El Papa Francisco nos
propone - hoy, aquí - encarar activamente la incertidumbre mediante el recurso
a una esperanza bien informada y confirmada en el empeño de un número cada vez
mayor de humanos en asumir y ejercer los deberes inherentes al cuidado de la
Creación.
Desde Bogotá, Colombia
Cada época tiende a desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios
límites.
Francisco. Laudato Si’, 105
¿Cómo puede contribuir
la América nuestra, toda ella, a la gran tarea de nuestro tiempo, que es la de
crear las condiciones que permitan garantizar la sostenibilidad del desarrollo
humano en un mundo que ha venido a estar marcado por una situación de
crecimiento económico incierto, inequidad social creciente, degradación
ambiental constante, y deterioro de las instituciones creadas en su momento
para garantizar la armonía en nuestras relaciones, nuestra prosperidad y la
satisfacción de nuestras necesidades fundamentales? Ante esta tarea, el Papa
Francisco nos ofrece una mirada en la que convergen la vasta experiencia de la
Iglesia desde sus dos mil años de gestión del desarrollo humano en Occidente, y
la riqueza cultural de una región en la que se combinan tradiciones milenarias
de reflexión sobre las relaciones de los seres humanos entre sí y con su
entorno natural, con una persistente búsqueda y construcción de su propia
identidad desde aquel “pequeño género humano” – Bolívar dixit – que constituyó
nuestro punto de partida para el ingreso a la contemporaneidad, dos siglos
atrás.
Desde esta perspectiva,
la mirada del Papa Francisco trasciende el sentido común de una civilización en
crisis para poner el acento primordial en la Creación y en su despliegue en el
tiempo, a través de la interdependencia universal de sus criaturas. Así, llama
nuestra atención sobre la necesidad de “captar la variedad de las cosas en sus
múltiples relaciones”, puesto que “la importancia y el
sentido de cualquier criatura” se entiende mejor “si se la contempla en el
conjunto del proyecto de Dios”(LS, 86).
Desde esa perspectiva, también, el
Papa Francisco define el lugar que la Iglesia reconoce a nuestra especie en el
proceso de la Creación, señalando que “la intervención humana que procura el
prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque
implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las
potencialidades que él mismo colocó en las cosas.” (LS, 124) Y a esto añade una
advertencia siempre necesaria: “debemos rechazar con fuerza que, del hecho de
ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un
dominio absoluto sobre las demás criaturas.” Es importante –precisamente porque
los textos bíblicos “nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo
(cf. Gn 2,15)”-, recordar que
Mientras
«labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger,
custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de
reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad
puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia,
pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su
fertilidad para las generaciones futuras. (LS, 68)
Así, la noción de cuidado está
asociada al devenir del conjunto de la Creación, y al de los humanos en
comunidad con ella, y en ella.
En esa noción del
cuidado responsable está la clave mayor para encarar el problema de hacer
viable la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos. Ese cuidado corresponde a la
especie
que tiene los mayores deberes porque recibió los dones más excepcionales, que
nos distinguen del resto de los seres vivientes, ya sea porque somos los únicos
que los poseemos, ya porque – aun compartiéndolos con otras especies – alcanzan
en la nuestra un grado superior de complejidad y de capacidad de evolución.
Esos dones - la
capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la
elaboración artística y otras capacidades inéditas -, nos dice Francisco, “muestran una singularidad que
trasciende el ámbito físico y biológico.” (LS, 81) Y a esto sólo cabría agregar las
capacidades de vida en sociedad, misericordia y solidaridad que a lo largo de
nuestra historia nos han permitido encarar con éxito complejos problemas y
procesos de transición hacia formas cada vez más complejas de nuestro propio
desarrollo.
Esta perspectiva abre
así un espacio de diálogo entre visiones del mundo que, desde su diversidad,
compartan el mismo interés en contribuir al curso de la Creación. En Europa,
por ejemplo, esas visiones van desde la
rica reflexión de Carlos Marx sobre el papel del trabajo en el desarrollo
humano, hasta las que convergen en las nociones de biosfera y noosfera, a cuya
elaboración contribuyeron el biogeoquímico ruso Vladimir Vernadsky, y el
sacerdote jesuita y antropólogo Pierre Teilhard de Chardin. En Iberoamérica,
incluyen tanto las que – desde la tradición comunitaria indígena – expresan hoy
la aspiración al vivir bien de los seres humanos en sus relaciones entre sí y
con la madre tierra, como las de la fe de José Martí en la utilidad de la
virtud y en el mejoramiento humano, y las del pensamiento ambiental
iberoamericano que, a través de campos como la ecología política, la economía
ecológica y la historia ambiental, ha hecho ya aportes de gran importancia a la
comprensión de la interdependencia entre lo natural y lo social.
Así ejercido, el
diálogo al que se nos convoca hace parte de un proceso mucho más amplio de
construcción de los consensos que demanda una acción racional colectiva con
arreglo a fines que, si en lo científico y lo tecnológico son contemporáneos,
en lo cultural y lo moral hunden sus raíces en la respuesta que podamos dar – y
ejercer - a la pregunta en que Caín sintetizó el dilema ético fundamental que
nos plantea nuestro desarrollo como especie: ¿acaso soy yo el guardián de mi
hermano?
