sábado, 29 de marzo de 2025

Mundo nuevo

 Si el sentido común de nuestro tiempo nos mueve quizás al pesimismo y la incertidumbre, hay también un buen sentido histórico que nos dice que nada está escrito aún sobre nuestro futuro, por complejos que sean los desafíos de nuestro presente.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“Se vino abajo el mundo viejo, y es natural que se acumulen ahora, piedra a piedra, los materiales del que ha de reemplazarlo. Los hombres se dan en esto una prisa gloriosa; pero cegados con el polvo de la fábrica, encorvados bajo el peso de los materiales que allegan con sus manos y acarrean en sus hombros, no bien seguros todavía de lo que darán de sí cuando se empalmen y en acomodación juiciosa enseñen la nueva fábrica del mundo, sucede que no alcanzan los hombres aún más que a presentar y bosquejar confusamente, en consecuencia de lo que tienen conocido,  el resplandeciente mundo nuevo.”

José Martí, “Fragmentos” [1885 – 1895]. [1]

 

Trascender el resplandor del que habla Martí va siendo ya indispensable para comprender la formación del mundo nuevo, que va tomando forma en los tiempos en que vivimos. Para Martí, como el liberal demócrata que era a fines del siglo XIX, cuando el liberalismo clásico constituía la visión hegemónica del mundo, había evidencias a su alcance que no están disponibles de modo igual en nuestro tiempo.

           

Atender a estas cosas es importante en el cambio de épocas en que vivimos. Y esto incluye recordar que este mundo se hizo viejo sin llegar a ser antiguo. Su historia abarca apenas unos 600 años: poca cosa, en verdad, si consideramos que nuestra especie ha venido forjándose durante los último doscientos milenios.

           

En este sentido, nuestro cambio de épocas aconseja preguntarnos hasta dónde es de un buen sentido lo que nos dice nuestro sentido común sobre estos tiempos. Aquí podemos atender por ejemplo a que Antonio Gramsci consideraba al sentido común como “un concepto equívoco, contradictorio, multiforme”, que no permite referirse al mismo “como criterio de verdad”. Lo importante, agregaba, era reconocer que “cierta verdad se ha tornado sentido común” en la medida en que “se ha difundido más allá del límite de los grupos intelectuales”, con lo cual hacemos “una comprobación de carácter histórico y una afirmación de racionalidad histórica.”[2]

 

Pensemos por ejemplo en lo que nos parece evidente del mundo en que vivimos. Al Norte existen sociedades prósperas, mientras al Sur predominan otras que hoy llamamos “en desarrollo”, pero que un par de décadas atrás eran conocidas como “subdesarrolladas”. Lo mismo ocurre con el Occidente (de Eurasia en primer término, con una posterior expansión a Norteamérica), al que asumimos como cuna de la civilización contemporánea, mientras en el Oriente encontramos civilizaciones antiguas, algunas en prolongada decadencia, otras en vigorosa transformación. Atendiendo a estas verdades que damos por evidentes, decía Gramsci que

 

Para entender exactamente los significados que puede tener el problema de la realidad del mundo externo, puede ser oportuno desarrollar el ejemplo de la nociones de ‘Oriente’ y ‘Occidente’, que no dejan de ser ‘objetivamente reales’, aun cuando, analizadas, demuestra ser solamente una ‘construcción’ convencional, esto es, ‘histórico-cultural’ (a menudo los términos ‘artificial’ y ‘convencional’ indican hechos ‘históricos’, productos del desarrollo de la civilización y no construcciones racionalistamente arbitrarias o individuamente artificiosas).[3]

 

Así, la perspectiva histórica que nos propone el sentido común dominante es la de la percepción que tiene de sí mismo el sistema mundial que conocemos. “¿Qué significaría norte-sur, este-oeste sin el hombre?”, se pregunta Gramsci. Esas, dice, “son relaciones reales y, sin embargo, no existen sin el hombre y sin el desarrollo de la civilización.” Así,

 

Es evidente que este y oeste son construcciones arbitrarias, convencionales, o sea, históricas, puesto que fuera de la historia real cada punto de la Tierra es este y oeste al mismo tiempo. Esto se puede ver más claramente en el hecho de que dichos términos se han cristalizado, no desde el punto de vista de un hipotético y melancólico hombre en general, sino desde el punto de vista de las clases cultas europeas, las cuales, a través de su hegemonía mundial, los han hecho adoptar por doquier. 

