Terribles
lecciones de la historia reciente nos señalan, en amplio espectro, lo que
ocurre cuando se da rienda suelta a la violencia sin control, y se le entrega
la conducción del conflicto a fuerzas extremistas alejadas de la política que
solo saben jugar suma cero, para obtener menguados objetivos de corto plazo
suponiendo que una vez logrados estos, volverán a su redil.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Conversando
con un colega que conocí en la universidad en mis tiempos de estudiante, quien
vive fuera de Venezuela hace ya varios años, justificaba las acciones de la
oposición a partir de lo que llamó la “ira contenida”. A pesar de las
diferencias de puntos de vista y en particular de lo que este concepto entraña,
pudimos sostener un diálogo en un marco de respeto y yo diría que hasta
afectuoso, en el que intenté mostrarle que más allá de las acciones actuales,
lo que se estaba creando era un país inviable a futuro, donde la violencia se
estaba legitimando como forma de hacer política, al cerrarse los caminos al
diálogo y la negociación, que es en
términos de la democracia representativa -que tanto se defiende- es la forma
básica de ejercicio de la política.
Le
argumenté a mi colega que el legítimo derecho de la oposición de llegar al
gobierno por vías legales estaba siendo aplastado por el afán suicida de
intentarlo por vías extra constitucionales y que con ello, al aceptar la
violencia, si llegaran a ser gobierno en el futuro, habrán también legitimado
el uso de la “ira contenida” que los chavistas están acumulando por todos los
desmanes que a diario se están cometiendo en las calles, sin que pareciera que
pueda hacerse justicia. Con todo, le
dije, había que pensar que la “ira contenida” de un pueblo que ha sido
marginado por 200 años debería ser superior a la que hoy se manifiesta en las
calles y que si se trata de enfrentar “iras contenidas”, el caracazo de 1989,
será solo un agradable paseo dominical comparado con lo que pueda sobrevenir.
Mi
colega, persona inteligente y reflexiva, no fanático y esperanzado en un cambio
de gobierno me manifestó que “esperaba que aprendiéramos de lo ocurrido” pero
aceptó que en esa eventualidad, a su pesar “va a haber mucha caza de brujas”.
Esta conversación, reafirmó en mí, la idea de que hay sectores opositores que
enfrentados a la posibilidad de la violencia como acción permanente, sienten el
mismo rechazo que los que apoyan al gobierno, pero que hoy son prisioneros del
discurso violentista y no saben o no pueden escapar de él. La “ira contenida”,
expresión que intenta explicar el odio, no resiste el más mínimo análisis en
términos de racionalidad. Mi amigo así lo entendió cuando fui rebatiendo uno a
uno sus argumentos ni siquiera en términos políticos, sino en términos humanos,
que por cierto fue el soporte para la transferencia de Leopoldo López de la
cárcel a su casa. La conversación finalizó cuando mi colega dijo: “Sabes que si
necesitas algo y está a mi alcance, solo pregunta”.
Por
otro lado, la deliberación íntima posterior a la conversación reveló en mí, la
ausencia de análisis sobre los graves inconvenientes que a largo plazo se
generan tras el uso de la violencia y el terrorismo como método para incidir en
la superación de coyunturas, sin entender que éste es un fenómeno que necesita
esos momentos tácticos para incubar y transformarse en un problema estructural
como dramáticamente lo aprendió Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Lo
aprendió, pero no lo aprehendió.
Como
siempre, en estos casos, recurro a la historia. Durante la década de los 80 del
siglo pasado, combatientes afganos, mayormente del grupo étnico pashtún de
orientación sunita resistieron la invasión soviética a su país hasta
expulsarlos en 1989. En el marco de la guerra fría, recibieron apoyo
financiero, logístico y militar de Estados Unidos, Arabia Saudita y Pakistán
quienes establecieron una “santa alianza” en contra de la Unión Soviética, tras
su derrota y salida del país, sobrevinieron años de caos durante los cuales
estos feroces guerreros islámicos estudiaron en escuelas de teología islámica
denominadas madrasas ubicadas en Pakistán y financiadas por Arabia Saudita en
las que se adoctrinaba en las enseñanzas del wahabismo o salafismo, la
corriente más retrógrada del islam.
De
aquí surge en 1994 el movimiento talibán. Aquí también ve a la luz Al Qaeda. En
1996 el talibán toma el control de Kabul y en agosto de 1998 llegan a controlar
el 90% del país. Entre 1996 y 2001, desde el gobierno se imponen estrictas
leyes islámicas sobre la población entre las cuales destacan la obligación de
las mujeres de ir cubiertas desde la cabeza hasta los pies, además que no se
les permitía asistir a la escuela o trabajar fuera de casa y se les prohibía
viajar solas. También quedaron fuera de la ley, la televisión, la música y los
días festivos no islámicos.
