“del hombre que, sin dejarse cegar por la desdicha, lee la promesa de final ventura en el equilibrio y la gracia del mundo.”
José Martí, 1887[1]
Para incertidumbres actuales, certezas de ayer. Dos años apenas habían pasado de aquel elogio al equilibrio y la gracia del mundo en la poesía de Walt Whitman, cuando advertía José Martí que algo mandaba en América que despertara, y no durmiera, el alma de México. “Hay que andar con el mundo y que temer al mundo”, decía. “Negársele, es provocarlo.” [2]
Lo hacía abrumado por la amenaza implícita en la convocatoria por los Estados Unidos de un Congreso de las Américas en Washington, que eventualmente sería convertido en el antecedente para la creación de la Organización de Estados Americanos en 1948. Allí, ante las maniobras de la parte norteamericana -y en particular del Secretario de Estado James G. Blaine - para garantizar la hegemonía de su país en el continente americano y disputarle sus mercados a competidores como Inglaterra, llegaría a decir Martí que
El congreso internacional será el recuento del honor, en que se vea quiénes defienden con energía y mesura la independencia de la América española, donde está el equilibrio del mundo; o si hay naciones capaces, por el miedo o el deslumbramiento, o el hábito de servidumbre o el interés de consentir, sobre el continente ocupado por dos pueblos de naturaleza y objeto distintos, en mermar con su deserción las fuerzas indispensables, y ya pocas, con que podrá la familia de una nacionalidad contener con el respeto que imponga y la cordura que demuestre, la tentativa de predominio, confirmada por los hechos coetáneos, de un pueblo criado en la esperanza de la dominación continental, a la hora en que se pintan, en apogeo común, el ansia de mercados de sus industrias pletóricas, la ocasión de imponer a naciones lejanas y a vecinos débiles el protectorado ofrecido en las profesías [sic], la fuerza material necesaria para el acometimiento, y la ambición de un político rapaz y atrevido.[3]
La noción de la necesidad de luchar por el equilibrio de un mundo en el que se enfrentaban viejas y nuevas potencias coloniales en todos los rincones del planeta, y en el que emergían como un contendor cada vez más poderoso los Estados Unidos, constituye un elemento clave en el pensar y el accionar político de Martí. Desde una visión privilegiada, comprendía que la lucha de Cuba contra el colonialismo español hacía parte de una creciente crisis de la organización colonial que caracterizara al sistema mundial entre 1650 y 1950. En ese sentido, por ejemplo, veía como una salvaguarda las contradicciones entre Estados Unidos e Inglaterra, atendiendo a que “mientras llegamos a ser bastante fuertes para defendernos por nosotros mismos, nuestra salvación, y la garantía de nuestra independencia, están en el equilibrio de potencias extranjeras rivales.”[4] Y en una perspectiva más amplia, veía en la independencia de Cuba un medio para contribuir a preservar y hacer más fecunda la de nuestra América. Así, por ejemplo, en las vísperas de la guerra convocada para la independencia de la Isla – y concebida de una manera que conducía a la liberación nacional de la República que surgiera de ella - advertía a sus compatriotas que
En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, - mero fortín de la Roma americana; - y si libres – y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora – serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio – por desdicha feudal ya, y repartido en secciones hostiles – hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo.[5]
En ese sentido, agregaba poco después que esa guerra de independencia de Cuba, “nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes,” debía ser entendida como “suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo.” Y añadía enseguida:
Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo.[6]
Con todo, siempre será justo y útil remitir esa capacidad de comprensión y previsión lo político al ámbito mayor de la visión del mundo que la anima, y las prácticas sociales que la expresan. La actualidad de lo pensado por Martí respecto a los riesgos del desequilibrio en su mundo avala confirma la necesidad de preverlos en el nuestro, sobre todo si lo remitimos al conjunto de los problemas inherentes al desarrollo humano en lo político como en lo artístico, como a las relaciones de los seres humanos entre sí y con su entorno natural.
Esa relación vincula entre sí a tres elementos de su pensar que se requieren mutuamente, como lo expresara en su poemario Ismaelillo, de 1882, y en accionar político a lo largo de sus años de forja. Se trata, en breve, de la íntima relación entre el mejoramiento humano que permita ejercer la utilidad de la virtud en la lucha por el equilibrio del mundo en todas las dimensiones del existir de nuestra especie.
De esto dan cuenta todos sus textos de madurez, los de crítica literaria como los de análisis político y social, los que dedica a la ciencia y la filosofía, y los que nos remiten a la vida cotidiana de los hombres y mujeres de su tiempo. Tales, por ejemplo, sus observaciones de 1887 sobre el desequilibrio del mundo en la vida cultural norteamericana que se expresara en la prohibición – por razones invocadas como morales – del libro Hojas de Hierba del poeta Walt Whitman, de quien fue un entusiasta admirador:
Las universidades y latines ha puesto a los hombres de manera que ya no se conocen; en vez de echarse unos en brazos de los otros, atraídos por lo esencial y eterno, se apartan, piropeándose como placeras, por diferencias de mero accidente; como el budín sobre la budinera, el hombre queda amoldado sobre el libro o maestro enérgico con que le puso en contacto el azar o la moda de su tiempo; las escuelas filosóficas, religiosas o literarias, encogullan a los hombres, como al lacayo la librea; los hombres se dejan marcar, como los caballos y los toros, y van por el mundo ostentando su hierro; de modo que cuando se ven delante del hombre desnudo, virginal, amoroso, sincero, potente – del hombre que camina, que ama, que pelea, que rema, - del hombre que sin dejarse cegar por la desdicha, lee la promesa de final ventura en el equilibrio y la gracia del mundo; cuando se ven frente al hombre padre, nervudo y angélico de Walt Whitman, huyen como de su propia conciencia y se resisten a reconocer en esa humanidad fragante y superior el tipo verdadero de su especie, descolorida, encasacada, amuñecada.[7]
De todo ello podemos decir, con él, que “esto es luz, “y del sol no se sale.”[8]
Alto Boquete, Panamá, 5 de marzo de 2025
[1] “El poeta Walt Whitman”. El Partido Liberal, México, 1887. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIII, 131. Todas las citas provienen de esta edición.
[2] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México [27 de septiembre de 1889]. VII, 349.
[3] “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias. II. Nueva York, 2 de noviembre de 1889”. La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889. VI, 62-63. El político “rapaz y atrevido” a que se refiere Martí era el Secretario de Estado James G. Blaine (1830-1893)
[4] “Fragmentos” [1885 – 1895]. XXII 116.
[5] “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en América”. Patria, 17 de abril de 1894. III, 141-142.
[6] “Manifiesto de Montecristi. 25 de marzo de 1895”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV, 101.
[7] “El poeta Walt Whitman”. Ídem.
[8] "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. V, 469.
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