todos. Y ahí es donde se
comprueba si un gobierno de verdad quiere un pueblo culto, con conciencia, sin
miedo al conocimiento, al debate o la confrontación de ideas.
El gobierno de Cuba, en
esta ocasión y en otras muchas, ha convocado a los intelectuales que se sitúan
al lado de los pueblos. Y el gobierno de Cuba ha demostrado su apuesta por
elevar el nivel cultural de los cubanos: con su lucha contra el analfabetismo
nada más llegar al poder, con su política editorial, su apoyo al teatro, a la
danza, a la pintura, su capacidad de enfrentar al mercado también en el dominio
cultural.
Es mi intención hablar
del compromiso de los intelectuales en el siglo XXI. Alguien podrá plantear que
este siglo no tiene nada de diferente a cualquier otro a la hora de plantear el
papel de los intelectuales. En parte es verdad, algunos elementos no han
cambiado: la necesidad de unos intelectuales que respondan a los intereses de
las clases populares y a ellas se deban, un poder que intenta comprarlos como
primera opción o silenciarlos como segunda, un mercado como principal
herramienta para ejecutar esas acciones del poder. Pero hoy tenemos
características nuevas, sin precedentes:
-Un mundo globalizado
Si siempre, por razones
éticas o morales, nos debía resultar cercana cualquier injusticia contra
cualquier persona en cualquier lugar del mundo, ahora todo se encuentra
interrelacionado. Cuando una persona es explotada laboralmente quizás una
empresa a la que nosotros apoyamos sea responsable, cuando una bomba cae sobre
una población quizás detrás esté nuestros ejército o el dinero de nuestros
impuestos, cuando un gobierno occidental apoya un golpe de Estado quizás detrás
esté nuestro voto a ese gobierno. Por tanto, la necesidad de un compromiso del
intelectual que llegue a cualquier lugar del globo hoy es más importante que
nunca. Es más, la ausencia de compromiso con el combate a la injusticia hoy ya
deja de ser un signo de indiferencia para ser directamente crimen.
– Un mundo multipolar
Pasamos de un mundo
dividido en dos bloques al derrumbe de un de ellos y la, aparente, victoria del
otro. Es verdad que el bloque capitalista tiene un claro predominio mundial,
pero están surgiendo otras potencias con gran capacidad de contestacion: China,
Rusia, Irán, Brasil, India. ¿Alguna de ellas son nuestro referente o
alternativa? No. ¿Son tan peligrosas para la paz mundial y tienen las manos
igual de manchadas de sangre que Estados Unidos? Tampoco. Por tanto, en nombre
de la equidistancia y de la pureza de ideas no debemos aceptar el trato por
igual. El intelectual no silenciará injusticias, pero no deberá permitir que,
con la coartada de combatirlas se cometan más crímenes. No debíamos aceptar que
en nombre de la lucha contra la opresión de las mujeres se invada Afganistán,
no debíamos permitir que bajo lo excusa de la defensa de minorías étnicas se
destruya Yugoslavia, tampoco que la excusa de déficits democráticos se utilice
para bombardear Libia o Siria y derrocar gobiernos. No vamos a permitir que el
vecino que lanza a sus hijos por la ventana nos diga que debemos denunciar al
que les da un azote. No seremos coartada para el crimen. El imperio ha
aprendido que necesita excusas y coartadas para los genocidios, las encuentra
con la complicidad de gobiernos lacayos, de medios de comunicación sumisos y de
intelectuales rastreros. Nuestro deber es denunciarlo.
– El uso y abuso de la religión como arma de
enfrentamiento de los pueblos
Durante siglos los
poderosos han utilizado el nombre de Dios para llevar a las gentes a la guerra
y la muerte. Durante el siglo XX, a pesar de sus guerras y sus holocaustos,
parecía que el racionalismo se iba imponiendo. Ahora vemos que no está siendo
así. De nuevo apelar a Dios sirve para intereses de los poderosos. Sirve para
atacar cuando se está desesperado y para contraatacar cuando se quiere
criminalizar al diferente. Sirve para reclutar mercenarios a los que ahora se
les paga con la promesa del paraíso y sirve para sembrar el miedo que nos
paralice y nos hace aceptar la opresión. Los intelectuales solo aceptaremos y
principios basados en el racionalismo nacido en la revolución francesa y en las
banderas de justicia e igualdad que se alzaron en posteriores revoluciones. Si
el creyente se quiere unir a ellas bienvenido será.
– El siglo de la información
Otra de las novedades
de nuestra era es que estamos viviendo los tiempos de la información. El mundo
ha producido en 30 años más informaciones que en el transcurso de los 5.000
años precedentes… Un solo ejemplar de la edición dominical del New York Times contiene
más información que la que durante toda su vida podía adquirir una persona del
siglo XVII. Por poner un ejemplo, cada día, alrededor de 20 millones de
palabras de información técnica se imprimen en diversos soportes (revistas,
libros, informes, disquetes, CD-Rom). Un lector capaz de leer 1.000 palabras
por minuto, ocho horas cada día, emplearía un mes y medio en leer la producción
de una sola jornada, y al final de ese tiempo habría acumulado un retraso de
cinco años y medio de lectura…1 ¿Ha servido el manejo de esa información para
crear individuos más sensibles al dolor de los lejanos, para reconocer mejor a
los responsables de las injusticias, para organizarse mejor en la búsqueda de
alternativas? Sinceramente creo que no.
