Ojalá que la colusión
mediática con la de procesos judiciales (o cuasijudiciales) no se siga
perpetrando, pues afecta desde su base la condición democrática en la región, y
llama a ir buscando nuevas herramientas institucionales de control social para
esos espacios.
Roberto Follari / El
Telégrafo
En Venezuela ya se está
en un estado superior del ‘golpe blando’. Allí la ofensiva mediática ha dado
sus resultados: ahora se procede a la realización de un acto electoral opositor
irregular, carente de todo control externo, y a pretender instaurar una suerte
de ‘estado paralelo’.
Si bien es cierto que
los mejores momentos del gobierno popular chavista ya no están, y que algunos
errores de Maduro más la férrea acción de oposición han minado en mucho la
situación, lo cierto es que las guarimbas son modos violentos y
antidemocráticos de resistencia civil, y que el golpismo de los opositores
venezolanos es indisputable, a partir del ataque de 2002 instaurando un
gobierno alterno por la fuerza, que se cayó en una noche, pero pretendía
sostenerse a largo plazo. Hoy esos golpistas hablan de sí mismos como
portadores de ‘democracia’ y de ‘unidad nacional’, lo cual -visto su partidismo
extremo- suena entre risible y grotesco.
En Brasil, el ataque
mediático se une al judicial, como en tantas otras latitudes. La condena a Lula
suena como pretensión de proscripción al candidato con mayores posibilidades de
ganar las elecciones presidenciales. Mientras, un presidente deslegitimado y
acusado de corrupción lanza sin consenso alguno una brutal reforma laboral, que
incluye, por ej., que las embarazadas puedan realizar trabajo insalubre, o que
las vacaciones de los trabajadores puedan ser segmentadas unilateralmente según
decisión empresarial.
En Argentina, el
inaudito juez Bonadío -personaje que llegó a su cargo en tiempos de la
corrupción menemista- la emprende contra la expresidenta Cristina F. de
Kirchner, y declara que lo suyo no es una persecución. Si no lo fuera, él no
necesitaría aclararlo; pero es obvio que se trata de persecución. Es que el
neoliberalismo teme electoralmente a la expresidenta, la cual, en su momento,
no quiso ampararse en fueros legislativos. Ahora sufre el acoso judicial,
acompañado del fuego mediático que pretende mostrar como corrupto a su
gobierno, según la vieja consigna golpista de desprestigiar lo popular para
atacarlo.
En Ecuador, el
establishment enfrenta al vicepresidente, que ocupó el mismo cargo en el
gobierno anterior, también de Alianza PAIS. La acusación parece no alcanzar
rango judicial suficiente, de modo que se ha trasladado a la Asamblea. Se
pretende allí juzgarlo, aparentemente por responsabilidades, no suyas, sino de
algunos subordinados.
Los medios hegemónicos,
por supuesto, acompañan y promueven. El nuevo presidente ha sido claro en que
no amparará corrupción, pero también en que busca criterios de equidad y
justicia, por lo que su personal posición en este caso ha de tener singular
importancia.
Ante estos diversos
avatares nos encontramos en la actual situación sudamericana. Ojalá que la
colusión mediática con la de procesos judiciales (o cuasijudiciales) no se siga
perpetrando, pues afecta desde su base la condición democrática en la región, y
llama a ir buscando nuevas herramientas institucionales de control social para
esos espacios.
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