Son fundamentales
legislaciones antimonopólicas y políticas públicas que reconozcan la
comunicación como derecho humano, lo que implica discutir y adoptar mecanismos
democráticos de regulación, de fomento a la producción audiovisual
independiente, de impulso a los medios sociales y comunitarios, de incremento
de los usos sociales y comunitarios de las redes digitales y de
universalización de accesos y usufructos de las tecnologías.
Denis de Moraes / ALAI
Los conglomerados de
medios se convierten en actores económicos de primera línea en la era
digital. Acumulan diferenciales
inaccesibles a organizaciones de menor porte: lastre financiero asegurado por
bancos y fondos de inversión, altas tecnologías, knowhow gerencial,
investigación y desarrollo de productos de punta, capacidad industrial,
innovaciones técnicas, esquemas globales de distribución y campañas publicitarias
mundializadas. Es la interpenetración de
aparatos tecnológicos, de modelos de planeamiento y de negocios que introduce
circunstancias y factores sinérgicos entre los players, beneficiando la
concentración y la oligopolización.
Ocupan posiciones destacadas
sociedades, acuerdos estratégicos y joint ventures, que permiten a las empresas
actuaciones conjugadas en partes distintas y complementarias de los procesos
productivos y logísticos. Al optar por
estrategias de colaboración y descentralización parcial con división de
responsabilidades, las corporaciones buscan aumentar sus lucros, sea cortando
gastos y repartiendo pérdidas, sea minimizando riesgos, en especial los
derivados de la inestabilidad económica y del encogimiento de la vida útil de
las mercaderías. Los proyectos exigen
aportes financieros y buena logística para facilitar la circulación y las
ganancias de escala en las plazas extranjeras, teniendo en cuenta adaptaciones
a los costos y factores locales de producción, como también la necesidad imperiosa
de equilibrar las relaciones entre trabajo, distribución de renta, poder
adquisitivo, modelo tecnoprodutivo y sistemáticas de comercialización, de
acuerdo con la estructura de cada mercado.
En ese marco, se reduce
la participación de empresas de menor porte en los negocios de punta. Quedan para las pequeñas y medianas empresas
nichos mercadológicos o la provisión de insumos y servicios especializados,
siempre que sea más ventajoso para las grandes compañías tercerizar la
producción o adquirir bienes cuya fabricación sea costosa. En ambos casos, gravitan en torno a la
economía de escala de las corporaciones y precisan demostrar productividad,
agilidad y creatividad para sobrevivir.
Para preservar el
sistema monopólico y su lucro en permanente expansión, las corporaciones
recurren a dos maniobras principales, según David Harvey. La primera de ellas es la amplia
centralización del capital, ejerciendo el poder financiero en busca de economía
de escala y liderazgo en el mercado. La
segunda consiste en proteger, a cualquier precio, las ventajas tecnológicas por
medio de patentes, leyes de licenciamiento y derechos de propiedad intelectual
(1).
La concentración de los
procesos productivos y de los esquemas globales de distribución y
comercialización en torno a un puñado de grupos empresariales tiene por
finalidad garantizar el mayor dominio posible sobre la cadena de fabricación,
procesamiento, comercialización y distribución de los productos y servicios,
ampliando considerablemente la rentabilidad y las condiciones monopólicas. La contracción de la competencia alcanza su
máximo nivel cuando los protagonistas de un mismo sector optan por fusiones,
para recuperar la rentabilidad perdida en coyunturas de crisis económica. Las sinergias empresariales trascienden los
sectores originarios de cada grupo y se extienden a actividades potencialmente
rentables, involucrando conocimiento innovador en tecnologías y técnicas
avanzadas, planeamiento estratégico, poderío financiero y capacidad logística y
distributiva.
Otras ventajas
empresariales evidentes: aumenta el poder de negociación comercial con
proveedores, disminuye gastos, reparte deudas y suma activos. Las ganancias son reinvertidas en actividades
diversas con el objetivo de minar antiguas supremacías y, si fuera posible, en
establecer nuevos monopolios.
El éxito del sistema
corporativo de medios también se vincula a la expansión de tecnologías que
favorezcan el comando a distancia y la velocidad circulatoria del capital. La productividad y la competitividad dependen
de la capacidad de los agentes económicos de aplicar, con rapidez inaudita, los
datos y conocimientos obtenidos, de forma sincronizada y en amplitud
global. La información estratégica en
los circuitos digitales se vuelve una mercadería como otra cualquiera, sujeta a
la ley de la oferta y de la demanda, al mismo tiempo convertida en precioso
insumo básico para la generación de dividendos competitivos.
Con el uso de
herramientas tecnológicas, grandes empresas acumulan volumen de informaciones
esenciales para decisiones estratégicas, como investigaciones, tablas, informes
e históricos de compras que delinean perfiles de clientes, deseos de consumo e,
incluso, los posibles riesgos de pérdida de consumidores. No es nada casual la lucratividad alcanzada
por agencias de noticias transnacionales.
Recolectan, seleccionan y proveen, a peso de oro, una cantidad
ininterrumpida de informaciones especializadas, que sirven para la instrucción
en intervenciones inmediatas de traders, corredores y analistas. Cuando más turbulencias hay en la economía
globalizada, más recurren los especialistas a las terminales de cotizaciones y
a los análisis de las agencias. La
disminución de los plazos de respuesta de inversores y especuladores se vuelve
norma de sobrevivencia frente a la volatilidad de los mercados financieros.
