La ola tuvo
una corta vida turbulenta, pero fue potente y sus logros no fueron pocos: 70
millones de latinoamericanos salieron de la pobreza…, se dice pronto.
José Blanco / LA JORNADA
Las olas
crecen gradualmente, pueden ser de tamaño impresionante, alcanzan un culmen y
después se desvanecen. Tras una ola sigue otra. La ola social de la que
hablaremos no tiene la regularidad del mar. Pero en el presente y el futuro
previsible es probable que tengamos nuevas olas sociopolíticas nacional
populares (o populistas); las experiencias vividas no se mueren, no podrá haber
una simple restauración al régimen neoliberal anterior.
La ola
populista latinoamericana duró algo más de una década. No se ha desvanecido
absolutamente, pero el futuro inmediato parece oscuro. Como era de esperarse
muchos analistas ya la dieron por muerta e inhumada. Mis eventuales lectores
saben que, a la par de ya numerosos analistas, en este espacio se ha hablado
positivamente del populismo, reivindicándolo absolutamente.
Los muchos,
de muchos colores, que han festejado el desvanecimiento de la ola, han
formulado un veredicto que piensan definitivo: como era de esperarse, la
izquierda ha fracasado; sus abundantes yerros en materia de política económica,
los ha llevado al precipicio. Esa es una síntesis más o menos ajustada, aunque
suavizada, de la lluvia de piltrafa envenenada lanzada por el neoliberalismo de
diversas tonalidades, contra quienes mostraron que sí es posible esquivar a los
poderes internacionales dominantes.
La ola tuvo
una corta vida turbulenta, pero fue potente y sus logros no fueron pocos: 70
millones de latinoamericanos salieron de la pobreza…, se dice pronto. En el
estudio que conjuntamente elaboraron la Cepal y la OCDE, titulado Perspectivas
Económicas de América Latina 2012, se dice: Pese a la gran diferencia en la
dinámica económica entre América del Sur, por un lado, y Centroamérica, México
y el Caribe, por otro, en conjunto la sostenida demanda externa (especialmente
de economías emergentes, como China), en combinación con vigorosas demandas
internas, han permitido que la región alcance un crecimiento anual promedio de
casi 5 por ciento en el periodo 2003-2008. Este buen desempeño fue también
inducido por una adecuada gestión macroeconómica que, en muchos casos, creó el
espacio fiscal para afrontar los efectos de la crisis financiera global, sin
poner en peligro la solvencia fiscal. Ese estudio, resultado del esfuerzo
unificado de dos instituciones incapaces de incurrir en derivas izquierdistas,
desmiente categóricamente los arteros ataques provenientes de la derecha
neoliberal que domina al mundo, según la cual los populismos latinoamericanos
eran de suyo ignorantes de la globalización, del manejo equilibrado de la
macroeconomía, de la prudencia en sus cuentas con el exterior. En general, con
excepción de México y el Caribe, América del Sur, durante la década aludida, se
orientó por el neoestructuralismo elaborado por la Cepal y los pensadores
afines o cercanos a esta corriente de pensamiento latinoamericano. México ha
permanecido fidelísimo al Consenso de Washington; pero hay novedades en
curso...
Ahora los
populismos latinoamericanos han ido atrás en términos económicos y políticos,
pero ha quedado una experiencia política que será asimilada con el tiempo. Los
regímenes que surgieron apoyados en movimientos populares, no transformaron al
Estado, no innovaron mayormente en materia institucional, prácticamente no
avanzaron en transformar el modelo productivo y, así, no era posible dar
continuidad a las experiencias vividas. Veremos que ocurre con el caso de
Ecuador.
El culmen
de la ola fue de 2003 a 2012, aunque la primera elección de Hugo Chávez fue en
1998. Siguieron Lula en 2003; Ernesto Kirchner en 2003; Evo Morales, elegido
por primera vez en 2005; Cristina Kirchner en 2007; Rafael Correa en 2007. Dejo
fuera de esta lista a Daniel Ortega y su extravagante costilla.
El
socialismo del siglo XXI es un término acuñado por Heinz Dieterich Steffan que
fue difundido por Hugo Chávez en el Foro Social Mundial de 2005, e inmediatamente
apropiado por los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Desde
el ángulo del concepto de populismo que aquí hemos esbozado someramente, los
regímenes referidos fueron experiencias diversas de populismo.
De otra
parte, también es claro que fueron experiencias distintas. Fueron propiciadas
por las brutales injusticias sociales, la pobreza profunda, el hartazgo con
unos gobiernos que sólo sabían recitar el Consenso de Washington, el que
aumentaba sin cesar las desigualdades más inicuas, que acabaron con las
instituciones que intentaron en el pasado mejorar la vida de los de abajo, que
han vivido inmersos en un mar corrupto. Los movimientos sociales se
multiplicaban, y aparecieron los líderes carismáticos que, apoyados en el
inicio del ciclo de los altos precios de los bienes primarios en general,
estuvieron en capacidad de usar la vía electoral para hacerse de las
instituciones mediante partidos políticos en algunos casos creados al vapor,
expresamente organizados para ganar elecciones.
Los líderes
populistas prometieron nada menos que la ¡refundación de sus naciones!; así
querían volar. Repudiaron el neoliberalismo, promovieron la unidad
latinoamericana sin injerencias del imperio y buscaron establecer modelos
superiores de democracia incluyente basados en la participación popular y en
una equidad creciente.
Con la
crisis de 2007/2008, y la caída de los precios de los bienes básicos, los
populistas enfrentaron problemas políticos cada vez más complejos, que
crecieron verticalmente. Fueron populismos imperfectos porque les faltó crear
pueblo: crear un sentido común de lo nacional-popular de cada uno, y
reivindicarlo para sí, una política para disputar sin tregua la hegemonía a los
neoliberales.
Esa
construcción social llamada pueblo, no estaba hecha. No había quien defendiera
a los nuevos regímenes en ciernes. Dilma es uno de los casos más dramáticos: no
fue defendida por un pueblo que no estaba.
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