sábado, 22 de julio de 2023

De San Salvador, El Salvador, a San Salvador de Jujuy. 40 años entre el autoritarismo y la democracia

 ¿Qué será de la frágil e inacabada democracia argentina, salvadoreña y latinoamericana si no la defendemos, por encima de la ideología y los intereses individuales de cada quién?

Carmen Elena Villacorta Zuluaga* / Para Con Nuestra América
Desde Jujuy, Argentina

En la ciudad en la que nací, San Salvador, El Salvador, Centroamérica, durante la década de 1970 se vivía una situación prebélica. Vastas movilizaciones de organizaciones sociales y sindicatos llenaban las calles de la ciudad denunciando groseros fraudes electorales, exigiendo el cese de la represión, el respeto de las garantías democráticas, la redistribución de la riqueza. Pidiendo lo que merecen y no deben dejar de demandar los pueblos: derechos, verdad y justicia. Cinco fuerzas guerrilleras desafiaban entonces el poder de un Estado militar al servicio de los intereses oligárquicos. 
 
El triunfo de la revolución sandinista en la Nicaragua de 1979 exacerbó el clima anticomunista ya vigente, contribuyendo al surgimiento del siniestro liderazgo de Roberto d’Aubuisson, militar en retiro, fundador de los escuadrones de la muerte salvadoreños. De militar a paramilitar, d’Aubuisson supo acumular el poder necesario para perseguir y aniquilar sistemáticamente a referentes de los movimientos sociales opuestos al gobierno. Conocido es entre quienes estudiamos la historia de El Salvador que, a finales de la década de 1970, d’Aubuisson aparecía en televisión nacional mencionando los nombres de sus próximas víctimas. Una lista negra a la salvadoreña: nombre mencionado por d’Aubuisson, persona que aparecía muerta, con lujo de barbarie, o pasaba a engrosar la innumerable cantidad de desaparecidos.
 
40 años pasaron desde aquellos hechos, cuyo corolario fue el magnicidio del entonces arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, el 24 de marzo de 1980. d’Aubuisson ha sido señalado como autor intelectual de tal atrocidad que aceleró el estallido de la guerra civil en El Salvador. Ocurrió un 24 de marzo, el mismo día de la memoria en Argentina, en el que se conmemora a las 30 mil víctimas de la dictadura. Mientras que en este país del Cono Sur la década de 1980 posibilitó el retorno de la vida en democracia, durante el mismo período en El Salvador, Guatemala y Nicaragua se desarrollaban cruentos enfrentamientos armados y guerras civiles.
 
10 de julio de 2023 en San Salvador de Jujuy, la ciudad del noroeste argentino en la que vivo ahora. El gobernador de la provincia incursiona en un canal de televisión privado a anunciar su venganza contra el pueblo que osó rebelársele. Ni el dueño del canal 7 de televisión, su amigo y anfitrión en el programa, ni la periodista que figura allí en un papel meramente decorativo, le hacen preguntas. Lo dejan hablar, simplemente. Como soldados a las órdenes de un general. De entrada, no se puede hablar de periodismo, ni decir que lo que se produjo allí fue una entrevista. De lo que se trató fue de abrirle a Gerardo Morales el micrófono y las cámaras para hacer públicas sus amenazas contra los manifestantes que desde el 5 de junio llenamos las calles y las carreteras de la provincia en oposición a su reforma inconstitucional y a los procedimientos autoritarios con los cuales desea imponerla.
 
Diciendo y haciendo –tal como sucedía con las temidas apariciones de d’Aubuisson en El Salvador de principios de la década de 1980— la segunda semana de julio en Jujuy asistimos a una cacería judicial en la que referentes de organizaciones sociales, docentes universitarios, militantes de partidos políticos, un abogado, transeúntes que circulaban en alguna manifestación, menores de edad e incluso personas con discapacidad fueron allanadas en sus domicilios, privadas de su libertad, detenidas, encarceladas y acusadas por diversos tipos de delitos, como sedición e intento de homicidio. Morales lo había anunciado ante las cámaras del canal 7: “van a ir presos los que tengan que ir presos”, “está actuando la justicia y la fiscalía y hay gente que va a tener que cumplir condenas que no son excarcelables”. La inexistencia de pruebas forzó a los jueces a liberar a los nueve detenidos.
 
Ante esta privación arbitraria de garantías legales, ante esta persecución política despiadada, ante esta atmósfera agobiante debido a la inexistencia de derechos, los y las argentinas rememoran los oscuros años de la dictadura militar en este país. Yo, como salvadoreña, recuerdo a d’Aubuisson. 
 