El desarrollo
tecnológico facilitó el acompañamiento diario del mercado, ya que la
divulgación instantánea de las cotizaciones favorece una rápida percepción de
las tendencias. Además, los sistemas
computarizados monitorean flujos financieros y tratan de evitar la distorsión
de precios. De acuerdo con el consultor
financiero Marcelo d’Agosto, la carrera tecnológica “terminó desencadenando la
automatización de las negociaciones, con la necesidad de adoptar estrategias de
ejecución de los negocios cada vez más complejas. El objetivo”, dice, es
“tratar de identificar, en el menor tiempo posible, las tendencias del mercado
y evitar que las estrategias de negociación sean detectadas por los demás participantes”
(2).
Con la sofisticación de
las infraestructuras de gestión, acompañamiento e intervención en tiempo real,
ya no se exige proximidad entre los lugares de planeamiento, producción y
consumo. Por el contrario, hay una íntima
relación entre la desterritorialización de la producción y las instancias de
control de todo el flujo empresarial, por medio digital.
Para ajustarse a
mercados geográficamente dispersos, las organizaciones pasaron a comandar sus
emprendimientos a partir de un centro de inteligencia –el holding– encargado de
establecer prioridades, directrices, planes de innovación y parámetros de
rentabilidad para subsidiarias y filiales. El holding se destaca como polo de
planeación y de decisión al cual se remiten las estrategias locales, nacionales
y regionales. Organiza y supervisa la
institución de arriba a abajo, en fragmentos y nódulos de una red constituida
por ejes estratégicos comunes y jerarquías intermediarias flexibles. Las tecnologías son insustituibles para el
ejercicio del comando a distancia, pues posibilitan la coordinación y la
descentralización de los procesos decisorios, así como la articulación entre
los procedimientos operativos de filiales, subsidiarias, departamentos y áreas
de planeamiento, ejecución, control e integración.
El sistema corporativo
explota, con flexibilidad operacional y destreza tecno-productiva, una gama de
emprendimientos y servicios tornados convergentes y sinérgicos por la
digitalización. La ejecución de tal
objetivo implica la reorganización de las relaciones entre los grupos globales
y públicos regionales, nacionales y locales, por intermedio de acciones de
marketing que favorecen una oferta más heterogénea de productos, en consonancia
con dinámicas estratificadas y desterritorializadas de consumo. La exacerbada competitividad obliga a los
gigantes empresariales a promover hibridaciones con trazos característicos de
países y regiones, con el propósito de ajustarse a demandas de clientelas
específicas. Pero es preciso insistir en
que esas eventuales mezclas con peculiaridades locales, regionales y
nacionales, cuando se incorporan a productos y programaciones, se hacen a
partir de criterios exclusivos de los grupos mediáticos, generalmente basados
en investigaciones cualitativas de mercado.
Tenemos, entonces, una
concentración de poder sin centralización operativa. Sin embargo, no nos olvidemos de que esa
flexibilidad es relativa, ya que filiales y subsidiarias permanecen en el radio
de eventuales reorientaciones de la matriz.
El holding avala una red corporativa formada por elementos
complementarios, pero mantiene, gracias a la informatización, la ascendencia
sobre el todo, recurriendo a mecanismos de acompañamiento de metas de
producción, costos, comercialización e ingresos.
El escenario descripto
subraya el dominio de los mercados por los conglomerados mediáticos y
profundiza asimetrías entre los centros hegemónicos (en los cuales las
megaempresas son exponentes) y las periferias, lo que realza desajustes típicos
del desarrollo excluyente y desigual que caracterizan el modo de producción
capitalista en el escenario tecnológico.
A medida que esa
configuración se cristaliza, se reduce el campo de maniobra para un desarrollo
equilibrado y estable de los sistemas de comunicación y se agravan desajustes
estructurales en un área estratégica de la vida social. Por eso la urgencia de que reclamemos
diversidad donde hoy está en vigor la extremada concentración mediática. Son fundamentales legislaciones
antimonopólicas y políticas públicas que reconozcan la comunicación como
derecho humano, lo que implica discutir y adoptar mecanismos democráticos de
regulación, de fomento a la producción audiovisual independiente, de impulso a
los medios sociales y comunitarios, de incremento de los usos sociales y comunitarios
de las redes digitales y de universalización de accesos y usufructos de las
tecnologías.
- Dênis de Moraes es doctor en Comunicación
y Cultura por la Universidad Federal de Río de Janeiro e investigador del
Consejo Nacional de Desarrolo Cientifico e Tecnológico (CNPq), de Brasil.
Este artículo se basa en cuestiones
abordadas en el libro Medios, poder y
contrapoder, cuyos autores son Denis de Moraes, Ignacio Ramonet y Pascual
Serrano (Buenos Aires, Editorial Biblos).
Notas:
(1) David Harvey, O novo
imperialismo, São Paulo, Loyola, 2004.
(2) Marcelo d’Agosto,
“Conhecer o mercado para lucrar males”, Valor Econômico, São Paulo, 24 de
outubro de 2012.
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