Hoy día el mundo en su conjunto vive momentos de derechización sin
precedentes. La ideología dominante hace del libre mercado y de esa cosa rara
llamada “democracia” nuevos dioses intocables. Contradecir esto es un llamado a
la condena: es hacer sentir dinosaurio anacrónico a quien lo osara hacer… o
candidato a un balazo.
Marcelo
Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
“La ideología dominante es la ideología de la
clase dominante”, decía Marx. Expresado de otro modo: el esclavo piensa con
la cabeza del amo. ¿Por qué? Porque la imposición de los grupos de poder es
total: se da en el plano material y, quizá con más fuerza aún, en el campo
cultural. Eso es la ideología en definitiva: la argamasa que solidifica una
sociedad no permitiendo ver la lucha de clases que la mueve o, en todo caso,
haciendo de esa lucha y de las diferencias sociales algo normal, natural.
Las clases
dominantes, siempre a través de la historia en cualquier modo civilizatorio,
ejercieron su poder en forma brutal, con el lenguaje de la violencia, pero
también con la sutileza del discurso ideológico. Las diferentes instituciones
que se fueron creando a través de la historia (familia, Estado, iglesias, la
cultura en su sentido más amplio, la escuela, los medios de comunicación, etc.)
son los instrumentos encargados de asegurar la transmisión ideológica. Lo cual
no es sino otra forma de decir: de asegurar la continuidad de la explotación
con un discurso de resignación e inevitabilidad ante las injusticias.
La
democracia que llega con el mundo moderno capitalista llevó el manejo
ideológico a grados sumos. La universalización de la escuela formal por un
lado, y la irrupción de los medios masivos de comunicación por otro, han
permitido llevar la ideología dominante a niveles de sutileza y penetración
nunca vistos antes. Los modernos mass
media, desde Gutenberg y su primera imprenta en adelante, y más aún la
revolución científico-tecnológica de las últimas décadas (televisión, internet,
redes sociales), expanden el discurso de dominación de una manera fenomenal.
Mientras por un lado Francis Fukuyama y la derecha victoriosa tras la
desaparición del bloque socialista soviético cantan jubilosa el supuesto “fin
de las ideologías”, la ideología capitalista individualista hiper consumista se
entroniza con fuerza demoledora. Cualquier intento de cuestionarla es
denostada, vilipendiada, pisoteada brutalmente. El “No hay alternativa” de Margaret Tatcher resuena triunfal.
Hoy día el
mundo en su conjunto vive momentos de derechización sin precedentes. La
ideología dominante hace del libre mercado y de esa cosa rara llamada
“democracia” nuevos dioses intocables. Contradecir esto es un llamado a la
condena: es hacer sentir dinosaurio anacrónico a quien lo osara hacer… o
candidato a un balazo. Los tiempos de muertes, desapariciones, torturas y
masacres pasaron, pero su mensaje sigue presente. Hoy esas muertes y torturas
toman la forma de discurso ideológico impuesto.
El
pensamiento crítico se reemplazó por la diversión banal; la protesta se
transformó en pasiva resignación, y el “opinionismo” trivial de las redes
sociales sustituyó a la producción intelectual profunda. Consumir y no
protestar parece el emblema obligado de los actuales tiempos. La ideología de
derecha, conservadora e inmovilista, parece haberse impuesto con fuerza
arrolladora. Los conflictos, según esta visión, ahora deben “resolverse
pacíficamente”. Algunas válvulas de escape pueden permitirse, como discursos
“políticamente correctos”, pero que no sirven para entender el sistema en su
conjunto, y mucho menos presentarle alternativas que puedan hacerlo colapsar.
Ahí están, por tanto, diversas expresiones de luchas parciales, importantísimas
sin dudas, pero que llamativamente vienen siempre desgajadas de una
interpretación global de los hechos, con reivindicaciones siempre puntuales:
las luchas de género, étnicas, por la diversidad sexual, de minorías contra
mayorías, etc. Luchas definitivamente importantes, sin dudas, pero que quedan
separadas de una visión clasista de la sociedad, donde la explotación y las
asimetrías socioeconómicas no hacen parte del ideario.
Las
ideologías, ¡que en modo alguno han desaparecido!, inundan abrumadoramente cada
espacio humano; las ideologías de derecha y conservadora, por supuesto, donde
“democracia” y “libertad” son términos clave. Consumir, consumir en forma
inmisericorde y no protestar, seguir las modas, ser uno más del rebaño… y si
uno se angustia demasiado: ahí están las numerosísimas iglesias neoevangélicas
siempre listas para servir como bálsamo.