Y mi respuesta es que no,
porque desde el poder se han encargado de sepultar las grandes verdades con
ruido, paja e incluso mentiras. Porque los grandes pensadores, los grandes
luchadores, las grandes causas siguen siendo silenciadas. Como decía el
arzobispo Heldert Camara, cuentan que la gente es pobre pero se cuidan mucho de
explicar por qué son pobres.
De ahí que otra de las
responsabilidades de los intelectuales en el siglo XXI es explicar el mundo con
el arma de la verdad. Algo que, paradójicamente, quizás hoy sea más difícil por
dos razones. Porque los altavoces los tienen otros y porque, a diferencia de
otras épocas, la gente cree, equivocadamente que sabe la verdad. Y es más
difícil convencerles de que viven en una mentira que enseñar la verdad al
ignorante. Los ciudadanos en España, en Europa, en Estados Unidos, creen que
Venezuela es una dictadura cuando hubo más elecciones y más justas que en
nuestros países, creen que la oposición es pacífica cuando lleva un centenar de
asesinatos, algunos quemando vivos a partidarios del gobierno sin que lo sepan
en nuestros países, creen que EEUU está preocupado por llevar la democracia y
la libertad a otros países y solo ha llevado muerte, creen que los empresarios
crean trabajo y que lo estados son ineficientes y desconocen que la mayoría de
los empresarios del mundo acumulan riqueza con la explotación de una humanidad
que no tiene otro patrimonio que su fuerza de trabajo que debe ofrecer
prácticamente gratis. Y no saben que solo tendrán salud, sanidad, salarios
justos y paz si tienen un Estado fuerte y democrático. Y ahí debemos estar los
intelectuales que hemos logrado movernos en la búsqueda de una información
rigurosa y veraz, en el compromiso de llevarla a las gentes. La verdad os hará
libres, dijo Jesús, el de la Biblia. Y en eso tenía razón, aunque luego la
Iglesia de Roma se haya dedicado dos mil años a difundir mentiras. La verdad,
además es revolucionaria cuando se vive en un mundo donde predomina la mentira,
como es el actual.
Para ello debemos
enfrentar a todo el aparato mediático. Un aparato que se ha demostrado mucho
más eficaz en silenciar las voces de los dignos que cualquier dictadura. Hoy no
haría falta encerrar a Miguel Hernández hasta que muriese de tuberculosis, ni
fusilar a Lorca o que se tuviese que exiliar Antonio Machado. La plutocracia
mediática los silenciaría con quizás el mismo efecto. ¿Acaso pensamos que un
gran medio de difusión masiva publicaría hoy los llamados revolucionarios de
Bertolt Brecht? ¿o defendería “violencias” como las de franceses o italianos
bajo la ocupación nazi? Al contrario les llamarían terroristas ¿Cómo tratarían
hoy los medios al Che si existiera? ¿qué diría hoy lo crítica si un escritor
plantease el dilema de Camus en Los Justos?
La tragedia de los
últimos cincuenta años es la puesta en marcha de un sistema de genocidio
informativo de todo intelectual rebelde y de consolidación de la meritocracia
mediática del sumiso y halagador.
Por eso tenemos ante
nosotros un gran reto, que forma parte del compromiso intelectual. El de romper
el cerco mediático, romper el bloqueo. Durante la clandestinidad, el Partido
Comunista de España creó lo que llamó los “equipos de pasos”. Eran comandos de
militantes cuya función era que los líderes y militantes comunistas pudiesen
atravesar los Pirineos sorteando los controles fronterizos. Ahora debemos crear
también “equipos de pasos” para que el pensamiento, las ideas y las palabras,
sonidos e imágenes que traen la verdad atraviesen los controles fronterizos
interpuestos por los grandes medios de los grandes capitales entre los
ciudadanos y los intelectuales díscolos. Los militares de fronteras y
represores o el burdo censor que antes había que burlar para que el intelectual
subversivo no terminará en prisión, ahora se ha transmutado en responsable de
medios que son la voz de su amo, gran empresa accionista o publicitaria.
Los intelectuales
comprometidos debemos también ir organizando grupos de pasos que emitan al aire
la palabra, que impriman las letras, que iluminen las imágenes.
La era de Internet
Sí, el papel de los
intelectuales, hoy y siempre, es intentar iluminar, con humildad y con
modestia, en un mundo en el que hay más poderes interesados en mantenernos en
las tinieblas. Pero cada época tiene sus propias formatos de dominación y, por
tanto, también debemos aprender las técnicas de liberación. Nuestros tiempos
son indisociables de internet, la era de la internet le llaman incluso. Y es en
ese ciberespacio donde se está desarrollando parte de la batalla. No toda, pero
sí parte. Internet puede servir para alienarnos con sus chisporreteos de
frivolidades e intrancendencias, con los narcisismos de sus redes sociales, con
su alud de mentiras y falsedades, con una falsa sensación de militancia. Pero
también puede servirnos para enfrentar al oligopolio de los grandes medios de
la información, para tejer redes de solidaridad e interacción que se
materialicen en la vida real, para llevar la cultura donde nunca pudimos
llevarla. Los intelectuales debemos saber utilizar en cada época las armas que
disponemos, y ni una sola del enemigo debemos ignorar. Pero siempre recordando
que el hambre, la opresión y las injusticias se producen en el mundo real no el
virtual.
Muchas gracias
NOTA:
1Ramonet, Ignacio. La
explosión del periodismo. Clave Intelectual, Madrid, 2011.
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