Hay una batalla que es decisiva en las
actuales circunstancias. Es la que se libra por la comida que es acaparada,
exportada a países vecinos o vendida a precios exhorbitantes en el mercado
interno. Gramsci escribió alguna vez que la hegemonía siempre tenía un sustento
material. Venezuela lo está mostrando en
el momento actual.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con
Nuestra América
Desde Puebla, México
Los días transcurridos entre el 17 y
20 de julio de 2017, tuve el gusto de
atender una invitación hecha por la Secretaria de Cultura del FMLN de El
Salvador. Participé junto con el intelectual venezolano Luis Britto en los Diálogos Culturales de Invierno que
organiza anualmente dicha organización. En esta ocasión las sesiones fueron en
San Salvador y en el departamento de San Vicente, y el tema fue
"Resistencia latinoamericana ante la amenaza intervencionista".
Obviamente el tema central fue el embate brutal que está afrontando la
revolución bolivariana en Venezuela. Resulta claro que hoy encontramos a una
derecha violenta y ensoberbecida después de su triunfo electoral en las
elecciones legislativas de diciembre de 2015. Desde enero de 2016, la derecha
no ha cejado en obstaculizar la labor del ejecutivo en manos de Nicolas Maduro
y ha estado fraguando la manera de derrocarlo. Se ha montado la derecha en el
debilitamiento de la hegemonía bolivariana que la crisis económica empezó a
ocasionar.
Independientemente de la crisis
económica, la derecha ha estado usando una arma poderosa en sus intentos para
abatir al gobierno de Maduro y con ello hacer triunfar la contrarrevolución.
Esta arma es el abastecimiento de productos de consumo básico principalmente la
comida. Acontece que Venezuela produce el 88% de los alimentos que necesita su
población e importa el 12% restante. Pero son unas cuantas empresas privadas
las que monopolizan la importación y distribución de esos alimentos. Al igual
que sucedió con el gobierno de la Unidad Popular en Chile, con los sandinistas
en su primer periodo y con la revolución cubana a lo largo de toda su historia,
el imperio y la reacción interna han usado el desabastecimiento como un arma
para erosionar el apoyo popular a esas revoluciones. Le toca el turno hoy a
Venezuela.
No le falta razón a la derecha y al
imperio en el uso de esta arma. Fue el desabastecimiento del pan lo que
exasperó al pueblo francés e hizo estallar la revolución francesa. Los
bolcheviques triunfaron en 1917 con dos consignas complementarias: "Pan y
Paz" y "Todo el poder a los Soviets". Y recuerdo muy bien lo que
me dijo un integrante de uno de los flamantes Comités de Autodefensa Sandinista
al visitar Nicaragua en diciembre de 1979, cuando todavía Managua observaba los
destrozos provocados por la guerra civil que derroto a Somoza. Recuerdo muy
bien que me aseveró que su apoyo a la revolución sandinista se daría siempre y
cuando les respetaran su religión y no hubieran colas.
Hoy la revolución bolivariana ha
remontado el escuálido plebiscito organizado por la derecha, aunque no necesariamente la guerra mediática
que blasona mentirosamente millones de votantes en dicho plebiscito. Pero hay una batalla que es decisiva en las
actuales circunstancias. Es la que se libra por la comida que es acaparada,
exportada a países vecinos o vendida a precios exhorbitantes en el mercado
interno. Gramsci escribió alguna vez que la hegemonía siempre tenía un sustento
material. Venezuela lo está mostrando en
el momento actual.
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