 

Gramsci escribía en la década de 1930 – cuando el sistema mundial aún conservaba la organización colonial con que había emergido a la historia en el siglo XVII, y que conservaría hasta mediados del XX, cuando adoptó una organización internacional – que en rigor cabría llamar interestatal. Para entonces, ya podía decir que el Japón “es Extremo Oriente, no sólo para Europa, sino también quizás para el norteamericano de California y para el mismo japonés, el cual, a través de la cultura inglesa, podrá llamar Próximo Oriente a Egipto.”[4]

 

En la raíz de esa percepción estaba el hecho histórico evidente de la formación del primer mercado mundial en la historia de la Humanidad a partir del desarrollo del capitalismo en el extremo Atlántico de ese enorme continente llamado Eurasia. En este sentido, nuestra percepción de los puntos cardinales de la acción humana en ese mercado mundial se construyó desde el siglo XVI a partir del hecho de que la Europa Nor-Atlántica – que para fines del XVIII incluía a Norteamérica - constituían el centro de este, como el resto del planeta constituía su periferia.

 

De este modo, desde nuestro propio cambio de épocas –cuando entre otras cosas la región oriental de Eurasia y la cuenca del Pacífico Norte recuperan la importancia que tuvieron antes del desarrollo del aquel centro Noratlántico-, la organización del sistema mundial deriva hacia alguna de varias opciones de futuro. En este proceso, se hace evidente que la geopolítica y la geocultura del sistema mundial se correspondieron entre sí una etapa previa de desarrollo de ese sistema de un modo en que “a través del contenido histórico que se ha aglutinado en el término geográfico, las expresiones Oriente y Occidente han terminado por indicar determinadas relaciones entre complejos de civilizaciones distintas.” Y aun así, “estas referencias son reales, permiten viajar por tierra y por mar y arribar justamente allí donde se ha decidido arribar, ‘prever’ el futuro, objetivar la realidad, comprender la objetividad del mundo externo. Racional y real se identifican.”[5]

 

Esa capacidad para contribuir a la previsión del futuro tiene hoy una especial importancia ante los cambios que están ocurriendo en el presente. Para Martí, en su propio tiempo, el viejo mundo medieval terminaba de desmoronarse con el ascenso del liberalismo triunfante. Eso anunciaba la posibilidad de que Cuba, su patria – que junto a Puerto Rico era la última colonia de España en América -, podría unirse al resto de Hispanoamérica en la tarea de hacer del Nuevo Mundo del siglo XVI un mundo nuevo en el XX. Hoy sabemos que el curso de esa transición se prolongaría hasta 1994, y que la dinastía de constructores de naciones en el mundo colonial – ya activa a fines del siglo XIX – culminaría con Nelson Mandela, que en ese año condujo a su pueblo a poner fin al régimen de discriminación racial imperante en Sudáfrica desde 1948.

 

En ese sentido, si el sentido común de nuestro tiempo nos mueve quizás al pesimismo y la incertidumbre, hay también un buen sentido histórico que nos dice que nada está escrito aún sobre nuestro futuro, por complejos que sean los desafíos de nuestro presente. Por el contrario, la experiencia histórica indica que, con todos sus problemas, la organización internacional del sistema mundial en lo que va de 1945 a 2025 favoreció mucho más el desarrollo humano que los 300 de la organización colonial de ese sistema entre 1650 y 1950.

 

La mejor defensa de ese legado consiste en ampliarlo mediante la creación de un mundo nuevo, que trascienda y supere los problemas que emergen de la transición hacia una nueva organización del sistema mundial, que resulte además innovadora. Esa es la tarea global a cuya luz cabe ejercer la tarea glocal que corresponde a los trabajadores manuales e intelectuales que convergen en nuestros movimientos sociales. Ante la deriva hacia la incertidumbre del sentido común, los motivos de esperanza que revela el buen sentido hacen resplandecer la tarea de contribuir a la construcción de un mundo que sea nuevo por lo próspero, inclusivo, sostenible y democrático que llegue a ser. 

 

Tal, nuestro tiempo; tal, nuestra tarea.

 

Alto Boquete, Chiriquí, 21 de marzo de 2025

 

 


[1] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXII 201-202.

[2] Gramsci, Antonio (2003: 129): El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Nueva Visión, Buenos Aires. [c: gc]

[3] Ibid., 152

[4] Ibid.,152-153

[5] Ibid.,153.

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