Hoy, 40 años después, son otros los métodos. Ya no les es tan fácil secuestrar, incomunicar, desaparecer y torturar. Pero la sed de la sangre rebelde del pueblo sigue siendo la misma. Cuentan con los poderes del Estado y con los medios de comunicación para sembrar el terror, sofocar las voces de protesta, generar un clima de incertidumbre y desconfianza, atentar contra la integridad física y psicológica de quienes nos oponemos. Cuentan con la mentira y la usan sin aspavientos. La alocución televisiva de Morales el pasado 10 de julio consistió en amenazar y mentir. “Sabemos quienes son”, “violentos con actitudes fascistas”, “esa gente está identificada… en eso no vamos a poner un freno”, “los cortes tienen que terminar, si no actúa la gendarmería, va a actuar la policía federal”.
 
Confundiendo violencia con oposición, nos llama violentos a quienes participamos en marchas pacíficas contra su régimen. Introduciendo el equívoco en el concepto “fascismo”, nos llama fascistas a quienes llevamos un mes y medio protestando contra su reforma ilegítima, sus detenciones arbitrarias, sus camionetas sin identificación llenas de policías, sus allanamientos sin orden judicial. Desde sus métodos fascistas para ejercer el poder y responder a una sublevación legítima, se apodera de la palabra fascista para escupírnosla.
 
Se ha apoderado también de la palabra “paz”. Grita a los cuatro vientos que él le devolvió la paz a Jujuy. Convoca a “marchas por la paz” a las “personas de bien”, equiparando una y otra vez protesta con violencia, oposición con atentado contra la paz. Entre el conjunto de mentiras que espetaba, llamó “locos” a pobladores de la ciudad de Humahuaca que se amotinaron en la intendencia exigiendo al grupo de concejales desconocer la reforma inconstitucional. Ante la presión popular, los concejales tuvieron que ceder y desconocer la reforma, generando con ello una reacción en cadena que ha sido emulada en otras poblaciones de la provincia. En castigo contra tal afrenta, Morales no tuvo empacho en asegurar que los manifestantes atentaron contra la vida de una concejal. De ahí el epíteto de “locos”. En ningún momento en el lapso de estas 6 semanas de protesta se ha intentado atentar contra la vida de nadie. Pero eso no importa, porque Morales controla el poder judicial de Jujuy. Levantaron causas contra 22 personas en Humahuaca. Los tres jóvenes que asistieron a los citatorios quedaron detenidos y fueron trasladados clandestinamente hacia penales en San Salvador. “Como sucedía en la dictadura”, resuena en los medios alternativos locales. Hoy, 20 de julio, fueron dejados en libertad. Continúan imputados.
 
En rotundo oxímoron, Morales se arroga, sin pudor, la “defensa” de la “democracia”, la “institucionalidad” y los “derechos”. Verdugos del pueblo como estos son antidemocráticos por naturaleza, no toleran la democracia, porque repelen la libertad de expresión, el pensamiento crítico y la disidencia. Entienden que quienes no estamos con ellos, estamos contra ellos y nos persiguen. Que levantemos voces de inconformidad los violenta, a ellos, los verdaderos violentos. Por eso nos disparan, nos apedrean, nos sacan ojos, nos golpean, nos intimidan en nuestras casas, nos encarcelan, nos inventan causas, nos despiden de nuestro trabajo, nos descuentan de nuestro salario, nos difaman, nos amenazan y amedrentan.
 
Capítulo aparte merecen las mentiras del gobernador en torno del litio y de sus conversaciones con comunidades indígenas que, según adujo, le pidieron disculpas, porque en realidad no habían leído la reforma. Que el litio es la base de la transición energética, dice, que es para salvar a la Pachamama, asegura, que no han avanzado en la exploración ni en la extracción sin el consentimiento de las comunidades y que el agua usada para su explotación tiene mayor concentración de sal que el agua marina. Enfatizó en esto último, como si ello restara gravedad al impacto ambiental que la manipulación de los salares, de los humedales que yacen bajo esa sal y la evaporación del agua salinizada disminuyera, en consonancia con el nivel de salinidad del agua. No hace falta ser especialistas en biología para saber que los ecosistemas en nuestro planeta constan de la cooperación armónica de cada componente, al afectar uno, se afecta indefectiblemente el conjunto. 
 