Quien no
entra en los cánones de la “democracia” capitalista, entendida como elecciones
periódicas y separación de poderes, cae en dictadura.
Pamplina
absoluta, mentira vil. Pero ya sabemos, desde Joseph Goebbels en adelante, que
una mentira repetida insistentemente se termina transformando en una verdad.
Eso es la ideología que impera.
¿Dónde
están las dictaduras? Años atrás, a lo largo de Latinoamérica y el África;
dictaduras sangrientas, brutales, regenteadas por militares debidamente
preparados para ser buenos perros falderos de las oligarquías nacionales y de
las corporaciones multinacionales. Para eso se creó, entre otras, la Escuela de
las Américas.
Pero esas
dictaduras –que en las décadas del 70/80 del pasado siglo prepararon las
condiciones para los planes neoliberales– resultan muy caras a su principal
maestro titiritero: Washington. Muy caras en términos económicos y
político-sociales. De ahí que la estrategia se varió desde hace años a
democracias vigiladas, a parodias de democracias donde solamente cambia cada
cierto tiempo el gerente de turno (¿acaso en alguna democracia capitalista ello
deja de ser así?) Esas llamadas democracias, que en realidad son patéticas
caricaturas, son el reaseguro del capital. Ni más ni menos.
En la
democracia manda el pueblo, suele decirse. En todo caso, eso sucede realmente
en los pocos ejemplos de democracia directa que encontramos a través de la
historia, solo en las experiencias socialistas. Las “democracias” de mercado
libre son horrendas mentiras bien programadas donde, una vez más, la clase
dominante se burla de las grandes mayorías. Ahí, lo que menos sucede, es que
mande el pueblo: ¡manda el capital!, así de simple. Y si las masas protestan,
ahí están las bayonetas (y las ametralladoras, y los tanques de guerra, y los
misiles, y las salas de tortura, y las cárceles clandestinas, y las campañas de
exterminio masivo, etc.) listas para ponerlos en orden.
¿Dónde
están las dictaduras hoy, entonces? Esa ideología dominante en este momento
habla de “dictaduras” en los pocos ejemplos de sociedades socialistas que se
mantienen aún: Cuba, Venezuela, Norcorea. ¿Hay dictaduras ahí? ¿Había
dictaduras en Libia e Irak (socialismo árabe en ambos casos)? ¿Hay dictadura en
Cuba? (pequeña isla socialista con índices socioeconómicos similares o
superiores a muchas potencias capitalistas). ¿Hay dictadura en Venezuela? (país
que no se deja manipular por el imperio, y que además detenta las reservas de
petróleo más grandes del mundo).
La
dictadura, nos dice la ciencia de la politología, es un gobierno tiránico,
donde no se respeta la voluntad popular, donde están conculcados los derechos
humanos, donde no hay garantías ciudadanas. ¿Sucede todo eso en estas
“dictaduras” socialistas? Por supuesto que no: en todo caso, las poblaciones
allí gozan de beneficios. “Si hay 200
millones de niños en las calles, ninguno es cubano”, dijo Fidel Castro. Ese
es el síntoma que explica todo.
¿Dónde
están las dictaduras? En las llamadas economías de mercado. Ahí sí que,
efectivamente, las poblaciones están sujetas, amarradas, encadenadas. Están
presas de un mercado que obliga a consumir sin piedad, destruyendo al mismo ser
humano y a la naturaleza, teniendo periódicamente las guerras como única
válvula de escape cuando el sistema se estanca.
La
ideología dominante está tan bien montada que, incluso, esa explotación y esa
manipulación de conciencias no se ven como tal. Las técnicas de control social
son cada vez más sutiles, más sofisticadas. Si alguien conculca derechos
realmente es la economía de mercado: obliga sin piedad –pero con sutileza– a
consumir, dicta líneas de conducta para toda la Humanidad de las que nadie
puede escaparse, viola absolutamente las voluntades populares, aun haciendo
creer que promueve las libertades. Como alguien dijo socarronamente: “¿qué es
la libertad en el capitalismo? No más que una estatua a la entrada del puerto
de Nueva York”.
¿Quién
puede escaparse del dictado del mercado o de los medios de comunicación masiva?
Nadie, absolutamente nadie. ¡¡Ahí está la dictadura!!
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