Esa pregunta gana en
trascendencia, además, si recordamos que en la tragedia del asesinato del
pastor Abel por el agricultor Caín tenemos una primera evidencia del papel que
han desempeñado en nuestro desarrollo como especie los conflictos
socioambientales: aquellos que surgen entre grupos humanos distintos que
aspiran a hacer usos mutuamente excluyentes de los recursos de un mismo
ecosistema, y que hoy alcanzan límites cada vez más cercanos al paroxismo. A
este respecto, la Encíclica Laudato Si’
nos recuerda que
No hay dos
crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis
socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación
integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y
simultáneamente para cuidar la naturaleza.(LS, 139)[2]
El ambiente, en efecto, es el resultado de la
interacción entre la especie humana y su entorno natural mediante procesos de
trabajo socialmente organizados. En ese sentido, la producción del ambiente por
los humanos se expresa, también, en la de su vida social, la de sus estructuras
de intercambio de bienes y servicios, y la de sus instituciones de autoridad y
de regulación de la vida en sociedad.
Lo estrecho de este
vínculo nos permite entender que si deseamos un ambiente distinto, debemos
crear sociedades diferentes. Sin embargo, identificar las diferencias que
demanda el desarrollo sostenible de nuestra especie en esta fase de su
historia, y las vías más adecuadas para llegar a ellas, plantea un problema de
singular complejidad, que el historiador norteamericano Jason Moore ha
sintetizado en los siguientes términos:
Las
filosofías, conceptos y narrativas que utilizamos para dar sentido a un
presente global cada vez más explosivo e incierto son – casi siempre – ideas
heredadas de un tiempo y un espacio diferentes. El tipo de pensamiento que creó
la turbulencia global de hoy no parece ser el más adecuado para ayudarnos a
resolverla.[3]
A esto responde,
justamente, la necesidad de establecer nuevos marcos de referencia y
lineamientos nuevos del razonar que faciliten la construcción de consensos que
demanda nuestro tiempo en lo que hace a las relaciones de la sociedad, su
mercado y su Estado con el mundo natural.
Al respecto, y desde la
lectura de Evangelii Gaudium[4] y Laudato Si’[5], esos marcos de
referencia pueden incluir al menos tres horizontes de discusión. El primero es
un horizonte de referencia histórica,
que nos permita comprender la crisis de nuestro tiempo como parte de un proceso
de transición civilizatoria, de complejidad y trascendencia equivalentes a las
que antes condujeron a nuestra especie, en Occidente, de la Antigüedad a la
Edad Media, y de ésta a la Edad Moderna. El segundo es un horizonte de referencia teórica, que nos permita ver en nuestra
especie el sujeto de su propio desarrollo y comprender que la sustentabilidad
de que se trata es la de ese proceso general y no la de una u otra de sus
expresiones históricas puntuales. Y el tercero, por último, es un horizonte de práctica cultural y política,
que nos permita emprender la tarea de transformar en conocimiento colectivo la
experiencia acumulada en las respuestas de una diversidad creciente de sectores
sociales ante los desafíos que la crisis en curso nos plantea.
La discusión referida a
esos horizontes, por otra parte, ganará en riqueza y pertinencia en la medida
en que haga suyos los cuatro lineamientos generales del razonar que propone el
Papa Francisco en Evangelii Gaudium.
El primero, como se recordará, destaca la primacía del tiempo sobre el espacio,
esto es, de la generación y orientación de procesos de reflexión y
transformación por sobre la mera defensa de hábitos y estructuras de poder que
se resisten a cambiar. El segundo, de especial importancia en un cambio de
épocas como la que vivimos, resalta la superioridad de la realidad sobre la
idea, y la necesidad de juzgar a las segundas por los resultados prácticos de
su aplicación, antes que por la mayor o menor autoridad otorgada a las fuentes
que las inspiran. El tercer lineamiento destaca la superioridad del todo sobre
las partes aisladas que lo integran, que son más valiosas en sus funciones y
modalidades de interdependencia que por las virtudes que puedan tener por
separado. Y el cuarto, por último, resalta la primacía de la unidad sobre el
conflicto.
Todo esto tiene una
gran relevancia en tiempos inciertos, en los que todo lo que ayer apenas podía
parecer sólido y sensato parece disolverse en un mar de dudas, movido por
vientos cruzados de incertidumbre. El Papa Francisco nos propone - hoy, aquí -
encarar activamente la incertidumbre mediante el recurso a una esperanza bien
informada y confirmada en el empeño de un número cada vez mayor de humanos en
asumir y ejercer los deberes inherentes al cuidado de la Creación.
En este momento del
proceso de transición en que andamos, el ejercicio de ese deber demanda
orientaciones y acuerdos cada vez más amplios y ojalá más precisos. Eso nos
obliga a construir preguntas nuevas para obtener las respuestas que puede
ofrecer una circunstancia inédita, alineando a las mejores conquistas de la
ciencia, la cultura y el pensamiento en la perspectiva de contribuir a la
construcción de un desarrollo que solo será sostenible por lo humano que llegue
a ser. “Simplemente”, nos dice Francisco, “se trata de redefinir el progreso.” (LS,
193)
Si fuera fácil, ya estaría hecho. Como
es difícil, nos toca a nosotros.
Bogotá, Universidad Javeriana, 11 de julio de 2017
[1] Conferencia ofrecida en
la Iniciativa de Diálogo Latinoamericano “Todo está conectado”, convocado por
la Corporación Millenni@, el Pontificia Universidad Javeriana y el Consejo
Episcopal de América Latina. Universidad Javeriana, Bogotá, 11 – 12 julio,
2017.
[2] Con ello adquiere su
plena claridad la advertencia hecha en un momento anterior del texto, al
plantearnos la necesidad de reconocer que “un verdadero planteo ecológico se
convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la
tierra como el clamor de los pobres.” (LS, 49)
[3] Jason W. Moore: Anthropocene
or Capitalocene? Nature, History, and the Crisis of Capitalism.
http://scholars.wlu.ca/cgi/viewcontent.cgi?article=1329&context=thegoose
[4] http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
[5]
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
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