En 2009, cuando en El Salvador se abrió la posibilidad histórica de que la izquierda asumiera el poder por primera vez en 200 años de vida republicana, pedí, con fervor y entusiasmo, a través de los medios que tuve a mi alcance, el voto por el partido emanado de la ex guerrilla, el FMLN. No es este el caso hoy. No soy argentina. Soy una salvadoreña que hoy habita en Jujuy, en cuyo hermoso territorio vivo y trabajo. No hablo en nombre del Partido Justicialista y menos del Partido Radical. Lejos me siento aún de poder comprender en profundidad la historia del pueblo argentino, las complejidades e intríngulis del movimiento peronista, del movimiento sindical y de los demás sectores vivos de esta sociedad. No tengo, hasta el momento, filiación partidaria ni militancia. Me pronuncio como madre de familia, como docente universitaria de filosofía, como ciudadana que goza de derechos y asume responsabilidades en el entorno que la circunda. No nací en Jujuy, pero pude haberlo hecho. Acá continúo eligiendo hacer mi vida, es acá donde crecen mis hijos, en cuyas venas corre la misma sangre kolla de su padre. Siento como propia esta infamia y creo que ninguna persona en Jujuy debería permanecer ajena.
 
Cada mañana de este lustro en el que he vivido en San Salvador de Jujuy he agradecido. Agradezco a los cerros, a los ríos, a esta Pachamama generosa que me acoge y me permite construir, nutrir y cobijar mi hogar. Cada experiencia docente en la UNJU continúa enseñándome a amar, respetar y honrar a esta tierra. Cada noche me he sentido aliviada de ver a mis hijos crecer en paz. La paz que Gerardo Morales nos está robando para inocular en nuestros días la incertidumbre, el miedo, la angustia. Es él quien perturba la paz de las comunidades de la puna y la quebrada alzadas en digna rabia y rebeldía. Él, ladrón de la palabra paz, quien se empeña en mancillarla con sus mentiras, su soberbia, su antidemocracia y sus persecuciones. Él y quienes continúan apoyando su política dictatorial confunden paz con sumisión, progreso con entreguismo, orden con renuncia a la dignidad.
 
Peligrosas líneas de continuidad entre el pasado y el presente desnudan su vigencia en coyunturas críticas como la Jujuy actual. El patrón autoritario y antidemocrático de ejercicio del poder en América Latina pervive a través de las décadas. Muchas personas sobrevivientes de aquel tiempo en el que reinaba el terror, sabemos cuántos muertos, sangre y dolor nos ha costado esta maltrecha democracia a la que, con todos sus agujeros y falencias, debemos defender y apuntalar, porque es el orden social del que disponemos para obtener mínimas garantías de convivencia. Preocupa que también sean muchas las personas que, sabiéndolo, eligen el camino autoritario, la mano dura, el desprecio de la diferencia y de la ley. Resulta inaudito que haya quienes elija la mentira y la ausencia de derechos, sobre la verdad y la dignidad.
 
¿Qué será de la frágil e inacabada democracia argentina, salvadoreña y latinoamericana si no la defendemos, por encima de la ideología y los intereses individuales de cada quién? Cuando delegamos nuestro poder ciudadano en democracia, cuando nos hacemos de la vista gorda ante el abuso y la concentración excesiva de poderes, cuando renunciamos a permanecer vigilantes y a pedirles cuentas a nuestros gobernantes (que son pagados por nosotras y nosotros) es entonces cuando permitimos que la antidemocracia concentre todo ese poder con el que agrede a quien se le opone. Cuando abandonamos el espacio político que nos corresponde ocupar posibilitamos que sea llenado por la tiranía, el despotismo, el nepotismo y el autoritarismo impune.
 
La rebelión en Jujuy nos está aleccionando hoy. Las comunidades originarias abrieron con su lucha una coyuntura histórica en defensa de nuestros recursos naturales. El conjunto de las demandas y las movilizaciones que no cesan están llenando de autenticidad la democracia entendida como poder del pueblo. No se trata de una cuestión partidaria, sino ética, de una diferencia básica entre el bien y el mal. Corresponde hoy abrazar al pueblo jujeño en lucha, cada uno, cada una, desde nuestro lugar y posibilidad, pero apoyarlo sin miramientos, optando por los mecanismos democráticos, eligiendo la ampliación de derechos, la verdad y la justicia.

*Articulación centroamericanista O Istmo (www.oistmo).
GT CLACSO: “Perspectivas epistemológicas periféricas”.
Docente Universidad Nacional de Jujuy (UNJU).

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