sábado, 8 de marzo de 2025

Estados Unidos: la enjundia del pretendido restaurador del poderío

Asistimos a una época en la que se hacen patentes las consecuencias de lo que las élites mundiales han sembrado en los últimos cuarenta años. Ahora han desencadenado el miedo y la confusión.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

Donald Trump ha entrado en la Casa Blanca como una tromba dispuesta a no dejar amigo sin sorprender ni enemigo tranquilo. Quienes caigan bajo el cono de sombra de su mirada furibunda deben tratar de pasar inadvertidos, no vaya a ser que el Señor Anaranjado no haya dormido bien, esté de un humor de perros porque Melania le sirvió el café tibio en el desayuno, y le ponga el ojo encima.  
 
Parece que eso fue lo que le pasó al tal Volodímir Zelenski, que llegó a la famosa Oficina Oval -lugar en donde el tal Donald Trump estaba atrincherado tratando de sobrellevar una de esas mañanas malhadadas- con ínfulas de Cid Campeador, pero salió trasquilado y con el rabo entre las piernas. 
 
No hay nada ni nadie que parezca tener la fuerza suficiente para contener la avalancha que viene del Gobierno de Estados Unidos. Ni siquiera sus queridos socios europeos saben qué hacer. Entre ellos reina el desconcierto, la frustración y la decepción. Asustados convocan foros, reuniones formales e informales, cumbres y circunloquios en los que lanzan sus gritos de guerra y anuncian que de ahora en adelante elevarán el gasto militar como no lo hacían desde la Segunda Guerra Mundial, aunque eso implique en el futuro rebajar las ya exiguas pensiones, ralentizar la subida del salario mínimo y el encarecimiento de la energía eléctrica.
Y, por si esto fuera poco, Donald Trump reparte aranceles como confites en piñata. No se sabe (es posible que ni él mismo lo sepa) por qué a México y Canadá le impone una tasa del 25%, por qué no del 24% o del 30% o del 15%, ni por cuánto tiempo será. Las causas que aduce para imponerlas son ridículas, y la forma no podía ser más autoritaria y arbitraria. 
 
En el Congreso de su país fue recibido esta semana como un héroe por sus partidarios. Los congresistas de la tercera edad, que son bastantes, han de haber salido con las piernas adoloridas de tanto ponerse en pie para aplaudirlo. Fue un show en toda regla para remarcar que “el sueño americano es imparable”, un sueño que, como se puede constatar, implica poner a temblar a medio mundo. Es el sueño del poder imperialista lanzando gritos estentóreos, con los ojos desorbitados y enviando manotazos a diestra y siniestra para tratar de mantenerse en la cúspide del poder mundial que se le está desmoronando.
 
Más que muestra de fuerza, el show que estamos presenciando en vivo, a todo color y a la velocidad del rayo, es la evidencia de que el imperialismo estadounidense está dando patadas de ahogado. Trata de asirse de cualquier cosa con tal de apuntalar el deterioro al que lo ha llevado la globalización neoliberal de la que fueron abanderados y locomotora. En América Latina lo conocimos en la década de los ochenta del siglo pasado como el Consenso de Washington, aunque como bien se sabe, de consenso no tuvo absolutamente nada. Fue una imposición a rajatabla de un decálogo que ha tenido implicaciones nefastas y que se sigue aplicando como catecismo hasta nuestros días. En América Latina, gobiernos progresistas de la década pasada tomaron medidas -en nuestra opinión tímidas- para tratar de minimizar, o eventualmente revertir, esta situación, pero en la actualidad en varios países han vuelto con una fuerza salvaje.
 
Es una época en la que se hacen patentes las consecuencias de lo que las élites mundiales han sembrado en los últimos cuarenta años. Ahora han desencadenado el miedo y la confusión. Así como Estados Unidos trata de resolver sus propios problemas de gran potencia en decadencia paulatina eligiendo a este energúmeno que promete el oro y el moro, en todas partes replican su modelo y surgen monstruos y monstruitos que pescan en aguas revueltas, se encaraman en el poder y siguen el nuevo manual del líder autoritario.
 
Quienes se preguntan cómo es que hemos llegado a esto hay que recomendarles que vean los vientos que se han sembrado y que han desembocado en estas tempestades. Tal vez ya no recuerdan que hasta no hace mucho nos alertaban del peligro de no subirnos al tren de la globalización o de ser vagón de cola de ese convoy. Esos políticos y tecnócratas que, en nuestros países, con ínfulas de sabiondos no hacen más que repetir lo que dicen en Estados Unidos y todas las instituciones internacionales que apuntalan su dominación, todavía están ahí vivitos y coleando, y muchos de ellos se presentan como outsiders de la política que, ahora sí, van a arreglar el mundo. Tal como lo hace Trump en los Estados Unidos, por cierto.

Arrastrados por la ola que se abate sobre el mundo, no hay quien deje de tomar partido, se pelean en las redes sociales, se insultan, se tratan de tontos y se pierden amistades. Como cada quien cree ser soberano en eso que llaman sus “muros”, sacan periódicamente panfletos y manifiestos en los que se proclaman autárquicos monarcas de la parcela mediática que las megacorporaciones les conceden para que crean que son ciudadanos que hacen lo que quieren. Son, sin embargo, la piedra de toque en la que se apoyan todos estos autócratas que nos están llevando al despeñadero.
 
Al ser todo tan vertiginoso y confuso, no se puede aventurar las consecuencias que sufriremos a mediano y largo plazo, si la estrategia trumpiana le surtirá algún efecto o si, por el contrario, terminará enterrada junto con su impulsor. 

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