Después
de los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos, el régimen talibán es
acusado de estar tras tales acciones y fue atacado militarmente hasta ser
derrocado en 2002 sin embargo sus miembros se reagruparon, creando una fuerza
de hasta 60 mil hombres que han atacado a sus antiguos aliados, de manera
destacada a Estados Unidos, causándole bajas a sus tropas, y daños sus
instalaciones civiles y militares. Hoy, ni Estados Unidos, ni las fuerzas que
le dieron cobijo, tienen control sobre sus acciones, al contrario, son víctimas
de ellas.
De la
misma manera, el parentesco ideológico y el origen común con el Talibán en la
lucha contra la invasión soviética, le permitió a Al Qaeda, uno de esos grupos
que se entrenaba en las bases militares creadas por Estados Unidos en Pakistán,
para emerger con fuerza como organización paramilitar terrorista desde un islam
bastante cavernario, tal como ha sido ampliamente documentado. Al finalizar
esta contienda, Al Qaeda no se desmovilizó como esperaban sus gestores
occidentales, al contrario, participaron en la guerra de Yugoslavia y en la de
Somalia en 1993, donde tuvo su primer encuentro frontal contra Estados Unidos
que desde entonces la comenzó a considerar como organización terrorista. En
1998, Al Qaeda, en sendos ataques, destruyó las embajadas de Estados Unidos en
Kenia y Tanzania y en 2001 es sindicada de ser la organizadora de los ataques
contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington, tras lo
cual se oculta durante un tiempo, reapareciendo en 2005 con brutales acciones
terroristas en Londres y Madrid, y posteriormente hasta en 20 países de Europa,
Australia, Estados Unidos, Argelia y Marruecos. Antes de 2001, Estados Unidos
se había visto obligado a declarar a Al Qaeda como organización terrorista,
pero ya era demasiado tarde: los alrededor de 3.000 muertos y cerca de 6.000
heridos pagaron las consecuencias por las lesivas amistades de su gobierno.
Por
su parte, aunque el Estado Islámico tiene una historia diferente, su origen
está en Al Qaeda, y como parte de ella profesó la ideología wahabita, lo que la
hizo susceptible de recibir recursos de Arabia Saudita quien financió a esta
organización con el objetivo que tras su desarrollo en Irak, se volviera contra
los vecinos de este país, Irán y Siria, con gobiernos chiita y alauita
respectivamente, que son considerados los más férreos enemigos de la monarquía
gobernante en Riad. Al autodenominar el territorio bajo control en Irak y Siria
como un “califato” bajo orientación sunita fundamentalista, los objetivos
sauditas parecieron consumarse, pero la resistencia del gobierno sirio y la
imposibilidad por extender su territorio, además del peligro que significaba
para la región y el mundo, la incorporación de alrededor de 30 mil combatientes
venidos de alrededor de 90 países de todo el planeta, la contra ofensiva
del ejército sirio, apoyado por Irán y
los combatientes libaneses de Hezbollah primero y la incorporación de Rusia con
apoyo aéreo después, la aplicación de reglas similares o peores que las
del talibán en Afganistán la realización
de decenas de actos terroristas en Europa, así como los centenares de miles de
refugiados que buscaron abrigo fuera de la región en primera instancia en el
Viejo Continente, dieron al traste con los planes sauditas, los de sus aliados
occidentales y de las monarquías sunitas del Golfo Pérsico que se volvieron
víctimas de los estudiantes que alentaron y ayudaron a formar, viéndose
obligados a jugar el doble e hipócrita
papel de seguirlos financiando por un lado y atacarlos por el otro.
Estas
terribles lecciones de la historia reciente nos señalan, en amplio espectro, lo
que ocurre cuando se da rienda suelta a la violencia sin control, y se le
entrega la conducción del conflicto a fuerzas extremistas alejadas de la
política que solo saben jugar suma cero, para obtener menguados objetivos de
corto plazo suponiendo que una vez logrados estos, volverán a su redil.
Nunca
ha sido así, el espacio no dio para escribir más, pero la experiencia de las
Autodefensas Unidas de Colombia, grupo paramilitar que en la actualidad es ya,
la tercera fuerza política de ese país, es un ejemplo deleznable que tenemos
muy cerca. Hoy son el bastión más importante con que Uribe hace oposición a
Santos, él fue su principal promotor cuando era gobernador de Antioquia y se
llamaban Convivir, ahora, paradójicamente en alianza con Santos que pretende traerlas a Venezuela. Su
avanzada ya está aquí, la vemos en las calles casi todos los días, por lo menos
en lo que a métodos y acciones se refiere.
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